M.F. Niesturj

 

El Hombre Como Primate.

 

 

(Primera Parte)

 

 

 

Rasgos de adaptación del cuerpo humano para la marcha erecta

 


Los hombres contemporáneos constituyen la especie del hombre razonable (Homo sapiens Linnaeus, 1735; del latín — "homo" — hombre, "sapiens" — razonable, sensato, inteligente). Junto con los géneros y subespecies de los repre­sentantes fósiles de la humanidad, los hombres contemporáneos forman la familia de los homínidos (Hominidae — del latín, "homo", genitivo "hominis" — hom­bre, del griego "idos" — especie). Junto con la familia de parentesco cercano a los simios antropoides (Siiniidae), los homínidos entran en la superfamilia de los primates catarrinos antropomorfos superiores (Superfamilia: Anthropomorpha s. Hominoidea). Esta superfamilia, con todas sus particularidades distintivas, linda más estrechamente que las demás a la otra superfamilia de los primates catarri­nos, a saber, a los cinomorfos (Superfamilia: Synomorphá), en cuya composición entra la familia de los monos catarrinos inferiores o cercopitecidos (Familia: Cercopithecidae).

 

Ambas superfamilias — antropomorfos y cinomorfos — se enlazan en la sec­ción catarrina de los primates superiores (Catarrhina s. Catarrhini). De la sec­ción platirrina de los primates platirrinos superiores, es decir, de los monos ame­ricanos (Platyrrhinas s. Platijrrhini), la distinguen las siguientes particularidades: 1) en su mayor parte, el tabique nasal es estrecho (septum nasale), incluyendo el cartílago; 2) presencia, en la mayoría de los casos, de la sutura frontotemporal en la región de la fosa temporal, es decir, el pterión frontotemporal (en griego "pteron" — ala), que supera el extremo superior del ala mayor del esfenoides y del hueso temporal; 3) meato auditivo óseo exterior; 4) dos premolares; 5) la parte en "S" del intestino grueso o intestino sigmoideo.

 

El hombre, según las particularidades exteriores y estructura interna de su cuerpo es, sin duda alguna, un primate. Con la mayoría aplastante de los prima­tes superiores e inferiores, al hombre le unen los siguientes rasgos de la estructura: las uñas planas, un poco arqueadas en los primeros dedos de las manos y los pies; la mano con los dedos III y IV más largos; un par de glándulas mamarias en el pecho; desarrollo progresivo de los analizadores óptico y cinestésico con el estado retrogresivo del olfativo; surco calcarino en la parte medial del lóbulo occipital; el asta posterior del ventrículo lateral del cerebro; anillo óseo alrededor de la órbita, clavícula bien desarrollada; cuatro clases de dientes — incisivos, caninos, premolares y molares; la forma sencilla de retorta del estómago; el intestino ciego; disposición de los testículos eri el escroto.

 

Otros rasgos más que aproximan al hombre a los monos: la posición delan­tera de las órbitas; la pared casi toda ósea entre la cavidad de la órbita y la fosa temporal; el encéfalo intensamente desarrollado; la estructura particular de la retícula ocular; presencia de la mancha amarilla (mácula) y la fovea central; curvatura del intestino grueso; útero simple; placenta en forma de disco. Con los catarrinos al hombre le une el tabique nasal estrecho y presencia de sólo dos pre­molares.

 

Los rasgos de semejanza del hombre con los antropoides en cuanto a la es­tructura del cuerpo se explican, en primer lugar, en que los antepasados del hom­bre eran los monos antropomorfos que vivían en los árboles y que más tarde tu­vieron que pasar a la vida terrestre. Aquí, en ellos se desarrolló la marcha erecta y luego el trabajo, lo que promovió la reestructuración de su organismo por la línea de la adaptación a las nuevas condiciones de vida. Como resultado del prolongado proceso del desarrollo surgió una serie de diferencias bruscas del hom­bre, como el primate bípedo terrestre, de los antropoides arbóricos. La marcha erecta y el trabajo transformaron fuertemente el cuerpo humano y le dieron la singularidad cualitativa de la constitución física.

 

En el aspecto exterior del hombre, como primate bípedo, se destacan, ante todo, la posición erecta del cuerpo, el tronco y cuello verticales con las extremi­dades inferiores completamente desdobladas en la articulación de la rodilla. La posición vertical del tronco, al estar parado o durante el desplazamiento por la tierra, se condiciona por el desarrollo y disposición particular de los músculos coxofemorales, por ejemplo, glúteos y cuadríceps crural, y también de los liga­mentos correspondientes, por ejemplo, el ligamento iliofemoral. Aquí, para la estabilidad tiene importancia, además do eso, la forma ensanchada de la pelvis y el ángulo de inclinación del cuello comparativamente largo del fémur, con res­pecto a su diáfisis, que varía de 121 a 233°.

 

Mas es característica la columna vertebral curvada, en forma de "S", con una curvatura cervical y otra lumbar hacia delante o lordosis y dos curvaturas hacia atrás o cifosis torácica y sacra. Esta estructura de la columna vertebral se elaboró en calidad de dispositivo amortiguador para la marcha bípeda; está condicionada la paulatinidad de los movimientos del tronco, lo protege de las lesiones durante los movimientos bruscos y saltos.

