El año 1968

por Jaime Pastor

El 31 de diciembre de 1968 el general De Gaulle concluía su mensaje de fin de año con este llamamiento: Enterremos finalmente a los diablos que nos han atormentado durante el año que se acaba. Efectivamente, para él y para muchos gobernantes y ciudadanos adultos, no sólo de Francia sino de otras partes del mundo, ese año había trastornado hasta tal punto sus vidas que quedaría grabado en su experiencia vital como una verdadera pesadilla. Lo que ocurrió entonces se ha prestado a las más diversas interpretaciones a medida que el tiempo ha pasado y que la historia, la memoria y el presente tienden a confundirse en su reinterpretación. Pero más allá de las diferentes tomas de partido al calor de los hechos, son pocos los que niegan hoy que la convulsión sufrida por el Planeta en aquel momento significó un verdadero punto de inflexión en nuestra historia contemporánea.

El estallido de aquella rebelión juvenil se inició en Occidente, pero no surgió de la simple espontaneidad de sus protagonistas ni era ajeno a lo que sucedía en otras regiones. Porque, pese a haber cogido por sorpresa a la gran mayoría de sociólogos y cronistas de la vida política (se haría luego famoso el comentario de uno de ellos, Pierre Viansson Ponté -Francia se aburre-, realizado apenas dos meses antes de Mayo), era posible encontrar sus orígenes en una serie de procesos que se habían ido gestando con anterioridad.

Para reconstruir lo ocurrido conviene empezar recordando, en primer lugar, que se estaba produciendo un cambio en el clima internacional tras el fin de lo que había sido la primera guerra fría. El decenio los sesenta había sido ya testigo de la ruptura entre China y la Unión Soviética y contemplaba el despegue de una revolución cultural maoísta cuyas rasgos antiburocráticos predominaban frente a los más sectarios y neoestalinistas, que sólo recientemente han podido ser ampliamente desvelados. El movimiento por los derechos civiles de la población negra en Estados Unidos se radicalizaba -recordemos el verano del Mississippi de 1964 y la aparición de los Panteras negras-, mientras las revoluciones cubana y argelina abrían una nueva fase de esperanza en los pueblos del Tercer Mundo, seguida tanto por sus derrotas en Santo Domingo e Indonesia -y la trágica muerte del Che en Bolivia- como por la prolongada guerra frente a la intervención norteamericana en Vietnam.

Ese contexto mundial ofrecía ante la juventud occidental una nueva imagen del comportamiento de quienes aparecían como víctimas del orden internacional: éstos eran ahora sujetos activos y no pasivos y, por tanto, constituían un ejemplo a seguir, con mayor razón cuanto que habían logrado salir victoriosos incluso a pocas millas del territorio norteamericano. Por eso mismo la actividad de solidaridad con el pueblo vietnamita encontraría amplios apoyos entre los estudiantes durante estos años; como se decía entonces, esta vez era David quien estaba ganando a Goliat.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que la economía capitalista estaba acercándose a su momento crítico en la larga onda expansiva de la posguerra: la recesión alemana de 1967 era un primer aviso del cambio que se avecinaba, y se reflejaba ya en los ataques lanzados contra el sistema de Seguridad Social en varios países. En cualquier caso, esa onda larga había favorecido un nuevo crecimiento demográfico, la expansión de la enseñanza universitaria y el acceso masivo a la misma de un creciente número de estudiantes procedentes de las nuevas clases medias. Este proceso había permitido la concentración de una capa estudiantil, mucho más numerosa que en el pasado, la cual fue adquiriendo conciencia muy rápidamente de su propia y diferenciada identidad como tal en la sociedad. En Francia, por ejemplo, en 1968 había ya más de medio millón de estudiantes, lo cual suponía cuatro veces más que los que había quince años antes. Esa configuración de la juventud como una fuerza social en aumento y potencialmente autónoma frente a una mayoría adulta, se convertía en un fenómeno nuevo llamado a tener imprevisibles repercusiones.

En tercer lugar, el desafío de muchos pueblos del Tercer Mundo a la hegemonía norteamericana y la masificación estudiantil coincidían con la emergencia de una contracultura dentro de las sociedades de consumo occidentales, cuyos exponentes más reveladores fueron movimientos como los de los híppíes norteamericanos, los provos holandeses o los situacionistas franceses. Pese a sus diferencias, todos ellos compartían una crítica radical al modelo de desarrollo, de consumo y de vida preponderante en estas sociedades, al tiempo que esbozaban propuestas alternativas, que también hallaban notable eco entre la juventud.

Por último, tampoco hay que olvidar que, simultáneamente al desarrollo de nuevas organizaciones antiimperialistas en países del Tercer Mundo (que llegaron a confluir en nuevas coordinaciones internacionales como la autodenominada Tricontinental), en Europa occidental habían surgido partidos de la nueva izquierda (como el Socialista Unificado en Francia o el Socialista Italiano de Unidad Proletaria) así como los primeros grupos de una extrema izquierda que se vería multiplicada tras la revuelta del 68.

La influencia de partidos comunistas como el francés o el italiano se veía así cuestionada, mientras que los partidos socialistas poseían escaso atractivo ante las nuevas generaciones. Merece la pena resaltar el hecho de que este fenómeno no era exclusivo del Viejo Continente, ya que en lugares muy dispares, desde Japón (con una importante y combativa organización, Zengakuren) hasta América Latina, pasando por Checoslovaquia, también habían surgido formaciones políticas de nueva izquierda, la mayoría de ellas con una composición social predominantemente estudiantil. Quizás los ejemplos más emblemáticos, antes del 68, de este proceso se encuentran en la formación de la Asociación de Estudiantes Alemanes (SDS) y su expulsión del Partido Socialdemócrata en 1961, o en el crecimiento de la Asociación de Estudiantes Demócratas (SDS) norteamericana a partir de 1962.

Esa combinación de circunstancias cambiantes ayuda a entender la progresiva salida a escena de una diversidad de conflictos que habían permanecido latentes o, simplemente, parecían haber sido resueltos gracias al largo período de expansión del capitalismo y del Estado de bienestar.

