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Entre el asesinato y la reconstrucción

Confusión de términos en torno a la guerra de Afganistán

Es lamentable que la reconstrucción no pueda servirse también de las ventajas de la moderna tecnología. Reconstruir a distancia es imposible; matar, no lo es. La globalización de la muerte desde el aire avanza implacable. Pero cada vez serán más los países que se sirvan de esos instrumentos de muerte teledirigida para aniquilar a “sus” terroristas. Lo malo es que, a la vez que los aniquilan, ayudan a crear nuevas generaciones alimentadas por el odio y el ansia de venganza.

Alberto Piris, General de Artillería en Reserva Fonte: Centro de Colaboraciones Solidarias, Univ. Complutense de Madrid

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Una de las razones que hacen difícil entender el continuado fracaso de las operaciones militares que Estados Unidos y la OTAN llevan a cabo en Afganistán pudiera estar en la confusión entre dos términos utilizados con mucha frecuencia: contraterrorismo y contrainsurgencia.
El contraterrorismo es hoy, en Afganistán y en otros países de esa zona, el resultado de la “guerra global contra el terror” iniciada por Bush. Su objetivo es aniquilar a los terroristas, sin limitaciones -y sin contemplaciones- en cuanto a los modos de hacerlo. Esto se logra mediante las misiones llamadas capture/kill (apresar/matar), que además de los ejércitos también llevan a cabo ciertas fuerzas especiales que actúan en la sombra y algunas de cuyas operaciones han sido reveladas en los documentos últimamente filtrados a través de Internet.
La contrainsurgencia, por el contrario y en el mismo contexto, buscaría anular el efecto de atracción que sobre el pueblo afgano ejercen quienes se alzan contra las fuerzas ocupantes. Se basa en ayudar a la población para que recupere unas condiciones que faciliten las actividades necesarias para el normal desarrollo de la vida cotidiana. Es la misión de los llamados “Equipos provinciales de reconstrucción”, constituidos por personal civil y unidades militares, que colaboran en tareas muy variadas de carácter humanitario: construcción de carreteras, escuelas y otras instalaciones, programas de agricultura y desarrollo del comercio, etc.
Es fácil ver que la línea que separa unas operaciones de otras se presta a la confusión, pero sus efectos sobre la población son muy distintos. En el último número de la revista militar estadounidense Joint Forces Quarterly, se leía: “Existe el acuerdo común de que la aproximación indirecta a la contrainsurgencia [es decir, la ayuda a la reconstrucción] debería tener prioridad sobre las operaciones de capture/kill. Sin embargo, está ocurriendo lo contrario”.
Otras voces militares comentan que las unidades especiales antiterroristas, como la llamada Task Force 373, si bien cumplen la misión de hostigar y desequilibrar al enemigo, ignoran la causa principal del conflicto y no les preocupa conocer las razones por las que el pueblo apoya a los talibanes.
“Estamos matando a las personas equivocadas, a los talibanes de nivel medio, que solo nos atacan porque estamos ocupando su país. Si nosotros no estuviéramos allí, ellos no combatirían contra Estados Unidos”, declaraba un antiguo miembro de la citada unidad 373.
Esta cuestión se convierte en una dialéctica entre el asesinato y la reconstrucción. El problema se centra en que ambas acciones proceden de un origen común: el binomio formado por la OTAN y el Pentágono, que es el protagonista principal de la guerra de Afganistán. La OTAN, por un lado, controla las operaciones de reconstrucción de ISAF (cuyas siglas inglesas corresponden a la expresión “Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad”), en la que está incluido el contingente español. Por otro lado, en el Pentágono funciona un órgano de carácter muy secreto, el "Mando Conjunto de Operaciones Especiales", que a juicio del periodista estadounidense Seymour Hersh (el que desveló la masacre de My Lai en la guerra de Vietnam) no es otra cosa que una “rama ejecutiva de asesinatos”, tan apreciada por el anterior vicepresidente Dick Cheney y que sigue actuando con su tradicional impunidad.
Ciertas luchas por la prioridad y los espacios mediáticos han enfrentado a veces a la CIA y al Pentágono en la ejecución de operaciones antiterroristas, y han permitido entrever el fondo de tan oscuras misiones. Éstas no han cesado con la llegada de Obama a la Casa Blanca sino que, por el contrario, han intensificado su actuación mediante aviones sin piloto. Desde una base aérea en el estado de Nevada (Estados Unidos) se controla a distancia el ataque de un avión teledirigido contra un grupo de afganos en alguna remota aldea. Las más avanzadas tecnologías se ponen así al servicio del asesinato organizado de los terroristas, pero también de los que, sin serlo, tienen la mala suerte de pasar por allí. El distanciamiento físico y psicológico entre el atacante y su víctima se hace así completo y la guerra alcanza el máximo grado de deshumanización, por difícil que parezca.
Es lamentable que la reconstrucción no pueda servirse  también de las ventajas de la moderna tecnología. Reconstruir a distancia es imposible; matar, no lo es. La globalización de la muerte desde el aire avanza implacable. Pero cada vez serán más los países que se sirvan de esos instrumentos de muerte teledirigida para aniquilar a “sus” terroristas. Lo malo es que, a la vez que los aniquilan, ayudan a crear nuevas generaciones alimentadas por el odio y el ansia de venganza.