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Agenda 2001
Mundo Árabe


*Gwen Okruhlik ha escrito sobre desarrollo y oposición en Arabia Saudí. Es profesora de ciencia política en la universidad de Arkansas (EEUU). Nación Árabe dedicará el informe de su número 47 (2002) a la región del Golfo.

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MERIP, Press Information Notes, nº 73

Agenda 2001 - Paremos la guerra

Disidencia interna en Arabia Saudí y crisis de relaciones con EEUU tras el 11 de Septiembre

Gwenn Okruhlik*

MERIP, Press Information Notes, n. 73, noviembre, 2001
Título original: "Las razones de la disidencia política en Arabia Saudí"

Traducción de Tomás Ferrer Pallarés para CSCAweb
CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 26-11-2001

Tras los atentados del 11 de Septiembre han aflorado las tensiones ocultas en la relación entre EEUU y Arabia Saudí. Ambos países, aliados históricos en la región, han discrepado sobre el alcance que debería tener la participación saudí en la "guerra contra el terrorismo" que dirige Washington. Mientras se constata la complejidad de la trama financiera y familiar que asocia a al-Qaeda y al propio Ben Laden con la familia real saudí, EEUU ve con disgusto cómo Arabia Saudí se resiste a cooperar plenamente en las investigaciones sobre el 11 de Septiembre y otros sucesos anteriores, y a permitir el uso de las bases aéreas en su suelo para operar contra Afganistán

Las semanas que siguieron al 11 de Septiembre sacaron a la superficie las tensiones subyacentes en la relación entre EEUU y Arabia Saudí. Tras los tremendos atentados de Nueva York y Washington se difundió que muchos de los secuestradores eran del Asir, una montañosa provincia en el sudoeste de Arabia Saudí y que estaban relacionados con el disidente de la misma nacionalidad Osama Ben Laden, un hombre que ha jurado derribar la dinastía reinante en este país, los al-Saud. EEUU y su aliado han discrepado en el alcance que debería tener la participación de Arabia Saudí en la "guerra contra el terrorismo" que dirige Washington. EEUU ve con disgusto cómo los saudíes se resisten a cooperar plenamente en las investigaciones acerca del 11 de septiembre y de otros sucesos anteriores, y a permitir el uso de las bases aéreas en su suelo para operar contra Afganistán. Por su parte, Arabia Saudí critica la reticencia de EEUU a decantarse del lado palestino en su lucha contra la ocupación israelí.

Más importante para comprender la nula respuesta de Arabia Saudí ante la petición de ayuda estadounidense para dar respuesta a los atentados es la presión interior. El secuestro de los aviones del día 11 fue el último jalón de una larga serie de ataques cuyos episodios anteriores han sido [los atentados contra] el navío USS Cole [en Yemen], [contra las embajadas de EEUU en] Kenia y Tanzania, y [en] Riyad, al-Jobar, Somalia y Beirut. Estos atentados no son hitos dentro de una guerra de religiones, sino que más bien la religión es un medio para airear agravios políticos específicos de algunos grupos, como son los disidentes políticos saudíes y sus partidarios en el interior del reino. Internamente, los agravios tienen que ver con el autoritarismo y la represión [por parte del régimen saudí], las iniquidades y el desigual reparto de la riqueza y la ausencia de un sistema de representación política. Los agravios de origen externo son las bases de EEUU en suelo saudí, el respaldo estadounidense a Israel, las sanciones a Iraq y el sostén americano a regímenes represivos de la zona como los de Arabia Saudí, Egipto, Argelia y Jordania. Un apoyo decidido de la monarquía saudí a EEUU daría alas a la oposición interna que empezaba a suavizarse en el tiempo previo a los atentados. Dado la fuerte resonancia de las críticas, la familia real teme las repercusiones internas de su alineamiento con EEUU.

Pero presentar la situación interna del reino saudí como un enfrentamiento entre moderados partidarios de EEUU y wahhabies puritanos [1] es una crasa simplificación. También lo es presentar las posibilidades limitadas a dos únicas opciones: una monarquía absoluta inclinada hacia Occidente o un régimen revolucionario islámico hostil. Las luchas interiores son más complejas y las opciones más variadas. Todas dimanan de tres profundas crisis políticas a las que la dinastía debe responder: el acercamiento entre los críticos del sistema, las diferencias dentro del clero y el malestar por razones socioeconómicas.

