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Crónica de Viaje a Palestina 2

Crónica de Viaje a Palestina 1
Octubre

Cristina Ruíz Cortina

Hebrón es la ciudad de las mil ocupaciones: ocupan  la parte y el todo de la ciudad; ocupan las tierras que quieren, ocupan las carreteras, ocupan edificios claves para controlar el ritmo de la ciudad y sus habitantes. Ocupan edificios deshabitados y también otros habitados. La presencia de los soldados en el tejado de una vivienda palestina me repugna y espeluzna

Fuente: CSCA, www.alqudsmalaga.org

Gaza

Los viajes a Palestina me dejan con un cierto mutismo. Al regreso se me hace difícil ordenar las ideas. Me cuesta incluso escribir. Viajar en grupo y, en cierta forma, estar pendiente del funcionamiento del mismo y del rendimiento del viaje no deja mucho tiempo para anotar lo que ves y lo que sientes. Mi cuaderno está lleno de frases entrecortadas, símbolos y datos que me servían para articular las traducciones, pero no de mucho más.

Así que ahora debo ordenar mis pensamientos a ratos, y mis emociones a veces surgen ante la vista de una imagen de mi cámara y a veces, sin saber cómo, de mi propio subconsciente. Hoy he ido hilando una historia más. Hebrón es la ciudad de las mil ocupaciones: ocupan  la parte y el todo de la ciudad; ocupan las tierras que quieren, ocupan las carreteras, ocupan edificios claves para controlar el ritmo de la ciudad y sus habitantes. Ocupan edificios deshabitados y también otros habitados. La presencia de los soldados en el tejado de una vivienda palestina me repugna y espeluzna. La imagen de un soldado de carne y hueso detrás de las mallas militares no es más dura que la del soldado de cartón elaborado a escala, cuidadosamente dibujado y recortado, situado en la azotea de la casa palestina, empuñando un arma contra todo aquel que se asome por esa calle. Nos dimos la vuelta.
Había habido huelga general en el centro y sobre el torturado pavimento se veían montones de piedras que habían sido lanzadas contra los militares. Las calles estaban desiertas. Los militares en su sitio. Los colonos, agresivos, nos gritaban, en un castellano prístino, que tuviéramos cuidado con los árabes asesinos. Es Hebrón, la ciudad de las mil ocupaciones.

A la entrada de la ciudad Abu Humus nos había parado en un taller de esos que hacen historia porque los mayores enseñan a los más jóvenes sus técnicas milenarias, donde los artesanos pintan cuidadosamente los platos, las tazas, las fuentes con los nombres de las ciudades más conocidas de Palestina, el perfil de sus casas abovedadas, o con preciosas flores de colores. Un taller con un horno para los objetos de vidrio soplado que se hacen uno a uno, todos parecidos pero todos genuinos, con un soplo de aliento distinto. Como las puntadas de los bordados de las mujeres palestinas. El hombre, junto al horno, se afanaba en un objeto que acabó siendo un hermoso florero de color amaranto. A veces me he preguntado si en las puntadas de los bordados de las mujeres van parte de sus pensamientos, si tejen sus sueños de libertad o si dejan rastro de su desasosiego y dolor entre los hilos de colores. Y al observar a aquel hombre serio, enjuto, silencioso, me preguntaba si la esperanza o desesperanza transmitida en su aliento es capaz de teñir de un color diferente los objetos de vidrio que iba elaborando con el pulso de sus brazos y el soplo de sus pulmones. Si fuera así, estaba justificado aquel hermoso color amaranto tan parecido a la sangre, en aquel día de huelga general y de recuerdo por los palestinos muertos y presos.

En silencio, en aquel taller fui descubriendo no solo las caras y los trabajos de los artesanos, sino las alambradas de la ocupación en las mesas mismas de aquéllos que decoraban con alegres colores, los platos y las fuentes que vemos repartidas por los zocos de Jerusalén y Belén que no pueden ser firmadas ni por el artista ni por el productor porque acaban vendiéndose en las tiendas de souvenirs de Israel y en el aeropuerto, con el sello de "Made in Israel", en una forma más de apropiación cultural, una especie de ocupación que, como la tela de araña, las alambradas, acaban impregnando cada minuto de la vida y de la creación palestina.