 

La cabeza está bien equilibrada en la columna vertebral, descansa en su parte cervical que está mejor expresada que en los monos antropomorfos. La posición natural do la cabeza en el hombre está unida con la posición casi horizontal del eje basicraneal y permite que los ejes longitudinales de las órbitas se dirijan Lacia adelante y un poco abajo. Los canales laterales del estatolaberinto se sitúan horizontalmente, como la línea que une dos puntos en el cráneo nasión y porión. Esto permite hablar sobre la orientación de la cabeza o cráneo por la horizontal fisiológica o por la estatohorizontal (S. I. Uspenski, 1954).

 

Esta posición de la cabeza en el hombre depende también de que el agujero occipital se encuentra no lejos del centro del cráneo y está situado más o menos horizontalmente, y en muchos casos, incluso se dirige hacia adelante. En los monos y otros mamíferos éste está abierto hacia atrás, por ejemplo, en Jos antro­poides bajo el ángulo de 17-35°. Tal equilibrio de la cabeza en la columna verte­bral hace posible mantener su pesadez con ayuda de una musculatura relativa­mente más débil que en los grandes monos u otros mamíferos cuadrúpedos con los tamaños y peso del cuerpo correspondientes. También la musculatura masticadora del hombre es menos potente. Todo eso hace comprender la debilidad de los relieves externo e interno del cráneo del hombre en comparación con los antropoides.

 

El aumento de los tamaños y el desarrollo progresivo del encéfalo condujo al crecimiento del volumen de la caja cerebral con el afinamiento simultáneo de sus paredes en los homínidos en el proceso de su evolución.

 

El tronco del hombre, en la parte torácica, está aplanado considerablemente en sentido ventrodorsal. Eso depende, en grado mayor, de la compresión do la caja torácica de delante atrás. Incluso en el caso de la forma de cono y gran aber­tura del ángulo hipogástrico de la caja torácica, el hombro se distingue fuertemente no sólo de los monos inferiores con su caja torácica más corta, amplia y profunda. Al juzgar por la forma amplia de la caja torácica de los monos grandes y peque­ños antropomorfos, los antepasados antropoides del hombre lograron su apla­namiento en grado considerable, aún en el período de la vida arbórea, donde ellos se desplazaban en una posición más o menos vertical.

 

La estructura de las extremidades inferiores del hombre está también adap­tada para la marcha erecta: esto se refiero al enderezamiento de la articulación de la rodilla, el desarrollo poderoso de algunos músculos del fémur (cuadríceps) y de la pierna (tríceps) y también al arqueamiento longitudinal de la planta del pie. Las articulaciones coxofemorales dispuestas ampliamente favorecen la esta­bilidad. Los dedos de la planta están acortados, está desarrollado más que otros el dedo gordo, sobre el cual cae el apoyo principal durante el desplazamiento. Este dedo, en la mayoría de los casos, es el más largo. Este perdió la propiedad de oponerse a los demás y está abarcado por el ligamento metatarsiano que os común para todos los dedos de la planta.

 

La planta del pie del hombre es arqueada en sentido longitudinal y trans­versal, lo que condiciona la posibilidad del movimiento más lento y elástico por la tierra. Gracias al traslado de la gravedad del cuerpo sólo en dos extremidades, y la modificación de la posición del dedo gordo, en los dibujos táctiles se produ­jeron alteraciones y cambios. Por ejemplo, el trirradio t13 se desplazó más cerca a la base del dedo gordo.

 

Las plantas de los pies del hombre y de los antropoides, con todas sus dife­rencias, conservan entre sí gran semejanza, por ejemplo, en la musculatura del dedo gordo. Algunos especialistas consideran que la planta humana puede ser deducida del tipo goriloideo o chimpancoideo. A favor de eso testimonia también la estructura de la planta en los embriones humanos con los dedos II-V relativa­mente largos y el dedo gordo notablemente opuesto a éstos.

 

Para la formación del cuerpo humano en el curso de la evolución de los ho­mínidos tuvo gran importancia aquella circunstancia en la cual sus antepasados del mioceno fueron antropoides bastante grandes que vivían en los árboles y que al pasar a la marcha erecta motivó que la distribución de la gravidez pasara a ser otra. El peso del cuerpo de los antepasados terrestres, al juzgar por los tamaños de sus cráneos, mandíbulas y dientes, constituía, aproximadamente, 40-50 kg. Es probable que sus extremidades anteriores y el tronco estaban fuertemente desarrollados, pero con el aumento de la potencia y longitud de las extremidades inferiores, el centro de gravedad tuvo que desplazarse hacia abajo y en fin de cuentas ocupó en el hombre contemporáneo la posición a nivel de la II o III vér­tebra sacra.

 

 

(Segunda Parte)

 

 

 

De todas maneras, el centro de gravedad, también en el hombre contemporá­neo, con sus piernas largas, está situado comparativamente alto. Por eso, la para­da en dos apoyos comparativamente estrechos — plantas de los pies — resulta ser no muy estable y exige la tensión constante del aparato muscular-ligamentoso no sólo en la región coxofemoral y la extremidad más inferior, sino también de la espalda, abdomen y cuello.

 

Por la misma razón, es incómoda la parada en dos pies en los grandes antropoides, con su peso frecuentemente grande (hasta 300 kg en el gorila) y la prepon­derancia de la masa de la parte anterior o superior del cuerpo. Es más fácil que el gibón realice la marcha erecta con su pequeño peso (6-18 kg), pero él, durante eso, se ayuda a sí mismo, balanceándose con las extremidades anteriores levanta­das, demasiado largas para moverse largo rato en cuatro patas. El cuerpo de los antropoides, en general, está adaptado al movimiento por los árboles con el modo de braquiación; por la tierra ellos se desplazan como si fuera en la posición origi­nal "seudocuadrúpeda", más bien, en la posición semierecta, apoyándose sobre las falanges medias o finales de las manos.

