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Actualidad
PALESTINA


* Miguel Ángel San Miguel es miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe.


Palestina: Un pueblo prisionero

Miguel Ángel San Miguel Valduérteles*

CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 8 de febrero, 2006

"Una recomendación: Si desean conocer el problema palestino, vayan a esa tierra, hablen con la gente, observen lo que pasa y al margen de lo que les hayan dicho los diferentes medios, saquen conclusiones".

Aeropuerto de Barajas.

-Que se acerquen por el mostrador los que viajen a Tel-Aviv, dicen por el altavoz.

-Es por su seguridad, nos dice la agente israelí.

-¿Quiénes son ustedes?, ¿en qué trabajan?, ¿son matrimonio?, ¿por qué no viaja su mujer?, ¿cuál es el motivo de su viaje? Así que ¿son de una parroquia?, ¿cómo se llama esa parroquia y cómo se llama el párroco? ¿Traen algún libro?, ¿de dónde lo ha sacado? ¿Conocen a alguien?

Este interrogatorio del Mosad es un aperitivo de lo que vamos a encontrarnos en Palestina, pero se realiza en España y supone una muestra de la impunidad con que actúa el Sionismo, dentro de nuestras fronteras, con gobiernos consentidores.

Y luego, máquinas y aparatos que nos revisan hasta la saciedad, buscando no sé qué. Quizás tengan el miedo del verdugo. Sí, el pueblo de Israel, la víctima de Isabel la Católica, de Torquemada, del Nazismo, y ahora muchos de ellos haciendo lo mismo con el pueblo palestino. En el avión miradas de desconfianza, recelosas, miedo por doquier, ausencia de una sonrisa y de un gesto amable.

Y luego, en Palestina, camino de Ramalla, muros, alambres de espino, torretas de vigilancia, puestos de control, donde soldados de apenas diecisiete años te apunta al vientre mientras otros te interrogan.

Al día siguiente visita a los comités de mujeres, donde educan para la libertad y la igualdad. También al ambulatorio de Beit-Sahur y a otras instalaciones de los Comités de Salud, donde algunos médicos han llegado tarde, porque los han tenido parados tres horas en los controles, sin que de nada hayan servido los argumentos de que había enfermos esperando.

Después acudimos al centro de disminuidos psíquicos, donde a falta de comunicación verbal lo hacemos con sonrisas. Observamos que las instalaciones están ordenadas, con pulcritud y racionalidad en la gestión.

Por la noche estamos en el inicio de la campaña electoral. Esa gran fiesta de la democracia, ¡qué sarcasmo! Los de Fatáh, los del FPLP, los de Badil se afanan por llenar las paredes de carteles, pelean entre sí por un lienzo de pared, por poner su bandera en lo más alto. Unos, como Fatáh, llevan grúas para poner las tiras de carteles; los de otros partidos nos comentan que tienen mucho dinero, que lo reciben de la UE, para que no gane Hamás. Por el contrario, los del Frente, reconocibles por el pañuelo rojo palestino, suplen la falta de dinero con entusiasmo y suben por las fachadas derrochando coraje y militancia.

Al día siguiente asistimos a un mitin ante la tumba de Alí Mustafá, asesinado en su despacho de Ramala por un cohete lanzado desde un helicóptero israelí. Allí un grupo de niños nos dice señalando a uno de sus compañeros: El padre de este está en la cárcel. Y después vamos a Jericó. Según nos acercamos al Jordán, vamos dejando las colinas de caliza y matorral de Judea para pasar a las montañas blancas del desierto bíblico, del monte de las Tentaciones, horadado de cuevas de los esenios, aquellos que como San Juan Bautista se alimentaban de saltamontes y miel silvestre. Durante el viaje nos sentimos vigilados por los asentamientos desde donde colonos argentinos, rusos y etíopes vigilan nuestros coches. Así hasta que divisamos el lujuriante vergel de Jericó y un poco más lejos las aguas del mar Muerto.

