De la prisión al fuego.
Habla la periodista italiana liberada por la resistencia iraquí
y tiroteada por el ejército EEUU
Mi verdad
Giuliana Sgrena*
Il
Manifesto / Rebelión.org
CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 7 de marzo de 2005
Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
"Te
acompañamos nosotros, no des señales de tu presencia
junto a nosotros, que si no, los americanos pueden intervenir".
Era la confirmación que no habría querido oír.
Era el momento más feliz, y al mismo tiempo, el más
peligroso. Si encontrábamos a alguien, vale decir a algún
militar americano, habría un tiroteo...
Estoy todavía a oscuras.
El viernes fue el día más dramático de mi
vida. Había pasado muchos días secuestrada. Había
hablado poco antes con mis secuestradores, quienes llevaban días
diciendo que me iban a liberar. Vivía horas de espera.
Hablaban de cosas de las que sólo después entendí
la importancia. Hablaban de problemas "relacionados con
los traslados".
Había aprendido a entender
si corrían malos o buenos vientos a través de la
actitud de mis dos "centinelas", los dos personajes
que me custodiaban todos los días. Uno en particular,
que mostraba atención ante todos mis deseos, estaba increíblemente
decidido. Para entender lo que de verdad estaba sucediendo, le
pregunté provocatoriamente si estaba contento porque me
iba o porque me quedaba. Me quedé sorprendida y contenta
cuando, era la primera vez que sucedía, me dijo "sólo
sé que te irás, pero no sé cuándo".
Como prueba de que algo nuevo estaba sucediendo, en un cierto
momento entraron los dos en mi habitación como para confortarme
y bromear: "Enhorabuena me dijeron- te vas para Roma".
Para Roma, lo dijeron tal cual.
Tuve una extraña sensación.
Porque esa palabra me evocó inmediatamente la liberación,
pero también proyectó dentro de mí un vacío.
Entendí que era el momento más difícil de
todo el secuestro y que si todo lo que había vivido hasta
el momento era "cierto", ahora se abría un abismo
de incertidumbres, a cual más dura. Me cambié de
ropa. Ellos volvieron: "Te acompañamos nosotros,
no des señales de tu presencia junto a nosotros, que si
no, los americanos pueden intervenir". Era la confirmación
que no habría querido oír. Era el momento más
feliz, y al mismo tiempo, el más peligroso. Si encontrábamos
a alguien, vale decir a algún militar americano, habría
un tiroteo, mis secuestradores estaban preparados y responderían.
Tenía que tener los ojos cubiertos. Ya me estaba habituando
a una momentánea ceguera. Por lo que ocurría fuera,
sólo sabía que en Bagdad había llovido.
El coche marchaba seguro por una zona de pantanos. Había
un chófer más los dos secuestradores de siempre.
Inmediatamente oí algo que hubiera preferido no oír.
Un helicóptero que sobrevolaba a baja cota justo la zona
donde nos habíamos parado. "Estate tranquila, ahora
vendrán a buscarte Dentro de diez minutos te vendrán
a buscar". Habían hablado todo el tiempo en árabe,
un poco en francés y mucho en inglés macarrónico.
También esta vez hablaban así.
Después se bajaron.
Me quedé en esa condición de inmovilidad y ceguera.
Tenía los ojos cubiertos con algodón, cubiertos
con gafas de sol. Estaba quieta. Pensé ¿qué
hago? ¿Comienzo a contar los segundos que pasan desde
este instante hasta el de la nueva situación, la de la
libertad? Apenas empecé mentalmente a contar, me llegó
una voz amiga a los oídos: "Giuliana, Giuliana, soy
Nicola, no te preocupes, he hablado con Gabriele Polo, tranquila,
estás libre".
Me hizo quitarme la "venda"
de algodón y las gafas negras. Sentí desahogo,
no por lo que estaba ocurriendo y no entendía, sino por
las palabras del tal "Nicola". Hablaba, hablaba, era
incontenible, una avalancha de frases amigas, de bromas. Sentí
finalmente una consolación casi física, calurosa,
que había olvidado hacía tiempo.
El coche continuaba su camino,
atravesando un túnel lleno de charcos, y casi dando volantazos
para esquivarlos. Nos reímos de manera increíble.
Era liberatorio. Dar bandazos en una carretera llena de agua
en Bagdad e imaginar sufrir un accidente de coche después
de todo lo que había pasado era cosa de no contar. Entonces,
Nicola Calipari se sentó a mi lado. El chófer había
comunicado dos veces a la embajada y a Italia que nos dirigíamos
hacia el aeropuerto, yo sabía que éste estaba supercontrolado
por las tropas americanas, falta menos de un kilómetro,
me dijeron cuando Yo recuerdo sólo fuego. En ese momento,
una lluvia de fuego y proyectiles cayó sobre nosotros
acallando para siempre las voces divertidas de pocos minutos
antes.
El chófer empezó
a gritar que éramos italianos, "somos italianos,
somos italianos". Nicola Calipari se echó sobre mí
para protegerme, y, entonces, justo entonces sentí su
último respiro, se me moría encima. Debí
sentir dolor físico, pero no sabía por qué.
Pero un recuerdo fulgurante me asaltó, volvieron inmediatamente
a mi cabeza las palabras que me dijeron los secuestradores. Ellos
declaraban sentirse totalmente comprometidos para liberarme,
pero tenía que estar atenta "porque están
los americanos, que no quieren que tú vuelvas". Entonces,
cuando me lo dijeron, juzgué aquellas palabras como superfluas
e ideológicas. En aquella hora, para mí, corrían
el peligro de adquirir el sabor de la más amarga de las
verdades.