 

En relación estrecha con los distintos tipos de locomoción se encuentra la diferencia bastante brusca de las proporciones del cuerpo en el hombre y los an­tropoides. Mientras que la longitud de los pies en el hombre respecto a la lon­gitud del tronco constituye el 139-197%, en los gibones es igual al 113-149% y en los grandes antropoides es menor, el 95-131 %. La longitud relativa de las manos es correspondientemente igual al 152,7% en el hombre; 246% en el gibón; 180% en el chimpancé; 188,5% en el gorila de la costa; 223,6% en el orangután; y en los monos inferiores es no más del 145% (en el coaitá — 191%). Sin embargo, según la suma relativa de las longitudes de los hombros y antebrazos, el hombre (180-132%) está más cerca de los antropoides (130-225%), que de los monos in­feriores (no más del 118%), excepto el coaitá (140%). En general, por las propor­ciones de las extremidades, y de todo el cuerpo, el hombre puede ser más bien deducido no del mono inferior, sino del tipo menos especializado del antropoide. De todas maneras, en este aspecto, el hombre se alejó tanto de los monos cuadrú­pedos que como señaló ya hace tiempo Georges Cuvier, él no es capaz de moverse en cuatro patas, ya que durante eso, sus rodillas casi no tocan la tierra y los ojos se dirigen hacia abajo.

 

Con la marcha erecta, en el hombre, se relaciona el uso preferencial de uno u otro pie para el apoyo principal durante la parada, y también el desarrollo de la simetría funcional y estructural correspondiente; tiene lugar asimismo el uso preferencial por el hombre de una u otra extremidad superior libre en función de apoyo (sinistropedio, dextropedio). Es necesario señalar que por la asime­tría del esqueleto de las manos, el hombre se distingue bruscamente de los antro­poides (Schultz, 1937). En relación estrecha con el uso preferencial de la mano derecha o izquierda está la formación de los centros del lenguaje, en los dextrómanos, en el hemisferio izquierdo, y en los zurdos, en el derecho. Hasta cierto grado eso se explica por el hecho de que durante el habla alguna participación toman también las manos, ya que las vías de conducción hacia las manos van a través de la pirámide de la médula oblongada, desde la corteza del gran hemis­ferio del lado opuesto.

 

La liberación de las extremidades superiores de la función de la locomoción condicionó la posibilidad del paso al uso y después a la fabricación de herramien­tas y armas. Esto condujo a que se produjeran algunas modificaciones en la acti­vidad funcional y estructura de la mano. Aquí se refiere, en primer término, al desarrollo progresivo del dedo gordo y su propiedad de oponerse a los demás, la diferenciación de la estructura e independencia del movimiento de los II-V de­dos; en parte, hay que añadir también cierto alargamiento del II dedo, gracias a lo cual para algunos hombres es característica la fórmula digital: 3>2>4>5>1 en lugar do la común, 3>4>2>5>1, propia también de los monos.

 

La mano humana conservó, en lo general, el tipo fundamental de estructura de los antropoides fósiles y tiene gran semejanza con la mano del gorila y chim­pancé, mientras que la planta cambió bruscamente. Para realizar las acciones laborales, manipulaciones finísimas y movimientos hábiles resultó ser suficiente la transformación morfológica comparativamente pequeña de la mano. Hace fal­ta señalar el desarrollo muy fuerte de los dibujos de las líneas papilares en el pulpejo de los dedos (dibujos circulares) y en la palma.

 

Los rasgos de adaptación del cuerpo humano a la marcha erecta se descu­bren no sólo en el aspecto exterior, sino también, aunque menos manifiestamente, en la estructura interna, en particular, en la musculatura, en la topografía de los órganos internos. La musculatura del hombre, en general, se caracteriza, ante todo, por su acomodación para mantener el cuerpo en posición erecta. En la ex­tremidad inferior lograron un gran desarrollo los músculos glúteos, cuadríceps, gastrocnemio, soleo, peroneo anterior (tercero), en fin, el músculo cuadrado de la planta; entre los músculos de la espalda son muy fuertes el sacrospinal y el largo de la cabeza (m. longissimus capitis); más débilmente que en los antropoi­des están desarrollados los músculos del cuello y de la espalda, que sostienen y giran la cabeza, por ejemplo, el músculo largo del cuello y el oblicuo inferior do la cabeza. En relación con la transformación de la planta pierden la independen­cia funcional los músculos abductor y aductor del dedo gordo, pero conserva aún un aislamiento morfológico considerable.

 

En el esqueleto humano, además de la columna vertebral encorvada, las apó­fisis espinosas cervicales dirigidas caudalmente, las cinco vértebras comunes en la composición del sacro, y también la caja torácica con su ancho esternón, com­primida en sentido anteroposterior, señalaremos el omóplato, alargado en direc­ción cráneo-caudal y la pelvis ósea ensanchada. El índice de altura y anchura de la pelvis del hombre es igual a 74-85, en los grandes antropoides 87, en los gi- bones 121, en los monos inferiores 135. En el hombre las alas de los ilíacos son anchas, con grandes fosas, manteniendo la gravedad de los órganos abdominales. La inclinación de la pelvis con respecto al plano horizontal es de 60° aproxima­damente, es decir, ésta constituye con la columna vertebral un ángulo de cerca de 30°, y en los monos se encuentra a lo largo del último. El orificio pelviano tiene un diámetro transversal mayor que en los monos, en los cuales el diámetro más grande es anteroposterior. Las fosas trocleares están separadas ampliamente.