Gobierno autoritario y resistencia esporádica

Desde hace tiempo, bajo la superficie del reino saudí se adivinaba el resentimiento por el abuso de autoridad del Estado, pero tradicionalmente el régimen solo era criticado en privado y raramente la crítica alcanzaba el nivel de la confrontación pública. Cuando en 1979 Yuhaiman al-Utaibi se apoderó por la fuerza de la mezquita sagrada de la Meca, en un esfuerzo por derribar a la dinastía reinante, no despertó mucho apoyo popular por escoger como objetivo un lugar sagrado en vez de un palacio, pero el incidente mostró la vulnerabilidad del régimen. Provocó un control mayor de la población, un mayor recurso al mutawwain -una especie de policía de la "virtud pública"- y nuevas restricciones a la libertad de movimientos y de expresión, aunque fueran acompañadas de promesas de reforma.

Durante los 80 un sistema de educación islámico produjo una nueva generación de sheijs, profesores y estudiantes. Floreció un movimiento de renovación islámica, aunque no se dirigió contra el régimen. El renacimiento fue estimulado también por un grupo recientemente retornado, los muÿahidines [combatientes] árabes "afganos". Aproximadamente 12.000 jóvenes saudíes fueron a Afganistán; quizás unos 5.000 recibieron preparación militar y entraron en combate.

Confluencia de disidencias

Los 90 han sido una década difícil para Arabia Saudí. Con la Guerra del Golfo de 1990-91 se produjo una súbita explosión de cólera. El acantonamiento de tropas norteamericanas en el país transformó lo que era un principio de resurgencia islámica en un movimiento de oposición política organizado. La crítica política se hizo pública, en su mayor parte en forma de peticiones firmadas y dirigidas al rey Fahd. Estas peticiones pedían, entre otras cosas, un Consejo Consultivo (Maÿlis al shura) independiente, un poder judicial autónomo, un reparto más equitativo de la riqueza producida por el petróleo y poner coto a los funcionarios corruptos. Los sermones del viernes se convirtieron en una oportunidad para la crítica política y varios prominentes sheijs fueron encarcelados. Se produjeron manifestaciones, hasta entonces casi desconocidas en un régimen autoritario, pidiendo la liberación de aquéllos; la más significativa tuvo lugar en Buraida, en el mismo centro de gravedad de la dinastía. Una convergencia de varios tipos de disidencias: regionales, de género, de clase, étnicas, de escuela jurídica islámica, ideológicas y representativas de intereses urbanos y rurales comenzó a solicitar la redistribución de las riquezas y una actuación del estado más acorde con la justicia social y la responsabilidad pública; en resumen, el gobierno de la ley. La gente está harta del gobierno personalista y arbitrario. Dado el acercamiento de estos grupos, el gobierno no pudo recurrir a su frecuente método de reducir la oposición: enfrentar a unos contra otros. Empresarios privados y funcionarios públicos, propietarios de industrias y comercios familiares, sunnies y shi`ies, hombres y mujeres, compartían las reivindicaciones esenciales.

La creciente respuesta del rey Fahd a las reclamaciones populares no ha satisfecho a nadie. En 1992 nombró un Consejo consultivo no legislativo y dio más poder a los gobiernos provinciales, que dirigen otros miembros de la familia. Estas reformas decepcionaron a unos e irritaron a otros. El efecto fue consolidar el papel central de la familia reinante en la vida política, en lugar de ampliar significativamente la participación de otros en el gobierno.

Discrepancias entre el clero

Los al-Saud gobiernan en una incómoda simbiosis con el clero. La relación se remonta a 1744 cuando se fraguó la alianza entre Muhammad ibn Abd al-Wahhab y Muhammad ibn Saud: una especie de fusión entre legitimidad religiosa y poder militar. Los descendientes de al Wahhab todavía dominan el estamento religioso oficial del Estado. El clero oficial emite regularmente fatwas (decretos de derecho islámico) que justifican la política de los al-Saud en términos religiosos, aun cuando estas políticas sean rechazadas por el pueblo. Por ejemplo, se emitió una fatwa para justificar la presencia de tropas de EEUU durante la Guerra del Golfo.

