Paremos la guerra contra Iraq


* Carlos Lapeña es miembro el CSCA

Paremos la guerra contra Iraq


Sitios medievales, crímenes imperiales y taimados sarracenos

Carlos Lapeña*

Los asedios medievales, igual que los de ahora, duraban años y consistían en hacer morir de hambre, sed y enfermedades curables a los habitantes de la plaza sitiada, privados de cualquier relación con el resto del mundo. Los asedios medievales, al contrario de los de ahora, suponían también un enorme desgaste a los sitiadores, que impedían la entrada y salida de la plaza, pasando, en ocasiones, más hambre y más frío que los sitiados...

Cuenta la leyenda que una taimada dama sarracena de nombre Carcas, aburrida o desesperada después de los cinco años de sitio que el ejército de Carlomagno perpetró a la, ocupada por los sarracenos en el 725, ciudad de Carcasona, utilizó el último cerdo que quedaba en la ciudad, previamente relleno con los últimos granos de cebada, como objeto arrojadizo contra los sitiadores. Es posible que algún ministro de defensa español de comienzos del siglo XXI, hubiera interpretado la actitud de Carcas como un claro síntoma de debilidad de una ciudad que había agotado las municiones para su defensa, o como una muestra de radicalismo religioso de quien antes prefiere morir de hambre que saltarse los preceptos coránicos, pero Carlomagno, influido sin duda por la vacuidad de su estómago, pensó que si los habitantes de Carcasona utilizaban los cerdos como objetos arrojadizos en vez de cómo embutidos, era posible que se alterase el rumbo normal de las cosas y, en vez de los sitiados, fueran los sitiadores los que perecieran de hambre, y que, así las cosas, había otros lugares donde guerrear en nombre de su bolsa y de Cristo, y que lo más sensato era irse con la música (tambores de guerra, claro está) a otra parte. Años después, en el 759, Carlomagno tomó Carcasona para los francos, pero aún hoy, podemos ver la estatua a la taimada sarracena Carcas en la bella ciudad occitana.
Unos cuantos siglos después, a finales del año 2002, los legítimos herederos del imperio de Carlomagno (pues cada imperio posterior es legítimo sucesor de cualquier imperio anterior y viceversa, dicen), sometían a un terrible sitio a Iraq, ocupada por los sarracenos desde el inicio de los tiempos en general, y desde 1974 en particular.
Cuenta Radio Nacional de España, el 30 de noviembre de 2002, que el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, afirma que un taimado tirano sarraceno de nombre Sadam Husein, engaña a sus enviados escondiendo armas nucleares en casas de ciudadanos civiles.

