¡Engels tenía razón!
Margherita Colella
Tres
recientes artículos científicos han retomado el debate sobre un tema que desde
hace siempre ve confrontarse a la ciencia y la religión: el desarrollo de la
humanidad desde la prehistoria hasta hoy. En los últimos veinte años los
progresos científicos han confirmado la necesidad de estudiar cada sector,
desde la biología a la cosmología, con una orientación dialéctica, que permite
de interpretar el mundo en su continuo movimiento y contradicción, su
transformación permanente que nos enseña a estudiar la interconexión entre los
procesos y a afrontar la fascinante complejidad que todo esto comprende.
La crisis de
los últimos años hace tambalear la ideología burguesa que se expresa cada vez
más en una tendencia al idealismo y la superstición, utilizando a la ciencia
para dar una supuesta base objetiva a ideas reaccionarias (racismo) y
abstractas (un divino creador, una fuerza superior inteligente etc.). Cuantos
más progresos haga la ciencia, aún bajo las presiones ideológicas de la
filosofía burgués, más las ideas dominantes son cuestionadas y desmanteladas,
incluso sobre aquellos temas que consideramos consolidados y penetrados en la
consciencia colectiva desde hace siglos, y que nos conducen a la visión bíblica
del mundo en el que todo – naturaleza, humanidad, sociedad – no son más que el
fruto estático de un diseño ya escrito y planeado por el “creador”.
La familia y
la igualdad de género
En un reciente
artículo publicado en Science y reproducido por The Guardian, el antropólogo
Mark Dyble y sus colegas de la University College de Londres, partiendo de la
observación de dos comunidades de cazadores-recolectores todavía existentes en
Congo (los Mbendjele Bayaka – pigmeos africanos conocidos también en español
como babinga) y en las Filipinas (los Agta – Aeta o ayta en español), han
concluido que los hombres y las mujeres tienen la misma influencia social al
interior de la comunidad y que la desigualdad emergió solo con el desarrollo de
la agricultura y de un surplus en la producción agrícola.
De este estudio se
infiere otro aspecto particularmente interesante referido a las redes de
relaciones sociales. En las sociedades agrícolas y patriarcales estas redes se
desarrollan sobre la base de vínculos de parentesco entre hombres que deciden
con quien vivir relegando sus cónyuges a los márgenes, mientras en las
sociedades recolectaras hombres y mujeres tienen la misma libertad de decidir y
esto contribuye a constituir grupos sociales más variados menos rígidos. Este
factor según Dyble ha traído ventajas en la evolución, construyendo contactos
más diferenciados, una participación más extendida y una más amplia elección de
las parejas sexuales; una variedad que según los antropólogos habría permitido
al hombre de evolucionar de manera diferente de los demás primates.
Estas evidencias
científicas barren con la idea que la estructura familiar ha sido siempre
inmutable y con ella la subalternidad de las mujeres, casi como si esta fuese
una ley divina.
Las relaciones entre
hombres y mujeres, de hecho, no fueron siempre como las conocemos hoy. La
desigualdad de género, el patriarcado y la concepción privada de la familia,
son el producto de un proceso material que no tiene carácter eterno y tampoco
sagrado. Desigualdades que no existían cuando la sociedad no estaba dividida en
clases. En tal sentido Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada
y el Estado, explica como el cambio desde el comunismo primitivo a las primeras
formas de acumulación de las riquezas, ha marcado la transformación de la
comunidad a la familia monógama. El trabajo de Engels y sus intuiciones son una
respuesta absolutamente valida, confirmada por los estudios de la ciencia
moderna y los recientes descubrimientos, a la ideología burguesa que considera
sagradas y eternas la propiedad privada y las instituciones que la defienden a
partir de la familia.
