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Las mujeres árabes en Israel: obstáculos a la emancipación

El papel de la organización. Centro de Asesoría a los Trabajadores (Workers Advice Center - WAC) y su Foro de Mujeres

Hoy en día, la estructura de la mano de obra árabe femenina tiene la forma de una pirámide invertida: de la minoría que tiene empleo, cerca del 70% son profesionales independientes en educación, salud o trabajo social, mientras que la mayoría del 30% restante son no profesionales en la industria, la agricultura, limpieza y otros servicios. Las mujeres árabes carentes de instrucción son víctimas por partida triple: son árabes en un Estado judío, mujeres en una sociedad patriarcal árabe y trabajadoras no cualificadas en una economía neoliberal

Michal Schwartz y Asma Agbarieh-Zahalka de WAC-Ma'an
www.challenge-mag.com
Traducción: Lucas Antón

mujeres

Este artículo se basa en un trabajo del libro colectivo dirigido por Erella Shadmi, Hazon Isha y Nashim Borot Olamot Hadashim: Visión de la mujer: las mujeres crean nuevos mundos, de próxima publicación en hebreo.

Sólo unos pocos metros separan Yisr al-Zarqa de Cesarea. La primera se encuentra entre las aldeas más pobres de Israel. La segunda alberga a la élite. Sólo unos pocos metros, más un muro construido hace seis años para que los ricos de Cesarea no tengan que ver a sus vecinos. Un muro similar, pero invisible, cruza el guión entre Tel Aviv-Jaffa. Se puede encontrar ese muro invisible entre Me-Ami, población judía, y Arab Um al-Fahm, árabe, entre Nazareth Ilit y Nazareth, entre Carmiel y las aldeas que lo rodean, en resumen, allí donde árabes y judíos viven cerca unos de otros. Son mundos separados por un pelo.

Yisr al-Zarqa se diferencia de otras aldeas árabes en un aspecto esencial: son sus mujeres las que ganan el pan. De acuerdo con fuentes municipales, cerca del 75% de los hombres no trabaja. La consecuencia es que el 30% de las mujeres sí que tiene empleo, comparado con el 18.6% únicamente del conjunto de las mujeres árabes de Israel. Las mujeres de Yisr al-Zarqa son la fuente principal de subsistencia de la aldea. Pero, ¿les ha aportado su trabajo sustento y satisfacciones? Ni lo más mínimo. Es una servidumbre amarga y mal pagada. Los contratistas de la región costera encuentran en estas mujeres una fuente conveniente de trabajo no cualificado, débil, desesperado y barato. Limpian Tel Aviv: las encontrarás en universidades, hospitales, residencias para ancianos y salones de banquetes. La mayoría gana menos del mínimo legal mensual de 3.700 shekels (1.028 dólares) en horario de ocho horas. Ni siquiera este mínimo, cuando lo alcanzan, llega a cubrir el coste de la vida.

Cada mañana a las 5.30, cerca de 900 mujeres de esta aldea de 12.000 personas, casadas o solteras, madres o no, se sube a la furgoneta. La mayoría vuelve a las 5 de la tarde, pero algunas no llegan hasta las 10. Cuando se ha terminado la limpieza de la jornada, regresan a hacer la de la casa y a ocuparse de los niños, que han estado en la calle la mitad del día.

En Yisr al-Zarqa las chicas se casan a los 17, a veces antes. Viven en un régimen patriarcal, aún cuando son ellas las que ganan el pan. Crían familias grandes, que a menudo se apiñan en una sola habitación en la casa de varios plantas de la familia extensa. La media es de siete personas por habitación. La distancia social y económica entre ellos y sus vecinos hebreos se ensancha a cada año que pasa.
La pobreza es árabe y femenina

Yisr al-Zarqa representa, de manera extrema, la situación general de los árabes en Israel. Aunque suponen el 15% de la población (sin contar Jerusalén Este y los Altos del Golán), son más de la mitad de los pobres del país, incluyendo al 60% de sus hijos.

Una explicación de la pobreza es que la mitad de las familias árabes sólo dispone de un sostén económico. Como dijimos, el 18.6% de las mujeres árabes mayores de 15 años forma parte de la fuerza de trabajo, comparado con el 56% de las mujeres judías (Oficina Central de Estadística de Israel, Cuadros 1.2 y 8.1, cifras de 2006).

El salario medio de las mujeres árabes es un 47% más bajo que el de las mujeres judías. Más de la mitad gana el salario mínimo o menos, comparado con un tercio de las mujeres judías (Fuente:  "Situación del empleo…," antes citada).

