A los 20 años
del establecimiento de relaciones con Israel
España y
el reconocimiento de Israel
Carlos Varea González
y Santiago González
Vallejo*
El
País, 17
de septiembre de 1985
CSCAweb, 12 de septiembre de 2005
[En este
texto, publicado en El País, de septiembre de 1985]
Los autores se muestran contrarios al reconocimiento de Israel
por el Gobierno español. Pocas horas después de
que el ministro de la Presidencia, Javier Moscoso, haya reiterado
las afirmaciones del presidente del Gobierno, en el sentido de
que el establecimiento de relaciones se hará dentro de
la actual legislatura, defienden la tesis de que la situación
actual [de entonces] no es una "flagrante anormalidad".
Introducción
de CSCA
Ahora, a
los más de veinte años del establecimiento de relaciones
diplomáticas entre el Reino de España e Israel,
es conveniente revisar lo que decíamos y contrastar con
la realidad las previsiones que se efectuaron esos días.
Está
claro, que desde las posiciones pro-israelíes del PSOE
de aquella época, empezando por Felipe González
Márquez y toda una serie de pioneros del sionismo como
Josep Borrell, Enrique Múgica, etc sólo se buscaba
la oportunidad de establecer relaciones. Para pertenecer a la
Unión Económica Europea había que dar ese
salto, como para la inserción occidentalista se tenía
que acometer el respaldo a la integración en la OTAN,
efectuada años antes por el gobierno post-golpista de
la UCD de Calvo Sotelo.
Por supuesto,
las argumentaciones de contribuir a un escenario de paz y de
apoyo a la causa palestina han sido meras metáforas. Se
compensa en caridad lo que no se postula en el plano político.
La ocupación
sionista ha seguido y se ha ampliado cuantitativamente. Los acuerdos
bilaterales científicos, militares, económicos,
etc se han realizado, incluso con la desfachatez de firmarlos
en Jerusalén, territorio ocupado. Nadie ha reclamado por
infraestructuras destruidas por un invasor recurrente.
El apoyo
de Solana o Moratinos a un Acuerdo Israel-Unión Europea
de Vecindad, figura de más enjundía todavía
que el actual Acuerdo de Asociación no denunciado a pesar
de la vulneración de su articulado, dibuja en la práctica
el cinismo de la política exterior europea y española.
Y a pesar
de todo esto, se sigue resistiendo. En Palestina. En los campos
de refugiados.
En nuestro
país, frente a la pasividad fáctica y la acomplejada
servidumbre de la política exterior española a
la estadounidense, también se debe mantener la resistencia.
Y avanzar:
- Denunciando
los atropellos sionistas
- Formulando actividades de visualización y apoyo a la
resistencia palestina
- Realizando actividades de solidaridad económica
- Modificando las posturas de aceptación de los hechos
consumados israelíes por el Gobierno y de los partidos
que le apoyan.
España y el reconocimiento
de Israel
Carlos Varea González
y Santiago González
Vallejo*
El
País, 17-09-1985
En carta dirigida al secretario
general de la Liga Árabe, Felipe González afirmaba
que "la flagrante anormalidad de la inexistencia de relaciones
diplomáticas con Israel será corregida en el momento
en que España lo considere oportuno y conveniente, sin
detenerse ante posibles presiones en un sentido o en otro".
Pasando por alto el hecho de que, como en otros contenciosos
de la política exterior de nuestro país, el presidente
del Gobierno, amparándose en las prerrogativas de su cargo,
identifica a la nación y a sus intereses con el Ejecutivo
y los suyos propios, cabe aducir una amplia gama de razones que,
sin caer en la categoría de presiones, cuando menos
ponen en duda que la negativa a reconocer a Israel sea una flagrante
anormalidad y que cuestionan la obligatoriedad y la naturalidad
de la medida apuntada por el Presidente. Existe todo un arsenal
bibliográfico -en gran medida nutrido por datos procedentes
de organismos internacionales- que documenta exhaustivamente
el drama contemporáneo del pueblo palestino. Nada que
se diga a favor o en contra del Estado de Israel puede olvidar
que tras la polémica que arranca del primer congreso sionista
de 1897 llega hasta nuestros días, sin haber perdido un
ápice de su virulencia, está permanentemente presente
el cuestionamiento efectivo de la identidad de Palestina como
nación: la historia del proyecto, fundación y consolidación
del Estado de Israel no es el relato mítico de un pueblo
de regreso a su tierra, sino la narración del éxodo
forzado de otro pueblo, el palestino, que con 4.000 años
de historia real no precisa de ningún texto para demostrar
su homogeneidad y arraigo nacionales. Por tanto, como premisa
previa, es necesario rechazar decididamente la reducción
al absurdo argumental del antisemitismo como estrategia destinada
a eludir los verdaderos contornos del problema, y Centrar el
tema en la esencia política del proyecto sionista y en
las consecuencias que su aplicación ha traído al
pueblo palestino y al mundo árabe.Razones históricas,
políticas y formales pueden justificar el cuestionamiento
del establecimiento de relaciones con Israel.
El proyecto sionista de creación
de un Estado judío en Palestina pudo concretarse y llevarse
a cabo porque confluía con intereses coloniales en la
región próximo oriental. Habida cuenta del carácter
minoritario de la población judía de Palestina
(8% de la población total en la primera década
del siglo), los teóricos del sionismo buscan el establecimiento
del protectorado de una potencia extranjera -Turquía o
el Reino Unido- que garantice el papel que el sionismo ofrece:
"Para Europa, constituiríamos en la región
un sector de la muralla contra Asia; seríamos el centinela
avanzado de la civilización contra la barbarie. Nos mantendríamos
como Estado neutral, en relación constante con toda Europa,
la cual debería garantizar nuestra existencia", explicaba
Herzl en la génesis del proyecto. Como consecuencia de
esta concordancia de intereses y ante la negativa del sultán
turco, el Reino Unido, por medio de la declaración Balfour,
del 2 de noviembre de 1917, "... encara favorablemente el
establecimiento en Palestina de un hogar nacional judío...".