 

En el esqueleto de la extremidad inferior del hombre se necesita señalar: el cuello largo del fémur y el gran ángulo cervícodiafisario (121-133°); la columna está fuertemente expresada; la línea áspera está muy desarrollada en relación con la insertación de muchos músculos; el cóndilo externo del fémur es mayor que el interno. La tibia está más próxima al peroné que en los antropoides. El esqueleto de la planta se caracteriza por estar arqueado en sentido transversal, lo que también se observa en los monos, condicionado por la disposición original de los huesos navicular, cuboide y los tres cuneiformes; en el hombre es especí­fico el arqueamiento en sentido longitudinal favorecido por los huesos del tarso y el metatarso. El astrálago y el calcáneo son anchos; el ángulo entre sus ejes, en el hombre, (de—8 a +12°), es menor que en los antropoides (de +16 a +26°); las caras articulares del primer hueso metatarsiano y el cuneiforme lateral son planas. Las falanges media y distal del meñique se fusionan a veces.

 

Los dispositivos para la marcha erecta en el sistema vascular tienen su ex­presión en la región del corazón y el cayado de la aorta, y también en la compo­sición de la extremidad inferior. En dependencia de la ampliación y aplanamiento de la caja torácica, el corazón con su diámetro transversal más grande, en compa­ración con el dorso-abdominal, se encuentra casi todo más a la izquierda de la línea media; del cayado aórtico, como en el gorila y el chimpancé, parten, en su mayor parto, tres arterias: el tronco braquiocefálico, la carótida izquierda y la subclavia izquierda, y algunas veces las cuatro (si la primera se divide en caró­tida derecha común y subclavia derecha).

 

En la composición de la extremidad inferior están desarrolladas fuertemente las arterias glúteas y peroneas, pero, como regla, está ausente la arteria safena, tan bien expresada en los demás primates; la compensación por su pérdida es el desarrollo intenso de las arterias tibiales anterior y posterior. Al mismo tiempo, la arteria plantar externa en el hombre, al igual que en los antropoides, está mu­cho más desarrollada, lo que se puede relacionar con la mayor carga sobre los pies, en comparación con los monos inferiores.

 

Las arterias palmares superficiales en el hombre, de acuerdo con la libera­ción completa de las manos y del mantenimiento del cuerpo, están desarrolladas con más intensidad que en el gorila.

 

La mayoría de los rasgos característicos de la estructura del cuerpo humano están relacionados con la marcha. Esto es uno de los testimonios más convincen­tes de quo para el hombre uno de los antepasados comparativamente más recien­tes fue el gran mono antropomorfo ortógrado.

 

 

(Tercera Parte)

 

 

 

Particularidades distintivas características del cuerpo humano que no se encuentran en relación directa con la marcha erecta.

 


En el aspecto exterior, a las particularidades distintivas del cuerpo humano pertenecen, por ejemplo, la reducción vellosa de la piel y el dimosfirmo sexual fuertemente expresado. Entre los rasgos somatológicos aislados mencionaremos los siguientes: el intenso desarrollo de la parte cerebral de la cabeza, pero débil de la facial; los pabellones de las orejas casi inmóviles, cuyos tamaños no testimonian; frente alta y recta; cejas bien trazadas; nariz exterior fuertemente desarrollada; surco bien expresado en el labio superior o filtro, o el surco nasobucal; parte de la mucosa transitoria de los labios intensamente desarrollada o rebordeada entre las partes de la mucosa propiamente dicha y la piel, llamada vulgarmente labio; mentón sobresaliente; en la parte delantera del cuello, por la línea media, prominencia angular del cartílago tiroideo o manzana de Adán, que es más notable por el exterior y perceptible fácilmente en los hombres; en el tronco dos pezones aislados situados comparativamente bajo (en la marcha del desarrollo embrionario se desplazan en sentido caudal, y en los monos, en sentido craneolateral); posición más anterior de los órganos genitales; ausencia de cola; en la extremidad superior el dedo gordo está fuertemente desa­rrollado; las uñas son anchas y planas; en la inferior las uñas son también anchas y planas, siendo deformadas en los meñiques.

 

La piel vellosa en el hombre es muy original: a la par con su reducción gene­ral, en el cuerpo tiene lugar el desarrollo característico de mechones de pelo en las fosas axilares y en el pubis. En la cabeza el pelo es espeso, teniendo la pro­piedad de crecer constantemente; la barba, bigotes y cejas están privados de pe­los olfatorios o vibrisas, cuyos rudimentos unas veces se notan en los embriones. La reducción de mechones de vibrisas en una serie de primates va de los primates inferiores (4-5), a través de los monos inferiores (3-4), a los antropoides (2-3), y se encuentra en relación inversa respecto al grado de desarrollo de las líneas y dibujos papilares en las palmas y plantas. La convergencia de los pelos en la mano hacia el codo tiene lugar en el hombre, al igual que en la mayor parte de los an­tropoides. La piel vellosa del hombre puede ser deducida, sin dificultad, de aque­lla que es propia de los antropoides africanos, según Miller (1931). En relación con la reducción de los vellos es de señalarse el reforzamiento de la pigmentación cutánea y la gran mutabilidad del color de la piel en el hombre.