Una causa menos directa de la pobreza entre las mujeres árabes es su bajo nivel educativo. Casi la mitad no llegó a terminar la enseñanza secundaria, en comparación con un 10% en el caso de las mujeres judías. La tasa de empleo varía de acuerdo con la educación. Las mujeres árabes que no concluyeron la enseñanza primaria tienen una tasa de empleo del 3.6%, comparado con el 64.8% de quienes siguieron estudiando tras la enseñanza media (Ibid). Hay otras razones que explican su pobreza. Las mujeres árabes se concentran en sectores de salarios bajos. Se les contrata después que a los judíos y se les paga menos por hacer el mismo trabajo.

Esta situación conduce a que muchas mujeres árabes abandonen la búsqueda de trabajo. Cerca del 12% dejan de intentarlo, comparado con un 1% entre sus congéneres judías (Ibid).

En febrero, el Instituto Nacional de Seguros publicó un informe en el que confirmaba que, pese al crecimiento económico en su conjunto, la pobreza sigue ahondándose. El crecimiento pasa de largo cuando se trata de grupos de población débiles, sobre todo, árabes. La pobreza pasa de generación en generación, lo mismo que la falta de fe en la sociedad israelí. Estos sentimientos hallaron expresión en la Intifada de octubre de 2000, que fue más intensa en las comunidades árabes más pobres de Israel. Hizo aumentar enormemente la desconfianza entre árabes y judíos, pues cada una de las partes se cerró a la otra. 

¿Por qué no trabajan?

Hay quienes culpan a la cultura árabe de la baja tasa de participación de las mujeres árabes en la mano de obra. En los últimos años, ciertamente, hemos sido testigos de un auge de la religión , años en los que el movimiento islámico ha alentado a las mujeres a que se queden en casa para tener y criar hijos. Sin embargo, el ascenso del conservadurismo de la calle árabe tiene menos de causa que de resultado de la baja participación en la mano de obra. La causa es la discriminación y exclusión que se practica contra los árabes en todos los órdenes de su vida. Desde mediados de los 90, por ende, el problema se ha agravado con la economía neoliberal y la globalización. La nueva economía israelí, centrada en la Bolsa y la alta tecnología se ha deshecho de la "vieja economía" y, con ella, de los puestos de trabajo de las mujeres árabes. Sus sectores tradicionales, a saber, el textil, la agricultura y el cuidado de personas, se han volatilizado. 

La globalización espoleó el traslado de las fábricas textiles a países de empleo barato, como Egipto, Jordania, Rumanía y China. El cuidado de personas se convirtió en coto de las filipinas.

¿Y la agricultura? Este sector proporcionaba empleo a las mujeres sin cualificación profesional. Antes de la creación de Israel en 1948, el 90% de la población árabe vivía de la agricultura. Hoy la cifra es del 4%. De los trabajadores agrícolas del actual Israel, el 27% proviene de Tailandia. Tremendamente endeudados al llegar y carentes de organización, los tailandeses trabajan por sueldos inferiores al mínimo legal (consecuencia de una turbia contabilidad), no reciben prestaciones sociales, y viven en el lugar de trabajo. Son el equivalente de una subvención oculta. En Europa y América la agricultura también está subvencionada, pero allí el subsidio es directamente financiero y va al sector agrícola en general, en el que puede beneficiar tanto a las agricultores como a sus trabajadores. En Israel, la subvención adopta la forma de seres humanos y se destina sólo a los agricultores.   

Por lo que se refiere a las mujeres árabes que trabajan en la agricultura, ¿cuál es la naturaleza de su empleo? En las aldeas árabes hay muchos subcontratistas que llevan a las mujeres a trabajar y recogen sus salarios, del que se quedan un 40%. Raramente hay aumentos salariales, por no hablar ya de prestaciones. Las trabajadoras ganan de 80 a 100 shekels por jornadas de ocho horas -lo que viene a ser de 20 a 25 dólares-, en lugar del mínimo legal de 160 shekels.

  

Trabajadores de WAC recogiendo fresas en un "moshav"
[explotación rural israelí] en la Llanura de Sharon. Foto: Alon Ron.

Sólo una intensa pobreza sumada a la falta de alternativas hará que una mujer árabe sin cualificación y casada busque un trabajo en esas condiciones. Las trabajadoras suelen ser mujeres solteras que tratan de incrementar su dote. Con frecuencia, sus ganancias van a engrosar un presupuesto mayor, el familiar. Una familia puede enviar a trabajar a algunas de sus hijas por una miseria para que no anden en casa mano sobre mano. Puede emplear su salario en pagar deudas o sufragar los estudios del hermano mayor, o construir una planta más en la casa para albergar a su futura familia [de él]. En estas circunstancias, no resulta extraño que el trabajo se considere una carga de la que las mujeres se alegran de librarse cuanto antes.

