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Agenda 2001 - Paremos la guerra

 

El boomerang afgano: EEUU, el islam militante y los errores de Osama ben Laden

Yacov Ben Efrat

Challenge, núm. 70 (suplemento especial)
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 10 de noviembre de 2001

No es fácil comprender la alternativa que EEUU tiene en Afganistán, quizás porque no tiene ninguna. Por eso mismo, Washington retrasó su respuesta militar durante casi un mes. Incluso hoy es difícil definir los objetivos de esta guerra o el patrón por el cual habremos de medir el éxito o el fracaso de la misma. Parece extraño que para atrapar a un hombre y sus seguidores escondidos en cuevas un gran poder tenga que movilizar a enormes portaaviones y divisiones enteras del ejército a través de los mares

Hasta hace poco, el nombre de "Afganistán" tenía un tono exótico para muchos, pero no para los políticos norteamericanos. Durante una década (1979-1989) los norteamericanos apoyaron la guerra afgana contra la Unión Soviética, contribuyendo así al colapso soviético. Bien podría decirse que el Nuevo Orden Mundial tuvo sus inicios en este desolado país, pese a que poco tiempo después tuvo su punto culminante en la Guerra del Golfo.

Entre los muyahidín que lucharon contra la Unión Soviética había quienes se negaban a aceptar ese nuevo orden mundial, y vieron la victoria afgana como un símbolo de la superioridad islámica. La guerra anti-soviética era una lucha contra un Imperio Infiel. El apoyo que [los muyahidín] recibieron de EEUU les pareció entonces una mera conjunción temporal de intereses.

La existencia de estos grupos disidentes con sus excéntricas interpretaciones no levantó suspicacias en Washington. Había dos razones para semejante complacencia. Una, el desequilibrio de fuerzas: un poder mundial no podía sentirse amenazado por grupos de guerrilleros poco armados. Dos, que los antiguos aliados [de EEUU] siguieron colaborando en la campaña norteamericana por aplastar a la Federación yugoslava, primero en Bosnia, más tarde en Kosovo, y animaron también la guerra contra Rusia en Chechenia, donde cooperaron con compañías petrolíferas norteamericanas que pretendían asegurarse el control de los recursos energéticos del Mar Caspio.

En Afganistán uno de estos grupos, los talibán, se hizo con el poder por la fuerza en 1996. Los talibán dieron cobijo y apoyaron a Osama ben Laden, quien en 1998 emitió una opinión religiosa o fatua convocando al jihad contra EEUU. Sin embargo, otro factor contribuyó a la ceguera de Washington: sus aliados regionales (Arabia Saudí, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos) apoyaban a los talibán con dinero y armas. De hecho, fueron los únicos en reconocer al gobierno talibán.

¿Cómo pudieron los principales de EEUU brindar su apoyo a los talibán, que apoyaban a su vez el decreto de Osama ben Laden relativo al jihad? ¿Por qué EEUU no se tomó la amenaza en serio? Para responder a estas preguntas, necesitamos examinar las raíces de la guerra actual. Sea cual sea el papel de Osama ben Laden a la hora de iniciar el conflicto, es un error atribuir los ataques sin precedentes del pasado 11 de septiembre únicamente a sus puntos de vista extremistas. El extremismo crece en una realidad política, social y económica específica en la que hoy por hoy viven la mayoría de los pueblos. No es, ni con mucho, algo propio únicamente del Islam. Lo vemos también entre los yugoslavos que han girado hacia el ultra-nacionalismo, o en Italia y Austria, donde los fascistas están nuevamente en el gobierno, o entre quienes perpetraron las masacres en África, e incluso en el mismo EEUU donde existen fundamentalistas cristianos esperando ansiosamente el día del Armageddon. El extremismo es una epidemia de dimensiones globales

I. Afganistán, tierra abandonada

Desde 1979 a 1989, EEUU se mantuvo tremendamente ocupado en Afganistán, controlado entonces por fuerzas soviéticas. EEUU veía la presencia soviética en el país como una amenaza para su influencia en Asia Central y fundamentalmente como una amenaza para sus aliados, Pakistán y Turquía. La Revolución iraní había acabado hacía poco con el Shah. El trauma iraní hizo que aumentara la ansiedad norteamericana cuando Afganistán cayó en manos soviéticas. Como contrapeso a lo anterior, Anwar el-Sadat firmó los acuerdos de Camp David y se pasó al bloque occidental. Pero debido al aislamiento que siguió [a la firma de los acuerdos] en el mundo árabe, EEUU seguía sin tener claro cuál sería el futuro de la región.

Para cumplir con su objetivo de influir en Afganistán, EEUU necesitaba una política exterior más agresiva. Lo cual a su vez exigía una transformación interna. Ocurrió a finales de 1980, cuando el conservador republicano Ronald Reagan venció al demócrata Jimmy Carter. Reagan entró en la Casa Blanca armado con un programa político extremadamente anti-soviético. De manera inmediata, encontró un aliado cercano en el líder de Pakistán, el general Zia al-Haq, que había depuesto al gobierno legítimo de Ali Bhutto tres años antes.

La Administración Carter había impuesto sanciones sobre Pakistán debido a su programa nuclear y a los abusos contra los derechos humanos. Reagan canceló inmediatamente las sanciones. Pakistán se convirtió en el tercer país que más ayuda exterior recibía de EEUU (Fuente: Digital National Security Archive). A cambio, Pakistán apoyaría la política norteamericana.

Con el fin de ganar legitimidad a nivel doméstico para su régimen dictatorial, el general Zia comenzó a depender de las tendencias islamistas. Al tiempo que se suprimían partidos políticos y se eliminaban las libertades, Zia intentó dotar al régimen de una nueva identidad. Entre los movimientos religiosos, eligió al Jamaat al-Islam, un partido fundamentalista de derechas fundado en 1941. Zia otorgó a la Jamaat amplios poderes para administrar el sistema educativo, incluyendo las universidades, y le ayudó a ganar influencia sobre los medios de comunicación (Alavi).

El poder del partido se extendió a todos los ámbitos, incluido el ejército, y levanto las suspicacias de la oposición pakistání. El idilio entre Zia y los islamistas llegó a su punto culminante en 1980, cuando la ley islámica (shariah) se convirtió en oficial. El carácter fundamentalista del régimen pakistaní no preocupaba a Washington. Al contrario: la CIA hizo suyo el punto de vista de los Servicios de Inteligencia de Pakistán: el extremismo islámico en Pakistán debe ser ayudado en su lucha contra las clases de orientación izquierdista, más educadas y liberales.

Siguiendo los consejos del general Zia, EEUU decidió apoyar al partido islamista afgano liderado por Gulb Eddin Hekmatyar. La CIA intentaba colocar a Hekmatyar al frente de una fuerza que liberase Afganistán de la ocupación soviética. La preferencia por Hekmatyar se derivaba de su afiliación étnica. El grupo al que pertenece, los pastún, viven a ambos lados de la frontera afgano-pakistaní. Es el grupo étnico más grande de Afganistán. Otros líderes que inicialmente habían comenzado a luchar contra los soviéticos, como Burhan Eddin Rabbani o Ahmad Shah Massoud (ambos pertenecientes a la minoría tayika) no fueron capaces de conseguir el apoyo masivo que Pakistán dio a Hekmatyar. Otro factor iba en su contra: no parecían ser demasiado obedientes (Singh).