 

Las diferencias sexuales en el hombre se manifiestan en el peso, longitud y proporciones del cuerpo, en la piel vellosa y el tegumento cutáneo, y también en las distintas particularidades de la estructura interna. La mujer, en promedio, es 8 kg más ligera y 9 cm más baja que el hombre; la piel vellosa en ella está desa­rrollada más débilmente, y el tejido adiposo subcutáneo es más consistente; el pelo en la cabeza es más espeso y crece más intensamente, el pelo en el pubis, en su parte superior, presenta un borde horizontal; en la mujer los hombros son más estrechos, la cintura es más expresada, la pelvis es más ancha, los pies, con fre­cuencia, son en forma de "X", se acercan en las rodillas (genu varum); por lo común, no hay luz entre las caderas; las nalgas están desarrolladas fuertemente; la lordosis lumbar está más expresada; el tronco es relativamente más largo que en el hombre; los pies, por lo visto, son algo más cortos; el centro de gravedad está algo más abajo; la musculatura está menos desarrollada; la fuerza física es, aproximadamente, 1/3 menor que la masculina; la voz, en promedio, es más alta, en una octava. En las mujeres las glándulas mamarias tienen un desarrollo particular, mientras que en las hembras de los antropoides y monos inferiores sólo se destacan los pezones, y la parte glandular se hincha un poco antes del parto, sólo durante la lactación, pero casi no se nota. El dimorfismo sexual en el hombre con respecto al peso y tamaños del cuerpo está desarrollado más débil­mente que en el gorila o el orangután, pero es más fuerte en las glándulas mama­rias, piel vellosa y tejido adiposo subcutáneo. Nuestros antepasados, al juzgar por los hallazgos de sinántropos, ya tenían el dimorfismo sexual expresado. Su reforzamiento ulterior, en los estadios de monos-hombres y neanderthalenses, probablemente le favoreció el proceso de la selección sexual (Darwin, 1935).

 

Las particularidades de la estructura interna características para el hombre, que no se encuentran en relación directa con la marcha erecta, se observan en lo­dos los sistemas de los órganos. En el sistema urogenital (Hill, 1958) se puedo señalar una gran cantidad de papilas en el riñón, ausencia del huesillo sexual en el pene y su forma singular (según la cual el hombre está más cerca al gorila); en el sexo femenino, los labios mayores están muy fuertemente desarrollados y el himen virgen.

 

Para los órganos digestivos del hombre (Hill, 1958) es característico lo si­guiente: la lengua intensamente desarrollada; el apéndice vermiforme de longi­tud media; los dientes que manifiestan las modificaciones de su forma y la reduc­ción en relación con el debilitamiento general del aparato masticatorio: caninos (G) que se unen estrechamente con I y P, la corona de los caninos es pequeña y la raíz no es proporcionalmente larga, habiéndose conservado hasta ahora las for­mas antepasadas de los antropoides con sus caninos que sobresalían de las filas dentales; los premolares (P) están colocados estrechamente, su corona y raíces están comprimidas en sentido anteroposterior (mediodistal) y no en el bucal-lingual, como en los monos; los últimos molares están reducidos en tamaños y no siempre salen (M 3/3). La fórmula dentaria es 2.1.2.3; en total hay 32 dientes, como en todos los monos catarrinos; en mucha gente hay menos dientes, hasta 28. La fórmula dentaria filogenética es I 1/1, I 2/2, G, P 3/3, P 4/4, M 1/1, M 2/2, M 3/3. En los antepasados cretáceos de los primates habían 44 dientes: 3.1.4.3; en el transcurso de la evolución desaparecieron los terceros incisivos (I 3/3) y premolares mesiales (P 1/1 y P 2/2). A consecuencia de la compresión de los pre­molares P, en la mandíbula del hombre el número de raíces se redujo gracias a la fusión: en P3 dos raíces hay en el 50% de casos; en P4, en el 2%; raras veces hay 3 raíces; aún con menos frecuencia hay dos raíces en los P inferiores.

 

Para el hombre es característico el dibujo en cruz de los surcos en la super­ficie masticadora de los molares M que procede del dibujo del driopiteco. Como en los antropoides, en los molares superiores el protocónido y el metacónido es­tán unidos por una cresta de esmalte que va oblicuamente.

 

En los órganos de la respiración se observa: el débil desarrollo de los ventrí­culos laríngeos, el desarrollo singular de las cuerdas vocales verdaderas, dispues­tas entre las alas del cartílago tiroideo y las apófisis vocales de los cartílagos aritenoides; las cuerdas vocales son parte de los conos elásticos del ligamento cricotiroideo, constan de fibras elásticas, tienen un borde libre fino y agudo me­dial, se tensan por el músculo tiroaritenoideo, que se encuentra en las mismas. En el sistema vascular se tienen las siguientes particularidades: la arteria hume­ral va profundamente (y no superficialmente, acompañada del nervio mediano, como en los monos catarrinos); el sistema linfático está diferenciado más fuerte­mente (48 grupos de glándulas) que en los chimpancés (20) o en el macaco rhesus (15).


