Gaza, las mil y una historias
Cristina Ruíz-Cortina*
CSCAweb,
2 de octubre de 2006
"Nabil
Abu Salmiya murió enterrado bajo los escombros con ocho
miembros más de su familia. Por una vez, El País
se dignó dedicarle al evento casi una página entera.
Aparte de los nueve muertos hubo 30 heridos. Nadie sabe aún
por qué atacaron esa casa".
Nabil Abu Salmiya murió
enterrado bajo los escombros con 8 miembros más de su
familia. Por una vez, El País se dignó dedicarle
al evento casi una página entera. Aparte de los nueve
muertos hubo 30 heridos. Nadie sabe aún por qué
atacaron esa casa. Mohammed El Saloul, el vecino que les prestó
los primeros auxilios, fue el que nos envió la carta que
dio lugar a la presentación de la velada de Gibralfaro.
Hoy vino uno de los tres hijos
-que quedaron vivos- del Dr. Nabil. Mohammed, con 20 años
dejó muy clara su determinación a seguir viviendo:
"La separación fue muy dura, pero no me siento en
las ruinas de mi casa a llorar. Voy a la Universidad y cuando
acabe buscaré un trabajo y me casaré. Entonces
reconstruiré mi casa y a la familia Abu Salmiya".
Mohammed tiene unos preciosos ojos verdes y aunque un poco menudo,
es cualquier cosa menos una persona con aspecto débil.
En su entrevista no nombró ni a Israel ni a la Comunidad
Internacional ni a nadie, no hubo siquiera un rasgo de rencor
o temor en sus palabras. Cuando me despedí de él
me sobrecogió su entereza. Dicen aquí, que en Gaza
o eres así o no sobrevives.
El día se ha ido con
trabajos, entrevistas y visitas. Fotos, muchas fotos que espero
que nos ayuden a poner cara al sufrimiento de Gaza. La última
visita ha sido cerca del paso de Karni. A lo lejos se veía
una torre militar israelí. En la carretera estaban marcados
los herrajes de los tanques y aún sobre el asfalto, los
trozos de éste despedazado. Un caso similar al anterior,
otra familia, la familia Hajjaj reunida en su casa, en una zona
alta y ventilada, con una huerta de olivos. La madre, las hermanas,
los más pequeños.... preparaban una barbacoa y
tomaban el té. Un misil lanzado de un avión
tuvo la indecencia de caer donde la madre y dos hijos estaban
sentados. Un misil inteligente, cuyo chip aún se
encuentra entre los restos de metralla que la familia ha recogido
como pruebas de un acto criminal y vengativo. Entre los heridos,
los niños que tardarán mucho en recuperarse: Rani,
de 12 años a quien le están reconstruyendo las
piernas y los brazos; Ibrahim de 10 años también
con graves heridas en las piernas y Khaled con 13 años
que pasará el resto de su vida con metralla en la cabeza.
Khaled me dijo que prefería el Real Madrid (lo siento
Jose) y que quería ser médico en el futuro.
Al regreso al hotel, vi el
sol por primera vez como un signo de concordia. Por el ventanuco
que hay sobre la ventana del pasillo de la habitación
se colaba un haz luminoso y entrar en la habitación y
ver el mar me confortó. Por primera vez hoy me he dado
una ducha normal, no desesperada por el calor y me asomé
a contemplar a los siempre afanosos pescadores en la playa. Por
las noches salen algunos barcos de pesca pero no pueden alejarse:
siguen bajo asedio. Hubo un intento de romper el asedio e Israel
respondió hundiendo dos barcos y asesinando a un pescador.
En Gaza 35.000 personas viven directa o indirectamente de la
pesca, la situación para ellos es también insostenible.
El mar aquí ya no es
otra cosa sino una nueva barrera: la gente ha pasado casi todo
el verano sin bajar a la playa porque los barcos de guerra estaban
apostados cerca de la costa; los pescadores no podían
salir, y para colmo de males, (en las crónicas de los
desastres ecológicos nunca figura Gaza, con sus infernales
pudrideros de basuras), debe ser que Gaza no existe para los
ecologistas. Tan alarmados por las mareas negras en otros lugares,
la rotura del saneamiento de la zona sur por los bombardeos israelíes,
a principios de julio, está dando lugar a una permanente
marea negra en el sur de la Franja que mañana intentaré
fotografiar pues me llevará Anwar por la mañana.
