La nueva edad de piedra
Santiago Alba Rico
20 de noviembre de 2002. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Ya no podemos imaginar
cosas peores. Pero pueden ocurrir cosas peores. No tenemos imaginación
suficiente. Pero quizás en estos momentos ya no se trata
de tener imaginación sino de tener sencillamente-
coraje"
El
pasado 26 de octubre uno de los periodistas de la ANSA desplazados
a Moscú respondía a la pregunta acerca de las consecuencias
que podía acarrear para el prestigio de Putin el asalto
de las fuerzas especiales rusas al teatro tomado por un comando
checheno. "Es no sólo un triunfo de Putin sino un
triunfo de la civilización. Nuestra civilización
ha triunfado sobre esos fanáticos que quieren cortar manos
en todas las plazas de Europa". El mismo día el diario
ABC editorializaba en la misma dirección, hablando de
"nuestra superior civilización" que nunca ha
atacado ni atacará al Islam, pero que "tiene que
defenderse de él por todos los medios". Hace unos
días, Oriana Fallaci nos propinaba uno de sus artículos
para utilizar el mismo argumento, esta vez contra los participantes
en el Foro Social Europeo, un montón de bárbaros
ignorantes, incultos y naturalmente violentos, cómplices
de los crímenes de Sadam y sumisos a las órdenes
de Ben Laden, que habrían acudido a Florencia, como las
hordas de Alarico, a destruir las más altas cimas artísticas
de nuestra civilización superior.
He escogido algunas citas recientes, pero el muestrario podría
prolongarse hasta el infinito. Este es el tono desde el 11 de
septiembre. ¿Qué ha ocurrido, qué ha tenido
que ocurrir para que un mal chiste racista, un cliché
del siglo diecinueve, el exabrupto de un taxista rezongón
se conviertan en criterios generales de explicación voceados,
difundidos y repetidos por todos los medios de comunicación,
al menos de este lado del mundo? Y, sobre todo, cuando ocurre
esto, ¿qué va a ocurrir?
El 11 de septiembre del 2001 ocurrieron dos cosas. Una muy
grave: un salvaje atentado criminal derribó dos edificios
y mató a 3.000 personas inocentes. La otra mucho más
grave, gravísima, terrible, casi apocalíptica:
EEUU y en su estela, por interés o sumisión, la
mayor parte de los gobiernos de la tierra, con sus políticos,
sus expertos, sus periodistas y sus intelectuales decidieron
derribar las condiciones mismas en las que es posible distinguir
la culpabilidad de la inocencia; decidieron destruir las condiciones
formales de todo acuerdo, entendimiento y seguridad recíproca;
decidieron destruir el Derecho Internacional, las Naciones Unidas,
las Convenciones de derechos humanos, los marcos constitucionales
de los Estados, todas las garantías formales que han protegido
mínimamente a los hombres en un planeta gobernado de hecho
por otras fuerzas. En todo caso, no fue en respuesta a los atentados,
no. "Cuando la rama está a punto de romperse",
escribió Brecht, "todo el mundo se pone a inventar
sierras". Esa es la lógica del capitalismo, y más
en su versión ultraliberal e imperialista. Si la salud
del planeta y de los hombres no es compatible con el capitalismo,
suprimamos la salud del planeta y de los hombres; si una buena
alimentación para todos no es compatible con el capitalismo
generalicemos el hambre; si la educación y el bienestar
para todos no es compatible con el capitalismo, suprimamos la
educación y el bienestar; si la justicia no es compatible
con el capitalismo, suprimamos la justicia; y si la democracia
está a punto de quebrarse, porque también es incompatible
con el capitalismo y los hombres empiezan a tomar conciencia
de ello un poco en todas partes, entonces hay que inventar alguna
forma de totalitarismo.
