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Testimonio
PALESTINA

* Cristina Ruíz-Cortina es miembro de la Asociación al-Quds de Solidaridad con los Pueblos del Mundo Árabe

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Ghadir Omari, Mattar y regreso

Crónica de Cristina Ruíz-Cortina*

CSCAweb, 4 de octubre de 2006

"Por segunda vez en cuatro días sufría la ansiedad de saber qué había pasado en mi casa, pues las bombas lanzadas por los F16 son de gran potencia y ya todos pisos vecinos resultaron muy dañados".

"Mi nombre es Ghadir Ahmad El-Omari. Nací en 1976.

Mi vivienda está justo al otro lado de la calle del edificio del Ministerio de Asuntos Exteriores, que fue bombardeado por el ejército israelí por dos veces, el 13 y el 17 de julio. Mi marido y yo nos mudamos a ese edificio en febrero del año pasado, después de prepararlo todo, diseñarlo, buscar los muebles.. Todo ello nos llevó casi un año pues queríamos que todo estuviera preparado. Mi piso está en una quinta planta. A finales de junio me vi obligada a dejar mi casa pues el médico me recomendó que no subiera escaleras ya que mi embarazo estaba muy avanzado. Y como se sabe, Israel bombardeó la central eléctrica que abastece Gaza el 27 de junio y el ascensor, entre otras muchas cosas, dejó de funcionar. Doy gracias al cielo por haberme ido con mis padres y no estar en casa en ese momento.

A las 1'40 horas escuché una explosión; me asomé a la ventana pero desde la casa de mis padres no veía nada. Tuve el presentimiento de que habían bombardeado de nuevo el edificio del Ministerio de Asuntos Exteriores, pues entre otras cosas mi marido Ibrahim estaba allí. Cuando sonó mi móvil supe lo que había pasado. Ibrahim me llamaba; él estaba despierto aún pues trabaja de corresponsal y tenía que estar pendiente de las noticias. Habían bombardeado de nuevo el Ministerio. Por segunda vez en cuatro días sufría la ansiedad de saber qué había pasado en mi casa, pues las bombas lanzadas por los F16 son de gran potencia y ya todos pisos vecinos resultaron muy dañados.

Antes de ir a la oficina, por la mañana temprano, fui a mi casa a ver los daños que tenía a causa de la explosión. La puerta del dormitorio estaba arrancada, restos de escombros había por todas partes y había humo negro pegado a las paredes. Gracias a Dios que no hubo ningún daño personal, que todos estábamos bien. Las ventanas esta vez no se rompieron, pues estaban rotas y sin cristales desde la última explosión, cuatro días antes.

Pero la habitación que recibió más daños fue la de nuestro niño. Estaba embarazada por primera vez y había mimado cada detalle de la habitación de mi hijo: el tipo de armarios que quería, los juguetes, el color de la pintura de la pared, incluso instalamos un suelo antideslizante para que el niño no se resbalara. Lo teníamos previsto todo, como la gente normal, excepto que los F16 iban a volar el edificio de enfrente. ¡Aún no habíamos pagado todas las cosas y ahora tenemos que afrontar nuevos gastos!"

Ghadir tuvo a su primer hijo Hakmet el 10 de agosto. No pudo mudarse de nuevo a su casa hasta finales de septiembre. En su bloque tienen electricidad ocasionalmente.

La familia Mattar

Bah'a tiene 8 años es el pequeño - por ahora - de la familia Mattar. Viven en el centro de Gaza, en la parte antigua. Desde su casa se ve el minarete de la mezquita antigua y el mercado está a dos pasos de su casa. Tiene otros dos hermanos mayores que, como él, tienen unos lindísimos ojos, y muchos primos y muchos tíos y tías y todos viven en el mismo bloque y celebran el rito diario este mes de la comida de Rabadán. Comenzar con dátiles y sopa, que no falte el arroz con carne y la verdura, ni el café y los dulces al final. Cada cosa a su momento y el momento, el instante, en el que muecín indica, nos sentamos a la mesa para comer juntos. Desde que estoy en Gaza muchos amigos me invitan a cenar, pero ninguna cena ha sido como ésta, en la que la simplicidad de la casa, el calor de la bienvenida y el sabor de la comida, formaron un ambiente perfecto. Siento a veces no poder hablar con los niños, porque no sé árabe. En cada viaje aprendo unas palabras que voy mezclando y procuro utilizar esas 3.000 palabras que tenemos en común con ellos. Si quieres, te puedes comunicar. Eso seguro. Cuando llegó la tía de Bah'a con sus seis primas, la casa se llenó de magia. A ella no le importó lo más mínimo que no tuviéramos una lengua en común. La mujer, joven aún con bellísimos ojos negros, se arremolinó en la silla que estaba junto a la mía y no paró de hablarme ni un minuto, con una energía típica de quien no se arredra frente a la vida y está dispuesta a vivirla. Me contó que a su marido le hirieron gravemente, y a su hijo también y que a ella (¡quién lo diría!) le hicieron una operación a corazón abierto en Egipto. Me iba presentando a cada una de sus hermanas que aparecían por allí con un reguero de niños de casi todos los tamaños, una de las cuales también se sentó cerca de mí y se puso a darle de mamar a un bebé pequeño. Y hablaba y hablaba y las seis chicas más los hermanos y padres de Baha'a intervenían en la conversación y todos reíamos después de la comida. Una de las hijas, Rima, se acercó y me dio un colgante con una pequeña llave, símbolo de los refugiados. Yo le di un colgante verde que llevaba junto a mi reloj. La mujer se empeñó en que tomara té con "nana" y más dulces, en que me cambiara de ropa, para que estuviera más fresca, que me comprara un vestido bordado palestino y que visitara mañana a su hermana en Khan Yunes. Los ojos de los niños brillaban a la luz del queroseno, pues en esta parte de Gaza, desde el bombardeo de la central eléctrica, no hay luz más algunas horas al día. Pero en esta familia no se pierde la alegría ni con esto.