El resto aún no puedo
contarlo.
Este fue el día más
dramático. Pero el mes que viví secuestrada, probablemente
ha cambiado para siempre mi existencia. Un mes sola conmigo misma,
prisionera de mis más profundas convicciones. Cada hora
fue una comprobación despiadada de mi trabajo. A veces
me tomaban el pelo, me llegaban a preguntar porqué quería
marcharme, me pedían que me quedara. Eran ellos quienes
me hacían pensar en esa prioridad que demasiado a menudo
dejamos de lado. Hacían hincapié en la familia.
"Pide ayuda a tu marido", decían. Y lo dije
ya en el primer vídeo que creo que habéis visto
todos. Mi vida ha cambiado. Me lo contaba el ingeniero Iraqí
Ra'ad Ali Abdulaziz de Un ponte per, raptado con las dos
Simonas, "mi vida ya no es la misma", decía.
No le entendía. Ahora sé qué quería
decir. Porque he sentido toda la dureza de la verdad, lo difícil
que es de proponer. Y la fragilidad de quien la busca.
Los primeros días de
secuestro no vertí una sola lágrima. Estaba simplemente
furiosa. Les decía a la cara a mis secuestradores: "¿Pero
cómo me secuestráis a mí, que estoy contra
la guerra?". Llegados a ese punto, ellos abrían un
diálogo feroz. "Sí, porque tú vas a
hablar con la gente, no secuestraremos nunca a un periodista
que está encerrado en el hotel. Además, el hecho
de que digas que estás en contra de la guerra, podría
ser una cobertura". Y yo rebatía, casi para provocarles:
"Es fácil raptar a una mujer débil como yo,
¿por qué no probáis con los militares americanos?".
Insistía en el hecho de que no podían pedir al
gobierno italiano que retirara las tropas, su interlocutor "político"
no podía ser el gobierno sino el pueblo italiano que estaba
y está contra la guerra.
Ha sido un mes de vaivenes,
entre fuertes esperanzas y momentos de gran depresión.
Como cuando, era el primer domingo después del viernes
del secuestro, en la casa de Bagdad donde estaba secuestrada
y sobre la cual descollaba una parabólica, me dejaron
ver un telediario de Euronews. Allí vi mi fotografía
en una gigantografía colgada en el palacio del Ayuntamiento
de Roma. Y me sentí alentada. Sin embargo, después,
justo después llegó la reivindicación de
la Yihad que anunciaba mi ejecución si Italia no retiraba
las tropas. Estaba aterrorizada. Pero inmediatamente me tranquilizaron
asegurándome que no eran ellos, tenía que desconfiar
de dichos llamamientos, eran "provocadores". Solía
preguntar a uno que, por su cara, parecía el más
disponible, aunque, como el otro, tenía aspecto de soldado:
"Dime la verdad, me queréis matar". Y sin embargo,
muchas veces, había extrañas ventanas de comunicación
precisamente con ellos. "Vente a ver una película
en la tele", me decían, mientras una mujer wahabita,
cubierta de pies a cabeza, daba vueltas por la casa y me atendía.
Los secuestradores me han parecido
un grupo muy religioso, rezaban continuamente versos del Corán.
Pero el viernes, en el momento de mi liberación, el que
parecía más religioso de todos, uno que se levantaba
a las 5 para rezar, me felicitó increíblemente
apretándome fuerte la mano no es un comportamiento
usual para un fundamentalista islámico-, y añadió:
"si te comportas bien, te marchas ahora mismo". Después,
un episodio casi divertido. Uno de los dos guardianes vino a
verme estupefacto porque la tele mostraba mis retratos colgados
en ciudades europeas y hasta en la camiseta de Totti. Él,
que se había declarado tifoso de la Roma, estaba
desconcertado por el hecho de que su jugador favorito sí,
Totti- hubiese saltado al campo con una camiseta en la que estaba
escrito "Liberad a Giuliana".
He vivido en un enclave en
el que ya no me quedaban certezas. Me he encontrado profundamente
débil. Me había equivocado en mis certezas. Yo
sostenía que había que ir a contar aquella guerra
sucia. Y me encontraba en la alternativa de estar en el hotel
esperando o de terminar secuestrada por culpa de mi trabajo.
"Nosotros no queremos a nadie más", me decían
los secuestradores. Pero yo quería contar el baño
de sangre de Faluya a través de las palabras de los prófugos.
Y aquella mañana, los propios prófugos o alguno
de sus líderes, no me escuchaban. Tenía ante mí
la prueba puntual de los análisis sobre la transformación
de la sociedad iraquí a raíz de la guerra, y ellos
me echaban en cara su verdad: "No queremos a nadie, ¿por
qué no os quedáis en vuestra casa? ¿para
qué puede servirnos esta entrevista?". El efecto
colateral peor, la guerra que mata la comunicación, se
me derrumbaba encima. A mí, que he arriesgado todo, desafiando
al gobierno italiano, que no quería que los periodistas
llegaran a Iraq, y a los americanos, que no quieren que nuestro
trabajo testimonie en qué se ha convertido el país
con la guerra, a pesar de eso que llaman elecciones.
Ahora me pregunto. ¿Es
un fracaso este rechazo suyo?
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