¿Estamos en guerra?
¿Tenemos un enemigo?
Slavoj Zizek*
Texto publicado en The London Review
of Books,
vol. 24, núm. 10, 23 de mayo de 2002.
Título original "Are we in a war? Do we have an enemy?"
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 6-06-02
La lógica del Homo
sacer se discierne con claridad en la manera que tienen los
medios de comunicación occidentales de informar sobre
los acontecimientos de la Cisjordania ocupada: cuando el Ejército
israelí ataca a la policía palestina y destruye
sistemáticamente la infraestructura palestina, en lo que
Israel describe como una operación 'bélica', la
resistencia palestina aparece citada como prueba de que nos enfrentamos
a terroristas. Esta misma paradoja está inscrita en la
propia noción de la 'guerra contra el terrorismo': una
extraña guerra en la que se criminaliza al enemigo si
éste se defiende y responde a la violencia con más
violencia
Cuando Donald Rumsfeld calificó a los guerrilleros
talibán de "combatientes ilegales" (frente a
la designación como prisioneros de guerra "normales"),
no solamente quiso decir que su actividad criminal terrorista
les colocaba fuera de la ley; cuando un ciudadano norteamericano
comete un crimen (incluso cuando se trata de algo tan grave como
un asesinato), se le sigue considerando un "criminal dentro
de la ley". La distinción entre el criminal y el
no criminal no guarda relación alguna con la distinción
que se hace entre los ciudadanos "legales" y los "sin
papeles" de Francia. Quizás en este caso sea más
útil emplear la categoría de Homo sacer,
recuperada por Giorgio Agamben en su libro Homo sacer: Sovereign
Power and Bare Life (1998) [1]. En el antiguo derecho
romano, se designaba así a la persona que podía
ser asesinada con impunidad y cuya muerte, por esa misma razón,
no tenía valor alguno. Hoy en día, como término
que denota exclusión, puede parecer aplicable no solamente
a terroristas, sino a todos aquellos que se encuentran al final
del camino recorrido por la ayuda humanitaria (ruandeses, bosnios,
afganos), así como a los "sin papeles" de Francia,
los habitantes de las favelas de Brasil, o los ghettos afroamericanos
en EEUU.
Paradójicamente, los campos de concentración
y los campamentos de refugiados que se establecen con carácter
humanitario son dos caras (una "inhumana", la otra
"humana") de la misma matriz sociológica. Al
ser preguntado por los campos de concentración alemanes
en la Polonia ocupada, Erhardt (en la película de Lubitsch
Ser o no ser), responde: "Nosotros nos encargamos
de la concentración; los polacos, de acampar". Una
distinción similar puede aplicarse en el caso de bancarrota
de Enron, que podemos ver como una especie de nota irónica
en una sociedad basada en el riesgo. Los miles de empleados que
perdieron sus ahorros y puestos de trabajo se exponían,
evidentemente, al riesgo, pero no tenían posibilidad de
elegir: el riesgo de los que sabían se convirtió
en el negro destino de los trabajadores. Quienes eran conscientes
de los riesgos que corrían (los de arriba), tuvieron la
oportunidad de intervenir, pero en su lugar eligieron minimizar
los riesgos que ellos mismos corrían vendiendo sus acciones
y opciones antes de que se produjera la bancarrota; de manera
que riesgos y posibilidades de elección estaban muy bien
distribuidos. En otras palabras: en una sociedad basada en el
riesgo, algunos (quienes controlaban Enron) tienen la capacidad
de elegir, mientras que otros (sus empleados) son los que corren
los riesgos.
La lógica del 'Homo sacer'
La lógica del Homo sacer se discierne con claridad
en la manera que tienen los medios de comunicación occidentales
de informar sobre los acontecimientos de la Cisjordania ocupada:
cuando el Ejército israelí ataca a la policía
palestina y destruye sistemáticamente la infraestructura
palestina, en lo que Israel describe como una operación
"bélica", la resistencia palestina aparece citada
como prueba de que nos enfrentamos a terroristas. Esta misma
paradoja está inscrita en la propia noción de la
"guerra contra el terrorismo": una extraña guerra
en la que se criminaliza al enemigo si éste se defiende
y responde a la violencia con más violencia. Lo que nos
devuelve a la cuestión del "combatiente ilegal",
que no es ni un soldado enemigo, ni un criminal común.