Aquí no me dejan sola
ni a sol ni a sombra. Por razones de seguridad, apenas puedo
escaparme por las mañanas y llegar andando a la oficina
que está como quien dice a la vuelta de la esquina. En
realidad hay mucha inquietud en el ambiente y el hecho de que
no se haya llegado a un acuerdo de nuevo gobierno está
exasperando los ánimos de mucha gente que quiere, necesita,
un poco de normalidad en sus vidas. Khalil me decía hoy
que las cosas más cotidianas eran muy difíciles
de encontrar, por ejemplo, el 1 de septiembre comenzó
el curso para los niños y no hubo forma de encontrar zapatos
para ellos porque no entra nada por la frontera.
En estos días comenzará
el Ramadán. ¡¡Vaya experiencia!! Creo que
sólo en Ramadán los cristianos se aventuran al
atardecer a bañarse en la playa con bañadores normales...
¿o será también una leyenda?
Restos
de un tanque israelí en los jardines de Jabalya
Los buldózeres
no saben llamar a la puerta
Desde la primera vez que envié
mi propuesta de programa, había pedido una entrevista
con Ihsam el Farra, director del silo y molino que abastece de
trigo a casi toda la Franja de Gaza. El 12 de julio, el mismo
día que asesinaron a la familia Salmeya, el ejército
ocupó el granero de Gaza e interrumpió los trabajos
y la salida de trigo. El silo está en medio de una amplia
llanura en el interior de Gaza, en el centro/sur de la Franja.
Desde la terraza situada en la sexta planta dominan prácticamente
toda la zona.
Yo sabía que había
sido ocupado en julio y que se interrumpió la entrega
de trigo a la UNRWA y al Programa Mundial de Alimentación.
Pero lo que no sabía es que desde el inicio de la Intifada
y hasta que salió el último soldado y el último
colono en el 2005, había estado ocupado.
El silo, que es una empresa
privada, se empezó a construir en el año 1995 y
empezó su actividad en 1999. Su producción de 250
toneladas de harina/día cayó a la mitad a causa
de la ocupación. Los horarios fueron más restrictivos,
no se dejaba funcionar al silo ni al molino durante la noche
y los cambios de turnos se hacían bajo la supervisión
militar israelí. Con frecuencia mandaban agruparse y alinearse
a los trabajadores y les pedían la identificación.
En julio los soldados entraron
allí de nuevo como si fuera su casa, pues conocían
bien cada esquina del edificio. Los programas que tenían
con la UNWRA y WFP que debían haberse cumplido en ese
mismo mes, aún están por cumplir, no sólo
por la ocupación, sino por el embargo de bienes que ha
establecido Israel al impedir la entrada de trigo en Gaza. En
la frontera de Karni esperan más de 6.000 toneladas de
trigo pagadas que se acabarán pudriendo si no interviene
la Comunidad Internacional.
En
la foto Ihsam el Farra, mira por la ventana la alambrada recién
reconstruida y la carretera por la que vienen los tanques. Espera
paciente que llegue el trigo.
Esta era la segunda entrevista
del día. Pero entre ésta y la siguiente surgió
otra historia por casualidad. Íbamos andando por un camino
de tierra a ver a una mujer a la que los soldados habían
ocupado la casa. La mujer viuda desde hace unos años tiene
cuatro niños pequeños. En el camino encontramos
un camión y un buldozer con banderas blancas. En el camino
habíamos visto también algunas casitas con banderas
blancas. Era la primera vez que veía eso, y sobre todo
me llamó la atención que el buldozer fuera con
la bandera bien visible sobre la parte superior. Les preguntamos
a los trabajadores. Nos dijeron que los israelíes les
obligaban a estar identificados y que además cada uno
de los trabajadores debía llevar un casco naranja, un
chaleco reflectante y un pantalón negro. A lo lejos, detrás
de los cultivos se veía la torre de control. Seguimos
nuestro camino un poco sobrecogidos, a campo abierto, caminando
cuatro personas extrañas, sin cascos, sin pantalones negros
¿pensarían que éramos terroristas?
La mujer nos explicó
cómo los buldózeres no saben llamar a la puerta
y simplemente te la tiran. Le daba de comer a los niños
cuando sintió el bramido del buldozer y la puerta y parte
de la pared se vino encima. Luego dió la vuelta y como
un animal enfermo y rabioso, golpeó por atrás la
casa, arrasó la pequeña huerta y luego por el otro
lado, y por el otro... Se refugieron en el cuarto de baño
del interior y gritaba que había gente allí. Podría
seguir contando sobre la arbitrariedad de los soldados, pero
para qué ¿no es suficiente saber que en esa casa
vivía una sola mujer con cuatro niños de 9 a 4
años? ¿Qué buscaban? Finalmente los expulsaron
de la casa y la ocuparon los soldados. Cuando volvió todo
estaba destrozado, lleno de basura y le habían robado
el poco dinero que tenía y las pocas joyas que dejó
tras de sí una vida llena de dificultades.