El estudio citado
pretende demostrar, y lo logra con creces, que existe una dinámica en las
relaciones de parentesco y en la familia en contraposición a la familia
monógama universalmente reconocida por la historia. Una dinámica efecto de
cambios sociales, que refleja los estadios del desarrollo en la historia de la
humanidad. Partiendo de los estudios del etnólogo Morgan que indican que en las
tres épocas principales de los albores de la humanidad (salvajismo, barbarie y
civilización) el elemento determinante para la transformación y los cambios en
los sistemas de relaciones ha sido el progreso en la producción de los medios
de subsistencia, Engels demuestra este concepto fundamental: la familia es dinámica
y los cambios sociales la modifican. A cada estadio de desarrollo correspondió
un modelo de “organización familiar”.
De hecho: “La
concepción tradicional no conoce más que la monogamia (…) En cambio, el estudio
de la historia primitiva nos revela un estado de cosas en que los hombres
practican la poligamia y sus mujeres la poliandría y en que, por consiguiente,
los hijos de unos y otros se consideran comunes. A su vez, ese mismo estado de
cosas pasa por toda una serie de cambios hasta que se resuelve en la monogamia
(…) Y, en efecto, ¿qué encontramos como forma más antigua y primitiva de la
familia, cuya existencia indudablemente nos demuestra la historia y que aún
podemos estudiar hoy en algunas partes? El matrimonio por grupos, la forma de
matrimonio en que grupos enteros de hombres y grupos enteros de mujeres se
pertenecen recíprocamente y que deja muy poco margen para los celos. Además, en
un estadio posterior de desarrollo encontramos la poliandria, forma
excepcional, que excluye en mayor medida aún los celos (…) Si algo se ha podido
establecer irrefutablemente, es que los celos son un sentimiento que se ha
desarrollado relativamente tarde” (Engels, El origen de la familia, de la
propiedad privada y del Estado).
Entonces: ¿cuál eran
las relaciones entre los sexos y que papel tenía la mujer? El elemento
característico de las familias de grupo era la certeza de la madre, la descendencia
era matriarcal. Había una gestión comunitaria y esto significaba el dominio de
la mujer en la administración doméstica y en la comunidad y una fuerte
valorización de la figura femenina. Citando nuevamente a Engels “Entre
todos los salvajes y en todas las tribus que se encuentran en los estadios
inferior, medio y, en parte, hasta superior de la barbarie, la mujer no sólo es
libre, sino que está muy considerada”.
Entonces ¿Cómo y por
qué cambiaron estas condiciones? Con la introducción de la cría de animales y
la agricultura las condiciones mutaron, el crecimiento de los recursos
disponibles y la acumulación privada de los mismos por parte de la familia “asestaron
un duro golpe a la sociedad fundada en el matrimonio sindiásmico [donde la
infidelidad del hombre está permitida] en la gens basada en el matriarcado”.
De hecho la propiedad privada del excedente en posesión de la familia cambió
las relaciones al interior de esta. La exigencia de defender la riqueza
producida y garantizar la sucesión a los hijos marcó el salto de calidad: el
hombre propietario de los medios de subsistencia acrecentaba su riqueza y
reforzaba su dominio, asumiendo en la familia una preeminencia sobre la mujer,
propietaria solo de las herramientas domesticas de menor valor. Es sobre la
base de este proceso que el derecho hereditario matriarcal fue abrogado y se
introdujo la descendencia en línea masculina y el derecho hereditario
patriarcal.
Esta transformación
marcará, según las palabras de Engels “la gran derrota histórica universal
del sexo femenino”. De hecho el dominio del hombre será el elemento
característico, la mujer oprimida económicamente perdió cualquier autonomía y
fue reducida a una condición de subalternidad, a mero instrumento de la
procreación.
En este modelo
familiar, surgido por la necesaria defensa de la propiedad privada, la mujer es
degradada y sometida. Este mismo modelo, hoy reconocido y defendido como
natural y eterno, apoya sus raíces en condiciones sociales cambiadas, en la
transformación desde una gestión comunitaria a una domestica como negocio
privado donde chocan intereses materiales antagonistas entre sí; poco o nada
tiene a que ver esto con el sagrado y el amor.