(Cuarta Parte)

 

 

 

PARA EL SISTEMA MUSCULAR del hombre es muy característica la musculatura facial mímica originalmente desarrollada, lo que está relacionado con su activi­dad funcional multifacética, alto desarrollo de la región motora y otras de la corteza cerebral, y también, con la adquisición y perfección del lenguaje articu­lado — E. Huber (1931); es muy diferenciado, por ejemplo, el músculo de la risa y la parte transversal del músculo nasal; la musculatura mímica, según este autor, sigue desarrollándose en las regiones de la glabela, supraorbitaria y peribucal. Al contrario, los músculos masticadores en el hombre en comparación con los grandes antropoides son débiles, lo que se relaciona con la disminución en éste del aparato maxilar. En la mano señalaremos el flexor largo propio del dedo gordo, que se diferenció del flexor común de los dedos.

 

En el esqueleto del hombre es característica la presencia de 12 pares de cos­tillas (en el embrión 13), de las cuales 7 pares se insertan en el esternón, como en los antropoides; el húmero es más largo que el antebrazo y no más corto como en los gibones, en el húmero está más expresada la línea áspera, lugar de inser­ción del músculo deltoides; está ausente el orificio epicondíleo; el hueso central del carpo se fusiona con el escafoides, como en los antropoides africanos. La en­trada pelviana es particularmente ancha y grande en las mujeres, lo que se puede relacionar con la función de la procreación: el feto humano maduro dispone de un encéfalo voluminoso y en correspondencia con eso, de una cabeza grande.

 

Para el cráneo humano son muy características, ante todo, las grandes dimen­siones y el volumen de la caja cerebral, con la parte facial débilmente desarro­llada: la proporción de las áreas de proyección de la segunda en la primera, al examinar el cráneo en la norma lateral es igual a 25-45, y para el chimpancé es de 100-130. La parte facial se dispone, parcialmente, bajo la caja cerebral, y no por delante de ésta, como en los demás primates. El hueso frontal es alto y se encuentra en una posición más o menos recta y no se extiende tan lejos hacia atrás como en los monos; los arcos superciliares, como en el orangután o gibón, están desarrollados débilmente, en comparación con el poderoso toro supraorbitario en el gorila o chimpancés. Los huesos parietales, en el hombre, ocupan un área mayor que en los monos del Viejo Mundo; las líneas temporales están desarrolladas débilmente y están bastante separadas una de la otra; la cresta occipital no se forma ordinaria­mente; se tiene el tubérculo occipital externo; el agujero occipital mayor, al estar el cráneo en la horizontal orbitario-auricular, se encuentra bajo un ángulo de 7 a +16°; y en los antropoides este ángulo varía de +19 a -f45°. El hueso tem­poral tiene las apófisis bien formadas — la estiloides y mastoides; la fosa arti­cular es profunda; en la región del pterión el hueso temporal, como regla, entra en contacto con el ala mayor del hueso cuneiforme, como en los gibones y oran­gután, mientras que en el gorila y chimpancé, en mayor parte, se encuentra el pterión frontotemporal.

 

En la composición de la parte facial está desarrollado comparativamente débil el aparato maxilar, debido a lo cual se formaron las fosas caninas y comen­zaron a sobresalir no sólo los huesos nasales, que se fusionaban entre sí, sino tam­bién la espina nasal anterior; las filas dentales constituyen un arco en forma de herradura (el índice palatino es 63,6-94,6 contra 42,2-54,0 en los antropoides); está la prominencia mentoniana; el orificio nasal (piriforme) es ancho; las sutu­ras entre los huesos maxilares superiores e intermaxilares o incisivos ya se soli­difican en el período embrionario; el hueso cigomático no está desarrollado fuertemente. Según la forma, el cráneo varía mucho desde la dolicofalía hasta la braquicefalía. Los homínidos antiguos y muy antiguos, en su mayoría, tenían crá­neos dolicocefálicos, la frente baja, huidiza, toros supraorbitarios y occipitales y también el aparato maxilar más potente; la prominencia mentoniana y las fosas caninas estaban ausentes; la máxima anchura de la caja cerebral era en la parte inferior del cráneo en las formas más antiguas, y en las antiguas en su parte media, mientras que en el hombre contemporáneo la máxima anchura se encuentra en la parte superior, a nivel de los tubérculos parietales.

 

El encéfalo tiene una serie de diferencias esenciales, incluso, del encéfalo de los antropoides, según las dimensiones y estructura compleja. Su peso absolu­to es 2-2 1/2 veces mayor que en el gorila; el peso relativo también es grande, cerca de 1 : 35 (en el chimpancé 1 : 90, en el gorila 1 : 220). El producto de los pesos absolutos y relativo, es decir, el índice cuadrado del encéfalo es igual en el hombre a 32,0; en los grandes antropoides es de 2,03-7,35; en los gibones, 1,28- 2,51; en los macacos, 0,56-2,22; en los de cola prensil, 0,55-8,40; en los lemúri­dos, 0,13-1,37; en el elefante, 9,82; en los ungulados, 0,17-1,14; en los carnívo­ros, 0,09-1,14; en los quirópteros, 0,08-0,18; en los roedores, 0,01-0,19; en los insectívoros, 0,01-0,06; en los didelfos 0,01-0,17. Estos datos subrayan más brus­camente la preponderancia del hombre sobre los demás mamíferos (Ya. Roguinski, 1933).