El Islam sigue siendo un arma de doble filo en manos de los al-Saud. Les otorga legitimidad como protectores de la fe, pero les obliga a una actuación acorde con ésta. Cuando hay miembros de la familia que se desvían del camino correcto se exponen a una crítica, dado que el derecho a gobernar de la dinastía emana de la alianza con la familia al-Wahhab. Esta alianza entre el régimen y el clero oficial es criticada por disidentes porque hoy las dos partes no se controlan mutuamente.

Desde la guerra [contra Iraq] el estamento clerical oficial se ha visto completado por un clero popular organizado y expresivo. La división entre estamento religioso oficial y líderes del Islam popular es grande. Un disidente explicaba: "El viejo clero cree que los gobernantes son los regentes de Dios en la tierra. El dictamen religioso solo puede darse discreta y privadamente. El nuevo clero rechaza la idea de regencia. El papel del clero es más bien la crítica del gobierno y el trabajo a favor del cambio." El clero alternativo emitió fatwas durante la guerra que contradecían las oficiales y proporcionaban argumentos para impedir el estacionamiento de tropas estadounidenses en suelo saudí. Estas fatwas alternativas tuvieron mayor apoyo público que las oficiales.

Ahora se repite la misma historia, en la que clérigos enfrentados dan a conocer sus opiniones. El sheij al- Shuaibi y otros han difundido nuevas fatwas que trasladan la idea de luchar contra infieles extranjeros a la de luchar contra regímenes propios que se perciban como injustos. Un análisis de la idea de al-Suhaibi puede entender que se refiere al régimen de los al-Saud.

La inquietud socioeconómica

El islamismo cae sobre un ambiente ya suficientemente caldeado por la situación económica. El rey Fahd quedó incapacitado tras su ataque de 1995 y la familia se enzarzó en disputas sucesorias. Desde los días dorados del auge petrolero la renta per capita ha descendido unos dos tercios. La tasa de natalidad es elevada, del orden de 30-35 por mil. La mayoría de la población está por debajo de los 15 años. Estos jóvenes demandarán educación, trabajo y alojamiento a la vez. Pero la antaño fabulosa infraestructura del reino, construida durante los años de esplendor, se está deteriorando, en especial las escuelas y hospitales. El desempleo entre los titulados recientes es de un 30% o probablemente más alto. Aun así, Arabia Saudí sigue dependiendo enormemente de la mano de obra extranjera, alrededor de un 90% del empleo en el sector privado y un 70% en el público es foránea. Las normas sociales desaconsejan la participación de las mujeres en muchas actividades. Desde la Guerra del Golfo, se han difundido las informaciones sobre nuevos problemas sociales tales como tenencia de armas, drogas y crímenes. Todo esto proporciona un terreno fértil para la disidencia.

Las voces airadas también se manifiestan en contra de la estructura de gobierno excluyente, que no refleja la diversidad de la población, En contra de la imagen más difundida, Arabia Saudí no es un país homogéneo ni étnica, ni religiosa, ni ideológicamente. Las variedades del Islam saudí incluyen la ortodoxia del wahhabismo, corrientes sunnies reformistas del estado, comunidades shi´ies minoritarias, prácticas sufíes en todo el Hiÿaz y, lo más importante, un movimiento opositor sunní salafista. Este movimiento se opone a la dependencia del clero oficial respecto a la familia reinante y a sus métodos autoritarios. Hoy, los más radicales entre ellos llaman al ÿihad y los reformistas prefieren esperar hasta que el momento y las razones estén maduros.

