Contra el Imperio/90: LA VIOLENCIA CONFORTABLE
Se queja Fernando Savater de que no puede bañarse en la playa de la Concha (al parecer, un comando anfibio de ETA acecha bajo las aguas para arrastrarlo al fondo del Cantábrico). De ser cierto, es lamentable. Y lo lamento de todo corazón no sólo por él sino también por mí, porque me gustaría vivir en un mundo en el que Savater pudiera decir lo que quisiera y bañarse donde se le antojara sin más riesgo, en ambos casos, que el de hacer el ridículo o hundirse por su propio peso.

Pero no me gusta vivir en un mundo en el que sólo Savater y los que, como él, se venden al poder pueden decir lo que quieren (o lo que quieren sus amos). No me gusta vivir en un mundo en el que Savater ejerce de criminalizador de los disidentes desde las páginas de opinión del diario de mayor tirada del Estado sin posibilidad de réplica por parte de los criminalizados.

En su artículo autobiográfico “Camus y los impostores” (El País, 9-12-02), Savater cita profusamente al escritor francés y nos invita a no olvidar su lección. Es un excelente consejo, así que hagámosle caso. Denunciemos a los impostores, a esos “intelectuales que sacrifican su honradez a la mentira, entendiendo por mentira no sólo la deformación culpable de la verdad, sino también la desinformación culpable, la sesgada y culpable selección de lo que se dice y lo que se calla”, como propone Savater inspirándose en Camus. Y empecemos por señalar que el más claro ejemplo ibérico de intelectual que sacrifica su honradez a la mentira es el propio Savater, que en esto, como en casi todo, sigue los seguros y confortables dictados de la moda: cuando los mayores terroristas de la historia llaman a sus masacres “lucha contra el terrorismo”, cuando los máximos represores se proclaman defensores de la libertad, cuando los torturadores invocan los derechos humanos, es normal, por no decir inevitable, que los mayores impostores arremetan contra la impostura. La última moda, en política (y no sólo en política), es la proyección.

El artículo de Savater (aunque pretende ser una réplica a la ya famosa carta del Subcomandante Marcos) gira, como todo lo que escribe desde que (según dice) no le dejan recuperar su infancia chapoteando en la playa de la Concha, alrededor de “la trama mafiosa de Batasuna”, a la que, por supuesto, pertenecemos todos los que no pedimos a gritos el Nobel de la Paz para Garzón. ¿Sabe que coreando el discurso aznariano tiene asegurado el triste éxito de los vendidos, o piensa realmente lo que dice? ¿Piensa realmente que Batasuna y ETA son una misma cosa, como intenta hacernos creer un Gobierno que más que resolver el conflicto vasco lo que quiere es rentabilizarlo?

En su delirio criminalizador, Savater llega al extremo de reprocharle a Chomsky que no denuncie la “manipulación informativa proetarra”. Conozco bien a Chomsky y estoy seguro de que si los medios de comunicación estuvieran llenos de manipulación proetarra sería el primero en denunciarlo. Y yo el segundo. Pero, la verdad, no veo mucha manipulación proetarra en los medios. Sí veo, sin embargo, una clara manipulación informativa tendente a criminalizar cualquier forma de disensión o protesta. Y no veo que Savater (ni casi nadie, dicho sea de paso), al hablar del conflicto vasco, hable de la tortura (a pesar de que Savater es, como yo, miembro de la Asociación Contra la Tortura). Y hablar del conflicto vasco sin hablar de la tortura es incurrir de lleno, de la forma más cómplice y abyecta, en esa “sesgada y culpable selección de lo que se dice y lo que se calla” que tan oportunamente denuncia, remitiéndose a Camus, el propio Savater.

Somos muchos (cada vez más, por suerte: he tenido ocasión de comprobarlo recientemente al asistir, en Donostia, a la Conferencia Internacional por los Derechos de los Pueblos organizada por Udalbiltza) los que no confundimos la lucha contra el terrorismo con la criminalización de la izquierda abertzale (o del nacionalismo en general), independientemente de que estemos o no de acuerdo con sus planteamientos políticos. Decir que Batasuna es ETA, es tan estúpido como decir que el PSOE es el GAL o que todos los policías son torturadores. Defender la Ley de Partidos porque hay que acabar con el terrorismo, es tan estúpido como defender la pena de muerte porque hay que luchar contra el crimen. Y me cuesta mucho creer que Savater no se dé cuenta de ello.

Yo deseo de todo corazón que ETA deje de matar --es más, que desaparezca sin dejar rastro-- y que Savater pueda volver a bañarse en la playa de la Concha (si se lo permite el fuel que sus amigos del Gobierno no retiran); pero, desde luego, el camino para conseguirlo no es la criminalización mediática de quienes reclaman su derecho a la autodeterminación, ni las torturas sistemáticas en comisarías y prisiones, de las que Savater nunca habla (omisión que no deja de ser llamativa en un miembro de la ACT).

Hay que estar con las víctimas, por supuesto. Con todas las víctimas. Lo cual incluye a las numerosísimas víctimas de los torturadores, que son, con mucho, los peores terroristas, los más viles e impunes, los que realmente desestructuran la sociedad (en esto hay que darle la razón a Aznar: ETA no puede nada contra la democracia; lo que la socava --mejor dicho, la impide-- es el terrorismo de Estado).

Al final de su artículo cita Savater una de las más inspiradas y definitorias frases de Camus: “Tengo horror a la violencia confortable”. ¿Y cuál es la violencia más confortable? Savater lo sabe bien: la de quien criminaliza a la oposición desde los púlpitos del sistema, con la seguridad que le confiere hacer manitas con Mayor Oreja. A otro nivel, es la misma violencia confortable y abyecta de los funcionarios que torturan al amparo del poder.

No, no olvidemos la lección de Albert Camus.

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