La leyenda de la dama Carcas comete, como casi todas las leyendas, algunas imprecisiones cronológicas. Si bien es posible que Carlomagno (742-814) participara en el segundo sitio de Carcasona, tanto en éste como en el primero, las huestes de los francos estaban dirigidas por su padre, Pipino el Breve, que fue el que ordenó el asedio y su levantamiento. Por su magnitud, las imprecisiones de la leyenda de Ari Fleischer y Radio Nacional de España, merecen, más que ese nombre, otro más grueso.
Imaginemos la escena: Interior/tarde. Basora, Casa de Ibrahim Ab Kassam. Ibrahim Ab Kassam, zapatero bagdabí de 32 años, vuelve a su casa desde el Sadam City Hospital, donde ha quedado ingresada su hija Fátima, de nueve años, aquejada de un cáncer de mama. Su mujer, Shalima, permanece en el hospital acompañando a su única hija viva. Ibrahim pretende volver al hospital tras hablar con su hermano para que se haga cargo del taller en el barrio de Al-Yumhuria, pero necesita un momento de soledad para asumir la noticia: el macabro sorteo del niño (con cáncer) le ha vuelto a tocar a él. Pone agua a calentar. Suena el timbre. Menudo momento para recibir visitas. Sólo faltaría que fuera el hombre de Avon el que llamara a su puerta.
­ ¡Sorpresa!.­ Efectivamente, no es el hombre de Avon el que llama a la puerta, ni un vendedor de enciclopedias (porque en Iraq no pueden editarse enciclopedias, ni libros, porque también el papel, considerado por el imperio de doble uso, está afectado por el bloqueo), sino el hombre de las paredes, el de la televisión: el tai(a)mado presidente Sadam. Ibrahim no puede creer lo que ven sus ojos: el presidente en casa. ¿Habrá venido, como buen padre, a consolarme por Fátima? ¿Por qué por Fátima? Ella está viva, y cuando lo de Sammir, no vino, vinieron sólo los parientes.
­ Querido Ibrahim. ­ dice el sonriente presidente ­ Te necesito. ¿Puedo pasar?
­ Por supuesto. Es para mi un honor. Estás en tu casa. Precisamente ahora estaba preparando un té.
Sadam entra en la casa. Por primera vez, Ibrahim percibe que Sadam guarda tras su espalda un gran paquete con símbolo radioactivo.
­ Toma asiento. ­dice Ibrahim mientras trae un par de vasos y una fuente con dátiles ­ ¡Qué sorpresa! ¿A qué debo tu visita?
­ Es una cuestión de estado. Los inspectores de Naciones Unidas están buscando nuestras bombas nucleares y he pensado que podría guardar ésta en tu casa.
­ ¿En mi casa? ­ Ibrahim está desconcertado, son muchas noticias para un solo día. Primero lo de Fátima, ahora el presidente viene a su casa con una bomba atómica ­ ¿No será peligroso? Los médicos dijeron que la enfermedad de Sammir tenía que ver con el uranio empobrecido, y es probable que la de Fátima también.
­ Por eso no te preocupes, éste es enriquecido.
­ Pero, ¿por qué yo?
­ No eres el único, Tareq y los otros están repartiendo por ahí todas las que tenemos, y no te creas que son pocas.
­ Bueno, siendo así.
­ Guárdala bien. Un buen sitio puede ser debajo de la cama. Y sobre todo, no se la enseñes a los inspectores. Lánzala antes de enseñársela.
Sadam termina su té, besa a Ibrahim y sale. Ibrahim guarda la bomba atómica debajo de la cama sin darle importancia, cierra la puerta y va raudo a ver a su hermano. Fátima y Shalima le esperan en el hospital.

Todo vale, totus tontus

El miércoles 5 de febrero era el día indicado para que la historia de Ibrahim Ab Kassam pasara a formar parte de la Historia como parte de las concluyentes e inapelables pruebas de que Iraq esconde armas de destrucción masiva que presentaría el secretario de estado norteamericano Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y el mundo. Al menos era lo que esperábamos los que oímos las revelaciones de Ari Fleischer a Radio Nacional de España. Pero, ¿por qué no presentó Colin Powell tamañas evidencias ante el Consejo de Seguridad y ante el mundo? Hay quien dice que, desgraciadamente, en el momento en que Sadam confió al buen Ibrahim la bomba atómica, la casa de Ibrahim aún tenía techo. Las cámaras ocultas del periodismo de investigación de los satélites imperiales no pudieron captar con nitidez las imágenes de la flagrante prueba del delito porque la operación de defensa del área de exclusión aérea de cada tres días que se produjo el día anterior, tuvo un pequeño error balístico: la bomba liberadora no destruyó el tejado de la casa de Ibrahim, como estaba previsto, sino el recién reconstruido depósito de agentes químicos (compuestos por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno) del barrio de Al-Yumhuria
Pese a la decepción que supuso la ausencia de la historia de Ibrahim Ab Kassam en su discurso, Powell presentó al Consejo de Seguridad y al mundo pruebas contra Iraq perfectamente válidas en un tribunal de la Santa Inquisición, en una purga estalinista o bajo las leyes no escritas de excepción establecidas, en pro de la seguridad, el 12 de septiembre de 2001. Eso si, para su conveniente interpretación, parece pertinente olvidar las hasta la saciedad repetidas declaraciones del Pentágono de que utilizarían, sin rubor, el engaño, la falsa propaganda y, como si fuera necesario, la compra de periodistas para lograr sus objetivos políticos.