No sé por qué entre las palabras que se han ido pegando a mi boca de escucharlas y sentirlas, aún no está la palabra ·"magia". Esta noche la tenía que haber aprendido.

En la foto Bah'a Mattar, de 8 años

El regreso

Estoy en el aeropuerto. Cuando recibáis este mensaje estraé de vuelta en casa, porque aquí no hay cobertura. Estoy ya junto a la puerta de salida del vuelo de Iberia. Anoche me despertaba cada dos horas para asegurar el envío por correo electrónico de las mejoras fotos y el texto que había ido escribiendo. Nacho de T2V, que es el que nos está haciendo la página junto con Montse, me dio una dirección alternativa a la que podía enviar cuantos megas quisiera. El envío fue lento pero finalmente lo conseguí. En una dirección segura tenía las fotos más lindas que tomé en estos días en Gaza, me horrorizaba que pudieran borrar mis archivos en el ordenador o que simplemente le hicieran algo que dejara de funcionar. Soy algo paranoica, pero tengo mis motivos, no es la primera vez que pasa y de hecho ha pasado. No se han quedado con mi pequeño ordenador, pero se han quedado con mi cámara, porque a pesar de la evidencia, no he podido demostrar que era una cámara y no una bomba. Así son las cosas aquí. Cuando me he sentado a tomar algo en el aeropuerto después de casi dos horas de interrogatorios y chequeos, me ha venido de pronto una frase a la cabeza "esa cámara no fueron los ojos con los que vi y con los que retraté Gaza".

Bueno para los escépticos os diré que me desnudaron, chequearon toda mi ropa y mis zapatos, y por supuesto todo el interior de mi maleta. En parte podía yo haber evitado algunas evidencias, como esas pegatinas que se deslizaron entre mis libros que son copias de los carteles de los que ellos llaman "mártires". Odio esa iconografía del martirologio, y por supuesto no lo pensaba utilizar, pero esta mañana, cuando he recogido todas las cosas, allí estaban las pegatinas. Creo que de todo lo que vieron fue lo que más les ofendió, el retrato de sus propias víctimas. Esta vez decidí viajar con lo que quería, por ejemplo, un libro de iniciación al árabe, y bueno, ¡¡la de vueltas que dio el libro!! Parecía un crimen para ellos aprender árabe. Otra cosa, la música. Compré dos discos de música en Jerusalén y no hacían más que mirarlos y mirarlos hasta que les dije que si es que también estaba prohibido comprar música. Es el ritual que busca la humillación. La verdad es que llevaba de todo, revistas en árabe, materiales... llevaba el resumen de los informes anuales del centro palestino de derechos humanos y oculto tras una película sobre el muro, la copia de todas las fotografías que había hecho en Gaza. Tuve suerte, de los dos DVD que llevo, solo chequearon uno, el que no tenía más que su propio disco.

Ayer estuve casi todo el día ocupada con visitas y despedidas. Esta misma mañana me llamaron varios amigos para despedirme, pero ya no pude acudir, pues salí pitando para la frontera. En el hotel coincidí con una periodista freelance que me pidió que la esperara para pasar la frontera juntas, pues en las cintas de los escáneres meten los materiales y les dan 20 vueltas hasta que consiguen que una cámara, un ordenador o cualquier otra cosa vaya al suelo. Así que pasamos juntas y bien. Por si acaso dejó una grabadora grabando las órdenes de los soldados y me pidió que hablara poco para que se pudiera grabar bien.

Yo ya no tengo fotos de hoy pues la cámara que he utilizado estos días se ha quedado en Gaza. Mis ojos, los ojos que han visto Gaza se quedarán allí haciendo -eso espero- buen trabajo.

Hace apenas un mes hicimos un envío a través del consulado español de cuatro buenas cámaras digitales e incluí en el envío unos prismáticos que están a buen recaudo en el Centro porque es casi material estratégico y casi prohibido allí. Cuando me he venido les he dejado también la pequeña lámpara que funciona con el puerto USB del ordenador y que me ha sacado de apuros en estos días cuando se iba la luz. La he dejado para que siga alumbrando algún portátil de la gente que trabaja sobre el terreno.

La foto que os envío es de una de las historias más comunes, Ragid tiene que preparar los exámenes a la luz de las velas...