En 1987, la ayuda militar norteamericana a los rebeldes afganos llegó a los 700 millones de dólares; era más de lo que Pakistán recibía. La CIA se ocupó de equiparles con nuevo armamento sofisticado. La Agencia también se ocupó de que las armas no llegaran directamente de EEUU. Su intención era oscurecer la presencia norteamericana en la región (Fuente: Digital National Security Archive, 2001). Con el fin de que disminuyera la actividad financiera entre EEUU y Afganistán, Arabia Saudí transfirió enormes sumas de dinero de sus propias cuentas, que la CIA controlaba en secreto. Cuando las tropas soviéticas se retiraron de Afganistán, el país se vio sumido en una guerra civil. Las diversas fuerzas musulmanas que habían luchado conjuntamente no podían ponerse de acuerdo sobre la repartición del poder. Hekmatyar, que todavía contaba con el apoyo de Pakistán, no pudo capturar Kabul. Los enfrentamientos entre sus fuerzas y las de su rival, Ahmad Shah Massoud, desgarraron el país. La anarquía reinaba en Afganistán.

II. Los talibán conquistan Afganistán

El movimiento talibán tiene su origen en una red de escuelas religiosas establecidas en Pakistán por otro partido islamista, la Jamaiyyat Ulama al-Islam. A principios de los noventa, cerca de cuatro mil madrasas se establecieron en todo Pakistán, especialmente cerca de la frontera con Afganistán donde dos millones de refugiados afganos vivían en campamentos. Las escuelas no atraían solo a niños refugiados, sino también a hijos de familias pakistaníes bien situadas. En la actualidad, las madrasas cuentan con medio millón de estudiantes (Rashid).

Hasta 1993, la Jamaiyyat Ulama al-Islam era aún un partido aislado en la escena política pakistaní. Pero entonces se unió al gobierno de Benazir Bhutto. La coalición gubernamental estaba encabezada por el Partido del Pueblo Pakistaní (PPP). Bajo este régimen, la Jamaiyyat Ulama al-Islam educó a sus alumnos en un ambiente político y militar. De allí salió el movimiento talibán bajo la supervisión y responsabilidad de los Servicios de Inteligencia de Pakistán. En agosto de 1994, el régimen pakistaní decidió imponer el orden y la estabilidad. Envió a los jóvenes guerrilleros a realizar la tarea en la que Hekmatyar había fracasado (cuatro años antes, durante la guerra del Golfo, Pakistán ya se había desencantado de Hekmatyar debido a que este último adoptó una postura pro-iraquí; por la misma razón, Hekmatyar levantó las iras de sus patrones saudíes).

El líder de la Jamaiyyat Ulama al-Islam, Mullah Fadel al-Rahman (que había sido responsable del Comité de Asuntos Exteriores del parlamento pakistaní) visitó Arabia Saudí en varias ocasiones. Su objetivo era convencer a los saudíes para que apoyaran la nueva política pakistaní en Afganistán. El jefe de los servicios secretos saudíes (el príncipe Turki al-Faisal) visitó entonces el centro talibán de Kandahar al sur de Afganistán. La presión pakistaní dio sus frutos: los saudíes decidieron financiar a los talibán (Hiro). Los saudíes tenían además un motivo adicional para hacerlo. Tanto la Jamaiyyat Ulama al-Islam como los talibán pertenecen a una escuela islámica de pensamiento conocida como la escuela deobandí, nombre que proviene de la ciudad india de Deoband donde se fundó en 1867. La escuela se basa en una interpretación separatista y reaccionaria del Islam. Los deobandíes están próximos a la escuela wahhabí, la escuela a la que pertenece la familia real saudí.

EEUU se unió a sus aliados en su apoyo al movimiento talibán, dejando a un lado la crueldad talibán para con los ciudadanos afganos. Washington tenía un único objetivo: controlar el petróleo y el gas de los recursos del Mar Caspio. El 26 de septiembre de 1996, después de siete años de guerra civil, los talibán capturaron Kabul, la capital afgana. Impusieron su autoridad y consiguieron dotar a la ciudad de cierta estabilidad durante un breve periodo de tiempo (Maroofi).

Un año después, se firmó un contrato entre un grupo de compañías petrolíferas que incluía a la norteamericana Unocal y a la saudí Delta Oil, y por otro lado al gobierno de Turkmenistán (antigua república soviética). El acuerdo incluía la construcción de un oleoducto de 790 kilómetros de longitud desde los yacimientos de gas de Turkmenistán en el Mar Caspio hasta el Océano Índico. El oleoducto debería pasar supuestamente por Afganistán y Pakistán, permitiendo así a los norteamericanos dejar a un lado a Irán y a Rusia. El gobierno talibán prometió a Pakistán que mantendría la estabilidad en el área alrededor del oleoducto (Haque). Trud, un periódico ruso, citaba al ayudante de dirección de Unocal, Chris Taggart, quien el 29 de octubre de 1997 aseguraba que "si los talibán estabilizan la situación en Afganistán y obtienen reconocimiento a nivel internacional, las posibilidades de construir el gaseoducto serán mucho mayores". En agosto de 1998, las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar al-Salam sufrieron sendos atentados con bomba. Los ataques fueron atribuidos a Osama ben Laden, que entonces ya se encontraba en Afganistán bajo la protección del gobierno talibán. Tres meses después, Unocal canceló su parte del acuerdo para la construcción del oleoducto.

La victoria talibán en Afganistán no fue el resultado de la intervención divina; más bien, del apoyo brindado a los talibán por el ejército y los servicios secretos pakistaníes unidos al dinero norteamericano y saudí. En circunstancias algo más normales, ni siquiera todo ello habría bastado. Se necesitaba un elemento adicional: el flagrante atraso de Afganistán. Si no hubiera sido por eso, un movimiento con una interpretación del Islam como la suya no podría haberse hecho con el poder. El movimiento solamente podría haberse asentado en un país que careciese de las estructuras propias de la vida moderna.

III. Un plan utópico para la restauración del califato

En 1995, el Presidente egipcio Hosni Mubarak se encontraba de visita en Etiopía, cuando intentaron acabar con su vida. El atentado se vinculó a los asociados de Osama ben Laden y más tarde a Sudán. Egipto y Arabia Saudí presionaron a Sudán, que finalmente expulsó a ben Laden. [ben Laden] regresó a Afganistán en mayo de 1996. El 26 de septiembre, las fuerzas talibán entraron en Kabul y se adueñaron del país. La estrecha relación existente entre ben Laden y los talibán no se debía a ningún interés de parte de ben Laden en el bienestar del pueblo afgano. La necesidad de reconstruir un país destrozado no ocupaba un lugar en su agenda. Al contrario: la devastación y el retraso [del país] le proporcionaban un suelo fértil para su programa megalomaniaco: convertir Afganistán en la principal base para los guerrilleros de la jihad en pos de la conquista islámica.

El movimiento talibán no estableció un sistema moderno de gobierno. Tampoco intentó solucionar los problemas económicos y la crisis social que habían sido causadas por años de guerra y sequía. En su lugar, y mediante un sistema especial de policía, el régimen se empeñó en imponer por la fuerza su versión reaccionaria wahhabí del Islam. La nueva legislación prohibía, entre otras cosas, escuchar música o dedicarse a labores artísticas. Las mujeres afganas pagaron el precio más alto. Los talibán les prohibieron estudiar o trabajar e incluso salir de casa salvo con condiciones definidas de un modo muy estricto.