El 'efecto Photoshop'

Era práctica habitual en los rodajes cinematográficos que, cuando un equipo pretendía rodar una secuencia en una cala desierta, aparecieran bañistas y mariscadores de debajo de las rocas, veleros y txalupas de debajo de las olas. Una rápida negociación con el jefe de producción conseguía fácilmente una buena indemnización por una quizás iniciática faena en el lugar de todos los días. La aparición y proliferación de los programas de retoque digital de imágenes liberó a los productores del pago de esas indemnizaciones y a los espectadores de la necesidad de creer en esas visiones.
Mediante el uso de Photoshop, Colin Powell podría haber presentado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y al mundo, fotos perfectamente retocadas del propio Sadam Husein cargando cabezas de uranio empobrecido (o enriquecido, qué más da en estos casos) en cualquier almacén de armamento de Tucson, Brighton o Tel Aviv. Habría sido burdo, pero hubiera recibido el unánime aplauso de los que el pasado miércoles 5 de febrero le dieron su unánime aplauso.
Pero el Secretario de Estado norteamericano, en vez de utilizar en su informe, como sus queridos socios del eje del bien, el copy-paste de la tesis universitaria de Ibrahim al-Marashi , prefirió presentar fotos de sus satélites espías, en los que el Consejo de Seguridad y el mundo deben ver lo que el señor Powell dice que deben ver. Y lo que el señor Powell dice que deben/mos ver es iraquíes purificando el "emplazamiento de municiones químicas de Al-Taji antes de que lleguen los inspectores de la ONU", aunque en las fotos, hayan pasado o no por Photoshop, no seamos capaces de distinguirlo. Y cuando vemos la foto satelital de un camión, por si tuvieran pocos problemas los transportistas, el dogma de fe del imperio, nos dice que debemos ver laboratorios móviles utilizados para producir armas biológicas.
No quedó ahí el acta probatoria del gobierno de Estados Unidos, ni siquiera en su fase multimedia. Powell nos presentó, al tiempo que lo hacía al Consejo de Seguridad, tres grabaciones de audio sacadas de contexto en las que funcionarios iraquíes hablaban de vehículos modificados y otros tipos de limpieza, del mismo modo que podían hablar de los resultados de la última jornada de la liga de fútbol . Personalmente me extrañó no oir la voz de Sadam Husein pidiendo a los miembros de su guardia que le colocaran unas cajas de armamento de destrucción masiva para poder cambiar la bombilla de su dormitorio sin necesidad de utilizar una escalera.
Finalizada la fase multimedia, en la que Powell aplazó para mejor ocasión las relaciones homosexuales de Sadam Husein con el diablo tantas veces probadas en South Park , el discurso prosiguió con "los hechos, no afirmaciones" siguientes: "no nos extrañaría que existiera", "todo nos hace pensar", "es bastante posible" y "aunque nada lo indique, estamos convencidos...", ...
Vista la contundencia de las pruebas que Colin Powell y la administración chiripitiflaútica presentaron al Consejo de Seguridad y al mundo, y no a los inspectores de UNMOVIC y la AEIA, las evidencias (que no olvidemos algunas veces engañan) afirman que es la administración chiripitiflaútica, y no la iraquí como hasta ahora se ha dicho, la que está obstaculizando (además de minimizarlo y ningunearlo) el trabajo de los inspectores.

