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El genocidio contra los palestinos debe tener castigo

Shafikah Khalil H. Perea, hispanopalestina residente en A009

La masacre contra la población palestina de la franja de Gaza es el último eslabón de una cadena de masacres que comenzaron hace más de un siglo y que se enmarcan en un plan genocida contra el pueblo palestino en su totalidad. No es una afirmación gratuita, sino es el resultado de un análisis objetivo de este conflicto que comenzó con la creación del movimiento sionista a finales del siglo XIX

CSCA

Gaza, un pequeño territorio de 350 kilómetros cuadrados, densamente poblado por 1.500.000 palestinos, representa un obstáculo para el plan sionista, cuya esencia es la creación de un Estado judío puro, al estilo nazi. La última masacre de Gaza se enmarca en este contexto.
La masacre contra la población palestina de la franja de Gaza es el último eslabón de una cadena de masacres que comenzaron hace más de un siglo y que se enmarcan en un plan genocida contra el pueblo palestino en su totalidad. No es una afirmación gratuita, sino es el resultado de un análisis objetivo de este conflicto que comenzó con la creación del movimiento sionista a finales del siglo XIX. Este movimiento se basaba en la falsa premisa de 'Un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo', de modo que para el movimiento sionista los palestinos no existen. Sin entrar en un detallado análisis histórico de la larga tragedia palestina, con el fin de refutar esta falacia sólo cabe resaltar que el porcentaje de judíos árabes residentes en Palestina al principio del siglo XX no superaba el 5% de la población palestina, y un siglo después los palestinos son una minoría asediada, ocupada y amenazada.

El proyecto sionista se basó en otro absurdo: convertir una religión en una nacionalidad. Algo tan disparatado como decir que todos los musulmanes son árabes o todos los católicos son españoles. Este disparate fue posible gracias a los medios económicos de los acaudalados judíos y la coincidencia de intereses entre las potencias coloniales occidentales de entonces, en el momento en que empezaba el descubrimiento del petróleo.

En 29 de noviembre de 1947, la ONU aprobó la resolución 181, por la que se dividía la Palestina histórica en dos Estados: uno judío, con el 55% del territorio, y el otro árabe palestino, con el 45%, partición rechazada por los palestinos, puesto que era inversamente proporcional al porcentaje de población palestina y judía. Las organizaciones judías armadas iniciaron entonces una campaña de extrema violencia con vistas al desalojo de los palestinos de todo el territorio. Más de 700.000 palestinos fueron obligados a abandonar sus casas y refugiarse en países árabes vecinos, sobre todo Jordania, Siria y Líbano.

El número de descendientes de estos refugiados que viven desde entonces en campos de miseria amparados por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos supera en la actualidad los cuatro millones y medio. El obligado éxodo masivo de palestinos se conoce con el término árabe de la Nakba.

Gaza, un pequeño territorio de 350 kilómetros cuadrados, densamente poblado por 1.500.000 palestinos, representa un obstáculo para el plan sionista, cuya esencia es la creación de un Estado judío puro, al estilo nazi. La última masacre de Gaza se enmarca en este contexto o lo que el historiador judío israelí Illan Pappe llama limpieza étnica de Palestina. Estados Unidos y el resto de países occidentales no sólo conocen estos planes sionistas, sino que les prestan el apoyo político, económico y militar necesario, lo que permite que Israel incumpla todas las resoluciones de Naciones Unidas, sin que sea amonestado ni sancionado, de modo que actúa con total impunidad.
La credibilidad de las democracias occidentales queda en entredicho. Los gobiernos del mundo árabe y musulmán pierden toda la razón de ser ante sus pueblos, con la grave consecuencia que ello puede acarrear: una más que posible rebelión popular conducida por las corrientes más islamistas, que continúan ganando terreno, gracias sobre todo a la miopía de este mundo occidental, que no se molesta, ni siquiera, en salvar la cara a los gobiernos corruptos feudales.

Occidente debe reaccionar asumiendo su responsabilidad ante este genocidio. Es imprescindible imponer sanciones a Israel. España, un país con gran sensibilidad, debe liderar este cambio de postura occidental. Un primer paso sería dejar de vender armas a Israel, que no duda en masacrar a la población civil palestina. Un mensaje claro a Israel en este momento sería la suspensión de los acuerdos preferenciales con la UE. Doscientas cincuenta mil personas salieron el pasado 11 de enero a las calles de la capital de España pidiendo parar el genocidio palestino. Merecen ser escuchadas y atendidas por cualquier gobierno con sensibilidad democrática como el nuestro.
É ste sería el primer paso para conseguir una solución justa y duradera. Los palestinos han renunciado, obligados por las circunstancias, al sueño de crear un Estado laico democrático en el que convivan judíos, musulmanes y cristianos en igualdad de condiciones, solución parecida a la de Sudáfrica. Ahora, los palestinos aceptan crear su Estado sobre los territorios ocupados en 1967, que suponen sólo el 22% de la Palestina histórica, y una solución que prevea el derecho al retorno de los refugiados, pero Israel tiene otros planes, como ha demostrado estos días.

Los crímenes de Gaza deben ser castigados para restaurar la credibilidad de las instituciones internacionales, dejando de actuar con doble rasero. Israel no puede matar, destruir, asediar a una población sin el menor respeto a las normas internacionales. Israel no puede ocupar y expulsar a los palestinos y continuar recibiendo apoyo para ejecutar su genocidio.