 

 

(Quinta Parte)

 

 

LOS LÓBULOS FRONTALES del cerebro (telencephalon-cerebrum) están desarrolla­dos y privados de la prominencia dirigida hacia delante y abajo, en forma del así llamado pico (rostrum) propio de los antropoides. Los surcos y circunvolu­ciones están muy desarrollados. Muchos surcos son de tercer orden. El surco de Silvio o lateral está expresado, el lóbulo central o ínsula se encuentra sobre el fondo de la fosa lateral. En los lóbulos frontal, temporal y parietal se tienen los centros del lenguaje. El lóbulo parietal es alto. Se nota el gran desarrollo del cuerpo calloso. Los haces de fibras que enlazan las diferentes porciones de la cor­teza están poderosamente desarrolladas; en medida considerable las vías ópticas se permutan del cerebro medio al neopalio o manto cerebral, es decir, a la corteza del hemisferio; los lóbulos olfatorio y el rinencéfalo están relativamente menos desarrollados. El cerebelo es más grande y con una estructura más compleja que en los antropoides. Las diferencias citoarquitectónicas están concentradas en el lóbulo frontal, en su porción motora grandemente desarrollada, en el lóbulo pa­rietal y algunas partes del lóbulo temporal; un desarrollo particular tuvieron las partes que regulan el movimiento de los dedos y de toda la extremidad supe­rior y también el trabajo del aparato vocal. Las grandes dimensiones y el alto desarrollo del cerebro destacan fuertemente al hombre entre los mamíferos.

 

Con todas sus diferencias de los antropoides, el hombre está con ellos en las relaciones del parentesco más estrecho. Todos los rasgos de semejanza en la es­tructura del cuerpo del hombre y los antropoides reciben su explicación, ante todo, en el hecho del surgimiento del hombre a partir del mono antropomorfo fósil.

 

En menor grado, el hombre descubre su semejanza también con los monos inferiores y otros primates a través de los cuales las líneas del parentesco se ex­tienden a los demás mamíferos.


 

Rasgos especiales de semejanza entre el hombre y los antropoides

 

Thomas Huxley (1864) estableció que aquellas diferencias en el nivel común de la organización corporal (excepto algunos rasgos de la especialización), que separan al gorila del hombre, no son tan grandes que aquellos que separan al gorila del mono inferior. La semejanza más cercana del hombre con los antropoi­des está confirmada por los datos más recientes, descubriéndose en cada sistema de los órganos y en su aspecto exterior.

 

Así, el encéfalo del hombre, con todas sus diferencias, tiene gran semejanza radical con el encéfalo de los grandes antropoides. A los rasgos de semejanza per­tenecen: las grandes dimensiones del encéfalo, los surcos muy fuertes y giros de la superficie cortical, la forma casi definitiva del surco de Silvio; la sumer­sión casi completa de la ínsula en la profundidad de la fosa de Silvio del cerebro; presencia del surco postcentral; el taponamiento del cerebelo con los lóbulos oc­cipitales (en los gibones está parcialmente abierto); la presencia en el hombre de la formación compleja de los surcos homólogos "al surco simio" (sulcus simiarum) de los antropoides y de la parte mayor de otros monos; en ésta se incluye, en el hombre, el surco lunar inconstante, entran los surcos transversales superior e inferior junto con el lateral sobre la superficie lateral del lóbulo occipital, el interparietal y parietooccipital (Blínkov, 1955). En la citoestructura de la corteza es donde existe la gran semejanza entre el cerebro del hombre y el de los antropoi­des. De acuerdo con el desarrollo muy elevado del cerebro, los antropoides, al juzgar por su conducta en las condiciones de experimento y la propiedad de usar convenientemente las herramientas, descubren una actividad nerviosa superior muy desarrollada, en la cual se puede señalar los rasgos de semejanza con el inte­lecto humano en una medida mayor que en otros mamíferos. El encéfalo humano, indudablemente, se desarrolló en el proceso de la antropogenia del cerebro del antropoide fósil — antepasado de los homínidos.

 

La semejanza entre el hombre y los monos es grande también en la estructu­ra de la actividad funcional de los órganos de los sentidos, es decir, en los analiza­dores. En el hombre, como en los antropoides, los haces de los nervios ópticos sufre la decusación mediana, debido a lo cual de ambas mitades izquierdas de los ojos las excitaciones se transmiten al hemisferio izquierdo, y de los derechos, al derecho. En el fondo de la retícula hay un lugar donde la vista es más aguda — la mancha amarilla con la fosa central. Como en los monos, la vista de los hom­bres es estereométrica o binocular y policromática. Ambos ojos pueden coordena­damente centralizarse en el objeto, por ejemplo, en la herramienta y verla mejor, y las manos con sus pulpejos táctiles digitales realizan la manipulación con la misma. El desarrollo progresivo de los órganos de la vista y el tacto en el curso de la evolución de los primates y la reducción del analizador olfatorio transcu­rrían en éstos en relación con la asimilación del modo de vida arbórico. Como los monos, el hombre tiene sólo tres conchas nasales, de las cuales la olfatoria, pro­piamente dicho, es la superior; de tal manera, para el hombre y los monos es característica la microsmaticidad (olfato escaso). El órgano del oído en los pri­mates sufrió modificaciones comparativamente menores. El cierto regreso del órgano del oído, relacionado con la inmovilidad del oído externo, es propio del hombre, gorila y orangután. Sin embargo, el pabellón de la oreja en el hombre se quedó bastante grande, posiblemente en relación con el surgimiento y aplica­ción del lenguaje sonoro y después el lenguaje articulado.