La Confesión y la carga de la prueba

La presunción de inocencia del acusado, es decir, el hecho de que sea el acusador el que tenga que demostrar la culpabilidad del acusado y no el acusado el que tenga que probar su inocencia frente a las acusaciones del acusador, tiene una razón de ser. Por poner un ejemplo, alguien podría acusarme a mi, basándose en la estúpida presunción de que soy un gastrónomo irrespetuoso, de tener en mi despensa carne de lagarto blanco o de rana bermejilla . Ante tamaña acusación, si yo tuviera en mi despensa carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, extremo que juro por mi honor es rigurosamente falso, podría entregarlas a las autoridades, pagar la astronómica multa y recibir la correspondiente reprobación moral, del mismo modo que mi acusador podría localizarlas y ora entregarlas a las autoridades para que me pongan la astronómica multa y reciba la correspondiente reprobación moral, ora comérselas él y que yo me viera exonerado de pagar la astronómica multa y de recibir la correspondiente reprobación moral. Ahora bien, si, como es el caso, yo no tengo en mi despensa carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, yo no tendría ningún elemento para probar mi inocencia. Podría decir que ni tengo, ni he tenido, carne de lagarto blanco o de rana bermejilla en mi despensa. Incluso, podría permitir que, ya sea con orden de registro o sin ella, unos funcionarios registraran mi despensa en busca de la carne de lagarto blanco o de rana bermejilla o indicios que probaran su anterior estancia. Si mi acusador o los funcionarios que le representan no consiguen probar la existencia, pasada o presente, de carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, en una situación normal, aunque mi acusador hiciera una millonaria campaña de propaganda con el lema "Carlos Lapeña tiene en su despensa carne de lagarto blanco y de rana bermejilla y la come todos los días para merendar", yo sería considerado inocente, no tendría que pagar una multa astronómica, ni los gastos provocados por el registro de mi despensa, podría acusar probadamente a mi acusador de falsa acusación y, en circunstancias normales repito, no recibir la correspondiente reprobación moral por comer carne de especies protegidas por muy ricas que estén.

¿Por qué - me pregunto - en el caso de Iraq no se respeta la presunción de inocencia? Pero, la cosa no queda aquí. Si se diera el caso de que mi acusador fuera un reputado consumidor de carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, que escribiera artículos exaltando, pese a su ilegalidad, lo sabroso y delicado que es comer, degustar o catar la carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, que organizara públicas o privadas jornadas gastronómicas en las que se presentaran nuevas preparaciones de la carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, mi acusador no sería ya sólo un falso acusador, sino que sería un sinvergüenza y un canalla.
Cuando Iraq recibe la acusación no probada de albergar las no definidas armas de destrucción masiva por parte de países que, probada y reconocidamente, albergan las no definidas armas de destrucción masiva, no tiene tanta suerte como cuando yo, en circunstancias normales, recibo la acusación no probada de guardar en mi despensa carne de lagarto blanco o de rana bermejilla. Primero, porque Iraq, sometida desde hace doce años a un bloqueo criminal que ha acabado con la vida (y por tanto "liberado" de sus problemas) de, se dice pronto, un millón ochocientos mil iraquíes, está obligada a pagar a los funcionarios que buscan las inexistentes (al menos inencontradas) pruebas de que alberga armas de destrucción masiva. Segundo, porque la autoridad imperial y todos (digo bien, todos) han decidido la existencia de las armas de destrucción masiva en Iraq y, por lo tanto, si esas armas no aparecen es que el régimen iraquí las esconde. Así las cosas, mientras yo podría, en un caso similar, dirigirme a un bosque o una charca a buscar carne de lagarto blanco o de rana bermejilla, conseguirla, entregarla a las autoridades, pagar injustamente la astronómica multa y recibir la correspondiente injusta reprobación moral, Iraq no puede afrontar esa salida; es decir, Iraq no puede ir a Estados Unidos, comprar armas de destrucción masiva, entregarlas a los inspectores, que éstos las destruyan e Iraq reciba la correspondiente e injusta reprobación moral (y más que moral) no solo por albergar armas de destrucción masiva, sino por mentiroso.
Decía Goebles que "cuánto más grande es una mentira, más fácil es que se crea". Recientemente leía el estremecedor relato de Artur London en el que relataba la fórmula, creada por los adláteres del ex seminarista Stalin y su tan-criminal-como-él socio Beria, para crear pruebas y confesiones falsas para llevar a cabo sus desgraciadamente famosas purgas. En el proceso relatado (y vivido) por London, encuentro ciertas similitudes con el actual proceso a Iraq.
El caso de Iraq, como el proceso de Praga del que nos habla London, ya estaba sentenciado antes de que iniciara su fase de instrucción. El caso de Iraq, como el proceso de Praga, se basa en suposiciones repetidas tantas veces que impiden ser cuestionadas hasta por el más justo o bienintencionado. La instrucción del caso de Iraq, como el proceso de Praga, se afronta utilizando un criminal método de tortura para debilitar de tal modo al acusado que llegue a asumir, al menos de alguna manera, la acusación. En el caso de Iraq, como en el proceso de Praga, el acta acusatoria puede variar en cualquier momento según interese al acusador; es decir, lo mismo da acusar a Iraq de albergar armas de destrucción masiva que miembros de Al-Qaeda, se fabricarán las pruebas y los testimonios a medida de cada momento.
En su libro, Artur London cuenta un hecho que ha quedado grabado en mi cerebro. Su réferent describió como "un encuentro de dos días con interrupciones" una cita de una hora y un encuentro de cinco minutos al día siguiente. En su ya citado discurso al Consejo de Seguridad y al mundo, el secretario de estado norteamericano Colin Powell nos reveló que Iraq y Al-Qaeda han mantenido y mantienen estrechas relaciones durante décadas. Si tenemos en cuenta que la propia autoridad imperial data la fundación de Al-Qaeda en 1995 y que los "hechos, no afirmaciones" se presentaron en 2003, Iraq tiene suerte que Powell dijera "durante décadas (dos)", en vez de "durante milenios (también dos)".

