Sábado 5 de marzo de 2005

 

El Estado odia a toda la gente que atenta contra su poder e impunidad, expresa

Alejandro Cerezo: "nuestra reclusión, mensaje de intimidación a luchadores"

Denunciará en foros internacionales el caso hasta lograr la liberación de sus hermanos

BLANCHE PETRICH

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Alejandro Cerezo Contreras, al término de la entrevista con La Jornada FOTO Francisco Olvera

Libre desde hace apenas cinco días, Alejandro Cerezo, el menor de los tres hermanos presos por presunto acto de sabotaje en 2001, dice que las autoridades tendrán que responder algún día a la pregunta que no deja de rondarle en la cabeza: ¿Por qué un castigo tan riguroso, tan desproporcionado, contra los hijos de dos dirigentes del Ejército Popular Revolucionario (EPR) prófugos, Emilia Contreras Rodríguez y Francisco Cerezo Quiroz?

 

"Sólo puedo imaginar el porqué. Creo que hay un odio de clase muy grande del Estado hacia mis padres, hacia toda la gente que atenta contra su poder, impunidad y corrupción. El mensaje es: tú, que te dedicas a la lucha social, esto es lo que te va a costar. Son tus hijos, están en nuestras manos, vamos a hacer con ellos lo que queramos. Y también es un mensaje de intimidación a todos los luchadores sociales legales o ilegales: vean lo que les puede pasar a sus hijos."

Se quita y pone unos lentes de moldura extraña. Tres años y medio sin poder ver a más de 35 metros de distancia, sin ejercitar los músculos ópticos, lo dejaron miope. Desarrolló tendonitis por correr media hora diaria en un patio de cemento con unos tenis deplorables. El nervio ciático le causa dolor, tiene gastritis y colitis aguda, y a los 23 años admite que su salud está "un poco-bastante desmejorada".

El miércoles, al día siguiente de su excarcelación, estuvo frente a una pequeña audiencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM hablando de su experiencia carcelaria. Y sólo entonces cayó en la cuenta de que los pasados tres años de su vida habían sido verdaderamente duros y crueles. Mucho más de lo que él se permitía admitir en las horas muertas de su celda. "Mientras estás adentro te aferras: no me voy a volver loco, voy a leer, a escribir, a aprender todo lo que tenga oportunidad. Pensaba que no había bronca. Pero ahora que estoy hablando por primera vez de todo eso, y aunque no quiera, me quiebro. Y más por el dolor de pensar que mis hermanos siguen ahí con un trato más agresivo que el de Almoloya, en Puente Grande (Héctor) y Matamoros (Antonio)".

-¿Cómo recuperas tres años de vida, entre los 19 y 23?

-Por lo pronto, con lo más simple: comprar algo de ropa, porque no tengo nada, ni zapatos. Cuestiones de higiene, de salud. Ir a la universidad a ver mi situación académica para acabar mi carrera, economía. A la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), donde estudiaba cuarto semestre de sociología, no me voy a acercar, porque las autoridades no me dieron oportunidad de estudiar en la cárcel.

Los Cerezo, una familia singular

Alejandro ingresó a Almoloya a los 19 años. Era el reo más joven en la institución. La historia familiar de los Cerezo Contreras es singular, marcada por el clandestinaje de sus padres, y él, cuenta, desde los 16 años se lanzó a la vida por cuenta propia. "A esa edad ellos me pidieron que me independizara, y por mi parte ya no hubo ningún contacto con ellos. Ellos me visitaban, yo no podía visitarlos, pero desde los 18 el corte fue total."

Nunca supo, asegura, de la militancia de sus padres. Sólo después de varios meses en prisión entendió que a quien buscaba el gobierno era a ellos. "Mi mamá me aclaró mucho en las pocas cartas que recibimos en prisión. La primera, cuando el ingreso, fue más que nada amorosa, pero ya con algunas referencias a hechos políticos. Ahí me empezó a entrar curiosidad. Luego hubo dos más, en las que dio detalles de su historia, de su dedicación a la lucha social, de cómo secuestraron a ella y a un hermano para poder detener a mi padre. Yo ni me imaginaba, pensé que esas historias sólo existían en los libros.

