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Adiós a la fantasía de la paz

Sobre las elecciones israelíes

El gobierno resultante de estas elecciones será un gobierno débil a la hora de dar pasos positivos en el camino hacia la paz, pero fuerte a la hora de iniciar nuevas guerras en el sur (franja de Gaza) o en el norte (sur de Líbano) o de bombardear el proyecto nuclear y las infraestructuras iraníes

Abdelbari Atuán
Al Ouds al Arabi
Traducción: Al Fanar Traducciones

Barak

Los primeros resultados de las elecciones israelíes apuntan a la apurada victoria del partido Kadima liderado por Tzipi Livni sobre su rival, el Likud, lo que vaticina la posible formación de un gobierno de unidad porque cualquiera de los dos partidos más votados va a tener grandes dificultades a la hora de crear la coalición necesaria para formar un gobierno que lidere en solitario y tenga la confianza de la Knéset.

La situación de parálisis que han destapado los resultados de las elecciones refleja la grave crisis que vive el Estado hebreo en este momento y la incapacidad de su elite política para sacarlo de esa crisis por la paz o por la guerra.

Los programas electorales de los partidos que han participado en estas elecciones eran similares, por no decir coincidentes en no hacer a los árabes ninguna concesión en las cuestiones más relevantes. Por ello ha competido el que está a la derecha con el que está todavía más a la derecha y por ello sólo habrá cambios marginales en cuestiones secundarias, ni más ni menos.

No ha habido un bando de halcones y otro de palomas, ni un bando de la izquierda y de la derecha como venía siendo el caso en la mayoría de las anteriores elecciones, sino que se han enfrentado dos alas del Likud, una de ellas disidente (Kadima) y la otra que ha conservado su nombre histórico y un programa más extremista.

El gobierno resultante de estas elecciones será un gobierno débil a la hora de dar pasos positivos en el camino hacia la paz, pero fuerte a la hora de iniciar nuevas guerras en el sur (franja de Gaza) o en el norte (sur de Líbano) o de bombardear el proyecto nuclear y las infraestructuras iraníes. El control de la extrema derecha sobre la Knéset y el gobierno a un mismo tiempo colocará obstáculos ante el proceso de paz, impedirá las concesiones y apoyará cualquier tendencia a la guerra.

Lo sabio es esperar a los resultados finales antes de escribir sobre las elecciones israelíes generales celebradas ayer para hacer un análisis más detallado y objetivo. No obstante, la similitud de los programas electorales y una competencia concentrada entre la derecha y otra derecha más aún a la derecha nos obliga a afirmar que proseguirán las políticas actuales con algunos cambios leves en cuestiones marginales.

Las elecciones han sido una competición entre dos alas del partido de extrema derecha Likud, y no entre la izquierda y la derecha, o entre el bando de los halcones y las palomas como en anteriores comicios.
Kadima, liderado por Tzipi Livni, ministra de Exteriores, nació en el seno de la extrema derecha y tiene sus mismas ideas. La divergencia no es una divergencia de programas, sino de personas que compiten por el liderazgo, ya que los programas coinciden en su hostilidad hacia los árabes e insisten en no hacer ninguna concesión en cuestiones esenciales como la Jerusalén ocupada, los asentamientos o los refugiados. Tal vez no exageremos al decir que la victoria del Likud, con su versión original liderada por Netanyahu, tal vez sea mejor para nosotros como árabes y para el mundo entero que la victoria de la «imagen» o de la versión «falsa» que representa el partido Kadima, un partido para el que muchos árabes, y especialmente la Autoridad Palestina en Ramalá, desean la victoria y que forme el próximo gobierno de Israel. Porque la victoria de Kadima significa que los árabes, o algunos árabes, seguirán colgados de los hilos de la fantasía.

Debemos tener presente que aún no se ha secado la sangre de los niños de la franja de Gaza que murieron mártires en la última guerra que puso en marcha el gobierno de Kadima. Debemos recordar que el proceso de paz que se inició hace dos años y medio lideradazo por el dúo Olmert-Livni no se ha movido ni ha avanzado un milímetro, por no decir que ha dado marcha atrás.