Las pruebas no presentadas

Hay algunos hechos, que, quizá por ser "afirmaciones", Powell no ha puesto sobre la mesa en su discurso ante el Consejo de Seguridad y el mundo. En su libro "La economía del Hidrógeno" , Jeremy Rifkin, que en ningún modo pretende afrontar la situación actual, aporta unos datos que extracta Jorge Carrasco y pueden revelar algunas claves de la amenaza a Iraq.
En 1959, M. King Hubbert, geofísico que trabajó para la compañía Shell Oil, pronosticó, basándose en la cantidad y ritmo de la producción en el pasado, que la producción de petróleo en EEUU (salvando Alaska y Hawai) tocaría techo entre 1965 y 1970. La mayoría de los expertos no lo tomaron en serio, pero, Estados Unidos, durante mucho tiempo el principal productor de petróleo del mundo y hasta los años cincuenta el responsable de más de la mitad de la producción mundial, tocó techo en su producción en 1970. Y los precios subieron.
La tesis de Hubbert es sencilla: la producción de petróleo comienza desde cero, sube gradualmente hasta un punto en que se ha explotado la mitad de las reservas recuperables y a partir de ese momento la producción decrece paulatinamente. Evidentemente, el consumo no lo hace, todo lo contrario: aumenta en torno a un 2% anual.
Estados Unidos, con el 5% de la población mundial, consume casi el 26% de todo el petróleo que se produce en el mundo. Produce sólo el 11% de todo el petróleo mundial y cuenta con el 2% de las reservas estimadas (contra, por ejemplo, el 26% de Arabia Saudí). El caso de la producción americana es totalmente comparable a la producción mundial. El día en que la mitad de todas las reservas recuperables mundiales se haya extraído, la producción descenderá y no podrá satisfacer la demanda (que ya de por sí se prevee que aumentará con la incorporación de nuevas economías, como la China: si cada chino tuviera el gasto energético de un estadounidense, no habría petróleo en todo el sistema solar para quemar). Este día se calcula, por los expertos más optimistas, en torno al 2030; otros, que no lo son tanto, lo sitúan al final de esta misma década, sobre el 2010. El barril podría alcanzar entonces un precio superior a 140 dólares (imaginaros un litro de gasolina entre 5 y 6 veces el valor actual).
A partir de 1970, EEUU y las naciones occidentales dependieron más y más de las importaciones del Golfo Pérsico. En 1973, y en protesta por el apoyo occidental a Israel, la OPEP inició un embargo y la primera guerra de precios, cuadriplicando el precio del barril de 3 dólares a 13. Las consecuencias de la recesión todavía las percibimos en nuestros días (las economías occidentales nunca han vuelto a recuperar los niveles de empleo y de crecimiento de las décadas 50 y 60).
En 1973, Oriente Medio era responsable del 38% de la producción mundial de petróleo. A raiz de la crisis de precios y de la reducción de consumo, unido a la exploración de nuevos yacimientos (por ejemplo, los del Mar del Norte), la cuota de Oriente Medio se redujo hasta el 18%. Pero con el rápido agotamiento de estos otros yacimientos, la cuota de Oriente Medio ha vuelto a subir al 30%.