Los terroristas de al-Qaeda no son soldados enemigos ni simples
criminales: EEUU rechazó desde el primer momento cualquier
posibilidad de que los atentados contra el World Trade Center
fuesen tratados como acciones criminales apolíticas. En
resumen, bajo el disfraz del Terrorista al que se ha declarado
la guerra se esconde un combatiente ilegal, un Enemigo excluido
del escenario político.
Este es otro aspecto del nuevo orden global: ya no podemos
librar guerras como antes, en el sentido de un conflicto entre
Estados soberanos en las que se aplicaban ciertas normas relativas
al trato debido a los prisioneros, la prohibición de utilizar
cierto tipo de armamento, etc. Ahora existen dos tipos de conflictos:
por un lado, la lucha entre diferentes grupos de Homo sacer,
es decir, "conflictos étnico-religiosos" que
violan las normas universales de derechos humanos y no cuentan
como guerras de verdad, y requieren de una intervención
"pacifista humanitaria" por parte de las potencias
occidentales; y por otro lado, ataques directos perpetrados contra
EEUU o cualquier otro representante del poder global, en cuyo
caso, nuevamente, nos encontramos con algo que no es una guerra,
sino con simples "combatientes ilegales" que resisten
frente a las fuerzas del orden universal. En este segundo caso,
ni siquiera es posible imaginarse a una organización como
la Cruz Roja mediando entre las partes en conflicto, organizando
un intercambio de prisioneros, etc. Porque uno de las partes
en conflicto (la fuerza global liderada por EEUU) ya ha asumido
el papel de la Cruz Roja, en el sentido de que no se percibe
a sí mismo como uno de los dos bandos en guerra, sino
como agente mediador de la paz y el orden global, aplastando
rebeliones y simultáneamente ofreciendo ayuda humanitaria
a la "población local".
Esta extraña "coincidencia entre opuestos"
fue llevada al límite cuando hace algunos meses Harald
Nesvik, miembro derechista del parlamento noruego, propuso a
George W. Bush y Tony Blair como candidatos al Premio Nobel de
la Paz refiriéndose a su papel decisivo en la "guerra
contra el terrorismo". El lema orwelliano "la guerra
es la paz" se hace por fin realidad, y es posible presentar
la guerra contra los talibán como un medio para garantizar
la distribución de la ayuda humanitaria. Guerra y ayuda
humanitaria han dejado de ser opuestos: una misma intervención
puede funcionar simultáneamente en ambos niveles. El derrocamiento
del régimen talibán se presenta como parte de la
estrategia que ayudará al pueblo afgano oprimido por el
régimen; como dijo Tony Blair, es posible que tengamos
que bombardear a los talibán para garantizar el transporte
y la distribución de alimentos. Quizás la imagen
definitiva de la "población local" como Homo
sacer sea la de un avión de guerra norteamericano
sobrevolando Afganistán: es imposible saber si va a tirar
una bomba o un paquete de comida.
El concepto de Homo sacer nos permite entender los
numerosos llamamientos que se han hecho para repensar los elementos
esenciales de las nociones contemporáneas de la dignidad
humana y la libertad que se han venido diseminando desde el 11
de septiembre. Un excelente ejemplo es el artículo firmado
por Jonathan Alter en la revista Newsweek titulado "Ha
llegado el momento de pensar en la tortura" (5 de noviembre
de 2001), con un subtítulo que no auguraba nada bueno:
"El mundo ha cambiado: para sobrevivir, podría ser
necesario recurrir a técnicas antiguas que parecían
estar fuera de la cuestión". Tras flirtear con la
idea israelí de legitimar la tortura física y sicológica
en casos de extrema urgencia (cuando por ejemplo sabemos que
uno de los terroristas detenidos tiene información que
podría salvar cientos de vidas) y de escribir declaraciones
tan "neutrales" como decir que "hay algunos tipos
de tortura que claramente funcionan", llega a la siguiente
conclusión:
"No podemos legalizar la tortura porque contradice los
valores norteamericanos. Pero aún cuando seguimos pronunciándonos
en contra de las violaciones de los derechos humanos en todo
el mundo, no deberíamos tener prejuicios a la hora de
pensar en cierto tipo de medidas en la lucha contra el terrorismo,
como por ejemplo los interrogatorios sicológicos con autorización
judicial. Debemos pensar también en traspasar a algunos
sospechosos a algunos de nuestros enemigos menos aprensivos,
aún cuando caigamos en la hipocresía. Nadie dijo
que esto iba a ser fácil."