Uno de los lugares
comunes más duro a ser refutado es el del hombre egoísta y violento.
Frecuentemente se nos repite que no es posible construir una sociedad justa y
solidaria, que trabaje para el bien y los intereses colectivos, porque el
hombre es incapaz de esto siendo “por naturaleza” egoísta. Como si violencia,
arribismo, egoísmo fuesen características innatas, parte integrante de la
naturaleza humana.
Un interesante
artículo de Marylen Paou-Mathis, directora de investigación en el Centro
Nacional de la Investigación Científica de París publicado en Le Monde
Diplomatique (edición europea) de julio de 2015, con el título “No, los seres
humanos no hicieron siempre la guerra” va al centro de la cuestión. Sostiene
que la guerra apareció con el nacimiento de la economía productiva, con la
acumulación de los recursos y un cambio en las estructuras de producción que
remontan a hace 10 mil años, en el Neolítico. La imagen del cazador rudo y
violento es falsa, al contrario muchos etnógrafos sostienen que la
socialización de esta violencia necesaria (es decir la socialización de la
presa) contribuyó a constituir vínculos sociales.
Esta concepción sobre
la fantástica ferocidad intrínseca, utilizada como base científica por ideas
reaccionarias, es falsa según los neuro-científicos. Diferentes estudios en el
campo de las neuro-ciencias demuestran que el comportamiento violento no es
genéticamente determinado, sino es influido por el contexto familiar y
sociocultural. En esencia los sociólogos, neuro-científicos y antropólogos
coinciden sobre la idea que el hombre sea naturalmente empático, tanto como
para vivir compartiendo, cuidar a los compañeros heridos, los “discapacitados”
y los enfermos.
Los primeros signos de
violencia verdadera se manifiestan con un cambio en la producción. La economía
agrícola y la domesticación de los animales generaban surplus. El desarrollo de
la agricultura y de la cría de animales es el origen de la división social del
trabajo (división en clases) y del surgimiento de una élite. La necesidad de
tener mano de obra para cultivar los campos siempre más extendidos en el
Neolítico y el desarrollo del comercio en la edad del bronce, valorizaron a los
guerreros que se convirtieron en una verdadera casta. La guerra se
institucionalizó y con ella las primeras formas de esclavitud. De hecho los
prisioneros de guerra servían para los cultivos que se iban extendiendo. No hay
rastro, en el Paleolítico, de desigualdades socio económicas y de estructuras
sociales jerarquizadas. La compasión, el compartir, la cooperación que han
tenido un papel importante en la evolución de nuestra especie, dejan el espacio
a la competición, a la lucha por intereses, al conflicto entre
clases.
En su ensayo “El papel
del trabajo en la transformación del mono en hombre”, Engels da una visión materialista
del nacimiento del hombre. El presupuesto es que la inteligencia humana creció
a medida que el hombre aprendió a modificar la naturaleza. La evolución humana
es el producto del caso y de la necesidad. Hace cinco millones de años, el
agotamiento de la foresta, provocado por un cambio climático, obligo a las
simias antropomorfas a la vida en la sabana. En este nuevo contexto un largo
proceso de selección natural acabó por favorecer a la postura erecta. De hecho
sobrevivían solo los individuos que en la sabana podían moverse mirando el
horizonte e individuando la presencia de posibles predadores.
Así la mano, libre de
tareas en la deambulación, empezó a ser utilizada para recolectar comida y
transportarla, pero sobre todo para fabricar y utilizar utensilios y
herramientas de trabajo. Esto para Engels tiene un papel decisivo en la
evolución humana, porque lo que empieza a diferencia el hombre de todos los
demás animales es la planificación inteligente, es la producción de
herramientas como parte esencial de su propia subsistencia. Esta producción ha
implicado un ulterior y fundamental cambio: la necesidad del hombre de
comunicar, de desarrollar entonces formas de lenguaje. El lenguaje se
desarrolló con la actividad común, con la cohesión, y todos los procesos
relacionados al trabajo y su organización. En primer lugar el trabajo y después
de este y con este el lenguaje: he aquí los dos estímulos esenciales bajo la
influencia de los cuales el cerebro de un simio pudo paulatinamente desarrollar
el cerebro humano.