Los analistas de la industria afirman que cuando los "productores estratégicos" -los cinco principales productores de Oriente Medio - lleguen a controlar más de un tercio de la producción, volverían a estar en condiciones de dictar el precio del petróleo en los mercados mundiales.
La verdadera importancia del petróleo de Oriente Medio se hace inmediatamente evidente cuando examinamos la naturaleza de los yacimientos petrolíferos del golfo Pérsico. Hay más de 40.000 yacimientos petrolíferos conocidos en el mundo, pero sólo 40 yacimientos supergigantes -es decir, con más de 5.000 millones de barriles de petróleo- contienen más de la mitad de las reservas de petróleo del mundo. De estos 40 yacimientos gigantes, 26 se hallan en el golfo Pérsico. Además, mientras que otros yacimientos gigantes, sobre todo los de los Estados Unidos y Rusia han tocado techo y se hallan en fase descendente, los yacimientos de Oriente Medio todavía están en la fase ascendente de la curva de campana de Hubbert. La ratio entre reserva y producción (R/P) lo dice todo. La R/P es el número de años que durarán las reservas de petróleo de acuerdo con las tasas actuales de producción. En Estados Unidos, donde se ha extraído más del 60% del petróleo recuperable, la R/P es de 10/1 (es decir: se acabarán en 10 años). En Noruega (Mar del Norte) la ratio es también de 10/1 y en Canadá de 8/1 (y estos dos países son proveedores fundamentales de EEUU: baste decir que, contra la opinión general, el porcentaje de petroleo que importa EEUU de los países de la OPEP es inferior al de hace 25 años, y que en los primeros seis meses de 2001 compró más petróleo a Canadá que a Arabia Saudí, pero la ratio lo dice todo). En cambio, la ratio R/P de Irán es de 53/1, en Arabia Saudí de 55/1, en los Emiratos Árabes Unidos de 75/1, en Kuwait de 116/1 y en Iraq de 526/1."
Efectivamente, Powell no mencionó la ratio entre reserva y producción (R/P) del petróleo iraquí en su discurso al Consejo de Seguridad y el mundo, pero éste no fue su único olvido. En ningún momento de su "acta probatoria" apareció una palabra que, guste o no, es clave en cualquier análisis sobre Oriente Medio desde 1948: Israel.
Desde su fundación en 1948, el estado de Israel no ha conseguido presentarse como clave en el mapa de Oriente Medio, sino mediante el uso de su fuerza armada por él mismo y por su aliado imperial. El fracaso del proceso normalizador iniciado en los acuerdos de Camp David y continuado, sobre todo, a partir de 1991, prueba que la manera más eficaz de convertir Israel en la potencia económica y tecnológica de la zona, es ocupar Iraq y establecer un nuevo mapa regional.
Israel, potencia tecnológica de la Oriente Medio, no ha conseguido, pese a sus intentos y los de determinados regímenes árabes , establecerse como principal proveedor agrícola y tecnológico y recuperador de los excedentes de las rentas petrolíferas de los países árabes del golfo. En ese sentido, la destrucción -especialmente tecnológica- de Iraq, uno de los países más poblados de la zona (27 millones de habitantes), más rico en recursos naturales y con una economía (antes de 1990), aunque dependiente de las rentas petrolíferas, cada vez más diversificada, se ofrece como imprescindible en el fortalecimiento estratégico del principal aliado de la autoridad imperial.