Sin embargo, los talibán trajeron una estabilidad relativa que detuvo el flujo de refugiados que salían hacia Afganistán. El vecino pakistaní veía con buenos ojos al nuevo gobierno, y se convirtió en su patrón. Para Pakistán, un Afganistán amigo era una fuente de importancia estratégica. Afganistán proporciona a Pakistán ayuda en el conflicto que Pakistán mantiene con la india por el control del Asia Central. En concreto, los guerrilleros talibán reforzaron a la tropas pro-pakistaníes del territorio de Cachemira. Durante la guerra de fronteras que se libró en mayo de 199 entre India y Pakistán, las fuerzas de ben Laden jugaron un papel esencial.

A pesar de la pobreza y la devastación reinantes, Pakistán se ha convertido en una zona crucial para los intereses globales y regionales. El gobierno talibán, por su parte, ha encadenado al pueblo afgano a su lucha por una nación islámica. El objetivo no es sino imponer su visión reaccionaria del Islam a escala global. Para empezar, no se resistieron a cooperar con EEUU. Los guerrilleros de la jihad se unieron al Tío Sam en conflictos que iban desde los Balcanes a Chechenia pasando por las Filipinas. Osama ben Laden y los talibán desarrollaron una relación simbiótica. Estos últimos adoptaron el programa utópico del primero según el cual todos los musulmanes deberían unirse bajo la égida de un califato restaurado, librando al mundo musulmán de infieles y eliminando las fronteras nacionales. La visión de ben Laden conduciría al aislamiento del mundo islámico. Ben Laden cree que el único modo de conseguir este objetivo es eliminando a los actuales regímenes árabes. Organizativamente, su principal arma es el movimiento de Al-Qaeda. Un movimiento que vio la luz durante la revuelta anti-soviética como un medio para coordinar a los voluntarios árabes que habían llegado a ayudar a los afganos.

Ben Laden ha hablado de su programa en el canal de televisión de Al-Jazeera. Ben Laden pretende una restauración del tipo de régimen que existía durante el califato de los rashidun, término referido a los cuatro sucesores del Profeta Muhammad. Los califas rashidun son considerados hombre píos comparados con los líderes corruptos y sembradores de la división que les sucedieron en épocas posteriores. Sin embargo, y frente a otros visionarios musulmanes, ben Laden intenta poner su programa en práctica de una sola vez, comenzando por el mundo árabe, pero sin detenerse ahí. Pretende reemplazar el actual régimen global por un régimen isla´mico. En su afán por cambiar el mundo, ben Laden no contempla un proceso de persuasión que se alargue en el tiempo. No busca construir una alternativa que cuente con una amplia base social y organizada políticamente. No cree en la movilización de las masas hasta el momento en que están preparadas para derrocar al régimen. Su método es más bien un atajo conocido como el jihad. Solo entonces, según cree, los oprimidos despertarán a la acción. Ben Laden cuenta con la desesperación y la frustración que la política norteamericana ha generado durante la última década. Pero lo cierto es que sin una alternativa social firme, la desesperación y la frustración nunca han sido suficientes para cambiar la realidad.

Pese a los dramáticos efectos de los recientes ataques terroristas, no hay nada nuevo en el concepto que los sustenta: un grupo de extremistas ejecuta una acción espectacular que tiene como objetivo provocar la acción en las masas. El mismo concepto guió las acciones de las Bader-Meinhof en Alemania, las Brigadas Rojas en Italia, o los Montoneros en Argentina. Estas organizaciones, ya sean de izquierdas o de derechas, estaban ideológicamente muy alejadas del Islam de Osama ben Laden. Sin embargo, todos ellos comparten la creencia de que el terror allanaría el camino del cambio. Esto eso: todo ellos tienen en común la cualidad de la impaciencia. Su fin: la derrota más absoluta. Sus tácticas aventureras permitieron a las autoridades aislarles y eliminarles. Sus acciones terroristas proporcionaron un pretexto para, de paso, acabar con otros movimientos revolucionarios más pacientes, que trabajaban lentamente por construir una verdadera alternativa.

Frente a los partidos comunistas, los grupos radicales (malinterpretando a Marx), pretendían hacerse con el poder simplemente mediante la lucha armada. Las acciones violentas reemplazarían a la mobilización de las masas, a los sindicatos y a los partidos políticos. ben Laden no ha aprendido nada del triste destino de la "jihad izquierdista", cuyos guerrilleros no eran menos devotos que los suyos. El odio y el desprecio que ben Laden tiene hacia la clase trabajadora o cualquier cosa que huela a socialismo le han impedido aprender de la experiencia ajena. Mientras, está llevando a quienes le apoyan a un destino similar.

IV. El declive del 'jihad' global

En febrero de 1998, ben Laden y Aiman al-Zawahiri, líder de la Jihad Islámica en Egipto, unieron a varios grupos islamistas bajo una sola denominación: "El Frente Islámico Global Contra los Cruzados y los Judíos". Varios clérigos que se identificaban con el Frente emitieron una fatwa (una opinión legal) en la que declararon que "matar norteamericanos y a sus aliados, ya sean civiles o militares, es una obligación para cualquier musulmán capaz, dondequiera que sea posible. Este decreto tendrá vigencia hasta la liberación de la Mezquita de Al Aqsa [en Jeruslaén] y los Santos Lugares [en La Meca], y hasta que sus ejércitos se retiren de todas las tierras del Islam" (Fuente: al-Quds al-Arabi, febrero 1998). El edicto era una medida desesperada. El objetivo era revivir a los grupos dedicados a la jihad, cuya imagen, por razones que pasaremos a explorar a continuación, había recibido numerosos reveses en el mundo árabe.

1. El fracaso del jihad en Argelia

Tras la retirada soviética de Afganistán en 1989, cerca de 10.000 voluntarios árabes que habían luchado con los rebeldes afganos se encontraron sin nada que hacer. Bajo el liderazgo de ben Laden, establecieron una red secreta de activistas armados que actuaba en diferentas países. El primer objetivo fue Argelia, cuyo ejército se había hecho con el poder en 1991 en un golpe contra el partido que había ganado las elecciones el año anterior (el Frente Islámico de Salvación, FIS). Cinco años después del golpe, el GIA (Grupo Islámico Armado), apareció en Argelia. El GIA estaba vinculado a ben Laden. Proclamó la jihad contra el ejército argelino y sus milicias rurales. En la lucha, los dos bandos masacraron a miles de musulmanes inocentes. La sangre de los civiles corrió hasta el otoño de 1997, momento en que el FIS declaró un alto el fuego. El GIA lo rechazó, continuando con sus operaciones terroristas. El resultado fue su aislamiento y el repudio que le mostraron las masas argelinas (Binramdane).

2. y en Egipto

El destino de los grupos radicales en Egipto no fue muy diferente. Los actos terroristas fracasaron en sus intentos de derrocar al régimen. En principio, los grupos egipcios intentaron sin éxito asesinar a varios responsables del gobierno. Más adelante, asesinaron a turistas. Además de destruir vidas, los ataques causaron un prejuicio económico considerable, dado que la principal fuente de divisas para Egipto es el turismo. Los radicales perpetraron también ataques terroristas sobre los coptos, la minoría cristiana en Egipto, en un intento por avivar los conflictos inter-religiosos. Pero la sociedad egipcia le dio la espalda a este tipo de extremismo. En su lugar, apoyó una escuela islámica más moderada que pretendía aliarse con el régimen. Los activistas de los movimientos islámicos moderados forman una parte considerable hoy en día de la elite económica de Egipto. Muchos trabajan en la administración, en instituciones religiosas, en universidades, sindicatos, y organizaciones no gubernamentales. Sus puestos les conectan con el régimen. De hecho, estos activistas tienen también influencia sobre las masas, y han conseguido aislar a los grupos radicales, evitando que hagan caer al gobierno.