Hoy en día, la estructura de la mano de obra árabe femenina tiene la forma de una pirámide invertida: de la minoría que tiene empleo, cerca del 70% son profesionales independientes en educación, salud o trabajo social, mientras que la mayoría del 30% restante son no profesionales en la industria, la agricultura, limpieza y otros servicios. Las mujeres árabes carentes de instrucción son víctimas por partida triple: son árabes en un Estado judío, mujeres en una sociedad patriarcal árabe y trabajadoras no cualificadas en una economía neoliberal.

La familia patriarcal

La familia patriarcal sigue viva y coleando en la aldea árabe. El matrimonio entre personas de algún parentesco es todavía frecuente y entre los beduinos del Neguev es común la poligamia. La tasa de natalidad árabe es más elevada que la de los judíos. La familia árabe media tiene 4,9 miembros, la judía, 3,1. Divorciarse significa para una mujer árabe volver con sus padres y muchas posibilidades de perder a sus hijos. Una divorciada ha de soportar un pesado estigma. No se considera aceptable que viva sola y en cualquier caso, por lo general no se puede permitir pagar el alquiler. Además, todavía se practica el asesinato para limpiar "el honor familiar". Estas condiciones apenas llevan a una acción política o social por parte de la mujer.

La familia árabe, fuertemente patriarcal, ha sido siempre un instrumento conveniente para los gobiernos israelíes, que la utilizan para dominar a la población árabe y mantenerla en una situación de subdesarrollo. Un factor importante en la preservación del sistema patriarcal ha sido la separación geográfica de árabes y judíos, una especie de silencioso apartheid. Un 92% de los árabes de Israel vive en aldeas separadas. Este aislamiento deja fuera a las fuerzas urbanizadoras. Impide la modernización, que debilita normalmente el control de la familia extensa. Lo que es más, no hay matrimonio civil en Israel. Las bodas se someten a tribunales religiosos. Este hecho también perpetúa la separación. 

Pero esto no es todo. El Estado de Israel surte cada vez de menos servicios a las aldeas árabes. En consecuencia, el ciudadano árabe se ve forzado a depender de la familia extensa. La presión sobre la tierra (resultado de las politicas israelíes) es tal que las parejas jóvenes no pueden por lo general alquilar viviendas en la aldea. Si piensan en mudarse a una ciudad judía, tendrán que enfrentarse a medidas discriminatorias y un mayor coste de la vida. Las parejas jóvenes tienen poco dónde elegir, por lo tanto, salvo habitar una planta por encima en la casa de la familia extensa, donde han de aceptar las normas del patriarca. 

La educación superior podría hacer aumentar la movilidad social, pero la enorme mayoría de los árabes quedan bloqueados antes de que puedan llegar a ese estadio. Dentro del sistema educativo estatal, sus escuelas están en el peldaño más bajo, mientras los colegios privados son demasiado caros para la mayoría.  

Esa verdad, por tanto, que la familia árabe patriarca impone normas conservadoras a la mujer árabe, y estas normas la apartan del trabajo. Pero así sucede sólo cuando los empleos carecen de organización y están mal pagados. Si todos los trabajadores agrícolas o industriales llegaran a conseguir el salario mínimo mensual de 3.700 NIS, más las prestaciones sociales legalmente exigidas, la actitud hacia las mujeres trabajadoras probablemente cambiaría.

Esa actitud es muy diferente en las ciudades mixtas —Tel Aviv-Jaffa, Haifa, Ramle, Lod y Akko— en donde vive el 4% de las mujeres árabes. Pese a la separación de las poblaciones en su seno, hay oportunidades variadas de empleo cerca de casa. Casi la mitad de las mujeres que viven en estas ciudades tiene trabajo.

Si los árabes fueran libres de vivir en cualquier parte —en cualquier ciudad, "moshav" o "kibbutz"—dicho de otro modo, si la integración fuera real, entonces la urbanización y modernización vencerían la tendencia a la inhibición y el aislamiento.

El papel del Consejo Asesor de los Trabajadores (WAC)

En sociedades conservadoras, el papel de transmisión de valores de una generación a la siguiente le corresponde a las mujeres, al tiempo que encarnan esos valores en su comportamiento. Pero cuando una sociedad experimenta una sacudida, las mujeres pueden convertirse en una fuerza dinámica de cambio. 