Los antecedentes de la revuelta

Pese al impacto global que tuvo la explosión del 68, es indudable que fue en Francia donde tuvo mayor resonancia tanto por la dimensión política que adquirió la radicalización estudiantil como, sobre todo, por la confluencia que se produjo entre ésta y la huelga general de la que fue protagonista la clase obrera.

Pero el detonante estrictamente universitario se había estado fabricando antes. El año 1966 había sido ya testigo de la primera iniciativa ejemplar de un grupo de estudiantes de la Universidad de Estrasburgo, vinculado a la Internacional Situacionista, que había ganado las elecciones a la dirección de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF). Su primer manifiesto, titulado Acerca de la miseria en el medio estudiantil, considerada en sus aspectos económico, político, psicológico, sexual y sobre todo intelectual y sobre algunos medios para poner remedio a ella, circularía rápidamente por las Universidades francesas y se convertiría en una expresión común de denuncia de las condiciones del estudiantado en la sociedad capitalista, empleando un nuevo lenguaje y buscando soluciones imaginativas que evitaran reproducir los viejos discursos institucionales.

La política global, la universitaria y la vida cotidiana aparecían en sus escritos como algo estrechamente unido y sometido a una crítica subversiva que encontraría gran eco entre los estudiantes. Asimismo, dentro de esa reinterpretación de las sociedades del bienestar las primeras obras de Guy Debord y Raoul Vaneighem, también situacionistas, contribuirían a la difusión de un descontento que luego se transformaría en sentimiento generalizado. Junto a ellos, Henri Lefebvre, con su crítica del nuevo orden urbano, o Bourdieu y Passeron, revelando documentadamente la crisis de la condición estudiantil, conectarían igualmente con el malestar juvenil.

Paralelamente a esta vertiente más cultural, ya en Francia se estaba desarrollando un potente movimiento de solidaridad con la lucha anticolonial en Argelia y se producía en el año 66 una profunda crisis en la Unión de Estudiantes Comunistas, de la que surgirían grupos de izquierda radical (las Juventudes Comunistas Revolucionarias y la Unión de Jóvenes Comunistas Marxistas-Leninistas), que tendrían una notable presencia en la revuelta del 68 y en el período posterior.

Fermentos similares se gestan en otros lugares a partir de la lucha por la libertad de expresión en las Universidades norteamericanas (el Free Speech Movement de Berkeley, constituido en diciembre del 64, es su punta de lanza) y, sobre todo, de la solidaridad con Vietnam, iniciada también en Estados Unidos en la primavera del 65 desde la Universidad de Michigan, y extendida luego a numerosos centros en la República Federal de Alemania, Gran Bretaña o Italia.

En el 67, es el movimiento de ocupación de las Universidades el que adquiere auge en Italia, mientras que en Alemania se fortalece la oposición extraparlamentaria y se proclama una Comuna Estudiantil en Berlín. En Inglaterra se producen reformas que son reflejo del cambio cultural en marcha, como son la legalización del aborto y la derogación de las leyes que penalizan la homosexualidad; en julio se publica un manifiesto exigiendo la legalización de la marihuana. En Irlanda del Norte, un movimiento a favor de los derechos civiles emerge con fuerza.

Dentro de esta nueva ola de activismo, llega en octubre la noticia de la muerte de Ernesto Che Guevara, que recorre el mundo y le convierte definitivamente en un mito para la juventud occidental. El Che es visto como un modelo de revolucionario que lucha contra el poder, que ha renunciado luego a él y que ha estado dispuesto a dedicar toda su vida a la construcción de un hombre nuevo.

Cambio de época

Pero es en 1968 cuando las expresiones de la revuelta se suceden y se extienden por todas partes. Los grandes hitos internacionales serían la ofensiva del Têt en Vietnam, el mayo francés, el agosto checoslovaco y el octubre mexicano. Pero en medio y en relación estrecha con todos esos acontecimientos, lo que se está produciendo es la construcción social de una subjetividad común y compartida por muchos jóvenes de todo el mundo.

Daniel Cohn-Bendit, uno de sus protagonistas, describe esa vivencia colectiva con las siguientes palabras: En 1968 el planeta se inflamó. Parecía que surgía una consigna universal. Tanto en París como en Berlín, en Roma o en Turín, la calle y los adoquines se convirtieron en símbolos de una generación rebelde. “We want the world and we want it now” (“Queremos el mundo y lo queremos ahora”), cantaba Jim Morrison ( ...). Ayudados por el fulgurante desarrollo de los medios de comunicación, fuimos la primera generación que vivió, a través de una oleada de imágenes y sonido, la presencia física y cotidiana de 1a totalidad del mundo.

Esto es algo que sería reconocido luego por los más firmes adversarios de ese movimiento, como es el caso de Raymond Aron, quien años después, en sus Memorias, escribiría lo siguiente: Ciertamente, aunque las cosas varían sustancialmente de Dakar a Berkeley, de Harvard a La Sorbona, los motines universitarios que se multiplicaron de un extremo al otro del mundo no comunista revelan o significan algo. Revelan por lo menos el debilitamiento de la autoridad de los adultos, de los profesores, de la institución como tal. La contestación a la autoridad en la Iglesia católica, a1 mando en el ejército, emana del mismo estado de ánimo. La revolución cultural, que alcanza su apogeo en los años sesenta, forma el contexto, la trama de fondo de las perturbaciones.

El año 68 se iniciaba así en medio de un malestar universitario que estallaría con fuerza en muy diversas partes del mundo, y que no se limitaría a la juventud sino que llegaría a contagiar a sociedades como la francesa, la italiana y, aun estando en el Segundo Mundo, a la Checoslovaca.

