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Los Estados coloniales y el racismo

Michel Warschawski

Un Estado colonial es, por su naturaleza y su comportamiento, racista. El racismo sionista es el racismo occidental banal hacia lo que no es europeo

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Traducción: Alberto Nadal, www.vientosur.info,  22/10/2009

Un Estado colonial es, por su naturaleza y su comportamiento, racista. El racismo sionista es el racismo occidental banal hacia lo que no es europeo.

El 14 de mayo de 1948, el Consejo del pueblo judío se reunía en el Museo de Tel Aviv y aprobaba una proclama declarando la creación del estado de Israel.

No se puede abordar, ni intentar analizar el sionismo y lo que ha engendrado, el estado de Israel, eludiendo el corazón de su esencia: el colonialismo. Independientemente de sus motivaciones (arreglo del problema judío en Europa del Este, a fines del siglo XIX y comienzos del XX), el sionismo es un movimiento colonialista que ha creado un estado colonialista . Efectivamente, Israel es uno de los más recientes estados coloniales existentes aún en el siglo XXI. El sionismo es colonialista en sus objetivos y en sus medios: un proyecto occidental que tiene por objetivo “civilizar” una parte del Oriente no civilizado, aportarle modernidad, progreso y, mucho más tarde, democracia.

El sionismo es un colonialismo de una naturaleza particular, diferente de los proyectos coloniales de África del Norte y de África subsahariana, pero idéntico al de Australia y de América del Norte, se trata de una empresa colonial de poblamiento. Como tal, apunta a reemplazar (y no esencialmente a explotar) a la población indígena por nuevos colonos a través de una expulsión gradual.

Israel es un estado colonial no solo en su origen sino también en su modus operandi. Su legislación y sus prácticas están estructuradas con el objetivo de construir, de imponer y de reforzar su carácter judío. “Judaización” y “Estado judío” no son conceptos culturales sino un proyecto demográfico; tienen por objetivo desarabizar Palestina y reducir lo más posible el número de no judíos en el estado judío. “Liberación de la Tierra”, “Trabajo judío” y “Productos judíos” fueron los principales eslóganes de la empresa sionista en Palestina, y todos ellos reflejan la tentativa global de borrar la naturaleza árabe de Palestina.

La política de judaización ha sido proseguida mucho tiempo después de la creación del estado de Israel y marca las prácticas colonialistas de hoy. La discriminación estructural de la minoría palestina que ha logrado mantenerse en las fronteras del estado judío y la prosecución de la política de expropiación de las tierras dan fe de que no ha habido ninguna “normalización” de Israel, y de que su naturaleza colonial agresiva es parte integrante de su esencia misma. Ser un estado judío implica estar en guerra de forma permanente con todo lo que es demográficamente no judío en Israel. Se trata de una guerra étnica permanente.

El racismo sionista es un producto derivado indispensable del carácter colonial de Israel. El racismo no es necesariamente una filosofía “racial”, que supone una superioridad de una comunidad humana sobre otra, como fue el caso del racismo nazi. El racismo moderno es a menudo una actitud de “ignorancia del otro”. “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, “El país estaba vacío” fueron los principales eslóganes del sionismo al comienzo. Es típico, puede incluso decirse que banal, de la actitud colonialista ver en el indígena solo un problema medio ambiental como pueden serlo los mosquitos, los pantanos o los pedregales; algo que debe ser eliminado a fin de permitir desarrollarse a la civilización. Los árabes de Palestina son transparentes como comunidad humana y, en este sentido, el sionismo es un racismo de la negativa de reconocer una humanidad a la comunidad indígena. El racismo sionista es el racismo occidental hacia lo que no es europeo.

La resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1975, que definió el sionismo como una forma de racismo, no hizo más que apuntar una verdad elemental: un estado colonial es, por su naturaleza y su comportamiento, racista.

El papel de una resolución política debería ser decidir acciones a poner en marcha, no definir las realidades. Eso debería ser la tarea de especialistas científicos y de un debate científico permanente y jamás cerrado, no de un voto. El colonialismo es racismo, lo acepte o no una mayoría de estados. La prueba de que el voto era un error fue aportada diez y seis años más tarde, en 1991, cuando la misma Asamblea General de las Naciones Unidas se retractó de su voto y decidió que el colonialismo sionista ¡no era racista!. Un comportamiento así es una vuelta fantástica a la Edad Media, cuando una asamblea de cardenales podía decidir, por votación, si los judíos tenían alma o si la tierra era un cuadrado plano.

Con toda evidencia, ninguno de estos votos podía cambiar la realidad. El papel de las instituciones políticas es decidir acciones que deben ser emprendidas, no legiferar sobre la naturaleza de la realidad.

Idealmente, la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas deberían presentar para su adopción una resolución basada en la campaña internacional por el BDS –boicot, desinversiones, sanciones- y sancionar al estado de Israel por sus innumerables violaciones del derecho internacional y de las resoluciones de las Naciones Unidas.

La necesidad de imponer sanciones al estado de Israel es triple : una, hacer justicia al pueblo palestino que ha hecho, bajo la presión de la comunidad internacional, numerosos compromisos dolorosos, para obtener más opresión, más negaciones y más humillaciones; dos, es una cuestión de higiene internacional, pues si queremos vivir en un mundo regido por el derecho, Israel no debe ser tratado con toda impunidad y sus crímenes deben ser castigados; y tres, por el bien mismo de la sociedad israelí.

6 de octubre de 2009