Eso es lo que ocurrió el 11-S: el mundo ha empezado a
deslizarse muy deprisa de la ciudadanía a la civilización,
de la política a la policía, del Derecho al estado
de excepción. Acontecimiento que viene marcado por una
triple y perversa liberación:
- La liberación por la cual el lenguaje se ha desprendido
de esas restricciones trabajosamente adquiridas durante siglos
que llamamos razones. De esas restricciones la humanidad se ha
liberado varias veces antes y siempre con las consecuencias de
todos conocidas; una de forma tristemente notoria en los años
treinta
del siglo pasado en nuestra Europa hipercivilizada. Hay cosas
que es mejor no pensar y que, si se piensan, es mejor no decir
y que, si se dicen, es mejor que las diga un chiste. Cuando el
chiste lo hace el político o el periodista, es que ha
ocurrido ya algo muy grave y que algo mucho más grave
va a pasar. Entre otras cosas graves, ocurre que ya no se pueden
hacer chistes.
- La liberación por la cual los gobiernos, los dirigentes
políticos y las instituciones del Estado se desprenden
de las "ataduras" de la Ley.
- La liberación por la cual una economía en
crisis, estructuralmente inmoral, se desprende a su vez del engorro
llamado democracia (a través de instituciones financieras
supranacionales, como el FMI o la OMC, o de acuerdos y tratados
no sujetos a control electoral: el ALCA, el GATT, el Plan Colombia,
etc.).
Es verdad que durante los cincuenta años de soberanía
trampeada y saboteada de la ONU se han producido decenas de sangrientos
conflictos, violaciones de derechos humanos y crímenes
de guerra. Pero hay una diferencia fundamental: como nos recuerda
Edward Said en un reciente artículo, ahora la guerra "no
sólo se practica sino que se teoriza sobre ella".
Sobre la guerra sólo se puede teorizar en ciertas condiciones.
Se teorizó mucho en los años diez del siglo XX
y en los años treinta. Se empieza teorizando sobre la
guerra y se acaba siempre legislando a su medida. Y lo verdaderamente
grave no ocurre cuando estalla una bomba o salta en pedazos una
aldea; lo más grave no es que miles de niños mueran
de hambre y miles de personas sean tiroteadas y miles de prisioneros
torturados contra la razón y la ley. Las cosas pueden
ser aún peores. Lo verdaderamente grave ocurre cuando
miles de niños mueren de hambre y miles de personas son
tiroteadas y miles de prisioneros son torturados en nombre de
la razón y con el apoyo de la ley. Porque entonces, entre
otras consecuencias, la gente se vuelve tan loca que el número
de las víctimas se multiplica aterradoramente. Lo verdaderamente
grave ocurre cuando cien pacíficos congresistas aprueban
desde sus asientos la ley que concede nuevos gastos militares
o la que instituye tribunales militares secretos o nuevos ministerios
de Seguridad Interna o redes de soplones o ilegaliza partidos
o promulga expedientes de registro y vigilancia de extranjeros
o sistemas de censura y control de las comunicaciones, etc. Lo
verdaderamente grave ocurre cuando veinte sesudos expertos de
un gobierno, en un documento titulado de Seguridad Nacional,
teorizan sobre "el internacionalismo americano" y ponen,
como hiciera Disraeli con los ingleses en el siglo XIX, los derechos
de los americanos por encima de los derechos humanos (en una
doctrina que recuerda mucho al Fichte de los Discursos a la
Nación Alemana, tan apreciados por los nazis). Guerra
y democracia son incompatibles, y por eso la resistencia contra
la guerra es la resistencia de la democracia, amenazada desde
el 11-S por todas las leyes de excepción que, desde EEUU
a la India, desde España al Perú, desde la República
Checa a Colombia, hacen retroceder los márgenes de libertad
de los ciudadanos y sus medios de protección frente a
la arbitrariedad y el despotismo.
La idea de "guerra global" se ajusta perfectamente
a la necesidad de acabar globalmente con la democracia, de establecer
una dictadura global. Como tratan de sugerir las citas del corresponsal
en Moscú, del ABC y de la Falaci, ya no hay conflictos
locales ni pueblos perseguidos ni malas políticas que
pasan factura ni historia de nuestra propia barbarie ni sórdidos
intereses económicos: sólo hay nuestra virginal
civilización superior contra su violencia gratuita,
metafísica, emanada directamente del cogollo del Mal;
y este su incluye ya a casi todos, nos incluye a todos
nosotros; este "su" somos nosotros, aquí sentados,
somos virtualmente todos los que nos oponemos a que a la rama
ya casi quebrada le pasen por encima además la sierra.