3. y en Sudán

El golpe más duro para el movimiento de la jihad se produjo en Sudán. En principio, las cosas fueron estupendamente bien. En 1989, Hasan al-Turabi y el general Omar Bashir ejecutaron un golpe de estado contra el gobierno sudanés que había sido elegido democráticamente. El nuevo régimen invitó a Osama ben Laden a vivir y trabajar en Sudán. A mediados de la década de los noventa, sin embargo, el general Bashir comenzó a aproximarse a Occidente, y en 1996 se apartó de Bin Ladren. Tres años más tarde, puso a Turabi en arresto domiciliario. Durante ese mismo periodo, el régimen permitió a la CIA abrir sus oficinas en Sudán.

4. y en los países árabes

Los radicales han fracasado también en los países árabes, lo cual demuestra la diferencia existente entre el mundo árabe y Afganistán. Las masas árabes han rechazado todos los intentos de imposición de una dictadura islámica. Los trabajadores, los campesinos, y la intelligentsia liberal no están en absoluto dispuestos a entrar en la Era Oscura del fanatismo.

5. y más allá

Los radicales han intentado también imponer su visión más allá del mundo árabe, pero con escaso éxito. Los triunfos aparentes de Bosnia y Kosovo no se produjeron debido a una capacidad militar superlativa. Sus intereses coincidieron temporalmente con los de Occidente; eso es todo. La colaboración se basaba en el deseo común de reducir la influencia rusa [en la zona], desmantelando la federación yugoslava. Una muestra de esta extraña armonía se dio también en Israel. El gobierno de Yitzhak Rabin apoyó al movimiento islamista local en 1993, absorbiendo a decenas de refugiados musulmanes procedentes de Bosnia. El movimiento islamista perdió el entusiasmo, sin embargo, al comprobar que los refugiados eran rubios y laicos; así que finalmente, los refugiados fueron acogidos en los kibbutzim.

Los radicales sufrieron también derrotas en Chechenia y Daguestán. Allí, los muyahidín operaban en respuesta a las llamadas de Norteamérica, que deseaba hacerse con el control del Mar Caspio, rico en petróleo. Rusia mantuvo una actitud pasiva durante la era Yeltsin, protegido de EEUU. La desmembración de Yugoslavia, su aliado histórico, se había producido con impunidad. La pasividad llegó a su fin, no obstante, en el momento en que la maquinaria norteamericana amenazó el Cáucaso. Presionado por la opinión pública rusa, Yeltsin rechazó la exigencia norteamericana de enviar observadores internacionales a Chechenia. Poco después, Yeltsin dimitió, entregándole el poder a Vladimir Putin (quien prometió que no utilizaría ningún material que incriminase a Yeltsin). Putin inició entonces una campaña para eliminar a los rebeldes chechenos. Aprovechándose de una ola de entusiasmo nacionalista, Putin contaba con el apoyo del pueblo ruso, humillado por la caída de prestigio internacional del país. Putin llegó a la cima de la popularidad después de conquistar Grozni (la capital chechena) y de destrozarla.

Para el jihad, pues, las cosas no habían ido tan bien como en Bosnia o Kosovo. El Islam extremista había fracasado en otros lugares. En mayo de 1999, el ejército de Pakistán estaba actuando conjuntamente con los talibán y con las fuerzas de ben Laden en un ataque conjunto sobre la provincia de Cachemira, en la India. La iniciativa terminó con un rotundo fracaso.

En todos los frentes pues, los guerrilleros de Osama Bin laden habían perdido terreno. Los ataque contra EEUU ocurrieron en un momento en que el movimiento había llegado a un punto muerto. Los radicales esperaban recuperar el prestigio perdido con una acción sensacional que catalizaría una confrontación con los Infieles. Al final, creían, vendría la redención.

V. La Operación "Día del Juicio"

El despertar islámico no progresaba al ritmo deseado pro Osama ben Laden. Al mismo tiempo, sin embargo, el estatus de EEUU iba declinando en el mundo árabe e islámico. La furia popular contra Norteamérica (e Israel) se hicieron más evidentes que nunca en octubre del 2000, cuando las masas salieron a la calle para apoyar la Intifada. ben Laden no ignoró este hecho. Las energías, según entendió ben Laden, no iban dirigidas únicamente contra Israel y Washington, sino también contra los aliados árabes de EEUU, fundamentalmente Egipto y Arabia Saudí.

Hubo manifestaciones masivas en todo el mundo árabe, incluyendo los Estados del Golfo, así como entre los árabes israelíes. La oposición a EEUU se focalizó en tres asuntos: (1) el apoyo unilateral que EEUU brindaba a Israel contra los palestinos, (2) el mantenimiento de las sanciones contra Iraq, y (3) el apoyo brindado pro EEUU a la India contra Pakistán. Detrás de todo esto había una realidad de desempleo, pobreza, y retraso que también hay que considerar.

La opinión pública en el mundo árabe le puso difícil a los regímenes árabes seguir manteniendo relaciones abiertamente amistosas con EEUU. Tan pronto como estalló la Intifada, los regímenes se apresuraron a convocar una cumbre árabe (la primera desde la Guerra del Golfo) para desviar las críticas. Los regímenes cambiaron su línea de actuación para salvar el pellejo. Egipto y los Estados del Golfo habían establecido relaciones diplomáticas y económicas con Israel durante los noventa, y habían apoyado la rendición palestina en Oslo. Ahora, de repente, iniciaron una campaña de propaganda contra Israel y EEUU. La campaña ha durado un año. Todos los medios de comunicación árabes, desde periódicos a la televisión vía satélite, se han hecho eco de ella. La campaña ha cumplido una importante función a la hora de despertar el sentimiento popular de identificación con la Intifada. En el seno de la opinión pública árabe, ha creado la impresión de una guerra inminente contra "los judíos y los cruzados".

Las fuerzas islamistas se apuntaron algunos tantos en el frente israelí, aunque sin tener conexión alguna con ben Laden. Primer, bajo la presión militar de Hizballah (el denominado "Partido de Dios"), Israel se retiró del sur del Líbano en mayo del 2000. Organizaciones islamistas de corte fanático siguieron atentando en el interior del país [Israel]. Estos éxitos contribuyeron a alimentar entre los extremistas la idea de que el momento decisivo estaba cerca. El Islam parecía capaz de conducir a los creyentes a la victoria. En este renacimiento de la fe, el verdadero equilibrio de fuerzas fue olvidado.

Hay diferencias fundamentales entre las acciones terroristas de Nueva York y Washington por un lado y la lucha de Hizballah y Hamas por otro. Estos últimos evitan causar cualquier tipo de daños a intereses norteamericanos. Actúan dentro de un marco político bien definido. Hizballah coordina sus acciones con Siria e Irán, y reclaman su legitimidad basándose en el derecho internacional. En cuanto a Hamas, son raras las ocasiones en las que traspasa las "líneas rojas" trazadas por la Autoridad Palestina (AP). Cuando lo hace, la AP detiene a sus líderes. Los ataques contra EEUU, por el contrario, no tenían por objeto liberar un territorio conquistado ni conseguir un fin concreto. Lo que se perseguía era mucho más grandioso que todo eso: se trataba de crear una paridad estratégica entre el mundo islámico y el mundo del Infiel. ¿Qué es entonces lo que guía a ben Laden? ¿Cuáles son sus "líneas rojas"? Recordemos en primer lugar que ben Laden y sus ayudantes creían haber derrotado hacía poco a la Unión Soviética. Es más: a pesar de que ben Laden conocía las fuerzas de las que disponía y había calculado los pasos a seguir, sus cálculos no eran acertados. Hemos hecho mención ya de la importancia estratégica que tiene Afganistán para Pakistán en el conflicto que este país mantiene con la India. ben Laden creía en apariencia que Pakistán le proporcionaría un apoyo estratégico en su particular jihad contra el "cruzado" americano. ¿Qué le llevó a cometer semejante error de cálculo? ¿Acaso creía de verdad que Pakistán le apoyaría? Aparentemente, sí. Detrás de semejante error se escondían dos realidades: la denominada "bomba islámica", y el golpe de Estado llevado a cabo por el general Pervez Musharraf.