Semejantes declaraciones son de una obscenidad descarada.
En primer lugar, ¿por qué elegir el atentado contra
las Torres Gemelas como justificación de todo lo anterior?
La CIA ha entrenado durante décadas en la práctica
de la tortura a sus aliados militares en América Latina
y el Tercer Mundo. Incluso el argumento "liberal" citado
por Alan Dershowitz es sospechoso: "No apoyo la tortura,
pero si hay que torturar, entonces no hay más remedio
que contar con la aprobación de los tribunales".
Cuando, llevando más lejos este mismo argumento, Dershowitz
sugiere que en una situación extrema la tortura no tiene
como objetivo dañar los derechos del prisionero en cuanto
que acusado (puesto que la información que se obtenga
no será utilizada en su contra en un juicio, y la tortura
como tal no contaría como forma de castigo), resulta que
la premisa que subyace es aún más inquietante,
puesto que presupone que debería estar permitido torturar
a la gente no como parte de un castigo merecido, sino llana y
sencillamente porque saben algo. ¿Por qué no ir
más allá entonces y legalizar la tortura de prisioneros
de guerra que podrían tener información que salvaría
cientos de vidas de soldados de nuestro bando? Si tenemos que
elegir entre la "honestidad" liberal de Dershowitz
y la "hipocresía" a la antigua usanza, sería
mejor quedarnos con la segunda opción. Puedo imaginar
que, en una situación concreta y teniéndome que
enfrentar al consabido "prisionero que algo sabe" y
cuyas palabras podrían salvar miles de vidas, yo podría
optar por la tortura. Sin embargo, aún cuando estemos
ante un caso como este -o quizás precisamente por ello-
es absolutamente crucial que no convirtamos esta opción
desesperada en principio universal: dada la inevitable y brutal
urgencia del momento, uno debería simplemente hacerlo.
Solamente de este modo (prohibiendo la conversión de nuestra
acción en principio universal) retendríamos un
sentimiento de culpa, la conciencia de la inadmisibilidad de
lo que acabamos de hacer.
Apoyar la práctica de la tortura
Un auténtico liberal debería contemplar estos
debates, estos llamamientos a mantener "la mente abierta"
como una señal de que los terroristas están ganando.
En cierto sentido, ensayos como los de Alter, que no abogan abiertamente
por la tortura sino que simplemente la introducen como tema susceptible
de ser discutido legítimamente, son aún más
peligrosos que el apoyo explícito a la misma. Al menos
en estos momentos, el apoyo explícito a la tortura se
rechazaría como algo demasiado espantoso, pero el mero
hecho de presentar la tortura como legítimo objeto de
discusión nos permite flirtear con la idea de la tortura
al tiempo que mantenemos nuestra conciencia limpia ("¡Claro
que me opongo a la tortura, pero ¿perjudicamos a alguien
simplemente por discutir el tema?") Admitir la tortura como
tema de discusión lo cambia todo por completo, mientras
que una defensa abierta de la misma no deja de ser un elemento
de idiosincrasia. La idea de que, una vez que saquemos al genio
de la lámpara podremos mantener la tortura dentro de límites
"razonables", es la peor de las ilusiones liberales,
aunque solamente sea porque el ejemplo que se pone de la "situación
límite" es engañoso: en una amplísima
mayoría de casos, no se tortura para resolver una de estas
"situaciones límite", sino por razones muy distintas:
para castigar al enemigo, para hacer que se derrumbe psicológicamente,
para aterrorizar a la población, etc. Cualquier posicionamiento
ético consecuente debe rechazar semejante razonamiento
pragmático-utilitarista. Probemos con un experimento muy
sencillo: imaginen a un periódico árabe defendiendo
la práctica de la tortura contra prisioneros estadounidenses;
piensen en la explosión de comentarios sobre la barbarie
fundamentalista y la falta de respeto hacia los derechos humanos
que una situación así generaría.