 

 

(Sexta y Última Parte)

 

 

 

En el cráneo del hombre contemporáneo se notan muchos rasgos de semejanza con el cráneo de los monos no sólo al comparar los individuos jóvenes, donde eso está expresado más intensamente, por ejemplo, en la proporción de las partes facial y cerebral, sino también en los adultos. Una semejanza particular hay con los cráneos que tienen un relieve externo débil en los gibones chimpancés y las hembras de gorilas y orangutanes. Los arcos ciliares característicos para el hombre encuentran sus análogos en los orangutanes y gibones, los senos frontales se ob­servan en el hombre, chimpancé y gorilas. Por la forma del pterión el cráneo del hombre tiene una semejanza máxima con el cráneo del gorila, según Ashley-Montagu (1933). La sutura incisiva cicatriza frecuentemente tanto en el hombre como también en los antropoides. Este rasgo de semejanza para el hombre y los antropoides es la dirección hacia adelante de las órbitas. La apófisis coronaria del maxilar inferior en el hombre está más baja que la de la articulación en los gibones y orangutanes. De acuerdo con las particularidades del sistema dental, el hombre se parece más a los antropoides que a los monos catarrinos inferiores. En la forma del cráneo en los gorilas, como también en los hombres contemporáneos, A. Keith (1926) encontraba todos los pasos intermedios, desde la dolicocefalía hasta la braquicefalía. En general, el cráneo humano, en comparación con el cráneo de los antropoides, no está bruscamente especializado, con la exclu­sión de las dimensiones extraordinariamente grandes de la caja cerebral con las modificaciones acompañantes de los huesos.

 

La semejanza del hombre con los antropoides en lo que respecta al esqueleto, en las particularidades y estructura general, es muy considerable. Así, en los grandes antropoides se cuentan 12-13 pares de costillas, hay rudimentos de las curvaturas de la columna vertebral, la porción sacra consta de 5-6 vértebras, lo que le da una particular solidez a la articulación del sacro con la pelvis; la por­ción caudal de la columna vertebral es corta. También es similar la estructura de la pelvis, la presencia de las fosas en las alas de los huesos ilíacos, esternón ancho, caja torácica no en forma de quilla, como en los monos inferiores, y es más o menos ancha; ausencia del agujero epicondílico en el húmero, para el cual es característico la notable torsión; ausencia del hueso central libre del carpo, como en el gorila y chimpancé; la forma general del esqueleto de la muñeca de cinco dedos con el dedo gordo opuesto es muy parecida.

 

En el sistema muscular del hombre, además de los rasgos de semejanza gene­ral con los antropoides, se señalan los siguientes: alto desarrollo de la musculatura mímica de la cara; fuerte desarrollo de la parte clavicular del gran músculo torácico; separación frecuente de los músculos torácicos mayores izquierdo y de­recho; pequeño número de istmos en la composición del músculo recto del abdo­men, su desplazamiento en sentido caudal junto con el oblicuo externo en rela­ción con el ensanchamiento y estabilización de la caja torácica, según E. Loth (1931); presencia en el hombre del músculo piramidal, como en los chimpancés y gibones. La semejanza entre el hombre y los antropoides se revela también en que la parte clavicular del músculo trapezoides está bien expresada, que el mús­culo largo de la espalda comienza en la cresta del hueso ilíaco; que el músculo húmero-radial no tiene contacto con el deltoides. En general, la musculatura humana tiene más semejanza con la musculatura de los antropoides africanos.

 

La gran similitud entre el hombre y los antropoides se nota también en la estructura de los órganos digestivos, en la estructura de los dientes, en la forma de retorta del estómago; se parecen también las formas del hígado y del apén­dice vermiforme; el modo de inserción del mesenterio. En el sistema urogenital esta semejanza se descubre en las dimensiones y forma de los espermatozoides del gorila y el chimpancé, en la presencia del pliegue de la mucosa en la entrada de la vagina en las hembras de estos monos, en la estructura fina de los ovarios y la placenta.

 

La placenta humana tiene forma de disco. Las vellosidades que la cubren absorben agua, substancias nutritivas y el oxígeno de la sangre que llena los espacios intervellosos (placenta hemocorial). Al nacer el niño, la mucosa del útero, que forma la parte materna de la placenta, se desprende (placenta adherída). La vesícula urinaria (alantoides) es muy pequeña, y desde el principio tiene un carácter rudimentario (placenta microalantoidea). La superficie del corion al comienzo del embarazo se cubre bastante uniformemente con vellosidades que más tarde se agrupan en dos polos. En uno de los polos se forma la placenta definitiva, el resto de la superficie del corion permanece lisa (corion laeve). La placenta en los monos inferiores puede consistir de un disco o de los dos. La superficie del corion, en éstos, desde el mismo inicio es lisa, excepto las partes placentarias. En el hombre el óvulo fecundado se sumerge en la mucosa del útero, donde se implanta; mientras que en los monos inferiores la implantación es central, es decir, el óvulo se implanta en la superficie de la mucosa en 1-2 porciones y se desarrolla en su luz. La placenta de los chimpancés y gorilas es la que presenta el máximo de semejanza con la placenta humana.

 

Fuente: creacionheroica1928.blogspot.com.es