La "guerra global" tiene muchas ventajas. En un mundo
sin política, en el que el enemigo es literalmente el
Diablo, no hay negociación, no hay nada que negociar,
como ha demostrado muy bien Putin siguiendo a rajatabla las enseñanzas
de Bush. En un mundo en el que el enemigo está en todas
partes, difuso como un herpes, con metástasis cancerosas
en todos los países, incrustado bajo las formas más
variadas en los respiraderos, se puede golpear en todas partes,
en todas direcciones, contra todas los focos de resistencia.
En nombre de la Seguridad y de la lucha contra el terrorismo,
se puede desmantelar en cada uno de los países del planeta
todo el frágil entramado de valores y garantías
jurídicas, conquista de dos siglos, que no impedían
que el mundo fuese malo, pero sí que fuese el peor.
La "guerra global" permite borrar toda distinción:
la distinción entre rebeldes y terroristas, entre disidentes
y criminales, la distinción entre legalidad y legitimidad,
entre seguridad y libertad, entre guerra y paz, entre civiles
y militares, entre seguridad interior y exterior, etc. Pero resulta
que esta flotación, esta indistinción de las categorías
jurídicas es precisamente lo que hasta el siglo XX se
llamaba "barbarie" y desde entonces se llama "totalitarismo".
El propio delirio publicitado de los que convierten el chiste
racista y el cliché decimonónico en la nueva norma
ideológica del siglo XXI nos sirve, sin embargo, para
medir toda la brutalidad, toda la inmoralidad y toda la injusticia
del mal llamado Nuevo Orden Mundial. ¿No hay nada en común
entre Ben Laden y José Bobé? ¿Entre los
centros sociales italianos y Hamas? ¿Entre los movimientos
anti-normalización jordanos y Abu Sayef? ¿Entre
Castro y Sadam Hussein? ¿Entre los militantes antiglobalización
y los talibán? ¿Entre las organizaciones de derechos
humanos y el comando checheno del teatro de Moscú? ¿Entre
un okupa y Mohamed Atta? Si Bush, Sharon, Aznar, Berlusconi y
la Falaci los tratan a todos por igual es que hay algo en común
entre todos ellos, aunque no, naturalmente, lo que sostienen
en voz alta. Lo hay. Todos ellos constituyen obstáculos,
nudos de la madera, puntos de resistencia, en el proceso de reconfiguración
del orden socio-económico planetario. Pero, ¿qué
podemos pensar de este orden? ¿Nos gustará? Un
orden que no distingue entre un defensor de los derechos humanos
y un millonario ex-miembro de la CIA capaz de lanzar aviones
comerciales contra el centro de Nueva York, porque ambos le estorban
por igual; un orden al que estorban por igual Chomsky y Ben Laden,
un okupa idealista de Valencia y un muyahid talibán,
es un orden que cualquier persona con sentido común y
con entrañas, no importa su posición política
ni su filiación ideológica, tiene que rechazar.
Pero, ¿es todo esto tan nuevo? El ataque preventivo,
la doctrina de la seguridad, la intervención "humanitaria",
el unilateralismo, la sustitución de categorías
jurídicas por categorías metafísicas, ¿constituyen
una novedad "post-moderna" en nuestro mundo? En el
año 171 a. de C., nos cuenta Tito Livio, el rey Perseo
mandó embajadores para preguntar al Senado romano "qué
razones tenían los romanos para trasladar tropas a Grecia
o para ocupar sus ciudades". Los senadores despacharon al
mensajero diciéndole que los romanos "lo hacían
por razones de seguridad de las propias ciudades". ¿Nos
resulta familiar? La intervención "humanitaria"
de las legiones romanas en Macedonia se hizo en nombre de la
libertad de los griegos, amenazados por el despotismo del rey
Perseo, hombre cruel, arbitrario y tiránico. ¿No
nos suena de algo? El rechazo de una "mayoría"
a esta invasión Tito Livio la atribuye a la "ignorancia"
de las masas, a su fascinación natural por las monarquías,
al soborno y a la maldad. ¿Es la primera vez que lo oímos?
