Andrés Rieznik y Pablo Rieznik

LA MAQUINA DE DIOS”


                                                                                   

Es el mayor experimento de la historia de la ciencia, su magnitud es abrumadora y su cometido impresiona: avanzar en la comprensión de los secretos del origen del universo. Noticia de tapa en la prensa mundial, la semana pasada se puso en marcha un gigantesco laboratorio, cuyo corazón es una circunferencia de 27 kilómetros de diámetro, enterrada a una profundidad promedio del orden de los 100 metros de la superficie. En los grandes tubos que forman la circunferencia se harán correr a velocidades que lindan con el máximo absoluto – el de la velocidad de la luz – a algunas de las partículas más elementales de la materia para que choquen entre sí. Como resultado de las colisiones se espera detectar la aparición de una partícula que explique por qué, en su diminuto mundo algunas de sus congéneres poseen masa y otras no (como los fotones que forman la luz y que son pura energía). Esa partícula se conoce como “bosón de Higgs”, por el nombre del físico teórico que planteó su existencia. Como contribuiría a completar una explicación sobre los instantes iniciales de nuestro cosmos otro físico de renombre,  llamado León Lederman, la llamó “partícula o maquina de Dios” . Una metáfora humorística, según su propia confesión, pero también de marketing para la venta de su libro sobre el asunto: cómo el mundo de lo extremadamente pequeño podría avanzarse en la explicación de lo extremadamente grande, del cosmos como un todo.

Sorpresas te da la vida

La paradoja es sólo aparente porque desde hace casi ochenta años y gracias fundamentalmente al descubrimiento del astrónomo Edwin Hubble, sabemos que el universo se encuentra en expansión, con sus diversas partes constitutivas, galaxias, estrellas y planetas, alejándose mutuamente entre sí como los puntos en la superficie de un globo que se infla. Por lo tanto, si retrocediéramos en el tiempo toda la materia del universo concentraba en una región ínfima del espacio, a temperaturas inimaginablemente altas. “El mundo empezó como una sopa caliente, extremadamente caliente” como cuenta un investigador al explicar el significado del experimento en marcha (Crítica de la Argentina, 11/9/08). Tan caliente que sólo permitiría la existencia de partículas, ni siquiera integradas todavía en átomos, que son los ladrillos de los elementos de la materia que hoy conocemos. De modo que el acelerador de partículas puesto ahora en funcionamiento, “al hacer colisionar partículas a velocidades cercanas a la de la luz, es decir, 300.000 km por segundo, puede recrear las condiciones más primordiales  de existencia del universo embrionario. La íntima conexión entre la física de las partículas subatómicas y la cosmología plantea además una especie de comprensión unitaria, común de la materia y su evolución que es, sin lugar a dudas, la gran aventura científica de nuestro tiempo, alcanzar lo que se denomina “teoría del todo” (es el título de uno de los últimos libros de uno de los más importantes físicos de la actualidad – el inglés Stephen Hawking- )

Estamos, por lo tanto, frente a una gran hazaña científica: el LHC, que es el nombre en inglés del laboratorio de marras, permite recrear el universo cuando tenía una millonésima de una millonésima de segundo. Es decir, las condiciones de la gran explosión inicial de donde viene el nombre, originalmente burlón de Big Bang, o Gran Pum en castellano. Aunque parezca sorprendente los físicos han descubierto no hace mucho lo que se llama el “ruido de fondo” de aquel estallido bajo la forma de ondas que fueron detectadas por medio de antenas como las que se usan para telecomunicaciones de microondas. El debate sobre la naturaleza del instante inicial de nuestro mundo, la ciencia lo aborda con sus propios métodos, buscando una explicación material a un acontecimiento que aparece tan alejado del sentido común. Pero el sentido común en estos casos no basta por aquello de que si “la apariencia de las cosas coincidiese con su esencia, toda ciencia estaría demás” (Marx). La física del siglo XX encontró un fundamento a las sorpresas que nos brinda el universo: a la escala del mundo de las partículas atómicas o a la escala de las velocidades más extremas, las leyes del movimiento no responden a las que corresponden a la experiencia del hombre en su entorno, igualmente alejado de lo inmensamente grande como de lo inmensamente pequeño. Si el ahora famoso “bolsón de Higgs” no es detectado la teoría física del universo debería ser reformulada. Así avanza la ciencia: el principio de que la fecundidad de la teoría encuentra su terrenalidad en la práctica, de que fuera de ello el problema la verdad es pura especulación metafísica (literalmente, que está más allá de la física); este viejo principio materialista encarna ahora en este megaexperimento, que involucra la participación de miles de investigadores del mundo entero.

Ciencia y algo más

Las consecuencias de los descubrimientos que surjan del funcionamiento del LHC depende naturalmente del proceso social que determina la aplicación de la ciencia y que bajo el dominio del capital, puede tener, por supuesto, alcances tremendamente destructivos. El quehacer científico no puede escapar a los límites de sus circunstancia. Los que participan de la investigación del fascinante mundo subatómico, como los académicos de la más diversas especies, no viven en el limbo y sus grupos y corporaciones están recorridos por numerosos intereses asociados a los más diversos menesteres del capital: n insumos carísimos vinculados a diversas “patrias contratistas” licencias, negocios varios, patentes, etc. ¡Si hasta el material genético está siendo patentado como “propiedad privada”! La investigación de punta, además, nunca es ciencia “pura”, porque es normalmente “affaire” de los servicios, se encuentra bajo el dominio del área de “defensa” y está normalmente pensada en términos militares o de competencia capitalista. El norteamericano León Lederman, anteriormente mencionado, acaba de señalar que “los Estados Unidos se habían mantenido en el liderazgo indiscutido del mundo científico desde la primera guerra mundial hasta el día de ayer....con en el experimento del LHC hemos sido sobrepasados” (“Corriere della Sera”, 10-9). Una repercusión del mismo tipo se produjo hace medio siglo, cuando la entonces Unión Soviética consiguió mandar el primer satélite artificial al espacio, el  Sputnik”, demostrando que estaba un paso más adelante que los yanquis.

Finalmente importa señalar que aunque no se espera ninguna aplicación inmediata de la confirmación o no de la existencia del mentado “bolsón de Higgs”, cuando se construye un proyecto de ingeniería de la escala del que estamos tratando, muchas aplicaciones prácticas son desarrolladas conjuntamente, de modo por así decirlo, lateral. Un ejemplo es la red de informática construida en torno al LHC, llamada Grid. Es que la máquina arrojará enormes cantidades de información que serían imposibles de ser analizadas en las redes informáticas comunes. Y la Grid es muchísimo más rápida que la Internet actual. Otro ejemplo es el de los imanes superconductores que trabajan a 1.9 grados (necesarios para acelerar las partículas en el LHC) y que pueden ser utilizados en trenes de alta velocidad, con fines civiles o militares...negociados y corruptelas (¡tren bala!). Para remediar esto hay una única solución y es científica aunque no pertenezca al dominio de la física: acabar con la explotación capitalista.  No hay otra solución.

 

setiembre 2008