Vamos a un mitin. Dicen que se va a celebrar en el patio de la cárcel. La prisión es de la Autoridad Nacional Palestina y está rodeada por guardias armados con kalashnikov. Hay arduas discusiones entre los vigilantes y la masa de gente que quiere entrar como sea. Pero los oficiales dicen que sólo pueden entrar unos pocos: Periodistas, reporteros, internacionales. Un palestino nos dice: Vosotros vais a entrar. Les dice a los guardianes que somos periodistas, que venimos de España, de la UE y pasamos entre una fila de hombres armados. Los que presiden el mitin están condenados a muerte por Israel y saben que en cuanto salgan a la calle un misil va a acabar con su vida y son conscientes que Israel cumple. ¿Delito? Luchar por la independencia de su tierra, porque Israel asuma las resoluciones de la ONU: Que deje los territorios ocupados en el 67, que abandone los asentamientos, que puedan retornar los cuatro millones de palestinos del exilio. Un muchacho, al verme de pie, se levanta para dejarme el asiento. Quienes están en la mesa figuran en la lista electoral del FPLP. Los saludamos al final, conscientes de que, con el tiempo, pueden figurar en la lista de los que Israel ha liquidado.

De regreso a Ramala, otra vez más puestos de control. Al mirar el pasaporte un soldado nos dice con acento argentino: ¡Ah, sois españoles!

-Sí, le respondemos con sequedad.

-¿De dónde sois, a dónde vais? Nos dice con la superioridad que da tener un arma en la mano.

En el hotel estamos con un grupo de americanos. Son internacionales, entre ellos hay dos judíos:

"Les están haciendo a los palestinos lo mismo que los nazis nos hicieron a nosotros. A ustedes los soldados les miran mal, porque sois españoles, pues imagínense a mí que soy judío y me apellido Navón. Me marché de aquí porque no quiero esto para mi familia. Ahora soy un internacional, un cooperante".

Al día siguiente fuimos a Besfurik. No sé cómo pudimos llegar. Pasamos por el calvario de trece controles. Empezamos mal el día, porque en el que estaba camino de Nablús no nos dejaron pasar. El oficial nos dice que es por nuestra seguridad, mientras un soldado imberbe, nervioso, nos apunta con el fusil. Después de un rodeo, logramos pasar por un control secundario y, por caminos destrozados con zanjas, llegamos a Besfurik. Allí nos agasajan con unas empanadillas y yogur que acaban de hacer para nosotros. Visitamos el centro para jóvenes y una de las veintisiete guarderías que tienen en Cisjordania los Comités de Mujeres. La coordinadora nos dice que en ellas están escolarizados más de mil setecientos niños.

El pueblo está vigilado por un asentamiento y nos cuentan que desde allí les disparan los colonos, sobre todo cuando van a recoger aceituna.
-La pasada campaña nos costó dos muertos, nos dice la alcaldesa. "Pretenden que no cultivemos los olivos, porque así el estado hebreo, de acuerdo con la ley, expropia la tierra que lleva cuatro años sin cultivar y se la entrega a los colonos".

En el Centro Comunitario saludamos a un muchacho que habla español. Nació en la Habana y nos hace de traductor. Sus padres son médicos: palestino y cubana que trabajan para los Comités de la Salud. Al fin, retornamos a Ramala. El taxi nos conduce campo a través, entre olivos, hasta la carretera general, porque no podemos pasar por el puesto de control, pero un kilómetro después nos espera un carro blindado que nos hace bajar del taxi para examinarnos a nosotros y al vehículo. En el último control, el de Calandia, tenemos que dejar el coche porque la carretera está cortada por dados de hormigón. Cogemos los bultos y vamos andando un kilómetro, entre alambres de espino, pasaporte en boca. Es un auténtico fortín con torretas, alambres de espino, puertas giratorias... Después de revisarnos el pasaporte, tienen a bien dejarnos pasar. Hemos vivido, por una vez, la experiencia que sufren a diario miles de palestinos.

Al otro lado cogemos otro taxi que nos lleva hasta Ramala; menos mal que al final pisamos tierra libre. A última hora de la tarde nos reciben la alcaldesa y el teniente de alcalde en el Salón de plenos del Ayuntamiento. Les informamos de los proyectos que llevamos en Palestina y de la posibilidad de establecer intercambios culturales y nos expresan su deseo de hermanarse con alguna ciudad española.

Al día siguiente, vamos a Belén donde nos recibe el alcalde. Le transmitimos el saludo del Ayuntamiento de Gijón y del Gobierno Asturiano y le manifestamos el deseo de que visite Gijón y Asturias con la vista puesta en un protocolo de colaboración entre ambas ciudades.