1. El 28 de mayo 1998, Pakistán llevó a cabo con éxito una prueba nuclear. La prueba tuvo un impacto tremendo en los estados islámicos de la región, incluyendo a los movimientos fundamentalistas. Arabia Saudí fue de los primeros países en demostrar su alegría. Gran parte de su entusiasmo derivaba del hecho de que sus dos principales enemigos (Irán e Iraq) están todavía muy lejos de poder desarrollar su propia bomba. Pasados tres años desde el acontecimiento, los pakistaníes han celebrado todos los 28 de mayo como "El Gran Día": el aniversario del primer ensayo nuclear con éxito por parte de un Estado islámico. Durante las celebraciones del Gran Día del año 2000, el Ministro de la Ciencia pakistaní declaró: "Nos inclinamos ante Dios todopoderoso, que restauró la grandeza de Pakistán el 28 de mayo de 1998" (Goldberg). Sami ul-Haq, dirigente de la Jamaiyyat Ulama al-Islam y parlamentario pakistaní, ha emitido una fatua en la que se invoca el jihad contra cualquier gobierno pakistaní que firme un acuerdo prohibiendo los ensayos nucleares. Ul-Haq, ferviente seguidor de ben Laden, es también director de una escuela religiosa. Muchos de sus estudiantes se han unido a los talibán. En octubre de 1998, Associated Press informó de que "muchos militantes [islamistas] desean que Pakistán siga desarrollando armas nucleares, tanto como elemento disuasorio contra el enemigo de siempre (la India) como un instrumento que podría igualar al mundo islámico en sus relaciones con Occidente" (Gannon)

Los extremistas musulmanes interpretaron los ensayos nucleares pakistaníes como un regalo del cielo. Dios les había dado la bomba para utilizarla. Occidente había intentando evitar que el Islam obtuviera lo que otros en Asia, Europa, y América ya tenían, pero el éxito pakistaní había puesto fin a esta situación. ben Laden y su organización esperaban ahora una oportunidad para declarar su jihad contra EEUU. El golpe de Musharraf, que examinaremos a continuación, les dio la señal de que el Día del Juicio se aproximaba.

2. En el momento de llevar a cabo el primer ensayo nuclear, el presidente de Pakistán era Nawaz Sharif. [El presidente] intentó llegar a un acuerdo con la India por la cuestión de Cachemira. Mientras tanto, el general Pervez Musharraf atacó Cachemira con el Ejército y las milicias de muyahidín. Musharraf pretendía torpedear el acuerdo. Como todos los generales pakistaníes, Musharraf temía que un tratado con la India debilitaría la postura del ejército en el ámbito interno. El ejército pakistaní deriva su poder e influencia de una extraña mezcla entre el armamento moderno y el extremismo islámico que tiene como objetivo a los 'archi-infieles': India y EEUU. La ofensiva de Musharraf fracasó, como ya he dicho. Pakistán culpó del fracaso a un cambio en la política exterior norteamericana. Hasta la administración Clinton, EEUU les había apoyado. Pero Clinton había cambiado de bando y se había puesto del lado de la India. El cambio enfureció a la opinión pública pakistaní, así como al ejército. ben Laden comparó el cambio con la preferencia que EEUU sentía por Israel sobre los palestinos. En octubre de 1999, Musharraf depuso a Sharif. Pakistán estaba ahora controlado por un ultra-nacionalista, apoyado por un ejército con fuertes conexiones islamistas. El error de cálculo de ben Laden tenía, pues, tres bases sobre las que apoyarse:

En primer lugar, la creencia de que Pakistán podría funcionar, con su bombar atómica, como un poder islámico independiente, proporcionándole así una ventaja estratégica contra "judíos y cruzados". En segundo lugar, que Musharraf le apoyaría sin dudarlo. Y en tercer lugar que, como ya hemos mencionado, existía ya el convencimiento de que él y sus seguidores ya lo habían hecho antes: ya habían conseguido derrotar a un superpoder (auque eso sí, con un poquito de ayuda de sus amigos norteamericanos).

VI. Arabia Saudí: el eslabón débil

Para entender la dificultad de EEUU para tratar el fenómeno ben Laden, es necesario examinar las complejas relaciones existentes entre EEUU y Arabia Saudí. Hemos mencionado ya la cooperación que existía entre este último país y la CIA a la hora de financiar a los muyahidín afganos. Sin embargo, con el paso del tiempo, entre Washington y Riyad se ha ido desarrollando un conflicto de intereses. Tras los ataques contra las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar El-Salam en agosto de 1998, EEUU tomó represalias atacando las bases de ben Laden en Afganistán y una fábrica de productos farmacéuticos en Sudán que, según se dijo, producía armas químicas. El 8 de febrero de 1999, The New York Times citaba las palabras del director de la CIA George Tenet ante el Congreso: ben Laden podría atacar "en cualquier momento" contra los símbolos del poder norteamericano. El mismo periódico se hacía eco del consenso existente entre responsables de la administración norteamericana de que "ben Laden tenía fuertes apoyos políticos incluso entre aliados de EEUU en el extranjero". ben Laden "recibe dinero y apoyo político de algunos príncipes de la familia real saudí, cuyo rey él mismo ha prometido deponer, y de instituciones financieras e individuos poderosos de Kuwait y Qatar, países en los que existe una fuerte presencia militar norteamericana, según responsables de la Administración norteamericana" (Weiner).

Washington no ignoraba la gravedad de la situación. La preocupación acerca de la ambivalente relación que Arabia Saudí mantenía con EEUU había comenzado a crecer desde el 25 de junio de 1996. Aquel día, una explosión en una base norteamericana en Khobar acabó con la vida de 19 soldados norteamericanos. El gobierno saudí se negó a cooperar con Washington en la investigación de los hechos. Más bien ocurrió al contrario: los saudíes hicieron todo lo posible por ocultar información y evitar que los norteamericanos obtuviesen información. Hasta hoy, cinco años después de los hechos, lo ocurrido en Khobar sigue siendo un misterio. Nadie ha sido juzgado. Louis Free, director del FBI, "dio un ejemplo de cómo a los norteamericanos les volvieron la espalda: el Chevrolet utilizado en el ataque se había encontrado a comienzos de julio de 1996, pero les llevó seis meses de intercesiones al más alto nivel antes de que el FBI pudiera examinar el vehículo" (Middle East International)

Arabia Saudí intentó dar la impresión de que el ataque había sido obra de un grupo chií apoyado por Irán. La versión saudí no convenció a Washington. El 6 de julio del 2001, el canal de televisión Al-Jazeera emitió una tertulia durante el programa Akthar min rai (Más de un punto de vista) en la que participaron saudíes e iraníes. Los participantes en el debate revelaron algunos datos importantes en relación con el atentado de Khobar. El doctor Sa'ad al-Faqih, líder del Movimiento de Reforma Islámica de Arabia Saudí [chií], llamó al programa para decir: "Vamos a ser claros: seis musulmanes sunníes fueron detenidos en conexión con el atentado de Khobar. Su vinculación con el ataque ha sido probada. Estos seis no son los únicos. Cientos de personas fueron detenidas tras el ataque, en una acción de largo alcance que afectó a todo aquel de quien se sospechara que apoyaba o tenía alguna conexión con la guerra en Afganistán".