De vuelta a Rafah, me da la
impresión de que nos estamos encontrando todos los mercados
del mundo. Las calles bulliciosas llenas de gente, los puestos
del mercado antiguo, las especias, los condimentos, las hierbas
típicas de las sopas del Ramadán, las frutas de
temporada, los jugosos tomates. Por la calle los carros pequeños
se hacen la competencia por pasar y los coches estorban en ciudades
que no están hechas para eso. Aquí diría
que la sociedad palestina es multiracial, si no fuera porque
detesto la palabra raza, ese invento hecho para diferenciarnos.
Puedo decir que es colorista y rica como el mercado, a pesar
del embargo y la ocupación. Íbamos a Rafah a ver
una familia que el 30 de julio recibió la "amable"
visita del ejército israelí. Vinieron a detener
a alguien y como no se lo encontraron, detuvieron a otro, ocuparon
las casas de la familia Abu Snaima (casas paupérrimas
en medio del campo) maltrataron a los niños, y robaron,
hecho éste que se ha vuelto muy habitual este verano.
No había ningún muerto en esta historia, por eso
al principio no entendía qué me estaban contando,
ni había prestado atención a los carteles de Jihad
Suleyman Abu Snaima de 14 años. De vuelta a Gaza, vimos
por los postes del camino la foto colgada del niño asesinado
cerca del aeropuerto el 10 de septiembre. La madre sólo
nos pudo decir que su hijo estaba sentado con su primo en la
parte trasera de la casa, que escuchó una explosión
y que simplemente se encontró a su hijo muerto. Para acceder
a la casa hay que desviarse muchas veces por los caminos de Rafah,
y tomar finalmente un estrechísimo camino bordeado de
chumberas donde puebla la miseria. Malek, mi traductor, es un
hombre cultísimo con el que da gusto hablar y está
siendo buen compañero en estas andanzas. Es musulmán
practicante, hace, como todos, Ramadán. A veces se ha
visto en dificultades para traducir, se quedaba mirando las manos
y luego me miraba. Creo que se ha callado muchas palabras de
horror. También creo que ambos hemos llorado. Aquí
se llora pero no se para, es lo bueno, que no se pare, que no
sirva el dolor para que te pueda más que la rabia.
Me quedan pocos días
aquí. Desde la ventana del hotel esta noche se ve y se
escucha el mar y el fuego cruzado. Hay muchos barcos en el mar.
Por algún motivo desde hace más de una hora se
escucha y se ve el fuego de artillería que viene desde
el mar. Durante todos estos días los aviones han sobrevolado
Gaza, por las noches se escuchan también helicópteros
y en fin, se mantiene una estrecha vigilancia de la zona. Trasmito
la desmoralización general de la gente. ¡Qué
poco hacemos desde Europa!
Mazyonna
Snaima, 11 años (Rafah)
En el barrio
de al-Tuffa
No deseo enviar crónicas
para la desesperanza. Al menos no para una esperanza desmovilizadora.
Ya sé que algunas cosas son fuertes, pero no creo que
ocultarlas sea la solución y yo he querido tomarme mi
tiempo para ponerles caras a las víctimas de este verano.
Estoy aquí por eso, porque ha sido demasiado lo que ha
ocurrido y nadie se ha percatado. Porque una vez más las
guerras de Oriente Próximo las pierden los palestinos,
aunque ellos no tengan nada que ver. Porque la guerra del Líbano
hizo volver la cara de todo el mundo hacia otro lado y desviar
los esfuerzos de la prensa, los diplomáticos y humanitarios.
Aquí la gente sobrevive con una gran desesperanza respecto
a nosotros, algo esperaban de Europa pero no reciben más
que sanciones.
Esta mañana fui a la
zona norte de Gaza conocida como Al-Tuffa. El 27 de julio y durante
cinco días, el ejército israelí hizo la
incursión más dura en la zona que se conozca. Murieron
22 personas, entre ellas una niña de tres años.
Arrasaron centenares de olivos, destruyeron 8 casas completamente
y otras 16 parcialmente, tres granjas destruidas, 6 coches, entre
ellos un taxi y la fábrica de galletas del barrio perteneciente
a Hatem Kamal al-Ai.