Cuando a comienzos del mes de abril los norteamericanos detuvieron
a Abu Zubaydah, supuestamente la segunda persona más importante
dentro de al-Qaida, los medios de comunicación
discutieron abiertamente si debía ser torturado. En unas
declaraciones reproducidas por el canal de televisión
NBC el 5 de abril, el propio Rumsfeld afirmó que su prioridad
era la salvaguarda de vidas norteamericanas, no los derechos
humanos de un terrorista de primera fila, y atacó a los
periodistas por mostrar tanta preocupación por el bienestar
de Zubaydah, dejando vía libre a la posibilidad de que
se le torturase. El espectáculo ofrecido por Alan Dershowitz
fue aún más deprimente. A Dershowitz le preocupaban
dos cosas: 1) el caso Zubaydah no es típico de una situación
"límite", es decir, no está probado que
tenga información sobre un inminente ataque terrorista
que podría evitarse si se le tortura, y 2) torturarle
no sería, todavía, legal; para que así fuera,
habría que iniciar un debate público y después
reformar la Constitución de los Estados Unidos, al tiempo
que públicamente habría que explicitar y aclarar
en qué puntos EEUU no seguiría respetando la Convención
de Ginebra relativa al tratamiento de prisioneros enemigos.
Precursor notable en el campo de la "biopolítica"
paralegal, un campo en el que las medidas administrativas fueron
remplazando gradualmente al imperio de la ley, fue el régimen
de Alfredo Stroessner en Paraguay durante las décadas
de los sesenta y setenta. El régimen llevó la lógica
del estado de excepción hasta extremos tan absurdos como,
todavía, no superados. Bajo el régimen de Stroessner,
Paraguay mantuvo en lo que se refiere a su ordenamiento
constitucional la forma de una democracia parlamentaria
"normal" que garantizaba plenamente las libertades.
No obstante, puesto que (tal y como aseguraba Stroessner) todos
vivían en un estado de emergencia a causa de la lucha
que a escala mundial se libraba entre la libertad y el comunismo,
la plena puesta en práctica de la Constitución
debía posponerse eternamente y habría que vivir
bajo un estado de excepción permanente. Una situación
que, por otro lado, solamente se interrumpía durante un
día cada cuatro años: el día de las elecciones,
para perpetuar el dominio del Partido Colorado de Stroessner
con una mayoría del 90% del electorado, digna de sus oponentes
comunistas. Lo paradójico es que el estado de excepción
se normalizó, mientras que la libertad democrática
"normal" se convirtió en excepción de
un día. Este extraño régimen anticipó
algunas de tendencias perceptibles en nuestras sociedades liberal-democráticas
tras el 11 de septiembre. ¿No es acaso la retórica
que se emplea en la actualidad la de una emergencia global en
la lucha contra el terrorismo, dotando de legitimidad a un número
cada vez mayor de suspensiones de derechos legales y de otro
orden? El aspecto más amenazante de las recientes declaraciones
de John Ashcroft de que "los terroristas utilizan la libertad
de EEUU como un arma contra nosotros" lleva implícita
la obvia conclusión de que debemos poner límites
a nuestra libertad para defendernos. Estas declaraciones de altos
cargos de la Administración norteamericana, especialmente
Rumsfeld y Ashcroft, junto con las explosivas demostraciones
de "patriotismo americano" que siguieron al 11 de septiembre
han creado un clima propio de una emergencia de Estado, con la
consiguiente ocasión que se crea para la posible suspensión
del orden legal imperante, así como para la aserción
de la soberanía estatal sin excesivos "constreñimientos"
legales. Después de todo, y tal y como el presidente Bush
dijo inmediatamente después del 11 de septiembre, EEUU
vive en estado de guerra. Pero el problema es precisamente ese:
que EEUU no está en guerra, al menos no en el sentido
convencional del término; para una inmensa mayoría
de la población, la vida sigue; la guerra sigue siendo
asunto exclusivo de las agencias estatales. Al desaparecer las
diferencias entre una situación bélica y una situación
de paz de manera efectiva, entramos en una era en la que una
situación de paz puede ser, al mismo tiempo, un estado
de excepción.