Es imposible aislar hermeticamente a una familia árabe respecto al mundo circundante. Durante los años 70 y 80, por ejemplo, a medida que había cada vez más mujeres que engrosaban el contigente laboral, se retrasaba la edad media del matrimonio y descendía la tasa de natalidad. Como todo el mundo, las mujeres árabes se ven expuestas a la cultura del consumo y los valores occidentales. Son dolorosamente conscientes del abismo entre sus circunstancias económicas y las de sus vecinas judías. Esta contradicción les hace sufrir, pero no hay modo de resolverla, atrapadas como están en aldeas subdesarrolladas, sin ninguna posibilidad de un trabajo que les satisfaga. En tanto se desvanezcan las posibilidades de avanzar, las mujeres tenderán a rechazar los valores de igualdad y progreso social. Si no se puede llegar hasta las uvas, es que están verdes.

De cuando en cuando, el gobierno de Israel admite la discriminación y declara que cambiará sus métodos. Así se comprueba, pongamos por caso, en el Informe del Interventor de 2001, así como en el Informe de la Comisión Orr. Ambos se elaboraron como respuesta a la Intifada de octubre. Sus recomendaciones se quedaron en el papel. El Ministerio de Finanzas reconoce día y noche de forma parecida que la falta de empleo entre las mujeres árabes es la razón principal de la pobreza árabe. Todos saben que la importación de migrantes perpetúa esta situación. En febrero de 2008, el Ministerio de Finanzas y el Banco de Israel publicaron un programa para reducir el número de trabajadores migrantes a 100.000. Pero una cosa son los programas y otra la realidad.

Se puede reconocer una pauta, en resumen. Para oprimirlas se conjuran todas las fuerzas de consideración: la familia patriarcal, la sociedad aldeana, el mercado de trabajo, el gobierno neoliberal y la globalización. Para romper este molde, las mujeres tienen que organizarse, y ahí es donde entra en juego el Centro de Asesoría a los Trabajadores (Workers Advice Center - WAC) y su Foro de Mujeres. No aceptamos la pobreza y el desempleo como si fueran decreto del cielo. La pobreza obliga a las mujeres árabes a trabajar, y necesitan protección para sus derechos. Desde luego, hay que hacer que tomen conciencia de estos derechos. La explotación, los bajos salarios y el estigma del trabajo de servir impiden que las mujeres intenten buscar trabajo. Nos centramos precisamente en las mujeres invisibles, en los cientos de miles que carecen de formación para tratar de integrarlas en el proceso laboral. Se trata de un paso esencial, si bien insuficiente,  para conseguir reforzar su propio poder. La agricultura es una elección natural: puede acoger a miles de mujeres.

Por medio de WAC, las amas de casa encuentran trabajo con el salario mínimo de verdad y se protegen sus derechos. Participan en clases para que aprendan a ganar poder como mujeres. Tratamos de prepararlas como activistas sindicales, de manera que puedan utilizar su experiencia para atraer a más mujeres a la organización. De este modo se rompe el molde, aldea por aldea. La ruptura significa una revolución en su situación económica y su estatus social, en el concepto que tienen de si mismas y su visión del mundo. Esta revolución bien puede acarrear otra, a saber, la de las actitudes de una sociedad masculina hacia las mujeres. Puede incluso que sacuda la indiferencia de los judíos israelíes. Puede ayudar a crear solidaridad entre todas las víctimas del neoliberalismo, hombres y mujeres. Puede promover, finalmente, un sano diálogo entre las comunidades árabe y judía. 

Cuando salimos a comprobar esta tesis, al menos las mujeres no nos decepcionaron. Las amas de casa, madres con tras o cuatro hijos, mujeres en la década de los 30 o 40 que no habían trabajado desde que se casaron, decidieron someter sus vidas a un cambio drástico. No fue fácil convencerlas de que podían a la vez trabajar y llevar sus hogares. Por su experiencia pasada, se les hacía difícil creer que pudieran ganar gracias a WAC el mínimo legal y conseguir pleno respaldo en relación con sus patronos. Pero su necesidad de llegar a fin de mes demostró ser decisiva. Las primeras mujeres de Kufr Qara comenzaron a trabajar hace dos años, en marzo de 2006.