"Todo lo demás lo he imaginado después: cómo ha de haber sido la vida para ellos, siempre perseguidos. Yo bebé, ella cargándome; mi hermana Emiliana cuidando a Héctor; Francisco y Toño por ahí corriendo. Lo difícil que ha de haber sido. Y a la vez me siento muy orgulloso. No nos arrepentimos ni avergonzamos de nuestra historia."

En una de las cartas maternas, Emilia Contreras parece conocer como la suela de sus zapatos el fuerte carácter de su benjamín: "Ale, no se me agüite, no le dé gusto a sus esbirros, pero tampoco se me engalle; sólo, chiquitín, tómalo como una oportunidad para seguir madurando".

El hijo les responde en otra misiva desde La Palma: "Sólo tengo una cosa que pedirles: no se dejen agarrar, no les den el gusto de exhibirlos como trofeo. A veces lamento que ya estén más viejitos, con más años a cuestas, porque tal vez no podrán correr tan rápido como cuando eran jóvenes. Porque no es lo mismo, ustedes lo han de saber mejor que yo".

Turbulencias en Almoloya

La vida de los Cerezo fue objeto de escrutinio a raíz de los linchamientos en Tláhuac, cuando la autoridad hizo saber que décadas atrás la familia había radicado en las vecindades donde ocurrieron los hechos y deslizaba una presunta vinculación con el EPR. El tema cayó por propio peso. A los pocos meses los hermanos volvieron a tener los reflectores encima, cuando se supo que después de las turbulencias en el penal de alta seguridad de La Palma dos de los hermanos Cerezo iban a ser trasladados con los más connotados criminales a otros penales.

El joven cuenta cómo se vivieron esos días adentro. "Nosotros no teníamos experiencia carcelaria, pero cuando fuimos conociendo cómo eran las cosas, el personal de Almoloya nos pareció indolente, negligente y parte, no todo, corrupto. Además, lo de la presencia de la Policía Federal Preventiva (PFP) en el penal no es nueva, siempre estuvo ahí. Todo lo que entró o salió de La Palma esos años pasó por sus manos."

Cuando se supo adentro del asesinato del hermano de El Chapo Guzmán, Arturo, el 31 de diciembre, no hubo sobresaltos entre los reos. Era ya el tercer muerto de una serie. Primero un ahorcado en un baño del módulo tres, luego un muerto por disparo de pistola 22 en el módulo cuatro. "Son cosas que se ven como ajustes de cuentas, nada fuera de lo normal. Si acaso, hay temor a los operativos de violación sistemática a los derechos humanos que ellos llaman disciplina."

Después del tercer asesinato, continúa, "corrieron a parte del personal, detuvieron al director del penal, trajeron a gente del penal de Matamoros y de Puente Grande para apoyar a los custodios. Los de Puente Grande llegaron con las reglas de allá, de bájese los pantalones, a mí no me grite, a humillar a la gente. Y los presos no se dejaron, al grado de que una ocasión encobijaron a unos custodios, los agarraron a patadas y los sacaron del módulo". Además, personal de áreas educativas, de sicología y de laborales se manifestaron en demanda de mejores condiciones de trabajo. Despidieron a todos, salvo a 19, fueran corruptos o no.

"El 14 de enero me levanté y lo primero que vi por la ventana, desde el nivel en que estaba, fueron tanques del Ejército. En cuestión de minutos ya estaban agentes de la AFI, con pasamontañas, revisando las estancias, confiscando casi todo lo que uno tenía. A los que se opusieron les dieron una garrotiza. A partir de ese momento nos aislaron totalmente, nos dejaron encerrados durante 19 días. Suspendieron las llamadas, no hubo acceso a noticias, ni a nada. Hasta el día 16 me gritaron que se estaban llevando a mis hermanos. Al día siguiente me enteré que fueron trasladados; Héctor, a Puente Grande, y Antonio, a Matamoros."