Estado de excepción
Paradojas de este tipo nos ofrecen la clave para entender
cómo el resurgir liberal-totalitario representado por
la "guerra contra el terrorismo" está relacionado
con el verdadero estado de excepción revolucionario, articulado
primeramente por San Pablo en su referencia al "fin de los
tiempos". Cuando una institución estatal proclama
un estado de excepción, lo hace por definición
como parte de una estrategia desesperada que tiene por objeto
evitar lo que es verdaderamente urgente y volver al "estado
natural de las cosas". Recordarán ustedes que una
de las características de todas las proclamas reaccionarias
en un "estado de excepción" fue el hecho de
que se caracterizaron por ir dirigidas contra el descontento
popular (o "confusión") y por ser presentadas
como un medio para la restauración de la normalidad. En
Argentina, Brasil, Grecia, Chile o Turquía, cuando el
ejército proclamó un estado de emergencia lo hizo
para dominar el "caos" creado por la politización
de la población en general. Es decir: las proclamas reaccionarias
que surgen en un estado de excepción son, en realidad,
una defensa desesperada contra un estado de excepción
real.
Carl Schmitt nos ofrece un buen ejemplo del que podemos aprender
algo. La división entre "amigo" y "enemigo"
no es en ningún caso un reconocimiento de una diferencia
objetiva. El enemigo es siempre, por definición (y hasta
cierto punto), invisible: no puede ser reconocido directamente
porque se parece a nosotros, razón por la cual el mayor
problema y la principal tarea de la lucha política es
el de proveer y construir una imagen del enemigo que podamos
reconocer (los judíos son el enemigo por antonomasia no
porque escondan su verdadera imagen, sino porque, en última
instancia, detrás de su apariencia engañosa no
hay nada. Los judíos carecen de esa "forma interna"
que existe en toda forma verdadera de identidad nacional: son
una no-nación entre las naciones; su esencia nacional
reside, precisamente, en la falta de esencia, en una clase de
plasticidad amorfa e infinita.) En pocas palabras: el "reconocimiento
del enemigo" es siempre un procedimiento que se da simultáneamente
con la designación del enemigo como tal; un procedimiento
que descubre y construye su "verdadero rostro". Schmitt
hace referencia a la categoría kantiana del Einbildungskraft,
o el poder trascendental de la imaginación: para reconocer
al enemigo, debemos "esquematizar" la figura lógica
del Enemigo con mayúsculas, dotándola de características
concretas que lo convertirán en objetivo apropiado de
la lucha y el odio.
Tras el colapso de los Estados comunistas, que surtían
a Occidente de la figura del Enemigo de la Guerra Fría,
la imaginación occidental entró en una década
de confusión e ineficacia mientras buscaba una esquematización
apropiada del Enemigo con mayúsculas, yendo de los jefes
de los cárteles narcos a toda una serie de señores
de la guerra que lideraban los denominados "Estados gamberros"
(Sadam, Noriega, Aidid, Milosevic), sin que ese Enemigo se estabilizara
adoptando una imagen central; este acto de imaginación
solamente recuperó su poder tras el 11 de septiembre,
construyendo la imagen de Bin Laden (el fundamentalista islámico),
y de al-Qaida, su red "invisible". Todo esto quiere
decir que nuestras democracias, pluralistas, tolerantes y liberales,
siguen siendo en el fondo schmitteanas: siguen basándose
en un Einbildungskraft político que les proporcione
una figura apropiada para hacer visible a ese Enemigo que no
se deja ver. Lejos de dejar en suspenso la lógica binaria
entre Amigo y Enemigo, el hecho de que el Enemigo quede definido
como el fundamentalista que se opone a la tolerancia pluralista
simplemente hace que a todo ello se le añada un toque
reflexivo. Este proceso de "renormalización"
lleva pareja una transformación fundamental de la figura
del Enemigo: ya no se trata del Imperio del Mal, es decir, de
otra entidad territorial, sino de una red global ilegal, secreta,
y casi virtual en la que el estado de ilegalidad (o criminalidad)
coincide con un fanatismo étnico-religioso "fundamentalista";
puesto que esta entidad carece de un estatus legal positivo,
esta nueva configuración implica el fin del derecho internacional
que, al menos desde el principio de la era moderna, había
venido regulando las relaciones entre Estados.