Francia, Italia y EE UU emitirán declaraciones parecidas.
Por encima de antiguas consideraciones estratégicas (escisión
territorial entre Egipto y Siria, control del canal de Suez),
es de destacar la irregularidad de tal promesa. En primer
lugar, porque el Reino Unido adquiere por medio de un documento
no oficial un compromiso sobre un territorio que no controla
en ese momento -su dominio posterior sobre Palestina, fruto de
la I Guerra Mundial, no le confiere autoridad legal para determinar
su futuro-, y en segundo lugar, por que, al incorporarse la promesa
Balfour al mandato sobre Palestina que la Sociedad de Naciones
otorga al Reino Unido el 24 de julio de 1922, el organismo internacional
vulnera su propio articulado, que garantiza la inviolabilidad
de la unidad de los territorios bajo mandato.
Entradas
ilegales
Desde este momento y hasta
la creación del Estado, la agencia judía internacional,
ignorando los cupos anuales de emigración judía
a Palestina fijados por el Reino Unido, introduce en el país
ilegalmente a decenas de miles de judíos. Los porcentajes
de población judía ascienden del 11% de 1922 al
32% de los primeros años cuarenta.En 1947, el Reino Unido
- tras haber fijado en 1939 un período final de cinco
años pata la admisión de emigrantes judíos
y la creación de un Estado palestino independiente en
un plazo de 10- reconoce su incapacidad para contener el enfrentamiento
árabe-judío, cediendo a las Naciones Unidas su
competencia en el caso. El 29 de noviembre de 1947, las Naciones
Unidas acuerdan el plan de partición de Palestina,
otorgándose en el mismo el 56% del país a una población
judía que constituía el 32% y que tan sólo
poseía el 5,67 de la superficie del país. Ante
la imposibilidad legal de que las Naciones Unidas lleven a la
práctica lo acordado, el 14 de mayo de 1948, los sionistas
proclaman unilateralmente la existencia del Estado de Israel.
Inmediatamenté después estalla la primera guerra
árabe-israelí.
Vemos, por tanto, que desde
el inicio del conflicto se ignoran los derechos del pueblo palestino
-pueblo aliado en ambas guerras mundiales- al que no se consulta
en ningún momento, y que, aun cuando la resolución
del 14 de mayo, pueda ser considerada tranquilamente como injusta
o de dudosa legalidad, con ella, las Naciones Unidas garantizaban
la existencia de un Estado palestino.
Junto a razones históricas
y políticas, razones formales contribuyen a considerar
poco conveniente el reconocimiento de Israel. Israel es probablemente
el único país del mundo que carece de fronteras.
Dada. la imprecisión de las reivindicaciones territoriales
sionistas (del Nilo al Éufrates) y habida cuenta de que
Israel ha aumentado en un 300% su superficie gracias a expansiones
bélicas, no sería muy exagerado decir que lo que
estaría reconociendo nuestro país sería
un imperio. De igual manera, la capitalidad de Jerusalén,
primero internacionalizada y después anexionada por la
fuerza, es puesta en duda por la comunidad internacional. Una
larga serie de resoluciones de las Naciones Unidas marca el contrapunto
cronológico de la controvertida historia del Estado de
Israel. En contadas ocasiones los criterios históricos
o políticos deben ceder su contundencia a las consideraciones
morales de las que es portador el pueblo palestino.
Después de 40 años,
Palestina sigue existiendo por voluntad de su pueblo. Sin embargo,
cuando se habla de reconocer a Israel se argumenta que muchos
otros países con regímenes políticos condenables
poseen representación diplomática en nuestro país.
Esto es cierto, pero no sirve como precedente.
El presidente González
demuestra un gran optimismo cuando considera que el reconocimiento
de Israel por nuestro país contribuirá a la búsqueda
de una paz negociada en la región. En primer lugar, porque
es de prever que esas excelentes relaciones con los países
árabes pierdan buena parte de la mutua confianza sobre
la que se basan tras el establecimiento de las relaciones con
Israel. En segundo lugar, mediadores más poderosos que
el Gobierno español -EE UU, por ejemplo- se han encontrado
en más de una ocasión con la intransigencia israelí
a la hora de favorecer el diálogo moderador (recientemente,
por ejemplo respecto al controvertido acuerdo jordano-palestino).
Constituye una paradoja dramática
que el Gobierno español otorgue estatuto diplomático
a quienes niegan ese "derecho del pueblo palestino a decidir
libremente su futuro" que el presidente González
afirma reconocer, y sin que las autoridades israelíes
hayan dado muestra de voluntad de moderar su política
interior (derechos democráticos para la población
árabe) o exterior (negociaciones sobre los territorios
ocupados en 1967 y paralización y desmantelamiento de
los asentamientos o fin de las hostilidades en Líbano).
Por el contrario, el reconocimiento político pleno de
la OLP puede contribuir a que, en cualquier foro, la justicia
de las reivindicaciones del pueblo palestino progrese hacia su
plasmación real. Sólamente así la fuerza
dejará de ser la única razón que protege
las arbitrariedades históricas, y la paz, al fin, podrá
restablecerse sobre la base de derechos inalienables.
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