Paremos la guerra contra Iraq


* Adonís, seudónimo de Ali Ahmad Saíd, sirio, es uno de los más destacados poetas árabes contemporáneos y crítico literario. Este poema dedicado a Iraq fue publicado en árabe en el periódico Al Quds el 1 de abril de 2003. La traducción al castellano es de Iñaki Gutiérrez de Terán, profesor de Lengua árabe en la Universidad Autónoma de Madrid.

"Hoy Bagdad, mañana París"
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Con Iraq


Bagdad, te saludo

Adonís*

5 de abril de 2003. Traducción del árabe de Iñaki Gutiérrez de Terán.
CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

"Una nación entera está a pique de olvidar su nombre. / ¿Y todo por qué? / ¿Las flores del oprobio me han enseñado a dormir / en el regazo de lo funesto? / El invasor ha devorado el pan de la canción; / no preguntes pues, poeta: / a esta tierra sólo puede despertarla / el fuego de la rebelión".

Deja el café y bebe otra cosa
mientras escuchas a los invasores:
"Con la gracia del cielo
hacemos una guerra preventiva;
desde el Hudson y el Támesis
traemos el agua de la vida
para hacerla fluir en el Éufrates y el Tigris".

Una guerra contra el agua y los árboles,
contra los pájaros y los rostros de los niños.
De sus manos surgen llamas de fuego
en forma de clavos de cabeza oval,
y en sus hombros descansa la mano
de la herramienta mortal.

El aire gime y llora
a lomos de un junco llamado tierra
y la arena se hace roja y negra
entre los tanques y los bombardeos,
entre ballenas que son misiles volantes,
en un tiempo que improvisa metrallas,
en volcanes espaciales que expulsan su inquisitiva lava.

Oscila, Bagdad, sobre tu cintura transida de agujeros.
Los invasores nacieron en un viento que anda a cuatro patas
con la gentileza de un cielo restringido
que está preparando al mundo
para que lo engulla la ballena de su lengua sagrada.

En verdad, como dicen los invasores:
parece que este cielo-madre
sólo sabe alimentarse de sus propios hijos.

¿Pero también hemos de creer, invasores,
que los misiles tienen sello de profecía,
que la civilización se hace a golpe de residuo radiactivo?
Una nueva ceniza vieja bajo nuestros pies.
Pero decidme, pies que andáis sin rumbo,
¿sabéis a qué abismo habéis llegado?

Nuestra muerte está al filo de las agujas del reloj;
nuestro pesar se dispone a clavar sus uñas
en la carne de las estrellas.

Guay de este país del que somos parte:
una tierra que nada crepitante en los incendios
y los hombres como leña seca.
Cuán hermosa eres, piedra sumeria,
tu corazón sigue latiendo con un Gilgamesh
que se dispone, de nuevo, a echar pie a tierra
para volver a buscar la eternidad de la vida;
pero, esta vez, su guía no será sino
un haz de polvo radiactivo.

Hemos cerrado las ventanas
tras limpiar los cristales con periódicos
que cifran la historia de la invasión.
Luego, hemos arrojado a las tumbas
nuestros vestigios de rosas.
¿Adónde vamos?
Ni siquiera el camino se cree ya nuestros pasos.

II

Una nación entera está a pique de olvidar su nombre.
¿Y todo por qué?
¿Las flores del oprobio me han enseñado a dormir
en el regazo de lo funesto?
El invasor ha devorado el pan de la canción;
no preguntes pues, poeta:
a esta tierra sólo puede despertarla
el fuego de la rebelión.



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