Y, sin embargo, era de Alemania de donde procedía la más influyente renovación teórica y práctica, debido a que allí los grupos más activos del movimiento estudiantil habían alcanzado una mayor madurez intelectual y cierto grado de unificación política. Las reflexiones y la actividad de líderes como Rudi Dutschke eran una buena demostración: ya antes del 68 sus polémicas con el reputado pensador Jürgen Habermas (que llegaría a alertar al movimiento ante el riesgo de practicar un fascismo de izquierdas) habían sido muy sonadas, y su esbozo de una vía alternativa frente a la socialdemocracia, que entraba en una gran coalición con la democracia cristiana, ayudó a definir una estrategia de oposición (el gran rechazo, la larga marcha a través de las instituciones y la ilustración mediante la provocación serían sus principales ideas-fuerza) que iba adquiriendo notable atractivo en toda Europa.

También en el verano del 67 había acudido a Berlín el filósofo Herbert Marcuse, con quien los estudiantes encontrarían un lenguaje común (en particular con su crítica de la tolerancia represiva) que conectaba tanto con un pensamiento heterodoxo como con un profundo antiautoritarismo que les llevaría a fundar la primera Universidad Crítica alemana a comienzos del curso siguiente, emulando así el ejemplo de los estudiantes de Berkeley.

No fue por eso casual que en febrero del 68 se celebrara en Berlín un Congreso Internacional de Solidaridad con Vietnam que reunió a estudiantes e intelectuales de muy diferentes países. Allí estaban Daniel Cohn-Bendit, Alain Krivine, Tariq Alí, Jeannette Habel, Robin Blackburn, Henri Weber, Peter Weiss o Erich Fried, junto a más de veinte mil estudiantes desfilando con banderas rojas en lo que entonces era la capital de la guerra fría. El impacto de esta manifestación fue tal que pocos días después el conjunto de partidos parlamentarios (incluido el socialdemócrata), con el apoyo de la prensa sensacionalista, organizaron una contramanifestación frente a lo que consideraban nuevo desorden e intromisión extranjera.

Poco después, en abril, y como resultado de la campaña de histeria desatada contra los agitadores, Dutschke sería víctima de un atentado que terminaría apartándole de la vida política. Apenas unos días antes, demostrando así que ese clima se estaba generalizando, Martin Luther King había caído asesinado en Memphis, celebrándose manifestaciones de protesta en ciento sesenta y siete universidades norteamericanas, en las que estudiantes blancos y negros marcharían juntos contra el racismo. La expresión más radical de esta ola de movilizaciones se produjo en la Universidad de Columbia, en donde confluyeron la Asociación de Estudiantes Afroamericanos (SAS) y la Asociación de Estudiantes Demócratas (SDS). Más tarde, sería también víctima mortal de un atentado el senador Robert Kennedy.

Mientras tanto, en Italia proseguía un movimiento de ocupación de facultades que se había iniciado en febrero del año anterior en La Sapienza de Pisa y que ahora tendría su punto de partida en la Universidad Católica de Milán, desarrollándose Universidades Libres con múltiples actividades y debates alrededor de temas como psicoanálisis y represión social, Vietnam e imperialismo o las luchas sociales en Europa. Este Movimento Studentesco confluiría, además, con un despertar obrero que generaría lo que se dio en calificar como el maggio rampante, debido a su larga duración, pese a no culminar en una explosión similar a la francesa.

En Gran Bretaña, en donde también Marcuse había estado con los estudiantes en el verano del 67, junto al antipsiquiatra R.D. Laing y al sociólogo Lucien Goldman, en un Congreso sobre la Dialéctica de la Liberación, las protestas en la famosa London School of Economics, en Sussex o Essex continuaban, constituyéndose también una nueva organización estudiantil, la Federación de Estudiantes Socialistas Revolucionanos.

El Movimiento 22 de marzo

Simultáneamente, en Francia estaba naciendo un nuevo movimiento estudiantil, cuyo punto de partida ya hemos situado mucho antes. En realidad, la protesta que surgió en la residencia universitaria de Antony en 1965; mediante la cual se exigía la libre circulación entre las habitaciones de chicos y las de chicas, ya revela una nueva visión de la relación entre vida política y vida cotidiana, a la que había sido ajena la izquierda tradicional. El mismo tipo de conflicto estalla en el campus de Nanterre, dos años después, en marzo del 67, cuando el día 21 los estudiantes se manifiestan contra el reglamento de las residencias universitarias que sigue prohibiendo la visita de los chicos a las habitaciones de las chicas; la respuesta de la autoridad académica no se haría esperar, mediante una llamada a la policía para que acudiera a impedir que aquéllos forzaran las puertas del pabellón de las chicas…

Ese estilo contestatario, no sólo frente a la política institucional sino contra la que tiene que ver con el orden sexual dominante, vuelve a salir a la luz cuando el ministro de la Juventud, Francois Misoffe, acude el 8 de enero del 68 a inaugurar la piscina de Nanterre. Allí, un joven, Daniel Cohn-Bendit, le acusa de pretender desviar las preocupaciones de los estudiantes y de ignorar sus problemas sexuales, provocando el desconcierto en las autoridades.

El siguiente paso se da con la aparición del Movimiento 22 de marzo, fundado ese mismo día del 68 en la facultad de Sociología de la Universidad de Nanterre, a raíz de la protesta contra la detención de varios estudiantes miembros de un comité de solidaridad con Vietnam. Haciendo balance de esta experiencia, un documento de este movimiento explicaba poco después: Se han planteado nuevos problemas, en particular e1 de un rechazo más directo y eficaz de la universidad clasista, una denuncia de un saber neutro y objetivo así como de su parcelización, un cuestionamiento del lugar objetivo que estamos destinados a ocupar en la división actual del trabajo, una confluencia con los trabajadores en lucha, etc. Simultáneamente, se han desarrollado formas originales de acción: mítines improvisados en la facultad, ocupación de salas para mantener nuestros debates, intervenciones en las clases o conferencias, boicot de exámenes, murales y carteles políticos en los vestíbulos, toma de los micrófonos monopolizados por la administración, etcétera.

Ese mismo 22 de marzo se había producido también un acontecimiento significativo: muchos estudiantes se manifiestan ante la embajada polaca para pedir la libertad de los disidentes Jacek Kuron y Karol Modzelevski, queriendo demostrar así que se identifican con quienes en el Este denuncian a un poder burocrático que pretende erigirse como el único socialismo realmente existente.

