ODIO ETERNO
Carlo Frabetti
Los padres de la niña muerta en el atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Santa Pola declararon que nunca dejarían de odiar a los responsables. Es comprensible. Seguramente no hay dolor más profundo y duradero que la pérdida de un hijo o una hija. (Menos comprensible es el hecho de que la prensa convirtiera esta declaración de odio eterno en grandes titulares: quienes especulan con el dolor --que son la mayoría de los partidos políticos y de los medios de comunicación-- no son mejores que quienes lo causan.)

Pero si comprendemos el odio de los padres de la niña muerta en Santa Pola hacia ETA y su "entorno", tenemos que comprender también que, por ejemplo, los familiares de Lasa y Zabala odien a la Guardia Civil y, por extensión, al Gobierno que hizo posible el secuestro, la tortura y el asesinato de sus seres queridos. Con el doble agravante de que los crímenes perpetrados desde el poder son infinitamente más execrables que los cometidos desde la clandestinidad, y de que el homicidio de la niña no parece que fuera intencionado (Bush lo llamaría un efecto colateral), mientras que los atroces sufrimientos y la ignominiosa muerte de Lasa y Zabala fueron fruto de la más fría y abyecta deliberación.

No hay peor terrorista, no hay ser más despreciable que el funcionario que tortura y mata al amparo del poder. ¿Por qué los políticos y los periodistas no han hablado de Galindo como de un nuevo Jack el Destripador? ¿Por qué, sin embargo, se permitió en su día al patético Máximo Pradera, en un programa de gran audiencia, comparar a los etarras con los violadores, torturadores y asesinos de las niñas de Alcàsser? (Tal vez porque la primera comparación habría resultado ofensiva para Jack --que, al fin y al cabo, se limitaba a destripar a sus víctimas--, mientras que la segunda sólo ofende a la razón.)

En cualquier caso, podemos comprender el odio de las víctimas de uno y otro bando como la desesperada expresión de un dolor insoportable; pero no podemos compartir ese odio, y mucho menos alimentarlo.

El odio, en fatal sinergia con el miedo y la ignorancia, es una fuerza incontenible: por eso es el recurso movilizador favorito de los dictadores y de los fanáticos; por eso los políticos corruptos especulan con él y lo utilizan como moneda de cambio. Pero, además de incontenible --y precisamente por ello--, el odio es incontrolable, una contagiosa enfermedad de imprevisibles y persistentes (cuando no eternas) secuelas. El odio es absurdo, perverso, desestructurante, tan nocivo para quien lo da como para quien lo recibe. El odio es siempre ciego y, por ende, injusto.

No podemos criminalizar a las Fuerzas de Seguridad, a todos y cada uno de sus miembros, por el hecho de que haya funcionarios que torturan y matan. Análogamente, no podemos criminalizar a la izquierda abertzale porque haya en sus filas, o cerca de ellas, personas capaces de matar de forma indiscriminada.

¿Que hay conexiones entre Batasuna y ETA? Seguramente. Como las hay entre las Fuerzas de Seguridad y la extrema derecha. Lo cual no significa que todos los policías sean fascistas ni que todos los abertzales sean etarras. Si aceptamos la criminalización de Batasuna, indirectamente daremos la razón a quienes criminalizan a la Guardia Civil por acoger y promocionar a sujetos como Roldán o Galindo. Aníbal juró odio eterno a los romanos, y su odio fue el fin de Cartago. Y el arrogante intento de capitalizar ese y otros odios fue el principio del fin de la propia Roma.

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