Se levantan antes de que amanezca, preparan lo que los niños precisan para el colegio, se van a trabajar, resuelven los que les pide su patrón agrícola, vuelven por la tarde a sus domicilios, limpian la casa, ayudan a los niños con los deberes, preparan las comidas del día siguiente y hacen la colada. Nada de esto es plato de gusto, pero quien se hace con ello se convierte en abanderada del valor del sindicalismo organizado. Su situación financiera mejora. Pueden apuntar a los niños a actividades extraescolares. Pueden pagar al dentista o comprar un ordenador. También pueden salir de sus casas, conocer a otras mujeres o hablar en hebrero con el jefe. En resumen, comienzan a tener algún control sobre las fuerzas que antes dominaban sus vidas. Descubren su propia valía y advierten también que cambia la manera de verlas de la gente. También disfrutan reuniéndose una noche a la semana, después del trabajo, en el curso de autoidentidad, para analizar sus vidas desde distintos ángulos y con una nueva comprensión.


Febrero de 2008. Jittam Na’amneh, de WAC, instruye a activistas sindicales en el Centro Kufr Qara. Foto: Challenge.

Estos grupos de autopoder, organizados por el Foro de Mujeres, se distinguen por el hecho de que quienes participan en ellos son todas mujeres, a veces de la misma explotación agrícola. Este caracter comunal ha creado una dinámica de cercanía y confianza. El Foro también es el ámbito en el que enfrentarse a actitudes conservadoras, como las relativas a la crianza de los hijos, por ejemplo, y superar prejuicios.

Las trabajadoras de WAC tienen contacto con mundos diferentes de formas diversas. Reciben a delegaciones internacionales de sindicatos de trabajadores del campo, conversan con ellos y conocen así lo que sucede en otros lugares. En el Día Internacional de la Mujer y el Primero de Mayo llevan sus exigencias al corazón de Tel Aviv, donde se ven con israelíes que les muestran su solidaridad, así como con mujeres judías que sufren la política del Gobierno. Artistas judíos y árabes aportan sus obras a nuestra venta anual de arte, cuyos ingresos se dedican a las trabajadoras agrícolas árabes de WAC. Hay poetas que visitan sus aldeas, con lecturas en hebreo y árabe. Las mujeres acceden así a formas de arte que les son nuevas. Gracias a todos estos contactos, esta lucha se vuelve polifacética y concreta. Por su parte, los artistas y poetas entran en contacto con aspectos del lado árabe que por lo común no ven.

Por cada trabajadora árabe que se contrata, hay diez que son rechazadas, porque los propietarios agrícolas prefieren a las tailandesas o a las mujeres no sindicadas que les suministran los contratistas. Sin embargo, en cuestión de meses, el número de trabajadoras agrícolas que ingresaron en la sección llegó a 100. Esa cifra sería aún más elevada si pudieramos abrir camino a más empleos, pues se ha corrido la voz y otras muchas mujeres están llamando a nuestras puertas. También en otras aldeas, en la Llanura de Sharon y Galilea, las amas de casa encuentran trabajo gracias a WAC y cambian sus vidas.

Un cambio de verdad exige que está pirámide invertida se vuelva del derecho: miles de mujeres árabes, incluso decenas de miles, deben salir a trabajar, organizadas en sindicatos con otras trabajadoras, con el fin de rescatar a sus familias y sus comunidades del círculo de pobreza y pasividad. Las trabajadoras de WAC tendrán que aprender a creer en si mismas, obrando en favor del cambio político y social. Esta liberación dentro de la sociedad árabe puede abrir el camino a una solidaridad mayor en la que judíos y árabes, hombres y mujeres, hagan causa común contra sus explotadores. Ya no es inconcebible tal cosa. Desde el momento en que el Estado de Israel adoptó la economía neoliberal, dejó de preocuparse por los ciudadanos judíos más pobres, y como consecuencia de ello se ha quebrado la unidad sionista.

En este proceso, a los trabajadores les hará falta un partido que les represente. La creación de un amplio movimiento que incluya a árabes y judíos, hombres y mujeres, puede derribar prejuicios y echar abajo el muro de odio entre los dos pueblos sobre la base de un interés común.

Pero el cambio depende también de la evolución del escenario internacional, sobre todo del debilitamiento del control norteamericano sobre la economía y la política globales. Depende de que se renueve la oposición tanto al capitalismo desbordado como al fundamentalismo.

Nada de esto ocurrirá de la noche a la mañana, pero las mujeres que se agrupan en WAC suponen un paso en la dirección correcta.

Nota del traductor: Hasta donde ha sido posible hemos adaptado la grafía de los nombres árabes y hebreos a la fonética en español.

Versión inglesa:
http://www.nodo50.org/csca/agenda08/palestina/arti340.html