Estrictamente personal

Raymundo Riva Palacio
El Universal
Lunes 24 de enero de 2005
primera seccion
 

Viene lo peor

El desafío del narco al Estado mexicano es tan abierto como insolente, en el amanecer tardío a una realidad que ha venido carcomiendo al país
 

En el fatídico 1994, el entonces presidente Carlos Salinas invitó a unos especialistas en narcotráfico y terrorismo de Colombia y Perú. Durante unas sesiones secretas en Los Pinos, los especialistas decían que la guerra contra el narcotráfico tenía que hacerse sin cuartel, y que tendría su cuota de sangre. Pero mayor derramamiento habría, enfatizaban, si no se le enfrentaba de una vez por todas. En el epílogo de su mandato, Salinas ya no hizo nada de fondo. En Colombia y Perú, pese a lo que veían, fueron perdiendo la guerra contra el narcotráfico que, para su mayor terror, fue tejiendo alianza con las guerrillas que, o a cambio de protección recibían armas, o como sucedió con las FARC colombianas, entraron al negocio de la droga como una forma de financiamiento para su guerra contra el Estado.

Quien ha recorrido lo profundo de la región andina y observado a lo largo de todo este corto tiempo la manera como el dinero de la droga corrompió esas naciones, expandió el negocio y compró gobiernos y sociedades, puede comprender la magnitud del problema que enfrentan los países. Un alto funcionario de las Naciones Unidas que viaja por todo América Latina aliviando problemas sociopolíticos, decía hace unos meses de paso por México que aunque creía que era posible recuperar países como Colombia, Perú, Bolivia o Ecuador, era muy difícil, costaría mucho dinero y costaría mucha sangre. Pero no había opción: o lo hacían los estados, no sólo los gobiernos, o la delincuencia organizada se apropiaba de sus países.

Durante más de 10 años se han lanzado llamadas de atención a los mexicanos sobre los síntomas de deterioro social y degradación política, aparejado a fenómenos mucho más recientes como las narcoguerrillas. Los espejos están siempre a la vista, particularmente en Colombia, la vitrina más grande de las que existen en la región andina, donde la violencia endémica tiene enfrentados a narcotraficantes entre sí, y contra otros poderes, que no sólo son los del gobierno, sino los de las guerrillas, los paramilitares, los cafetaleros y los contrabandistas de esmeraldas. Hay dos fuerzas que predominan en tierras colombianas: el gobierno, apoyado militar y financieramente por Estados Unidos a través del Pentágono, la CIA y la DEA, y las FARC. El gobierno controla 60% del territorio colombiano, y las FARC, que son un gobierno ilegal paralelo, 40% restante. La violencia se ha extendido a inocentes, muriendo más de 30 mil en siete años.

Increíblemente, en México hemos soslayado al narcotráfico como un fenómeno que puede destruir completamente la sociedad y arrasar al Estado. Pero de repente, en una semana en que nos enteramos que la policía federal, con el apoyo del Ejército tiene que tomar por asalto las prisiones de máxima seguridad que ya estaban bajo el control de los capos de la droga, que los jefes de los cárteles mantienen sus ejecuciones en todo el país aún cuando se suponía que estaban temporalmente desarticulados, que las autoridades mantienen operativos y redadas por todo el país, que mantienen una intensa campaña de despolitización de policías porque estaban aliados con los delincuentes, que detienen a sicarios de los narcos con armas que pueden derribar un avión comercial supersónico, que les decomisan bombas y equipo más sofisticado que el que tiene el gobierno federal, empezamos a pensar que, quizás, este asunto sí va en serio.

Lo peor, sin embargo, no es qué tan serio, sino la negligencia con la que se ha actuado por meses. Desde junio, la PGR alertó sobre lo que estaba pasando en las prisiones; no pasó nada. En los meses siguientes, funcionarios de los más altos niveles de la dependencia alertaron sobre la manera como se habían reorganizado los capos para manejar los negocios de la droga desde los mismos penales; no pasó nada. El propio ex director del sistema de cárceles de máxima seguridad, Carlos Tornero, afirmó que eran "una bomba de tiempo". Ni siquiera se despabilaron, y llegó el cataclismo. Hubo traslados de presos, un secretario de Seguridad Pública prefirió jubilarse y se nombró a otro que no sabe nada del tema. ¿Qué sucedió en este periodo? Lo increíble.

El relajamiento del control interno de los penales, presuntamente por la corrupción de las autoridades en los mismos, le entregó el control de las cárceles a los jefes del narcotráfico, cuya guerra exterior por rutas de distribución y comercialización la extendieron a su interior, ejecutando a sus enemigos. Paralelamente, permitieron la recreación de la pesadilla andina, donde los narcotraficantes establecieron relaciones con militantes del Ejército Popular Revolucionario, conectando tácticamente a estas dos fuerzas antagónicas contra su enemigo común: el gobierno. Según un alto funcionario federal, no sólo tramaron relación sino que "fraternizaron", al grado que uno de esos guerrilleros estaba iniciando un proceso de adoctrinamiento sobre Osiel Cárdenas, jefe del sanguinario cártel del Golfo. La conexión guerrillanarco es lo más ominoso que puede ahora suceder. Hasta ahora, al EPR sólo se le ha detectado relación con el narco en la zona oaxaqueña de Los Loxichas, donde se les han encontrado campos de cultivos de drogas. La capacidad operativa de una guerrilla necesita recursos para su armamento y su aparato de logística, que el dinero de la droga les facilita en mayor abundancia y con riesgo menor que secuestrar hombres acaudalados que cada vez invierten más en su seguridad. No se sabe aún qué tan profundos nexos se establecieron entre los narcotraficantes y los guerrilleros, que convivieron hasta hace unos días en La Palma, estado de México, pero la semilla se sembró.

Hoy, los narcotraficantes están desafiando todos los días al Estado. Mañana, es probable que los enemigos del Estado se añadan en la díada terrorífica de las narcoguerrillas. Las mexicanas están apuntando hacia el golfo, mientras que las FARC colombianas tienen relaciones hace buen tiempo con los cárteles de Tijuana y de Juárez. Aunque el de Tijuana está enfrentado con los otros dos, los unen estas relaciones con las guerrillas. Vaya panorama el que se tiene enfrente: capacidad de fuego, ambos tienen; acceso casi ilimitado a recursos, los tienen los narcos; visión estratégica de la lucha armada, las guerrillas. Los países andinos ya no se ven tan lejos analizados desde esta perspectiva, sino como vecinos, interactuando en las clandestinidades, con todos los riesgos y muertes que ello implicará.

rriva@eluniversal.com.mx / r_rivapalacio@yahoo.com



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