El doctor Al-Faqih explicó por qué los saudíes habían mantenido a los norteamericanos lejos de la investigación: "Si se demostrase que este o aquel grupo responsable de los ataques de Riyad o Khobar, podía estar vinculado con Osama ben Laden, quedaría demostrado que existe un grupo sunní local que se opone al régimen y amenaza su estabilidad. Los saudíes temían que esto se hiciera público y eso les hizo echar la culpa a los chiíes".

El presentador del programa, Sami Hadad, añadió lo siguiente: "En octubre de 1998, la Agencia de noticias francesa citó a una fuente del Ministerio del Interior saudí que aseguraba que los saudíes habían expulsado a los representantes del gobierno talibán porque su gobierno estaba cobijando a gente buscada en conexión con el atentado de Khobar". El editor ayudante de al-Sharq al-Awsat, Muhammad Awam, confirmó este último punto.

¿Cómo afectó el ataque de Khobar a las relaciones de Arabia Saudí con EEUU? Según el International Herald Tribune ("Saudi Arabia: The Ties That Bind", 2 de diciembre de 1996), un responsable de la administración norteamericana reconoció que "Arabia Saudí es un agujero negro. Nos faltan muchísimos datos para entender lo que está pasando allí". Después del ataque de Khobar, la CIA sometió al reino a un procedimiento de análisis fuera de lo común conocido como "estrategia para objetivos difíciles", que hasta entonces había estado reservado para países como Rusia, China, Irán, Iraq, o Corea del Norte y tenía como objetivo evaluar los riesgos agobiando al régimen".

La CIA se las arregló, sin embargo, para investigar por qué no se había juzgado a los responsables del ataque de Khobar, pero los resultados de la investigación no se hicieron públicos. Podríamos aventurar por qué: EEUU descubrió había descubierto hasta qué punto la oposición al régimen saudí había crecido. Quizás al final Washington comprendió, al fin, que existía una amplia oposición a su presencia militar en tierra saudí. Si la CIA investigó como tenía que hacerlo, descubriría que la oposición al régimen se alimenta de un declive en las condiciones sociales y económicas. La amargura de la gente ha ido en aumento a causa de la corrupción en la familia real, cuyos miembros llevan una vida de lujo y ostentación cuando la mayor parte de los saudíes están sufriendo. Desde que en 1982 el rey Fahd subiera al trono, la economía se ha reducido drásticamente. "En 1993, la renta anual per cápita era de 5.000 dólares USA, apenas un tercio de la renta de principios de los ochenta. Según algunas estimaciones, la renta ha seguido disminuyendo desde entonces. Políticamente, todo esto ha servido al fundamentalismo islámico, que ha crecido a un ritmo alarmante dado que es el único movimiento popular que el gobierno no puede ilegalizar" (Aburish).

Fueran cuales fueran los resultados de la investigación de la CIA, está claro que Washington decidió guardar silencio tras lo ocurrido en Khobar. Al mismo tiempo, parece ser que Arabia Saudí había llegado a un acuerdo con los talibán y con Osama ben Laden. Este último aceptó poner fin a los ataques en suelo saudí. A cambio, los saudíes seguirían apoyándole económicamente y no sentarían a los responsables de Khobar ante los tribunales. Pese a no tener pruebas de que estos acuerdos existieron, lo cierto es que no se produjeron más acciones terroristas dentro del país hasta que en octubre del 2001 (tras los atentados contra EEUU) hubo una explosión en Khobar. En esta ocasión, el modelo se repite: las investigaciones no han conducido a nada.

Los acontecimientos del 11 de septiembre han puesto punto final a las dudas de Washington. El editorial del New York Times del 25 de septiembre exigía al gobierno saudí que cooperase con los servicios de inteligencia norteamericanos para terminar con las organizaciones terroristas que operaban en suelo saudí, así como con sus fuentes de financiación. La exigencia norteamericana equivalía a admitir lo que ya era innegable: que Arabia Saudí cobijaba y apoyaba a organizaciones extremistas islámicas por el temor de que una confrontación acabaría con un régimen que ya está al borde del colapso.

Doce de los suicidas responsables de los ataques contra EEUU eran saudíes. Este hecho tiene graves implicaciones para el régimen saudí. Los responsables del régimen han intentado empañar este hecho con el pretexto de que algunos de los nombres publicados eran incorrectos. Siguen impidiendo que periodistas norteamericanos entren en el país. A pesar de los intentos por confundir la situación, es seguro que la mayoría de los suicidas saudíes procedían de la región de Asir (una región pobre, situada al sur del país en la frontera con Yemen). En esa región viven tribus conocidas por su oposición al régimen (Murphy).

Tres años antes de los atentados contra EEUU, en octubre de 1998, Le Monde Diplomatique publicó el siguiente análisis: "El modelo de alianza saudí entre el fundamentalismo islámico conservador y Occidente ha fracasado. El problema para Washington es que no tiene una estrategia política alternativa frente al mundo islámico. Por parte saudí, el doble discurso del príncipe Turki, un pro-americano convencido que siempre ha apoyado a los movimientos radicales sunníes y que todavía apoyaba a los talibán en la primavera pasada, está llegando a sus límites. Riyad se gasta enormes sumas de dinero en la financiación de redes islamistas que no sienten nada más que un profundo desprecio por los emires y sus petrodólares y creen que el Estado islámico de Arabia Saudí sería aún más islámico sin la dinastía de los Saud" (Roy).

El "príncipe Turki" en cuestión del que habla el artículo es Turki al-Faisal, director de los servicios de inteligencia saudíes durante treinta años, y arquitecto de las estrechas relaciones existentes entre el régimen y los movimientos islamistas. Estas relaciones comenzaron con una alianza contra los soviéticos en Afganistán y siguieron su curso hasta el 11 de septiembre (Tyler). Ahora, han llegado a un punto muerto. Curiosamente, el príncipe Turki dimitió (o fue cesado, nadie lo sabe con seguridad) un poco antes de producirse los ataques, el 31 de agosto; lo cual lleva a especular sobre el hecho de que el régimen saudí podía saber que algo se estaba cociendo.

VII. EEUU, sin alternativas

No es fácil comprender la alternativa que EEUU tiene en Afganistán, quizás porque no tiene ninguna. Por eso mismo, Washington retrasó su respuesta militar durante casi un mes. Incluso hoy es difícil definir los objetivos de esta guerra o el patrón por el cual habremos de medir el éxito o el fracaso de la misma. Parece extraño que para atrapar a un hombre y sus seguidores escondidos en cuevas un gran poder tenga que movilizar a enormes portaaviones y divisiones enteras del ejército a través de los mares.

Esta guerra se le ha impuesto a EEUU. Ben Laden y Afganistán no estaban, de ninguna manera, en la agenda norteamericana. Muchas de las organizaciones e individuos etiquetados como "terroristas" tras el 11 de septiembre eran ya conocidos de la Administración norteamericana hacía tiempo. Habían operado en EEUU y Europa sin interferencias. Algunos de los socios de ben Laden, por ejemplo, a pesar de estar condenados a muerte en Egipto, habían conseguido asilo político en Gran Bretaña, lugar en el que se habían introducido en el mundo de la comunicación y desde donde dirigían una red financiera con múltiples ramificaciones. Antes del 11 de septiembre, Washington no veía como un problema lo suficientemente serio como para ilegalizar o contener a estas organizaciones las matanzas de miles de personas en Argelia, o el asesinato de turistas en Egipto.

