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Agenda 2001


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Agenda 2001 - El ataque contra EEUU y sus consecuencias

La elección es nuestra

Roger Normand
(jurista, director del CESR, EEUU)

20 de septiembre de 2001
(traducción de Pablo Carbajosa para CSCAweb)

"Mientras los dirigentes de Washington aboguen por restringir las libertades civiles en el país y por una violencia indiscriminada en el extranjero, mientras los representantes de los medios sigan sin plantear preguntas relevantes sobre esta guerra global que nos han prometido, mientras los pueblos árabes, musulmanes y sudasiáticos se enfrenten a un brutal aumento de la violencia física, no tenemos más remedio que llevar nuestro mensaje a la calle"

TODO está ya preparado para un ataque contra Afganistán. Los cazas a reacción de los portaaviones están dispuestos y en alerta, los escuadrones de bombarderos pesados y las divisiones aerotransportadas de asalto han aterrizado en el norte de Pakistán. Puede incluso que el ataque se verifique antes de que el presidente Bush dé el paso, bien poco corriente, de dirigirse a ambas cámaras antes de las 9 de esta noche.

¿Qué está sucediendo? Puesto que el gobierno controla estrechamente toda la información, sin que los medios dominantes la pongan en cuestión, no podemos hacer otra cosa que formular hipótesis corteses sobre la naturaleza del ataque y sus potenciales consecuencias.

Las montañosas fronteras orientales de Pakistán, sobre todo en torno a la ciudad de Kandahar, son la base del poder tanto del dirigente supremo de los talibán, el mulá Omar, como de Osama Bin Laden y sus luchadores "árabes afganos". Es de esperar que los cazas garanticen la seguridad del espacio aéreo para que a continuación los bombarderos pesados machaquen la región durante un periodo continuado, seguido de misiones de "búsqueda y destrucción" contra las fuerzas talibán y de Bin Laden.

Hay varios problemas estratégicos que aparecen de inmediato en este enfoque:

1. Los funcionarios norteamericanos han definido como objetivos primordiales -para atacarlos y acabar con ellos- a los elementos de mando de las redes de los talibán y de Bin Laden. Pero estamos hablando de quienes más seguros se encuentran en Afganistán, de quienes tienen acceso exclusivo a remotos refugios y escondrijos en las montañas; sus familias han huido ya a Pakistán, mientras el resto de la población se encuentra atrapada en la frontera. El único modo de matar a quienes no se puede localizar con precisión consiste en acabar con todo el que se encuentra en una zona mucho más extensa, en la que se supone que se esconden los blancos.

2. El segundo objetivo lo constituirán probablemente las fuerzas de los talibán. Pero no estamos en este caso ante un ejército centralizado y moderno como el de Iraq. Actúan en pequeñas unidades móviles dirigidas por comandantes de cada zona que poseen un conocimiento íntimo del terreno. Es imposible golpearles con ataques precisos. El bombardeo de alfombra puede hacer que mueran algunos pero matará a un porcentaje mucho mayor de civiles y familias que carecen de medios para alcanzar los lugares más seguros de alta montaña.

3. Los ataques se lanzarán desde Pakistán, tal como exigen nuestros dirigentes políticos y militares, y en contra de los deseos y el juicio, más certero, de los dirigentes políticos y militares de dicho país. Y ¿por qué se oponen? Porque Pakistán ya se encuentra amargamente dividido. Fuerzas muy poderosas -no sólo los partidos islámicos y elementos importantes de los servicios de inteligencia y de la cúpula militar sino también una parte significativa de la población, sobre todo los patanes de la región semiautónoma del noroeste que bordea Afganistán- han jurado oponerse a la presencia de tropas norteamericanas en su suelo. Amenazan abiertamente con la guerra civil contra el debilitado gobierno de un Estado nuclear ya enzarzado en un conflicto de baja intensidad con la India, también nuclearizada, a causa de su disputa sobre el territorio de Cachemira.

4. Otro grupo de países árabes y musulmanes se enfrenta a un dilema comparable (si bien menos dramático) al de Pakistán, especialmente Arabia Saudí y otras dictaduras del Golfo, Egipto, Argelia, Indonesia, incluso Jordania. La respuesta interna contra estos regímenes frágiles y represivos podría llevar a un aumento de los conflictos internos que podría tener consecuencias regionales y globales.