Por la noche nos invita nuestra amiga Maha a ir Belén, a celebrar la Navidad ortodoxa. A pesar de los veinte de kilómetros que hay desde Ramala, el viaje resulta penoso, porque tenemos que esperar más de dos horas en el primer control. En un trayecto de tan pocos kilómetros invertimos más de tres horas. Menos mal que el esfuerzo lo compensan la pompa del ceremonial ortodoxo, el olor a incienso, el espacio misterioso de la cueva, la extraordinaria basílica bizantina y los mosaicos romanos.

El penúltimo día lo dedicamos a conocer proyectos agrícolas de gente que resiste la presión de los colonos israelíes. Podemos ver cómo las excavadoras de Sharón continúan con las carreteras ocupando tierra palestina y, en contra de lo que se dice por aquí, las grúas siguen construyendo asentamientos. Más abajo, a tiro de fusil, hay pueblos palestinos que están desarrollando un proyecto de irrigación para doscientas cincuenta familias que además disponen de guarderías y centros comunitarios. Y el muro, siempre presente: Como una barrera impidiendo el diálogo y el entendimiento entre las dos comunidades.

La tarde es para visitar algunas familias: Hemos ido al campo de refugiados. Nos recibe un matrimonio mayor. Ellos proceden de Gaza. De allí los echaron en el 48, acosados por los helicópteros y las milicias israelíes y acabaron recalando allí. Durante la primera Intifada, ella dirigía un grupo de mujeres que lanzaban piedras a los soldados cuando pretendían detener a los muchachos. Las puertas de la casa no ajustan y la humedad y el frío invaden el ambiente. Los dos ancianos a duras penas pueden moverse con sus cayados. Con todo, nos invitan a pan con aceite y aceitunas, a té y café negro.

-No les digáis que no, porque esa es la mayor afrenta que puede hacerse a un palestino, nos dice nuestra acompañante.

Después vamos a ver a dos familias en Elvira. La primera familia, tiene al padre en la cárcel. Le han caído treinta años. Nos dice que la cárcel está en el desierto del Neguev y viven en tiendas de campaña en invierno y en verano. Y además, tienen que pagarse los alimentos y las medicinas. Nos comentan que en los viajes para ir a ver a sus maridos los autobuses están catorce horas sin parar.

Después pasamos por casa de Aiman, otra mujer de preso. Es una mujer joven. Nos dice que va a salir en marzo de la cárcel. Vive en una casa ordenada, limpia, con sus tres hijos y una gran imagen del Che Guevara. Sus tres niños son de una educación exquisita: Ni un grito, ni un lloro. Mientras la niña y el niño mayor juegan al ajedrez, el pequeño de cuatro años se abraza a su madre, porque es lo único que tiene. Los dos mayores, por la noche, se incorporan a la campaña del FPLP, con su pañuelo rojo y la esperanza en el futuro, que no es otra cosa que resistir en Palestina.

El último día, por la mañana, antes de regresar, visitamos Jerusalén. Entramos en la ciudad vieja por la puerta de Damasco: sabor a zoco, personas que se rozan, se tocan. Razas, culturas, olores y colores; gritos anunciando mercancías por doquier. Y después esa Jerusalén de judíos, cristianos y musulmanes. Jerusalén es una ciudad triste: Soldados, hombres imberbes y mujeres con el fusil al hombro. Jóvenes en la flor de la vida, ufanos porque llevan un instrumento de matar; y muchos judíos con sus sombreros y su ropa negra, monjas de negro e iglesias y calles que nos evocan los tormentos de Jesús de Nazareth. Y abajo, el Muro de las Lamentaciones; lo que queda del templo de Herodes que destruyera Tito Flavio. Y la explanada de las mezquitas con la Roca, desde donde algunos dicen que el profeta Mahoma subió al cielo en su caballo.

Al final dejamos Palestina, no sin antes pasar por cuatro controles en el aeropuerto. Atrás hemos dejado a un pueblo prisionero en su propia tierra; encerrado entre alambradas y barreras y vigilado por tanquetas y asentamientos; al que le han quitado su tierra, el agua, su libertad, pero no su dignidad. Y una comunidad internacional que permanece indiferente ante lo que está pasando. Esto nos recuerda esa frase tan actual de Martin Luther King: "Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas".

P.D.: Cuando había terminado este artículo, a través de Euronews nos enteramos de que habían detenido y encarcelado en Jerusalén a Maha Nassar, número seis en la lista del FPLP. ¿Su delito? Hacer campaña electoral. Y una recomendación: Si desean conocer el problema palestino, vayan a esa tierra, hablen con la gente, observen lo que pasa y al margen de lo que les hayan dicho los diferentes medios, saquen conclusiones.