La victoria de Netanyahu, de hacerse realidad, tal vez sea más útil para los árabes y los musulmanes a largo plazo porque pondrá en evidencia la naturaleza del pueblo israelí, una naturaleza hostil, de derechas, racista, radical, que rechaza la paz y la convivencia según las premisas de la comunidad internacional y las resoluciones de su sistema. Su victoria podría hacer realidad un milagro si consigue que el bando palestino se una de nuevo y que quienes apuestan por el proceso de paz sean conscientes de que ha llegado el momento de retomar todas sus disparatadas opciones previas, lo que implica la necesidad de hacer una revisión global que incluya la autocrítica y la búsqueda de una estrategia nueva que no descarte ninguna opción, incluida la reanudación de la resistencia en todas sus formas.

Incluso la victoria del partido Israel Beiteinu, liderado por el racista y extremista Avigdor Lieberman, con un gran número de escaños que supere los obtenidos por el Partido Laborista podría ser útil a los árabes dentro de los territorios ocupados y fuera de ellos, porque los despertará de su profundo letargo, de ese soñar despiertos en el que han vivido en los últimos veinte años aproximadamente, durante los que se han convertido en evangelizadores de la paz dispuestos a normalizar relaciones con Israel y a hacer de inmediato todas las concesiones que se les pidan.

Leiberman, que amenazó con bombardear la presa de Asuán en Egipto para ahogar a su pueblo, y con borrar a Gaza del mapa y expulsar a los árabes de los territorios ocupados en 1948; que insultó al presidente Mubarak de una forma racista y altiva acusándole de estar implicado en los túneles de Rafah y en el contrabando de armas a través de éstos diciéndole que «se fuera al infierno»; que es candidato a la cartera de Defensa en el próximo gobierno israelí, esté presidido por Netanyahu o por Livni; tal vez él lleve a los árabes «moderados y opositores», todos juntos, a dar el tiro de gracia a la iniciativa de paz árabe, después de pudrirse en la UCI en la que vive desde su lanzamiento hace al menos siete años.

El próximo gobierno israelí tal vez sea para los israelíes una «copia mejorada» del actual gobierno al ser más extremista, al cambiar de caras que no de políticas ni de principios. No nos sorprendería que llegara un «gobierno de guerra» que termine lo que empezó el anterior en la franja de Gaza y no concluyó en el sur de Líbano en un intento por depurar a la resistencia y hacer prosternarse al mundo árabe imponiendo el verdadero proyecto israelí, es decir, «la paz a cambio de la paz».

La calle israelí está sedienta de muerte y sangre. Como prueba de ello, el espaldarazo de una mayoría aplastante a la guerra de Gaza, su falta de arrepentimiento ante las matanzas cometidas y su incitación a otra guerra contra Irán para destruir su programa nuclear aunque ello suponga sumergir al mundo entero en un baño de sangre.

El proyecto israelí vive un estado de confusión sin precedentes lo que ha tenido un claro reflejo en las últimas elecciones. Los israelíes están poseídos por el miedo y por ello huyen hacia las guerras y apoyan a los caudillos militares y a los líderes políticos que les venden extremismo, sin ser conscientes al mismo tiempo que la mayoría de sus últimas guerras, incluida la de Gaza, no les han dado la victoria. Perdieron en la última de las guerras tradicionales en 1973, no han ganado en ninguna guerra o ataque (en Líbano dos veces, en 1982 y en 2006) y se han visto obligados a retirarse de forma unilateral cuatro veces (dos veces en Líbano y dos veces en Gaza) sin conseguir acuerdos de paz según sus condiciones.

Desafortunadamente, los israelíes tienen la suerte de que los líderes árabes sean corruptos y resignados, de que gocen con su impotencia artificial, de que estén callados por el nudo del miedo, como ellos. Pero su suerte no durará mucho, como la suerte del jugador que rápidamente se desgasta y se destruye con pérdidas aplastantes. Los israelíes no van a ser una excepción.