Ya podemos ir esperando comunicados de prensa de Washington que describan los ataques contra objetivos de los centros de mando y control de los talibán y los campamentos de montaña de Bin Laden. Podemos ir esperando imágenes enlatadas de bombas inteligentes alcanzando el blanco, filmadas por el Pentágono, servidas a los medios, y proyectadas en todos y cada uno de los hogares norteamericanos. Estas mismas imágenes las vimos durante la Guerra del Golfo hace diez años, para enterarnos luego de que el 88% de las bombas no tenían nada ni de listas ni de precisas.

Podemos esperar también que se trate del primer ataque de una guerra larga, simples preliminares del crescendo que se avecina. El Times de Londres daba hoy cuenta de la operación "Águila Noble", un plan angloamericano para erradicar el terrorismo. Esos destellos de luz que aparecen en nuestro horizonte colectivo, ¿son tan sólo producto de la detonación de las bombas o anuncian el alba de una nueva Guerra Fría? ¿Hemos descubierto otro Imperio del Mal que mantenga el círculo de la violencia, el temor y el odio que han sido la plaga del más sanguinario de todos los siglos? ¿No hay otro modo de garantizar seguridad que esa adhesión familiar, rígida y mortal del nosotros contra ellos?

Vivimos en tiempos peligrosos y funestos. No hemos terminado aún de llorar a nuestras víctimas y ya se esperan pronto otras nuevas a las que llorar. La palabra "justicia" está en boca de todos. Pero hemos de reconocer que la justicia constituye un terreno debatido. ¿Hablamos de la justicia que nace del corazón de toda tradición religiosa, ética y legal perdurable, la justicia nacida del amor, del valor y la comprensión que ve los lazos de toda la humanidad y busca hasta la raíz las causas de la violencia. ¿O hablamos de la violencia que nace de la venganza y la necesidad de exorcizar el dolor y el temor golpeando a indefinidos enemigos, la justicia que quiere seducirnos con fáciles respuestas y fórmulas simples como el bien y el mal, nosotros y ellos, la justicia que divide a la humanidad y hace girar la rueda de una infinita violencia y venganza?

Ninguna nación, ninguna cultura, ninguna religión es del todo buena o mala. Este mundo nuestro es el hogar de seis mil millones de personas, todas capaces de amar, de odiar, de albergar esperanza y temor. Algunos de nosotros somos capaces de horrores inimaginables, como violar y asesinar a niños pequeños, estrellar aviones de pasajeros secuestrados contra rascacielos atestados de gente, u ordenar bombardeos de alfombra sobre zonas civiles. Pero la mayor parte de nosotros, si se nos diera la oportunidad y la información suficiente, haríamos lo que fuera para impedir o resistirnos a esos horrores.

Durante estos momentos de crisis es cuando todos los que tienen conciencia deben estar unidos y elevar sus voces a favor de la sensatez y la esperanza. Mientras los dirigentes de Washington aboguen por restringir las libertades civiles en el país y por una violencia indiscriminada en el extranjero, mientras los representantes de los medios sigan sin plantear preguntas relevantes sobre esta guerra global que nos han prometido, mientras los pueblos árabes, musulmanes y sudasiáticos se enfrenten a un brutal aumento de la violencia física, no tenemos más remedio que llevar nuestro mensaje a la calle. Sólo una protesta respetuosa, no violenta y firme en todo el país convencerá a nuestros dirigentes de que los norteamericanas somos gente buena y decente que deseamos desesperadamente tener seguridad -como todos los seres humanos de la Tierra- pero que no tolerarán ninguna manipulación de una trágica pérdida de vidas, de la sangre inocente, ninguna justificación del derramamiento de sangre inocente de otros seres humanos, cuyos madres e hijos llorarán por ellos igual que los nuestros.

Nuestro mensaje debe asentarse firmemente en el derecho internacional y los derechos humanos, los mismos valores fijados en nuestra Constitución. Respeto a la vida y fin de toda discriminación. Libertad de expresión y de palabra. Protección de los inocentes y castigo a los culpables sobre la base de pruebas incriminatorias y de procedimientos ajustados a derecho. Por encima de todo, debemos hacer frente sin ambigüedades a la cuestión de la seguridad nacional e individual insistiendo en que el respeto por las libertades civiles y los derechos humanos -en nuestro país y fuera de él- es el único camino hacia la seguridad, lo mismo para nosotros que para los demás pueblos que comparten esta pequeño planeta interconectado.

El imperio de la ley o la ley de la venganza. La elección es nuestra, de cada uno de nosotros.