El 19 de abril serían dos mil los que saldrían a la calle en París para expresar su indignación frente al atentado contra Rudi Dutschke, el mismo que había dicho que al Este del Elba todo es real menos el socialismo. El 29, se proclama en Nanterre la Universidad Crítica, siguiendo el modelo berlinés, no sin afirmar que la clase obrera es la fuerza principal y dirigente que puede cambiar la sociedad y, por tanto, la Universidad.

Las barricadas de Mayo

Se llega así al 2 de mayo, cuando la policía interviene para impedir una manifestación de apoyo a Vietnam, siendo expedientados ocho estudiantes (entre ellos, Cohn-Bendit), mientras el decano de la facultad de Sociología decide cerrar el centro.

Es entonces cuando se desencadena un proceso imparable hacia la huelga general más masiva en la historia de Francia. El 3 de mayo, la policía acude al viejo edificio de La Sorbona para impedir una asamblea de apoyo a Nanterre, provocando así -como recuerda Michel Winock- la solidaridad espontánea de los universitarios con lo que hasta entonces sólo era una minoría militante: La crisis de Mayo comienza en ese preciso instante en que el movimiento, desbordando el círculo de los militantes, arrastra a una masa desorganizada, apolítica o muy poco politizada; pero que encuentra bruscamente en la revuelta en danza un medio de expresar sus temores, sus rechazos y sus sueños.

Pero esta respuesta no asusta sólo al régimen. También los dirigentes del Partido Comunista publican ese mismo día una declaración en la que condenan la actuación de unos izquierdistas y de un anarquista alemán (Cohn-Bendit) que utilizan como pretexto las carencias gubernamentales y especulan con el descontento de los estudiantes para intentar bloquear el funcionamiento de las facultades e impedir a la mayoría de los alumnos trabajar y pasar sus exámenes.

Contrariamente a esta actitud, el principal sindicato de enseñantes (el Sindicato Nacional de la Enseñanza Superior -SNESUP-, cuyo dirigente es Alain Geismar) y el de los estudiantes (la Unión Nacional de Estudiantes de Francia -UNEF-, cuyo líder es Jacques Sauvageot) convocan una huelga indefinida a partir del día 3 y pronto el Barrio Latino se llena de barricadas, con enfrentamientos con la policía que terminan con numerosos heridos y detenidos, entre ellos Cohn-Bendit y Sauvageot. Pero, como relataría después Eduardo Haro Tecglen, cronista de estos hechos, en esa noche del 3 al 4 sucedió algo imprevisto: los habitantes del barrio, ante las luchas que les parecían desproporcionadas entre la fuerza pública y los chicos y chicas de la Universidad, se pusieron del lado de éstos: les ofrecían refugio en sus pisos cuando los guardias les perseguían, gritaban contra los policías, les lanzaban objetos por las ventanas.

Más tarde, la condena a cárcel de cuatro estudiantes detenidos provoca nuevas manifestaciones no sólo en París sino también en otras ciudades; una misma consigna se corea en todas ellas: Libertad para nuestros compañeros. También un grupo significativo de profesores, entre ellos cinco premios Nobel (Jacob, Köstler, Wolff; Mauriac y Monod), muestra su apoyo a los estudiantes. El martes 7, la avenida de los Campos Elíseos es ocupada por el movimiento.

El movimiento se empieza a coordinar y organizar y se multiplican los comités de acción y los debates. Uno de ellos tiene lugar el día 10 en la sala de La Mutualité de París, organizado por las Juventudes Comunistas Revolucionarias de Alain Krivine: en él participan Cohn-Bendit, el economista Ernest Mandel y representantes de grupos estudiantiles de muchos países, haciendo todos un llamamiento a la unidad y a proseguir la lucha.

La noche del 10 al 11 de mayo en el Barrio Latino se convierte en la segunda gran noche de las barricadas, y su ejemplo también se extiende a muchas partes del país. Ahora se suman los estudiantes de bachillerato, organizados ya en Comités de Acción. En esa noche -cuentan dos de sus protagonistas, Alain Krivine y Daniel Bensaïd- entraban en juego el desgaste de un régimen, la legitimidad democrática del movimiento estudiantil ante la opinión pública, la receptividad de una clase obrera que se encontraba también en plena radicalización. El desenlace sería, de momento, favorable.

El lunes 13, el primer ministro Pompidou, de vuelta de Afganistán, decide la reapertura de La Sorbona y mientras condena las provocaciones de algunos agitadores profesionales, dice estar dispuesto a considerar las peticiones estudiantiles. Pero su reacción llega tarde y ya no satisface a nadie. Ese mismo día, una inmensa manifestación comienza en la plaza de la República, incorporándose a ella por primera vez los principales sindicatos obreros, la Confederación General del Trabajo (CGT), vinculada al PCF, y la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), de inspiración cristiana, junto a personalidades de la izquierda que hasta ese momento se habían mantenido al margen.

También en ese mismo 13 de mayo se produce una iniciativa que adquiere un especial simbolismo frente a la tradicional enemistad franco-alemana: alrededor dé quinientos estudiantes de ambos países se manifiestan en Saarbrüken, queriendo expresar así su amistad y su voluntad común de desafiar a las autoridades más allá de las fronteras.

La huelga general

A partir de ahora es la crisis social y política la que pasa a primer plano. El camino hacia la paralización de la economía y de todo tipo de actividad laboral se va abriendo paso, viéndose obligados los sindicatos obreros a reconocer -más que a convocar- una huelga general que se extiende como un reguero de pólvora a partir del 14 de mayo, con ocupaciones de facultades y de fábricas (las primeras serían las de Sud-Aviation y Rhodiaceta en Nantes) en muchas partes de Francia. Los trabajadores de la radio y la televisión pública también destacan en esta labor, denunciando la parcialidad en los medios y proclamando a partir de ahora su autonomía frente al poder, al servicio de una información honesta, completa y objetiva; los trenes y el metro también paran. Los actores ocupan el teatro del Odeón y proclaman la imaginación al poder, el festival de cine de Cannes también se ve interrumpido.