El movimiento islamista, tanto el sunní como el shi´í están representado en el exterior por varias
organizaciones reformistas en Londres y EEUU. Otras organizaciones radicadas en el exterior son radicales, como al-Qaeda y abogan por la violencia como método legítimo para conseguir sus fines. Aunque dentro de Arabia Saudí se condena las atrocidades del 11 de septiembre, las críticas manifestadas por el movimiento islamista en el exterior tienen una fuerte resonancia en muchos ámbitos sociales. Más importante que cualquier organización en el extranjero es la soterrada red interior de grupos de estudio islámico, de organización laxa, pero capaces de movilizarse en el momento adecuado. Cuando unos sheijs fueron detenidos por sus sermones críticos, el descontento creció. Los sheijs fueron liberados en 1999 y desde entonces el movimiento islamista ha permanecido mucho más tranquilo. El príncipe heredero Abdallá empezó a responder a las críticas del interior y exterior: liberó a los sheijs, redujo los beneficios de los príncipes en los negocios, limitó el libre uso por la realeza del teléfono, los aviones y el agua, permitió una prensa más libre y públicamente puso objeciones a la política de EEUU en Oriente Medio. Pero, para algunos, esto no es suficiente.

Silencio significativo

Otros factores hacen más significativo el silencio de la familia real en la "guerra contra el terrorismo" dirigida por EEUU. Algunos altos cargos de la familia reinante y particulares de prominentes familias han mantenido estrechas relaciones con ben Laden. EEUU ha sido consciente de que durante años se han transferido fondos de Arabia Saudí a al-Qaeda. Las rivalidades intrafamiliares impiden también la toma de decisiones firmes. Aunque el príncipe heredero Abdallá administra de forma efectiva el país ante la mala salud del rey, su sucesión es aún discutida por algunos príncipes poderosos.

Arabia Saudí, en virtud de su posición como guardiana de los santos lugares de La Meca y Medina y de receptora del contingente anual de peregrinos, debe contribuir a la caridad islámica. El papel de los al-Saud de rectores del Estado les compromete a financiar a las organizaciones islámicas del mundo. La obligación del musulmán de dar limosna en favor de los más necesitados es una exigencia, no una opción. Cuando EEUU pidió al gobierno saudí que congelara todas las ayudas religiosas, lo puso en un grave aprieto. Podría ser aceptable bloquear los fondos de las compañías y las inversiones privadas de ben Laden, pero la congelación de los fondos de caridad era inimaginable para un régimen cuya legitimidad está tan íntimamente soldada al Islam. Al igual que George W. Bush, los al-Saud deben mantener en primerísimo lugar su imagen antela ciudadanía saudí.

Un amplio espacio intermedio

Los al-Saud han basado su poder en la conquista militar, la captación de partidarios con ingresos del petróleo y le wahhabismo. Hoy, las fuentes históricas de la legitimidad son menos vinculantes, ya que el autoritarismo ha suscitado el resentimiento popular, las ganancias del petróleo han decrecido notablemente y el wahhabismo nunca ha reflejado la diversidad religiosa de Arabia Saudí. Ahora los saudíes esperan un gobierno más integrador y representativo. La gente pide libertad de expresión y reunión. Quieren participar en el desarrollo de su país, en especial fomentando la educación, la sanidad, el empleo y la creación de infraestructuras para una población en rápido crecimiento. Los saudíes no desean gastar los valiosos recursos nacionales en compras de armas en Estados Unidos, negocios sobre los cuales no tienen el control.

El grado de imposición real ha sido tan grande que no ha sido posible escuchar voces alternativas. En este momento no hay una alternativa viable a la familia reinante que pueda agrupar las dispersas facciones del reino, tal vez aumentando artificialmente la influencia de ben Laden. Pero hoy de lo que hablan los saudíes no es de democracia completa o de monarquía absoluta, sino de tener voz en el gobierno y del imperio de la ley. El desafío con el que el príncipe heredero Abdallá se enfrenta es la promoción de las reformas interiores que abarquen la diversidad de la población. El fuerte tono nacionalista del príncipe puede servir para contrarrestar el poder del movimiento radical. El amplio terreno que queda entre el radical ben Laden y el gobierno autoritario de la familia merece la pena ser cultivado.


Nota de CSCAweb:
1. Corriente islámica dominante en Arabia Saudí



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