Ya los estudios de
inicio del siglo XX de psicólogos como Vygotski y de antropólogos como Levy
Bhrul habían ampliamente confirmado estas primeras intuiciones, sucesivamente
demostradas por numerosos estudios de genetistas, paleontólogos, antropólogos y
evolucionistas en el transcurso del siglo pasado.
Ahora otro artículo
publicado en la revista Nature señala el descubrimiento de los primeros
utensilios en piedra recientemente encontrados en Kenya que remontarían a más
de 3,3 millones de años, es decir antes del nacimiento de la especie Homo.
Hasta ahora las herramientas halladas eran utensilios de aproximadamente hace
2,6 millones de años. Los nuevos restos provienen en cambio del sito de
Lomekwi, en la zona del lago Turkan, en Kenya, y son más antiguos de
aproximadamente 700 mil años con relación a los producidos por los primeros
individuos de la especie Homo.
Los homínidos que han
utilizado los utensilios del Lomekwi tenían de hecho una fuerte capacidad de
aferrar y un buen control de la motricidad; sin embargo la forma de estos
utensilios indicaría que estos eran utilizados para golpear objetos y que los
movimientos a través de los cuales eran manipulados, concluyen los autores del
descubrimiento, se parecían más a los que hoy utilizan algunas especies de
primates para romper los cascara dura de algunos frutos con las piedras, que a
los más refinados con que las herramientas son empleadas por los individuos de
la especie Homo.
¿Qué quiere decir
esto? Tanto los simios como el hombre pueden en realidad utilizar herramientas,
sin embargo, como lo había ya observado el sicólogo soviético Vygotski, “aunque
el simio muestre la capacidad de inventar y utilizar herramientas, que son el
presupuesto de todo el desarrollo cultural del hombre, sin embargo la actividad
laboral, basada en esta misma capacidad, no está todavía mínimamente
desarrollada en el simio. El uso de herramientas en ausencia de trabajo es lo
que acerca y diferencia contemporáneamente el comportamiento del simio del que
tiene el hombre”.
Las condiciones
materiales, entonces, son lo que han determinado el desarrollo humano (“el
trabajo ha creado al hombre mismo”, como explicó Engels) y no es la
inteligencia lo que diferenció el hombre de los demás animales, permitiéndole
así una existencia material diferente.
Todas las acciones
sistémicas de todos los animales no han podido dejar el signo de su voluntad
sobre la naturaleza. Esto solo pudo hacerlo el hombre. Vygotski, retomando a
Engels, explica también que el animal se limita a utilizar la naturaleza, es el
hombre, en cambio, que con sus cambios la hace utilizable para sus fines, “la
domina”. Una diferencia fundamental que el hombre le debe al trabajo.
Dominamos la
naturaleza porque somos parte integrante de ella, todo nuestro dominio no es
más que una comprensión de sus leyes. Cuanto más este conocimiento está a
disposición y es comprendido por todos, tanto más la humanidad acabará con las
incrustaciones místicas que la ensombrecen, que ven el hombre separado de la
naturaleza, el espíritu separado de la materia y así sucesivamente. Una vez más
la ciencia, aun sin admitirlo explicita y académicamente, confirma las bases
del materialismo dialectico. Las estrechas conexiones observadas entre
condiciones materiales, desarrollo social y ambiente natural deberían permitir
a la humanidad una más profunda comprensión de la realidad y, por consiguiente,
la construcción de una organización social más justa, ecua y en armonía con el
medioambiente.
Pero esto solo a
condición que las enormes potencialidades de la ciencia y de la técnica sean
patrimonio común de la humanidad y esto solo será posible liberando estos
recursos de los sofocantes intereses del lucro capitalista.
Fuente:
www.laizquierdasocialista.org/
Noviembre 2015