El 16, la fortaleza obrera de Renault-Billancourt es ocupada. La huelga se extiende a las más diversas instituciones y profesiones: médicos, psicólogos, arquitectos, urbanistas, juristas, investigadores de diversas profesiones, muchos de ellos se adhieren a la protesta y hacen la crítica de las instituciones y del saber establecido.

En la Sorbona ocupada surgen múltiples propuestas. Una de ellas, con pretensiones de todo un programa, declara: La revolución que está empezando pondrá en cuestión no sólo la sociedad capitalista sino también la civilización industrial. La sociedad de consumo tiene que perecer de muerte violenta. La sociedad de la alienación tiene que perecer de muerte violenta. Queremos un mundo nuevo y original. Rechazamos un mundo en el que la seguridad de no morir de hambre ha sido sustituida por el riesgo de morir de aburrimiento.

El 18 de mayo el presidente de la República, general De Gaulle, vuelve de Rumanía antes de lo previsto e intenta reaccionar: promete reformas, denuncia la chienlit (el follón, la fantochada) y recrimina a los estudiantes diciéndoles que el recreo ha terminado. Su discurso, en lugar de intimidar al movimiento, provoca una indignación mayor y la huelga sigue adelante.

El 20 de mayo se calcula que hay seis millones de trabajadores en huelga. En la misma Sorbona los estudiantes reciben una visita inesperada, la del pensador Jean-Paul Sartre, que viene a manifestar humildemente su apoyo a la revuelta: No estoy aquí en tanto que político sino en tanto que intelectual... Es preciso que los jóvenes obreros y aprendices puedan venir a las facultades, que las ciudades universitarias se conviertan en ciudades de la juventud... Es evidente que el movimiento actual de huelga ha tenido su origen en la insurrección de los estudiantes. La CGT se ha visto forzada a acompañarlo para peinarlo. Ha querido evitar sobre todo esta democracia salvaje que vosotros habéis creado y que molesta siempre a las instituciones.

Poco después, la revista Le Nouvel Observateur reproduce un diálogo entre Sartre y Cohn-Bendit que tiene amplia repercusión pública; en él los elogios de este intelectual al potencial subversivo de la revuelta, a la expansión del campo de lo posible que han logrado instaurar, darán que pensar a la sociedad adulta y serán una buena réplica al discurso alarmista del gran pensador de la derecha, Raymond Aron.

El 21 de mayo hay ya diez millones de huelguistas. A1 día siguiente, Daniel Cohn-Bendit, que acaba de ir a Alemania a pedir más apoyos, se encuentra con que no se le permite volver a Francia. Los estudiantes responderán al unísono: Todos somos judíos alemanes y Pasamos de fronteras.

El 24 de mayo De Gaulle emprende otra maniobra, anunciando su voluntad de convocar un referéndum sobre la reorganización regional y la reforma del Senado para el 16 de junio. Pero su iniciativa no encuentra eco alguno, ni siquiera entre la derecha, y el proceso se radicaliza: el incendio de la sede de la Bolsa parisina es la respuesta simbólica de los estudiantes, mientras comienza una nueva noche de las barricadas, casi insurreccional. No obstante, el ya difícil frente común de obreros y estudiantes se va quebrando, al menos por arriba: los sindicatos CGT y CFDT inician el 25 las negociaciones con el Gobierno de unos acuerdos, los de Grenelle, que, pese a terminar obteniendo aumentos salariales y algunos derechos sindicales en las empresas, encontrarían luego el rechazo de muchas asambleas de trabajadores.

Pese a estas divisiones, es en las jornadas que van del 24 al 30 de mayo cuando se puede hablar de una verdadera paralización del poder (El poder está en la calle, llegarían a gritar muchos estudiantes). En esas circunstancias, y ante la actitud de los dirigentes sindicales y del Partido Comunista (que continúa acusando a los jóvenes de pequeñoburgueses y provocadores), se desarrolla un fuerte movimiento unitario a su izquierda, en el que coinciden las organizaciones estudiantiles, el Partido Socialista Unificado de Michel Rocard, un sector de la CFDT y personalidades socialistas como Mendès-France e incluso Francois Mitterrand. Su propósito es intentar una alternativa política común frente al gaullismo; pero, pese al éxito del mitin celebrado en Charléty el día 27, las desconfianzas están todavía muy presentes y el ensayo de Gobierno unitario de la izquierda no cuaja.

El 29 de mayo se produce la famosa desaparición de De Gaulle. En realidad, ha viajado en secreto a Baden-Baden, en Alemania, en donde se encuentra un contingente militar francés bajo el mando del general Massu, quién le confirma su lealtad. Ese mismo día, todavía la CGT organiza una manifestación en la que dos peticiones son prácticamente unánimes: Fuera De Gaulle y Gobierno popular.

A su retorno a París, al día siguiente, De Gaulle emprende con decisión la campaña del miedo -Después de mí, el diluvio-, anuncia la disolución del Parlamento y la convocatoria de nuevas elecciones generales y apela a la mayoría silenciosa para que salga a la calle. Esa misma tarde, tiene lugar una gran contramanifestación en los Campos Elíseos en respuesta al llamamiento del Presidente, para emprender una acción cívica de vuelta al orden frente a la amenaza comunista. Casualmente, pero con la clara intención de demostrar que no se descarta lo peor, las fuerzas militares de Massu emprenden unas maniobras en la frontera ese mismo día.

Comienza entonces el reflujo del movimiento y la vuelta al trabajo generalizada, pese a trágicos acontecimientos como la muerte de varios jóvenes a manos de la policía. Los estudiantes todavía se manifiestan, una vez más, el 1 de junio, gritando Es sólo el comienzo, la lucha continúa y Elecciones-traición. Pero Mayo ha terminado.