Abdallah Ahmad El-Sirgawi tiene
43 años y ha empezado su vida desde cero ya varias veces.
Tiene nueve hijos. La tumba de su abuelo, que está junto
al taller en esta zona hoy desolada de Al Tuffa, salvó
su taller de ser destruido. El buldozer, esta vez, se paró
ante la tumba. Abdallah nos recibe como reciben siempre los palestinos
a la gente. Bajo un porche improvisado que nos defiende del calor
y de la tremenda luz de Gaza, insiste en que tomé café,
aunque yo le diga por tres veces que no, que estamos en Ramadán
y que no me parece bien. Al poco aparece uno de los hijos mayores
con una tacita pequeña de humeante y oloroso café
con cardamomo que - a decir verdad - me supo a gloria, y un vaso
de agua fresca.
Después del relato de
los hechos no me extrañó haber visto por la calle
las fotos de los muertos de todas las edades, niños, adultos,
ancianos, jóvenes con uniforme de policía, incluso
uno con la orla de doctor. Había carteles con las fotos
por todos lados. Nos acercábamos a al-Tuffa.
Abdallah relata que la incursión
militar duró cinco días. Cinco largos días
de asedio en los que nadie podía entrar o salir de las
casas y ni siquiera asomarse porque había francotiradores
apostados en todo el barrio y disparaban a matar. No se amilanó
lo más mínimo y levantando el dedo índice
de su mano derecha, este hombre robusto y duro dijo que retaba
a todo el Estado de Israel a demostrar que desde esa zona se
hubiera lanzado alguna vez algún cohete o se hubiera atacado
la frontera. "Lo han hecho para expulsarnos, para matarnos,
porque quieren la tierra". Los vecinos se acercan, uno comenta
que perdió también cinco dunums de olivares, con
el pozo y una alberca; otro perdió su casa que fue arrasada
simplemente para abrir el paso de los tanques, y también
su taxi, que estaba en la puerta. Otros nos dicen que si son
los niños culpables de algo. Los niños se arremolinan,
se sientan en el suelo, hablan entre ellos e intervienen también
en la conversación. El viento se apodera del campo ahora
sin árboles y el aire se llena de polvo que siento también
en mis manos y sobre la página del cuaderno en el que
tomo las notas. También comienza a desdibujar las verdes
hojas, ya secas, de los olivos arrancados.
Abdallah le dice algo a los
niños y nos traen auriculares que tiene él de protección
de cuándo tenía una fábrica de placas de
granito en la frontera de Israel. "Mirad -nos dijo- durante
los cinco días se los poníamos a los niños
para que descansaran el ruido y del horror de los disparos, para
que pudieran dormir al menos unas horas.
NImar
Abdallah, de 5 años, y Nida, de 9
La otra foto no existe. Hemos
ido a otra casa donde los muertos fueron varios y la más
dura e inocente, la de la madre, que se asomó por la escalera
a auxiliar a sus hijos y la mataron. Tengo fotos de la familia,
de la casa, de la terraza donde estaban asomados, de la escalera
por donde subía la madre. Pero no hay foto de ella. En
las calles se ven carteles con tres imágenes de hombre
que deben ser honrados como "mártires" como
a ellos les gusta decir, pero no existe la foto de la madre.
Y ya no es que, en su cultura, no deseen exponer la foto de Sabah
Harara de 45 años por las calles de Gaza, para que la
honren los vecinos junto con su familia, sino que no existe foto
de esta mujer tampoco. Esta vez ni siquiera han revuelto la casa
para ver si daban con alguna imagen de esa mujer. El protagonismo
de los hombres en algunos ambientes es demoledor.
El mar está hoy revuelto.
Revuelto o resuelto. Resuelto, digo a darme la noche, pues se
escuchan de nuevo disparos. Dicen que lo de anoche eran los israelíes
que quieren amilanar a los barcos palestinos, pero anoche no
se movía nadie de su lugar y al final, después
de más de una hora, cesaron los ataques. Esto es estado
de sitio total. Los helicópteros nos sobrevuelan todo
el tiempo, y hay un avión espía al que los palestinos
le han puesto nombre de mujer y que sobrevuela 24 horas el cielo
de Gaza tomando fotos de todo y controlando todos los movimientos.
En la frontera, a una le sobrecoge ver esas grises torres militares
medievales que monitorizan cada palmo del terreno. Hay un asedio
total y nadie dice nada.
Aquí siguen preparados
para lo peor....
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