Continúa: "El 18 de enero llegaron los de la AFI, Bopes y PFP. A varios nos sacaron esposados. En el grupo estaban Don Neto y otros famosos del narco. Eramos 16 en el patio, frente a las cámaras. Nos exigieron que diéramos un paso al frente y dijéramos nombre, sentencia y delito. Y luego mezclaron las imágenes con otro hecho similar de otro módulo, para dar la idea de que todos estábamos juntos, con lo peor de la mafia, que todos convivíamos, pero no fue así".

-¿Cómo es esa convivencia?

-Obligada, impuesta por la institución, que viola el derecho de los presos de conciencia a estar aparte. Pero además el contacto es mínimo. Te toca comer con ellos o formar parte de algún equipo de futbol. Nada más. Y con los meros principales no hay ninguna aproximación ni contacto visual. Si uno se cruzaba con ellos en un pasillo, te ordenaban voltear hacia la pared. Ellos pasaban fuertemente custodiados por seis o siete oficiales. Hasta el contacto visual estaba prohibido.

En su módulo, Alejandro convivió, por ejemplo, con el hijo de Daniel Arizmendi; un capitán primero del grupo del general Rebollo; uno de la banda de los Arellano Félix; un jefe de porros de la Universidad de Puebla; otro que venía por haberse amotinado y tomado un penal, y muchos otros delincuentes no famosos. Además, en el mismo pasillo estuvo recluido Fernando Chino Gatica, un acusado que hace poco salió en libertad, "un señor que sin tener nada que ver lo acusaron de guerrillero". Y supo que en el mismo módulo estaba también Jacobo Silva, dirigente del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente.

Su hermano Héctor, por su parte, convivió con el presunto homicida de Luis Donaldo Colosio, Mario Aburto.

Rutina, libros y depresión

La lista de lecturas de Alejandro Cerezo en los pasados tres años es nutrida: clásicos rusos, franceses, griegos; literatura contemporánea mexicana, filosofía, economía. Y de cajón, Karl Marx. Leyó los tomos 1 y 2 de El Capital y dejó a medias el 3. "La sicóloga del penal me dijo que si hubiera estado en libertad no hubiera leído ni la mitad. Falso, hubiera leído el doble. Cuando caí preso estudiaba dos carreras y tenía un ritmo de lectura cabrón. A veces me caía la depresión encima. En esos momentos es muy difícil concentrarte, sientes que el cerebro se te fuga a un lugar equis. Entonces, leer es lo más difícil. Es tan cansado estar deprimido que después se te pasa, te relajas."

-¿Los momentos más duros?

-El ingreso. Es impresionante. Te ponen contra la pared e indican que el trato será de sí señor, no señor. ¿Entendió? Sí señor. No se oye. Sí señor. No me grite. Te despojan de todo. Luego de la revisión física -el ano te lo revisan con lámpara- te dan la ropa reglamentaria. Te obligan a inclinarte 90 grados con las manos esposadas por atrás, te toman de los brazos y en esa posición tienes que ir corriendo. Si no puedes te arrastran. Después viene la advertencia, textual: "Aquí la verga es azul y negra, y los huevos se quedaron afuera". Es duro, muy duro al principio. Después te acostumbras.

"Hubo otro momento terrible, cuando supimos que habían asesinado a nuestra abogada, a Digna Ochoa. Ese día sí necesité abrazar a alguien. Me colgué de mi hermano cuando salimos al patio. Lloraba. Sólo podía pensar: qué abuso tan tremendo, qué chingadera. Al día siguiente teníamos audiencia y ella tenía que estar ahí. En todos los diarios estaba la noticia de su muerte y el agente tuvo el descaro de amonestarnos porque nuestra abogada no llegaba a la diligencia".

-¿Qué sigue?

-Sacar a Héctor y a Antonio. Para mi liberación fue clave la presión popular, la movilización solidaria, el trabajo del Comité Cerezo. Ahora vamos a volcarnos en la denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En México ya no tenemos alternativas, nos vamos a los foros internacionales.