El mayor campo de concentración de la historia

La destrucción de la infraestructura civil en los bombardeos de 1991 (y los posteriores), doce años de bloqueo a modo de sitio medieval, y el boicot criminal de Estados Unidos y Gran Bretaña al programa "Petróleo por alimentos" , no han supuesto únicamente la destrucción tecnológica del principal competidor de Israel, han supuesto la conversión de Iraq en el mayor campo de concentración de la historia. Los números (siempre fríos, pero números) hablan por si solos: la esperanza de vida se ha reducido en nueve años, la mortalidad infantil en menores de cinco años se ha incrementado en un 160 % (lo que supone no un frío porcentaje, sino cinco mil niños muertos más al mes), un 48 % de la población ha perdido el acceso al agua potable, la malnutrición infantil afecta al 60 % de los niños, ochocientos mil menores de cinco años sufren malnutrición crónica, más de la mitad de la población vive por debajo del nivel de la pobreza, el paro afecta a más de la mitad de la población, etc. Esto en un país rico en recursos y desarrollado técnicamente.
Durante mucho tiempo, he pensado que la naturaleza del crimen no varía en función del nombre del criminal. Si alguien introduce un puñal en mi barriga y tira para arriba reventándome el estómago y convirtiendo mi principal fuente de placer en mi último dolor, poco me importa si se llama Basilio, Joe, Ahmed, Adolf, Dimitri, Yosi o Catarata Blanca. Pero si el que comete un genocidio, arrebatando la vida a un millón ochocientas mil personas, ochocientas mil menores de cinco años (me recuerda mi abuela que esos ochocientos mil niños tienen ochocientas mil madres que, al menos una importante parte de ellas, también ha muerto), se llama Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el crimen, al menos moralmente, incrementa su monstruosidad.
Las amenazas norteamericanas en 1991 de enviar Iraq a la edad media se han cumplido. Y para cumplirlas, las sucesivas administraciones norteamericanas y británicas, conjugándola con la tecnología del siglo XXI y la extrema brutalidad del siglo XX, han vuelto también a la edad media.
Al observar los humanitarios y liberadores planes de invasión que asoman de las declaraciones de intenciones imperiales para Iraq, no puedo ver sino la intención de eliminar las pruebas de su crimen en los últimos doce años. Lo que ahora pretenden vendernos como una nueva guerra contra Iraq, no es una nueva guerra contra Iraq. Podrá ser, quizá, una nueva fase de la guerra contra Iraq, porque, declarada o no, la guerra contra Iraq ha estado presente, matando gente ya sea con bombas o con enfermedades curables, en los últimos doce años.