Como cierre de la reconducción del proceso hacia la confrontación electoral, el 12 de junio son disueltas diversas organizaciones estudiantiles y de extrema izquierda, entre ellas el Movimiento 22 de marzo (que nunca llegó a legalizarse) y las JCR. Otros dos hechos merecen anotarse: alrededor de ciento cincuenta extranjeros son expulsados del país, mientras el general Salan y otros conocidos torturadores en la guerra de Argelia son amnistiados. A finales del mismo mes, se celebran las elecciones del miedo y el gaullismo consigue una clara victoria frente a una izquierda tradicional, cuyo peso se ha reducido. Pero la autoridad de De Gaulle ya no sería la misma después de Mayo, aunque haya que esperar a su derrota en el referéndum de abril de 1969 para que decida retirarse definitivamente de la vida política.

De Praga a México

Esta es la sucesión cronológica de los hechos de Mayo, pero la efervescencia colectiva, las vivencias acumuladas por los protagonistas y participantes en ellos, han llenado una cantidad enorme de páginas e informaciones en los medios de comunicación de todo el mundo durante el 68. Esto ha facilitado, pese a todo tipo de manipulaciones, la difusión de la revuelta y el intento de emular su ejemplo por los estudiantes de otros países. Por eso se puede sostener con razón que aquello no fue sólo un fenómeno exclusivo de una región determinada del Globo.

Ya antes hemos recordado el ambiente que se respiraba en Alemania, Italia o Gran Bretaña. Pero tampoco podemos olvidar a los estudiantes checoslovacos que aplican su crítica antiautoritaria a la burocracia socialista y juegan un papel destacado en la resistencia a la invasión soviética; a los polacos que en marzo se manifiestan contra la prohibición de una clásica obra de teatro que llama a la lucha de liberación contra el imperio zarista; a los mexicanos que a raíz de sus acciones de solidaridad con la nueva Cuba terminan sufriendo la trágica matanza de la plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre del 68; a los venezolanos que protestan durante la ocupación militar de la Universidad de Maracaibo; a los argentinos que se manifiestan contra el segundo aniversario de la dictadura del general Onganía; a los palestinos que denuncian la agresión israelí a sus campos de refugiados; a los desertores norteamericanos contra la guerra en Vietnam, cuyo número asciende aceleradamente en ese año; a los dos atletas afroamericanos, Smith y Carlos, que en los Juegos Olímpicos de México, desde el podio y en el momento en que van recibir las medallas ganadas, levantan el puño con un guante negro, símbolo del poder negro; a la gimnasta checoslovaca que también en esos mismos Juegos expresa su protesta contra la invasión soviética de su país; a las feministas norteamericanas que protestan contra la proclamación de Miss América; a los irlandeses que en Derry se manifiestan, encabezados por la pacifista Bernadette Devlin, a favor de los derechos civiles y reciben una dura respuesta policial; a los estudiantes que en Madrid y Barcelona, pese a la represión de la dictadura franquista, también salen a la calle y expresan un nuevo radicalismo del que surgen luego grupos . izquierdistas.

Entre todos ellos, el movimiento de México tuvo especial transcendencia ya que, iniciado el 26 de julio, adquirió un grado de autoorganización muy elevado, con un Consejo Nacional de Huelga y un amplio apoyo ciudadano. Duró sesenta y ocho días y terminó gracias a la intervención militar ordenada por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, en vísperas de la inauguración de unos Juegos Olímpicos cuyo lema era Todo es posible en la paz.

Una nueva generación

Pero lo más significativo de esta diversidad de iniciativas y conflictos es precisamente que, a pesar de las distancias espaciales y de las especificidades nacionales, las afinidades entre los participantes fueron grandes. Esto ha sido comprobado y demostrado no sólo por quienes han simpatizado con el movimiento, sino también mediante su estudio con las técnicas de investigación sociológica más variadas, incluyendo las basadas en entrevistas realizadas a muchos activistas y publicadas en trabajos colectivos. Baste citar el comentario realizado sobre uno de ellos por su coautor, el sociólogo francés Daniel Bertaux: Lo que nos impresionó fue la semejanza, más allá de las fronteras, de los valores, esperanzas y emociones de los activistas que iniciaron los movimientos. En resumen: detrás de las obvias diferencias de estilo, contenido, demandas y formas de discurso, las sensibilidades de los activistas de esa generación eran variantes de una misma Weltanschaung, una misma y común subjetividad.

Es un hecho, por tanto, que toda una generación llegó a coincidir en una misma experiencia de rebeldía y protesta. Pero esto no quiere decir que las explicaciones de lo acontecido, tanto entre los protagonistas como, sobre todo, los observadores, fueran comunes. Merece la pena, por tanto, recordar algunas de las dimensiones que han sido más resaltadas en las interpretaciones posteriores.

Sobre el porqué de la revuelta estrictamente estudiantil, ya se han indicado antes algunas de las razones fundamentales. Para unos es la crisis de la institución universitaria, frente a la masificación que se produce en un corto período de tiempo, o al contraste entre el saber que se imparte y el futuro profesional que la mayoría está destinada a tener (No queremos ser los perros guardianes de la burguesía, dice un famoso eslogan). Para otros se trata más bien de un malestar cultural frente a una sociedad adulta consumista que no quiere reconocer a la nueva clase de edad que ha surgido; ese fenómeno de fuerza social nueva, que logra superar el estatus de minoría selecta en los centros de enseñanza, no tiene precedentes en la historia y ayuda a entender la conciencia de nuevo actor colectivo que adquieren muchos estudiantes en poco tiempo.

También se puede añadir a esto el hecho de que esa juventud no se siente representada en los sistemas políticos existentes, ni en los democráticos liberales ni, con mayor motivo, en los dictatoriales; tampoco en los partidos políticos tradicionales, ya sean de derecha o de izquierda. Quizás en el caso francés esto es más patente tanto por el carácter fuertemente personalizado del gaullismo como por el grado de institucionalización alcanzado por el Partido Comunista. La nueva desobediencia juvenil se ve, por tanto, obligada a desbordar esos cauces y a cuestionar así el sistema en su globalidad.

A estas razones de la salida al escenario político y cultural de los estudiantes se unen las que tienen que ver con cierto malestar latente que se va desarrollando en el seno de las sociedades adultas a medida que empieza a cambiar el panorama económico, político e internacional tras el relativamente largo período de bienestar. Todo esto, difundido por los medios de comunicación en lo que ya MacLuhan había definido como una aldea global , contribuye a crear una conciencia de crisis civilizatoria, entonces apenas intuida y ahora peligrosamente instalada.

