Rafa Palacios y Miguel San Miguel se embarcan en la Flotilla de la Libertad para denunciar el genocidio palestino

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Rafa Palacios y Miguel San Miguel se embarcan en la Flotilla de la Libertad para denunciar el genocidio palestino

Xuan Bello

Se trata de una misión pacífica, señalan a dúo, en defensa de los derechos humanos. Una misión que no transporta armas, sino materiales de construcción.

El Comercio, 5 de Junio

Rumbo a Gazqa

La segunda Flotilla de la Libertad partirá rumbo a Gaza, el enclave palestino que muchos consideran una cárcel al aire libre donde viven un millón y medio de personas de manera muy precaria cercados por el ejército israelí; dentro de dos o tres semanas -la fecha exacta se mantiene en secreto- zarparán de algún puerto del Mediterráneo no concretado por razones de seguridad. Los lectores recordarán que la primera, que zarpó con el mismo destino hace exactamente un año, acabó con la muerte de nueve activistas por la paz, cincuenta heridos y cientos de detenidos a manos del ejército israelí. Esta segunda, formada por unos quince barcos más el famoso Mavi Marmarade, transportará como aquella primera única y exclusivamente materiales de ayuda humanitaria. Pacifistas de más de cincuenta países colaboran en un viaje humanitario que ha encendido, a pesar de su inequívoca voluntad de paz, todos los pilotos rojos de la seguridad de Oriente Medio. El mismo Ban ki-Moon, secretario general de la ONU, ha desaconsejado la oportunidad de esta empresa.

Rafa Palacios, curtido desde hace años en las tareas de la cooperación internacional, y Miguel San Miguel, un historiador que ha sido abuelo hace apenas un año, son los dos asturianos que embarcarán en una empresa no exenta de riesgos para su integridad física. Yo les hablo, dejándome un poco llevar por la ensoñación, de la aventura, recordando aquellos versos de Espronceda, pero Rafa Palacios, con sus pendientes de pirata, me lo niega a la mayor: «No queremos que sea una aventura, todo lo contrario: queremos ir, depositar la ayuda humanitaria, y volver. Sólo eso. Esto no tiene nada de aventura», me dice.

Miguel San Miguel es una persona serísima y culta. Tiene muy claras las razones por las que ha decidido embarcarse en esta empresa. «No se puede permitir que el silencio escandaloso de las buenas personas sirva para encubrir los desmanes de quien ejerce el poder en provecho de unos pocos. Nosotros hemos decidido denunciar el oprobio que sufren los palestinos en su país ocupado, y es dictamen de la ONU, ilegalmente», argumenta recordando una frase famosa de Martin Luther King.

No va cualquiera en esta segunda flotilla. Aunque no faltaron voluntarios, ha habido un duro proceso de selección y de formación. Se escogieron personas con los nervios bien templados, que ante una situación de riesgo de ser agredidos se comportasen de una manera no violenta. Ciertamente, los viajeros de la paz temen que se repita una reacción virulenta del ejercito israelí. «Puede ser que nos lancen perros entrenados a bordo, incluso se habla de serpientes», dice Palacios. «Y, por supuesto», aclara San Miguel, «no se descarta que como el año pasado el ejército de Israel nos aborde a tiro limpio».

Los viajeros de la paz apechan de su propio bolsillo con los 800 euros que cuesta el pasaje. Saben que no van en un viaje de placer, pero se toman las cosas con humor. Rafa Palacios, famoso por sus pendientes, habrá de quitárselos. «Mira tú, lo que no consiguió nadie, lo va a conseguir esta misión», me dice sonriendo. Le pregunto por qué: «Un pendiente te hace muy vulnerable. Pueden tirar de él y arrastrarte con mucho dolor», me dice.

Se trata de una misión pacífica, señalan a dúo, en defensa de los derechos humanos. Una misión que no transporta armas, sino materiales de construcción. Una misión que, en todo caso, no va a hollar ni un milímetro del territorio de Israel. «Vamos a Gaza, que también tiene sus aguas territoriales reconocidas, y en ningún momento pensamos entrar en territorio israelí».

Les deseo la mejor suerte. Les inspira Gandhi en una misión en la que, por cierto, no faltan un abultado número de judíos sensibles al sufrimiento del prójimo. «En la misión vamos judíos, cristianos, ateos, musulmanes... la religión, aquí, en realidad, no tiene nada que ver. Vamos personas que defienden los derechos humanos y que quieren denunciar un genocidio», me dice San Miguel.

Allá van. La mochila (de diez quilos como máximo) ya la tienen preparada. Yo, si supiese rezar, me iría con mis rezos tras ellos.