Cuando el Enemigo sirve como elemento que hilvana nuestro
espacio ideológico (el point de capiton lacaniano),
lo hace para convertir en uno único elemento a la multitud
que conforman nuestros oponentes políticos reales. En
la década de los treinta, el estalinismo construyó
una agencia del Monopolio Capitalista Imperialista para demostrar
que los fascistas y los socialdemócratas (los denominados
"social-fascistas") eran "hermanos gemelos",
que ambos eran "las dos caras del monopolio capitalista".
Así, el nazismo elaboró la idea de un "complot
plutocrático-bolchevique" como agente común
que amenazaba el bienestar de la nación alemana. El capitonnage
es la operación por medio de la cual identificamos y construimos
un único agente que es quien "mueve los hilos"
detrás de la multitud de nuestros oponentes. Lo mismo
es válido en el caso de la actual "guerra contra
el terrorismo", en la cual la figura del Enemigo terrorista
es aquella en la que se condensan dos figuras opuestas: el "fundamentalista"
reaccionario y el resistente de izquierdas. El título
del artículo firmado por Bruce Barcott en el suplemento
del New York Times el 7 de abril lo dice todo: "De
amante de los árboles a terrorista". El verdadero
peligro no procede de los fundamentalistas de derechas responsables
del atentado de Oklahoma y casi con toda seguridad del pánico
causado por el ántrax, sino de los verdes, que nunca han
matado a nadie. La característica más ominosa que
subyace en todos estos fenómenos es la universalización
metafórica del significante "terrorismo". El
último mensaje lanzado por la televisión norteamericana
en contra de las drogas dice: "¡Cuando compras droga,
estás dando dinero a terroristas!"Se eleva entonces
la noción de "terrorismo" a un nivel en el que
se convierte en el común denominador de todos los males
sociales. ¿Cómo se supone entonces que debemos
escapar de esta situación?
Durante los meses de enero y febrero, se vivió en Israel
un acontecimiento extremadamente importante: cientos de reservistas
se negaron a servir en los Territorios Ocupados. Estos objetores
no son simples "pacifistas": en sus proclamas públicas,
se esfuerzan en dejar bien claro que han cumplido con su obligación
de luchar por Israel en las guerras que se han librado contra
los Estados árabes, en el transcurso de las cuales alguno
de ellos llegó incluso a ser condecorado. Sin embargo,
declaran que no pueden aceptar una lucha que tenga como fin "dominar,
expulsar, matar de hambre y humillar a un pueblo". Las afirmaciones
de los objetores están documentadas en descripciones detalladas
de las atrocidades perpetradas por el Ejército israelí,
desde el asesinato de niños hasta la destrucción
de propiedades palestinas. Gil Nemesh, sargento del Ejército
israelí, describía así el "ambiente
de pesadilla que se vive en los territorios" en la página
web de los objetores [2]:
"Mis amigos (...) obligando a un anciano a deshonrarse
a sí mismo, dañando a niños, maltratando
a la gente por pura diversión y después jactándose
de ello, riéndose de toda esta brutalidad tan terrible.
No estoy seguro de querer seguir llamándoles "amigos".
Han permitido que su humanidad les abandone, no por simple crueldad,
sino llana y sencillamente porque comportarse de otro modo es
demasiado difícil."