Hay también otras interpretaciones más interesadas: la de quienes consideran que lo sucedido ha sido simplemente producto de un complot, una tentativa de subversión manipulado desde Moscú; la que reduce el problema a un psicodrama y a un intento de matar al padre por los nuevos jóvenes; o la que reconoce la apertura de una crisis de civilización, pero ve en la rebelión una actitud peligrosamente nihilista.

Lo que, pese a diferentes apreciaciones, no niega ningún observador es que en la convulsión francesa e internacional han aparecido nuevos discursos, al igual que formas de organización y de acción que parecían periclitadas y que, pese a terminar con una derrota política, han subvertido el ya viejo orden establecido.

Los grafitti, los eslóganes, los panfletos estudiantiles son una buena prueba de la capacidad imaginativa e innovadora del movimiento y de esa voluntad de cuestionar el discurso dominante sobre lo real y lo posible. Basta ofrecer algunas muestras: toma tus deseos por realidades; seamos realistas, pidamos lo imposible; cuanto más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución; cuanto más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor; queda estrictamente prohibido prohibir; la obediencia comienza por la conciencia, y la conciencia por la desobediencia; la barricada cierra la calle, pero abre el camino; corre, compañero, el viejo mundo te persigue; burgueses, no habéis comprendido nada; ser libre en 1968 es participar; dejemos el miedo al rojo para los animales con cuernos..

La riqueza del movimiento se refleja así en lo que Jean Paul Sartre definió como la expansión de lo posible, . la reivindicación de la utopía frente al poder. Ese discurso global permitió asentar una experiencia fundadora común de la nueva generación del 68.

Pero no conviene olvidar que en ese proceso se desarrollaron también numerosos debates asamblearios (la toma de la palabra es otra de las conquistas de Mayo...) sobre las alternativas que cabía proponer en los distintos ámbitos institucionales, tanto en la universidad como en los medios de comunicación o en las fábricas. Reaparecieron así, enlazando con la tradición revolucionaria francesa, los cahiers de doléance, en los que se incluían las más diversas reivindicaciones, desde las relacionadas con las condiciones laborales a las propuestas de control obrero y la búsqueda de modelos distintos de sociedad y de producción; la exigencia de poder negro estimuló luego las fórmulas de poder estudiantil, poder obrero o poder feminista...

La «Galaxia auto»

Lo político, lo social, lo cultural y lo cotidiano se mezclaron a lo largo de estas jornadas, sin ser producto de ningún plan preconcebido, y confluyeron en lo que el sociólogo Pierre Rossanvallon definió como la galaxia auto: las palabras autonomía, autogestión, autoorganización, autodeterminación adquirieron una fuerza enorme en poco tiempo, revelándose como la forma más visible de expresar una crítica de la organización jerárquica de la sociedad a todos los niveles. Era el rechazo de lo que un intelectual afín al movimiento, Cornelius Castoriadis, define como la heteronomía constituida. Ese sentimiento común explica también el intento de seguir el modelo de la Comuna estudiantil berlinesa cuya declaración fundamental afirmaba: Toda organización que pretenda introducir cambios radicales en la sociedad debe comenzar por ejemplificar, en su forma de funcionamiento, las transformaciones radicales que propone. Esto significa que el grupo que quiera reestructurar la sociedad desde un punto de vista antiautoritario debe organizarse sobre bases antiautoritarias, igualitarias y comunitarias.

Por eso fue el antiautoritarismo el más común denominador de todos los que compartieron intensamente el sentido de pertenencia a ese movimiento. Ese rasgo esencial podía subdividirse luego en antiimperialismo, anticapitalismo, antiestalinismo o antisistema en general, según los gustos, convirtiéndose así en la seña de identidad fuerte de sus miembros.

La voluntad de autonomía y la desconfianza frente a las autoridades sirvieron de fermento a la proliferación de muy diversas formas de democracia directa a lo largo y ancho de Francia, extendiéndose las asambleas, los comités de huelga y de acción y sus coordinaciones a nivel sectorial y local, aunque no alcanzaran a la mayoría de los centros de trabajo. En este sentido, fue probablemente en Nantes donde se llegó a uno de los puntos más altos, siendo prácticamente dirigida la ciudad durante casi una semana por un comité central de huelga que gozó de un notable apoyo entre la población trabajadora.

Pero, pese a la convergencia en la huelga general y en muchas formas de organización y de acción, el entendimiento entre obreros y estudiantes no llegó a consumarse, ni siquiera en Francia. A este respecto habría que indicar que la influencia de una cultura política obrerista y de corte estalinista, transmitida a través del PCF y la CGT a lo largo de varias décadas, se transformó en un obstáculo insalvable. Este fue uno de los grandes problemas no resueltos justo en los días (del 24 al 30 de mayo) en que parecía producirse un vacío de poder, y que llevaría a una famosa reflexión de Jean Paul Sartre: Con el PCF no se puede hacer la revolución, sin el PCF tampoco.

Una cuestión polémica a lo largo de este movimiento fue sin duda la relacionada con la violencia política. Esta había sido discutida a partir de la atracción que ejercían revoluciones como la cubana y la argelina y, sobre todo, de la famosa obra de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, prologada por el mismo Sartre. Pero para los estudiantes europeos esa violencia aparecía lejana y no relacionada con su lucha cotidiana, pese a que ya había sido objeto de intensos debates, particularmente en Berlín.

Los sucesos del 68, sin embargo, pusieron de actualidad este problema haciendo reaparecer las barricadas como elemento fundador de una violencia defensiva que, sin embargo, no fue más allá del uso de recursos rudimentarios. Lo importante era la confrontación de dos tipos de violencia y había que distinguir entre ambas. Para ello se recurría a razonamientos como el empleado por Herbert Marcuse cuando afirmaba: En términos de función histórica hay diferencia entre violencia revolucionaria y reaccionaria, entre violencia practicada por los oprimidos y por los opresores. En términos de ética ambas formas de violencia son inhumanas y malas, pero ¿desde cuándo la historia se hace de acuerdo con normas morales? Comenzar aplicándolas cuando los oprimidos se revelan contra los opresores, los que nada tienen contra los ricos, es servir la causa de la violencia efectiva debilitando la protesta contra ella.