Cuando la verdad parece una exgeración

En su libro "Los hundidos y los salvados" , Primo Levi recuerda como sus guardianes de Auschwitz le decían: "da igual lo que contéis, nadie os creerá". Cuando la magnitud de los crímenes es tan exagerada, el ser humano, en una especie de corporativismo de especie, tiende a no aceptarla como real. A la vuelta de un viaje a Basora, Ramala o Chatila, cuando mis amigos o familiares me preguntan sobre lo que he visto, el eco de las respuestas suena en mi cabeza como una exageración. Quizá se trate de un mecanismo de autodefensa: las víctimas son seres humanos, como quizás yo. ¡Es algo terrible! Pero, decididamente, más terrible es pensar que los verdugos son seres humanos como yo.
Paralelamente, la campaña informativa (no propagandística, claro, pues se trata de "hechos, no afirmaciones") me presenta a Sadam Husein, "un tirano sangriento" , y a su régimen como el único responsable del genocidio de su pueblo. Esta campaña se ha preocupado de ofrecerme hasta la saciedad una imagen deshumanizada, no entro en si falsa o verdadera y, desde luego, bastante contraria a la que me transmitieron los iraquíes con los que pude hablar en Bagdad o Basora, del presidente iraquí que me recuerda al "Saturno devorando a sus hijos" de Goya.
Así las cosas, y volviendo a mi, siempre necesario para mi bienestar mental, mecanismo de autodefensa, puedo entender que el tirano sangriento Sadam Husein, que necesitaba beber la sangre de un millón ochocientos mil de sus paisanos, ha manipulado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que decretara y mantuviera durante doce años el criminal bloqueo contra el pueblo de Iraq. Pero mi mecanismo de autodefensa (o el de Bush, Aznar, o cualquiera de estos, que ya me he hecho un lío) no para ahí. El régimen iraquí ha manipulado al Consejo de Seguridad y al Comité 661 , para emplear los restos del dinero del programa "petróleo por alimentos" para comprar armas de destrucción masiva y construir búnkeres debajo de los ríos para esconderlas y tomar el pelo a las Naciones Unidas. Por mi mecanismo de autodefensa, estoy obligado a creer a Ari Flesicher y a Radio Nacional de España cuando dicen que el gobierno de Iraq tiene escondidas bombas atómicas en casas de ciudadanos civiles (y no olvidemos que esconder armas nucleares debajo de su cama, les priva de su condición de civiles y mucho más de la de desarmados). Mi insaciable mecanismo de autodefensa me explica también que las pruebas presentadas por Powell al Consejo de Seguridad y al mundo, no son sólo absolutamente ciertas, sino muy benevolentes con el gobierno de Iraq, pues su relación con Al-Qaeda se extiende por dos milenios, y que si el representante del emperador en la tierra no ha presentado la pruebas del petróleo y de la necesidad del fortalecimiento estratégico israelí para incluir Oriente Medio en la economía globalizada, es porque no son pruebas sino patrañas de un gobierno dirigido por un tirano sangriento. Mi mecanismo de autodefensa confirma la veracidad del mensaje de Ben Laden del 11 de febrero en el que llama a los musulmanes a defender Iraq, y que su emisión confirma la relación de Ben Laden con Iraq, así como que aquél financió a los guionistas de la gala de la entrega de los Goya. Mi ya casi abominado mecanismo de autodefensa, me hace creer que cuando las televisiones emitieron el vertido petrolífero que, a mala leche y solo por joder, hizo Sadam Husein en el golfo pérsico, o cuando los periódicos hablaron de los soldados iraquíes que sacaron a los niños kuwaitíes de las incubadoras y los lanzaron por las ventanas del hospital para echar unas risas y demostrar su maldad intrínseca, lo hicieron porque los periodistas tienen que decir la verdad por dura que sea. Mi, al menos en principio, necesario mecanismo de autodefensa me ha convertido, como a mis gobernantes, en un cínico o en un imbécil.
Animado por mi metamorfosis de autodefensa me dirijo a la refinería de Repsol de A Coruña. Sólo necesito rodearlos. Someterles a un sitio. Tendrán que entregarme su petróleo. Paralelamente (estamos sincronizados) he mandado a mi cuñado a quemar toda la red de gasolineras, así no tendremos competencia. Estoy en la puerta de la refinería, ya he mandado un fax exigiendo su inmediata rendición. Un taimado sarraceno me lanza un cerdo desde lo alto del edificio. Las últimas palabras que oigo son: "¿Pero tú, quién te crees que eres? ¿El imperio?" A partir de ahí, todo yo soy un penetrante dolor de cabeza.
Afortunadamente, el espíritu de la dama Carcas, actuando como sólo él puede hacerlo, ha disipado mi mecanismo de autodefensa, puede que sea, como mis gobernantes, un cínico o un imbécil, pero yo no he matado a nadie.



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