De hecho, antes del 11 de septiembre la política exterior de EEUU tenía como principal objetivo Rusia. Los norteamericanos ven a Rusia como un poder nuclear que compite con ellos en áreas vitales de Europa Central, el Mar Caspio, y el Golfo Pérsico. En cuanto a ben Laden, no se le consideraba una amenaza tan seria como la que constituían los Estados "malos" como Irán, Iraq, o Corea del Norte. La principal iniciativa estratégica de George W. Bush fue cancelar el Tratado Anti-Balístico de 1972 y redoblar los esfuerzos por construir un sistema anti-misiles que supuestamente garantizaría la supremacía norteamericana sobre Rusia. Aunque Bush no ha dado marcha atrás en sus proyectos lo cierto es que el ataque contra EEUU ha provocado un cambio en las prioridades y ha cambiado el actual mapa político.

El pasado 27 de septiembre, el New York Times sacó a la luz una pequeña parte de la compleja red que EEUU había tejido alrededor de Rusia: "Rusia ha ayudado a EEUU de manera decisiva en los preparativos para cualquier acción militar que pueda llevarse a cabo en Afganistán, y hoy ha sido recompensada por ello. EEUU, en un claro giro de su política, ha declarado por primera vez que la red de Al-Qaeda ha incitado la sangrienta rebelión en el territorio ruso de Chechenia". Esta nueva postura venía a significar un notable giro en la actitud norteamericana frente a Rusia. Pocos meses antes, durante su campaña electoral, Bush había amenazado con cortar toda la ayuda económica a Rusia por sus ataques contra Chechenia. Durante una entrevista televisada en febrero del 2000, Bush dijo: "Este tipo, Putin, que es presidente con carácter temporal, llegó la poder gracias a Chechenia". Bush añadió que Putin había lidiado con Chechenia de un modo que "no es aceptable en el caso de las naciones pacíficas" (Dau)

¿Por qué reconoce ahora Washington que ben Laden tuvo algo que ver en el levantamiento checheno? La respuesta es simple: anteriormente a EEUU le interesaba fundamentalmente mancillar el nombre de Rusia y debilitar su influencia. Osama ben Laden parecía un problema menor.

La ayuda que EEUU proporcionó a los talibán en Afganistán era el resultado de la misma estrategia. Era función de los talibán garantizar a EEUU que podría poner el pie en los tres estados islámicos que bordean el Caspio y que en la actualidad se encuentran bajo el área de influencia rusa: Uzbekistán, Tayikistán, y Turkmenistán. EEUU prefería un régimen talibán en Afganistán debido a su absoluta dependencia de Pakistán. La alternativa de la "Alianza del Norte", apoyada por Irán y Rusia, era repugnante a ojos americanos.

A pesar de que Washington esté utilizando en la actualidad a la Alianza del Norte como oposición frente a los talibán, en realidad no ve a los primeros como un aliado estratégico. EEUU tampoco desea enemistarse con sus devotos aliados, Pakistán y Arabia Saudí. Así pues, la postura anti-talibán norteamericana llevó a Irán a apoyar los gritos de venganza de EEUU. Poco después, sin embargo, los iraníes se dieron cuenta de por dónde soplaban los vientos, y se unió a la oposición contra los ataques norteamericanos sobre Afganistán. Washington ha decidido eliminar a ben Laden y estabilizar al régimen afgano sin alterar el equilibrio regional. Si tiene éxito, EEUU continuará con su Cruzada para liberar los sagrados yacimientos de petróleo del Caspio. E intentará atraerse hacia su órbita a otros territorios próximos, como por ejemplo Georgia.

VIII. La guerra y la recesión económica global

La "primera guerra del siglo XIX" hunde sus raíces en las guerras que EEUU libró contra Iraq y Yugoslavia durante los noventa. EEUU luchó contra países que no podían ofrecer ningún tipo de resistencia, ya fuese militar o económica. Ambas guerras se prepararon con títulos de fanfarria como la defensa de los grupos étnicos, de los derechos humanos, o de la democracia. Sin embargo, el único objetivo era el de imponer un nuevo orden mundial bajo el liderazgo de EEUU. Las guerras tuvieron como resultado un número enorme de víctimas y la desestabilización estructural a escala global.

La desestabilización era precisamente el tema central de un artículo publicado en Le Monde Diplomatique en junio de 1999: "Al terminar la guerra fría, no ocurrió lo mismo con las guerras civiles del mundo subdesarrollado. Al contrario: se redoblaron en intensidad. Desde la caída del muro de Berlín en 1989, más de 23 situaciones de conflicto interno han surgido o se han reactivado, involucrando a más de 50 grupos armados. En muchos países, como por ejemplo Angola, Somalia, o Sierra Leona, la destrucción causada por estas guerras civiles continuadas sigue una lógica. Los grupos rebeldes compiten entre sí por el monopolio de la violencia, lo cual era anteriormente prerrogativa del Estado. Cuando esto ocurre, el Estado-nación subdesarrollado explota y se convierte en una entidad caótica ingobernable. Sectores enteros de la economía, ciudades, provincias y regiones caen en las manos de los nuevos señores de la guerra, traficantes de droga, o mafiosos. Este es el caso de Afganistán hoy por hoy". El artículo proseguía, mencionando hasta catorce de estas "entidades caóticas ingobernables", entre las que se incluían Somalia, Kosovo, Bosnia, Chechenia, y Haití.

Muy pronto, Gaza y Cisjordania podrían unirse a la lista como resultado de la aplicación de los Acuerdos de Oslo patrocinados por EEUU. La inestabilidad estructural es consecuencia de un régimen económico global que amplía los intereses de los grandes conglomerados industriales, particularmente de las compañías petrolíferas. Desde 1997, el mundo se encuentra al borde de una crisis económica. Lo cual a su vez provoca daños directos a dos categorías de países: aquellos países que tienen economías de tipo medio, como Brasil, Argentina, o los tigres asiáticos; y países pobres como Egipto. La enorme ira popular contra EEUU tiene su origen en la devastación causados por este nuevo orden mundial. Millones de personas en el mundo entero se encuentran fuera de la economía global, sin ingresos y sin futuro.

El uso de la fuerza como medio para la imposición de una hegemonía determinada es un signo de debilidad. Demuestra que el régimen capitalista global está cerca del colapso. La anarquía en tierras más débiles puede tomarse a la ligera. Sin embargo, durante los dos últimos años, la crisis ha golpeado a los grandes centros industriales. Japón, Europa, y el mismo EEUU se estaban adentrando en la recesión ya ates de los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono. Los ataques fueron una especie de duro despertar: la crisis no se ha quedado dentro de las fronteras de África, Asia, o América Latina. Al final, ha encontrado su camino hacia el centro neurálgico del orden capitalista.

La anarquía presente y futura no conoce fronteras. Las nuevas tecnologías y la velocidad en el transporte, órganos vitales de la globalización, son una espada de doble filo. Pese a todo el bien que han traído, especialmente para las multinacionales, también han hecho posible que diecinueve fundamentalistas extremistas vayan a una academia de aviación y ataquen en el corazón de EEUU. El ataque contra EEUU es un aviso. La ausencia de una alternativa a escala global ha hecho aparecer peligros sin precedentes. El principio del desorden pueden intuirse ya en las fisuras que se han abierto entre los antiguos miembros de la alianza contra Iraq. No todos están de acuerdo con la noción norteamericana de que los problemas pueden resolverse por la fuerza. Les preocupa convertirse también en objetivo del odio mientras la anarquía se adueña de sus patios traseros.