Palestinos e incluso árabes israelíes (oficialmente
ciudadanos israelíes de pleno derecho) sufren discriminación
en la distribución de los recursos hídricos, en
la propiedad de la tierra, y en otros muchos e innumerables aspectos
de sus vidas cotidianas. Los palestinos son tratados, básicamente,
como niños manos que deben ser devueltos al bueno camino
mediante una disciplina y castigo severos. A Arafat, escondido
y aislado en tres habitaciones de su complejo residencial de
Ramala, se le exigió acabar con el terrorismo, como si
él controlase plenamente a todos los palestinos. El trato
que los israelíes dispensan a la Autoridad Palestina (atacándola
militarmente, al tiempo que le exige que acabe con los terroristas
en su propia casa), constituye una paradoja pragmática
en la cual el mensaje explícito (esto es, la orden de
acabar con el terrorismo) se subvierte a través del modo
en que se envía dicho mensaje. ¿No sería
más honesto decir que lo verdaderamente insostenible de
la situación palestina es el hecho de que a la AP se le
pide que "resista, para que así podamos aplastaros"?
En otras palabras: ¿no será que el verdadero objetivo
de la actual invasión israelí del territorio palestino
no es la prevención de futuros ataques terroristas, sino
la de impedir de una vez por todas que haya una solución
pacífica en un futuro previsible?
Por su parte, el absurdo del punto de vista norteamericano
quedó representado a la perfección en un comentario
realizado por Newt Gingrinch ante las cámaras de televisión
el pasado 1 de abril: "Puesto que Arafat es realmente el
líder de una organización terrorista, tendremos
que destituirle y reemplazarle con un nuevo líder democrático
que esté dispuesto a llegar a un acuerdo con el Estado
de Israel". No se trata de una paradoja hueca. Hamid Karzai
ya es un líder "democrático" impuesto
desde el exterior a otro pueblo. Cada vez que el "líder
interino" de Afganistán aparece en nuestros medios
de comunicación, lo hace vestido con ropas que no parecen
sino una versión atractivamente modernizada de la vestimenta
afgana tradicional (un gorro y un abrigo de lana debajo de un
abrigo más moderno, etc.) Su figura parece pues ejemplificar
su misión: combinar la modernización con lo mejor
de las tradiciones afganas; no es sorprendente, teniendo en cuenta
que fue un diseñador occidental de primera el que se inventó
el atuendo. Karzai es la metáfora que mejor expresa el
estatus de Afganistán hoy en día.
¿Y si no existe una mayoría palestina silenciosa
"verdaderamente democrática" en el sentido norteamericano
del término? ¿Y si un "nuevo líder
elegido democráticamente" resulta aún más
anti-israelí, lo cual por otra parte no sería sorprendente
teniendo en cuenta que Israel ha aplicado sistemáticamente
la lógica de la responsabilidad y el castigo colectivos,
destruyendo las casas de la familia de los sospechosos de terrorismo?
La cuestión no radica en que se trate cruel y arbitrariamente
a los palestinos en los Territorios Ocupados, sino en que se
les reduce al estatus de Homo sacer, objeto de las medidas
disciplinarias o incluso de la recepción de ayuda humanitaria,
pero sin que se les considere ciudadanos plenos. Los objetores
han conseguido reconceptualizar al palestino, desde su consideración
de Homo sacer hasta llegar a considerarlo como un "vecino":
no tratan a los palestinos como "ciudadanos con plena igualdad
de derechos", sino como vecinos en un sentido estrictamente
judeo-cristiano. Y ahí precisamente reside la difícil
prueba ética que deben superar los israelíes de
hoy: o la expresión "ama a tu vecino" significa
"ama al palestino", o no podrá significar otra
cosa.
La objeción, cuya importancia ha sido minimizada por
la prensa, es una acción ética auténtica.
Es ahí, en ese tipo de actos, donde (como San Pablo habría
dicho) ya no existen judíos ni palestinos, convertidos
en miembros plenos de la polis y Homines sacri. En este
punto debemos ser platónicos sin reparo alguno: el acto
de decir "no" designa ese momento milagroso en el que,
por un instante, la Justicia eterna hace acto de presencia en
la esfera de la realidad empírica. Ser conscientes de
momentos como este es el mejor antídoto frente a las tentaciones
antisemitas que a menudo se detectan entre los críticos
de la política israelí.
Notas de CSCAweb:
1. Publicada en Pretextos,
1998.
2. www.seruv.org.il
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