Esta distinción y la convicción respecto a la legitimidad de una violencia revolucionaria no tuvieron efectos especialmente negativos mientras el movimiento mantuvo su auge. Pero luego, cuando llegó el reflujo y la desesperación se apoderó de algunos grupos, las divisiones fueron muchas y el aislamiento llevó a acciones que provocaron una dura respuesta por parte de los aparatos policiales. Baste recordar al grupo Fracción Armada del Ejército Rojo (también conocido por sus activistas Baader y Meinhoff) en la República Federal de Alemania o a las Brigadas Rojas en Italia, los cuales desarrollaron una intensa actividad durante algunos años hasta que terminaron siendo desmantelados casi en su totalidad.

Pero, por encima del distanciamiento que se fue produciendo entre estos grupos y el grueso de la generación del 68, fue más importante la reivindicación de la libertad de disenso, de la desobediencia civil, de la resistencia, en unas sociedades que creían vivir en el mejor de los mundos posibles. La distinción entre lo legal y lo que se consideraba moralmente legítimo podía ser llevada a los más diversos ámbitos, siguiendo la inspiración del movimiento por los derechos civiles norteamericano. Como también argumentaba Marcuse, Hay un derecho natural de resistencia para las minorías oprimidas y subyugadas a emplear medios extralegales si se ha probado que los legales resultan inadecuados.

Los riesgos de confrontación que esto suponía eran muchos, pero también los poderes constituidos debían tenerlos en cuenta. El resultado fue muy desigual, pero al menos condujo, tras la desmovilización estudiantil, a un ciclo de reformas que consiguió restaurar un nuevo consenso, a diferencia de lo que sucedería en el Este tras la invasión soviética de Checoslovaquia y el consiguiente fracaso de las opciones reformistas. Esta respuesta divergente, como subraya el historiador Charles Maier, influiría sin duda en los distintos caminos que se abren durante las décadas siguientes en una y otras partes de Europa.

La brecha

Intentando profundizar más en su significación histórica, la metáfora que más eco tuvo para describir la explosión del Mayo francés fue la empleada por pensadores de prestigio como Edgar Morin, Claude Lefort y Cornelius Castoriadis. Según ellos, con e1 68 se había abierto una brecha en las sociedades opulentas a través de la cual podrían valorarse sus efectos a más largo plazo. Había revelado, como reconocería también Raymond Aron, la fragilidad del orden moderno, y, por tanto, irían produciéndose grietas en un edificio que parecía inexpugnable.

Casi veinte años más tarde, Edgar Morin se reafirmaría en la misma conclusión precisando al mismo tiempo algo más: Mayo ha sido una brecha bajo una línea de flotación cultural, y en este sentido yo diría que sus efectos son esencialmente de brecha y de subsuelo. Todo sigue, pero nada es ya exactamente como antes. En ese subsuelo se pudieron desarrollar una nueva cultura política y nuevos movimientos sociales.

Dentro de una línea de interpretación más o menos afín, podríamos sostener, con el filósofo e inspirador de la autonomía italiana, Toni Negri, que este movimiento representó una gigantesca crítica de la modernidad, de la racionalidad instrumental del capitalismo moderno, de su esquema lineal de poder y, además, una crítica feroz de todo aquello que el socialismo real había asimilado del proyecto capitalista, presentándose como sustitutivo de éste, como alternativa interna a su modelo.

Quizás donde más fácilmente se puede comprobar los efectos provocados por esa brecha y por la crítica consecuentemente radical de la Modernidad es en el desarrollo posterior de un movimiento autónomo de mujeres. Porque, como recuerda una de sus activistas italianas, El 68 fue machista, pero representó también el inicio del feminismo de los años setenta ya que forzó a una generación de mujeres a arreglar sus cuentas con la política. Esto ocurrió así porque precisamente a partir de la revalorización de la autonomía personal, pese a la interpretación machista dominante entonces, se hacía también posible aplicarla a la crítica de la desigualdad de sexos y a la defensa de la libre opción sexual, elaborando nuevos discursos y propuestas feministas (Lo personal es político es un eslogan introducido por feministas norteamericanas).

Lo mismo podríamos afirmar del ecologismo ya que, si bien no hay todavía una conciencia de la crisis que se está ahondando en las relaciones entre la economía y la naturaleza, existe al menos una denuncia de la sociedad de consumo y del productivismo, que ayudaría después a la maduración de un nuevo movimiento cuya fuerza en las décadas siguientes sería ya incuestionable.

Igualmente podríamos resaltar la influencia de la dimensión planetaria de la revuelta en el nuevo internacionalismo de esta generación, probablemente más basado en cierto cosmopolitismo abstracto que en un reconocimiento de la diversidad y de los sentimientos nacionalistas que han ido resurgiendo después. Pero, en cualquier caso, de ahí emerge una concepción de la solidaridad internacional que, una vez superada la idealización de las revoluciones del Tercer Mundo, ha dejado su huella en las décadas siguientes.

Mas todavía podríamos afirmar en el ámbito sociocultural, en el que el cambio de valores y de costumbres producido habría sido impensable sin la significación y el alcance que tuvo el 68. A partir de entonces entra en auge lo que se ha dado en llamar posmaterialismo o posconsumismo y que viene a sintetizar una voluntad de poner en cuestión el paradigma hegemónico productivista, preocupado tan sólo por el bienestar material de la mayoría satisfecha del Primer Mundo.

La paradoja de una derrota política que abrió sin embargo un nuevo período de cambios llevaría a un sociólogo crítico español, Jesús Ibáñez, a concluir veinte años después lo siguiente: Mayo del 68 triunfó mediante su fracaso. Fracasada como revolución, triunfó como reforma.

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