El enemigo es muy evasivo. Ya no es solamente ben Laden ni los talibán. El enemigo real es la anarquía que el propio EEUU ha creado. La guerra actual reforzará este estado de anarquía. Mientras tanto, la crisis económica agudiza el conflicto de intereses que enfrenta a algunos de los Estados más influyentes. Existe un peligro cada vez mayor de que se produzca un enfrentamiento nuclear entre China y Taiwán, India y Pakistán, y entre Rusia y EEUU. Tampoco podemos ignorar el renacimiento del fascismo en Europa. Los fascistas se pasean ya por los pasillos del poder en Italia y Austria. En pocas palabras: nuestro mundo va por mal camino. Ben Laden y sus seguidores simplemente nos han recordado lo mal que va. Pero el principal problema no es el terrorismo. La sociedad carece, hoy por hoy, de la voluntad necesaria para curar la enfermedad más grave jamás conocida por la humanidad: la epidemia de la pobreza. Una pobreza que no ha sido causada por la superpoblación, ni por la sequía o la hambruna. Es una pobreza que resulta del ilimitado deseo de obtener beneficios a expensas de los demás.

Epílogo

Poco después de los ataque suicidas, un semanario británico cercano al Partido Laborista (The New Statesman) incluía el siguiente comentario en su editorial del 17 de septiembre: "Un mundo en el que solamente existe un superpoder priva a los países pobres del equilibrio que les permita mejorar: si una de las partes no le proporcionaba ayuda, ya fuera en dinero o en especie, podían ir a pedírsela a la otra parte. Es cierto: esta especie de chantaje permitió a muchos dictadores crueles y corruptos mantenerse en el poder. Pero pueden estar seguros de que, si la Unión Soviética fuese todavía una realidad y una amenaza, la crisis de la deuda que en la actualidad afecta a unos 50 países y que ha alcanzado niveles previamente inimaginables (donde algunos países se ven obligados a destinar una cuarta parte de sus exportaciones al pago de la deuda), no existiría. La muerte de la Unión Soviética ha privado a los pobres globales de algo más intangible: no exactamente esperanza, pero sí quizás del sentido de la alternativa, de lo posible".

Todas estas cuestiones le vienen demasiado grandes a Osama ben Laden y su banda. Cuando pidió a los musulmanes que iniciaran un jihad contra las bases norteamericanas en Arabia Saudí para oponerse al bloqueo contra Iraq y la opresión del pueblo palestino, se olvidó de una cosa: fueron él y sus seguidores quienes ayudaron a derribar a la Unión Soviética. Responsables, por lo tanto, de los males contra los que él mismo lucha.

¿Cómo explicar si no el hecho de que, hasta la caída de la Unión Soviética, los norteamericanos no tenían modo de poner el pie en la región? ¿Cómo explicar el hecho de que hasta entonces, habían pasado cuarenta años durante los cuales ningún país se había atrevido a disparar misiles balísticos sobre ciudades ajenas? ¿Cómo explicar el hecho de que el pueblo palestino se vio obligado a aceptar un acuerdo que equivalía a una rendición? ¿Quién podía haber imaginado que, antes de la caída de la Unión Soviética, los Estados árabes se habrían alineado con EEUU en una guerra contra Iraq? ¿O que habrían dejado que la opción de una guerra contra Israel simplemente desapareciera?

A principios de la década de los ochenta en Líbano, [en 1982,] cuando los palestinos resistían frente a Israel y recibían el apoyo de la Unión Soviética, ben Laden (con ayuda saudí) le hizo un regalo a EEUU en Afganistán. En lugar de defender a los oprimidos, golpeó a su aliado. Si los voluntarios árabes que fueron a Afganistán hubiese querido realmente sacrificarse, hubieran podido ir a Beirut durante el asedio [israelí], en un tiempo en el que los palestinos y los libaneses necesitaban desesperadamente la solidaridad árabe. ¿Por qué no fueron? Porque, al contrario de lo que ocurría en Afganistán, la guerra en Beirut era una guerra que se libraba contra el imperialismo norteamericano, y esto no encajaba en su idea de la guerra. Osama ben Laden "venció" al comunismo, pero su victoria ha sido pírrica. Su primera víctima ha sido el pueblo palestino. Y no solo el pueblo palestino, sino todos los pueblos del mundo que aún están pagando el precio de la caída soviética. El empeño más ambicioso de la historia de la humanidad tocó aquí a su fin. Lo absurdo es que el régimen capitalista también esté pagando el precio de esta caída. La Unión Soviética había asegurado un cierto grado de estabilidad política y económica en muchos lugares. Después del colapso soviético, la responsabilidad pasó a EEUU.

El problema global de hoy no es, sin embargo, el hecho de que solamente existe un superpoder, sino la ausencia de una oposición política organizada y relevante dentro de ese superpoder. EEUU se enorgullece de ser el bastión de la democracia. Pero, ¿qué es esta democracia? Una pequeña camarilla va repartiendo el poder entre sus miembros. Alrededor de este círculo mágico, los medios forman un consenso según el cual las causas humanas del sufrimiento de masas se presentan como leyes inmutables.

El aumento de tendencias extremistas en el resto del mundo ha sido el resultado de la ausencia de una oposición de base amplia en EEUU. Mientras los norteamericanos se apiñaban cómodamente, disfrutando de su modo de vida, otros han ido a peor. No nos sorprenda, pues, que los pobres de la tierra, entre ellos los pueblos islámicos, hayan desarrollado un odio profundo hacia EEUU. La explotación ejercida sobre estos pueblos para mantener el nivel de vida propio, acompañada de la indiferencia ante sus catástrofes, ha llevado al actual estado de cosas: EEUU se ha convertido en un objetivo. Una respuesta acertada a los recientes acontecimientos de parte del pueblo norteamericano sería posicionarse, y ofrecer al menos una alternativa a la camarilla que les ha metido en este embolado. No es casualidad que el movimiento contra la globalización arrancara en Seattle en 1999. Fue un buen comienzo conducente a la construcción de una alternativa. Pero las recientes acciones suicidas han pillado al movimiento anti-globalizador falto de preparación. Falta que se manifiesta en la ausencia de un programa político claro de oposición al capitalismo.

Los acontecimientos del 11 de septiembre deberían hacer posible que los movimientos populares en las naciones industrializadas y muy especialmente en EEUU puedan volver a colocar la política en la agenda pública. EEUU todavía tiene sus masas, su clase trabajadora, sus sindicatos. A ellos les corresponde presentar una nueva posición, bloqueando las corrientes reaccionarias que amenazan con sembrar la anarquía en el mundo. Como marxistas, nosotros intentamos comprender las contradicciones que se dan en el régimen capitalista y hacer que se derrumbe. Las acciones suicidas de asesinato no contribuyen en nada a este objetivo. Nuestro camino es largo, requiere paciencia y un trabajo continuado. Nuestro propósito es persuadir a las masas y organizarlas en el ámbito de los partidos políticos hasta que puedan ejercer su derecho democrático a decidir sobre su destino.

La política debe volver a la agenda pública, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para devolver los recursos de la sociedad a sus propias manos. Los recursos han de distribuirse equitativamente entre los pueblos, de modo que cada pueblo pueda sentirse parte de la humanidad. Si esto no ocurre, lo que vimos el 11 de septiembre se convertirá en un capítulo más de una serie. Entre el socialismo y la barbarie no hay alternativa. Ha llegado la hora de elegir.

(Traducción del hebreo al inglés de Stephen Langfur)


Fuentes

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