Estaríamos tentados de asimilar el "nuevo" orden
mundial al imperio romano, como algunos analistas han hecho ya,
si no fuese porque el imperio romano, al menos en sus comienzos,
era mucho más "garantista". Reconocía,
en efecto, dos fuentes de derecho: el Derecho de Conquista y
el Derecho de Gentes. En virtud de este último, por ejemplo,
en el año 173 a. de C. el Senado romano impuso una multa
al cónsul Marco Popilio, obligándole además
a restituir la libertad y los bienes a los vencidos, por haber
vendido a diez mil prisioneros lígures que se habían
rendido sin condiciones. Nadie ha juzgado a EEUU por la matanza
de Mazar-a-Sharif ni por la masacre de prisioneros afganos -¿tres
mil?- asesinados en contenedores durante su traslado a cárceles
del norte del país. EEUU no reconoce ya más derecho
que el Derecho de Conquista.
La presunta "novedad" post-moderna, a la luz de
la cual tantos analistas han interpretado las secuelas del 11-S,
es sólo una majadería etnocentrista. Sólo
los occidentales, cuyas conciencias están configuradas
a la medida de la permanente y acelerada renovación de
las mercancías, prisioneros además de la ilusión
de un "progreso" infinito, son incapaces de concebir
la idea de un "retroceso". En los países del
llamado Tercer Mundo, que han hecho sólo progresos milimétricos
en el último siglo y que, en relación con las potencialidades
científicas y tecnológicas de la época,
han experimentado retrocesos infinitos, el 11-S y sus secuelas
resultan muy familiares. No hay nada nuevo aquí. Personalmente,
lo que me parece terrible de todo esto no es su novedad sino
su espantosa antigüedad, su terrorífico primitivismo.
En un año hemos retrocedido mucho más atrás
de la República romana, hasta la Edad Media. O
incluso hasta la Edad de Piedra. Somos "primitivos",
sí, pero en un contexto tecnológico "postmoderno"
y ésta es sin duda una de las razones por las que el sentido
común, más allá de la militancia política,
debe oponerse a la invasión de Iraq y a todas las que
vendrán después. Algunas ONGs han calculado en
estos días el número de víctimas, la mayor
parte civiles, que acarreará la intervención estadounidense
en Medio Oriente: cuatro millones si se emplean armas nucleares,
sólo quinientos mil si se renuncia a ellas. Esta
sola especulación, ¿no basta para medir todo el
horror de la Nueva Edad de Piedra? ¿Y no entraña
ya un cierto fatalismo?
Somos "primitivos", sí, pero con los recuerdos
también de todos los diminutos progresos, al menos virtuales,
que la Humanidad ha hecho en los últimos siglos. De esos
"recuerdos" tiene que alimentarse también nuestra
resistencia. Tito Livio, después de enumerar todos los
presuntos motivos de que los griegos prefiriesen un rey despótico
a un orden justo y liberal como el romano; después de
citar la ignorancia, la maldad, el soborno y la versatilidad
de carácter, añade otro al final de una larga frase,
como si fuese el más inverosímil o el menos digno
de consideración: los griegos quizás también
rechazaban la invasión, por más increíble
que parezca, porque "no querían estar a merced de
los romanos". Aparte de la forma Imperio, hay otras muchas
de someter a los hombres y todas son malas; pero estos "recuerdos"
históricos de un grado mayor de razón y de justicia,
nos deben "recordar" que Imperio y democracia, Imperio
y justicia, Imperio y libertad, como bien sabía ya Pericles,
son incompatibles. Esto tenemos en común los defensores
de la paz y de los derechos humanos -tal y como han visto Bush,
Sharon, Aznar y la Falaci- con esos otros fanáticos con
los que tampoco queremos tener nada que ver y a los que también
hay que combatir: que no aceptamos estar a merced de los estadounidenses
ni de su imperio global capitalista. Porque ese Imperio es ya
casi incompatible con el mundo.
Ya no podemos imaginar cosas peores. Pero pueden ocurrir cosas
peores. No tenemos imaginación suficiente. Pero quizás
en estos momentos ya no se trata de tener imaginación
sino de tener sencillamente- coraje.
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