Adam Booth

Marx, Keynes, Hayek y la crisis del capitalismo



 

I

 

El hecho de que se haya realizado una serie de televisión en horario de máxima audiencia que examina a estos tres economistas políticos y sus ideas sobre la crisis económica es una señal muy reveladora de los tiempos en que vivimos. La crisis actual, que es la crisis más profunda en la historia del capitalismo, ha llevado a la gente a cuestionar todo el sistema económico y a buscar respuestas sobre cómo escapar de la crisis.

Durante décadas, las doctrinas económicas del capitalismo de «laissez-faire» (dejar hacer) y del capitalismo regulado por el gobierno se presentaron como las únicas alternativas, especialmente después del colapso de la economía planificada en la URSS y el supuesto «fin de la historia». Esta “alternativa” se ha presentado con frecuencia como una simple batalla entre dos bandos: los que quieren regular los mercados y los que buscan liberarlos. El nombre de Hayek se asocia típicamente con aquellos que alaban el libre mercado y predican la necesidad de desencadenar la mano invisible del capitalismo. Mientras tanto, el keynesianismo vuelve a estar de moda entre quienes buscan estímulos gubernamentales y una mayor regulación de la economía. Incluso se ha creado un «rap de Keynes contra Hayek» para explicar esta batalla de ideas, ganando millones de visitas y generando una secuela. Hoy escuchamos llamamientos a “empleos, inversión y crecimiento”; palabras que se han convertido en el mantra de los líderes del movimiento obrero que prometen una “alternativa a la austeridad”. Pero la dicotomía de «austeridad versus crecimiento» es falsa. Estas palabras se presentan como polos opuestos, pero en realidad simplemente representan dos alas ideológicas de la misma clase capitalista, el monetarismo y el keynesianismo, ninguno de los cuales tiene una solución real a la crisis, una crisis del capitalismo.

La crisis global que comenzó en 2007-08, y que ha continuado y se ha profundizado desde entonces, ha hecho que muchos analistas revisen y examinen las ideas de Hayek y Keynes en busca de una respuesta a la pregunta de qué causó la crisis y, quizás aún lo más importante, cómo podemos salir de ella. Pero a medida que la crisis entra en su quinto año, cada vez más y más personas comienzan a darse cuenta de que no es simplemente una cuestión de «libre mercado versus regulación» o de «austeridad versus crecimiento», sino de cuestionar todo el sistema capitalista en sí. Como resultado, las ideas de Marx están ganando en popularidad y un número cada vez mayor está diciendo «Marx tenía razón».

¿Quién era Keynes?

Es irónico que el keynesianismo se haya convertido hoy en la ideología dominante dentro del movimiento obrero, ya que el mismo Keynes fue claro sobre sus intereses de clase capitalistas, diciendo que “la guerra de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”. Se opuso abiertamente al socialismo, al bolchevismo y la Revolución Rusa y fue asesor económico y miembro vitalicio del Partido Liberal, el partido clásico del capitalismo británico en el siglo XIX y principios del XX.

Como todas las figuras económicas y políticas, Keynes fue un producto de su tiempo; un producto de ciertas condiciones históricas y materiales. Representantes anteriores de la economía política burguesa, como Adam Smith y David Ricardo, fueron el producto de un capitalismo que aún no estaba completamente desarrollado y que todavía desempeñaba un papel progresista. Dentro del contexto de este capitalismo inmaduro, estos economistas «clásicos» sólo podían llevar la comprensión y el análisis del sistema capitalista hasta cierto punto. Fue solo con el desarrollo posterior del capitalismo y la acumulación masiva de evidencias y experiencias que acompañó a este desarrollo, incluida la experiencia de repetidos auges y depresiones, que Marx pudo descubrir la verdadera naturaleza del capitalismo, como los procesos y relaciones reales que subyacen al valor y a la crisis, como explica el propio Marx en El capital:

«Pero, teóricamente, se parte del supuesto de que las leyes de la producción capitalista se desarrollan en estado de pureza. En la realidad, las cosas ocurren siempre aproximadamente; pero la aproximación es tanto mayor cuanto más desarrollada se halla la producción capitalista y más se elimina su mezcla y su entrelazamiento con los vestigios de sistemas económicos anteriores.». (El Capital, Volumen III, capítulo 10; Marx)

En muchos aspectos, Ricardo fue el punto culminante de los economistas políticos burgueses. Marx describió a los que siguieron a Ricardo como los economistas “vulgares”, debido a la forma burda en que se retorcían en sus intentos de explicar y resolver las contradicciones del capitalismo sin romper con el capitalismo mismo. Marx había explicado las contradicciones dentro del capitalismo que conducían a crisis periódicas; cualquier intento de abolir estas contradicciones sin abolir el capitalismo mismo estaba condenado al fracaso.

En lugar de hacer avanzar la economía política y desarrollar una mayor comprensión del capitalismo, los teóricos económicos posteriores retrocedieron. En particular, con el desarrollo histórico del capital financiero y la separación cada vez mayor entre los propietarios del capital y el proceso de producción real – un proceso que Marx ya había comenzado a explicar con gran detalle en volumen III de El Capital – surgió una visión extremadamente subjetiva de la economía. Esta teoría económica individualista e idealista, conocida como teoría marginal, descartó casi todo lo útil de las teorías de Smith y Ricardo – ya que un análisis materialista exhaustivo basado en estas ideas condujo inevitablemente a la conclusión de que el capitalismo estaba plagado de contradicciones, como había concluido Marx – y en su lugar adoptó una visión unilateral del capitalismo en la que todo estaba determinado por la «mano invisible» del mercado y las fuerzas de la oferta y la demanda. Estas ideas reflejaban el papel creciente de la banca y la especulación, la economía rentista en la que la burguesía ya no era dueña directa de los medios de producción ni administraba sus propios negocios, sino que ahora eran simplemente inversores que buscaban maximizar el rendimiento de su capital de cualquier manera posible.

Keynes despreciaba esta economía rentista, a la que veía como un gran desestabilizador de todo el sistema económico:

“Con la separación entre la propiedad y la dirección que prevalece hoy, y con el desarrollo de mercados de inversión organizados, ha entrado en juego un nuevo factor de gran importancia, que algunas veces facilita la inversión, pero también contribuye a veces a aumentar mucho la inestabilidad del sistema.”

Y posteriormente:

“Los especuladores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquél se realice mal.” (“La teoría general del empleo, el interés y el dinero”, capítulo 12; John Maynard Keynes)

Para Keynes, el problema no era el capitalismo, sino simplemente el capitalismo de «laissez-faire» (dejar hacer), en el que los mercados y los inversores no regulados tenían que perseguir su propio beneficio individual sin preocuparse por el resto de la sociedad, diciendo que:

“Por mi parte creo que hay justificación social y psicológica de grandes desigualdades en los ingresos y en la riqueza, pero no para tan grandes disparidades como existen en la actualidad.” (ibid, capítulo 24)

Y:

“Por mi parte, pienso que el capitalismo, dirigido con sensatez, puede probablemente hacerse más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista, pero que en sí mismo es en muchos sentidos extremadamente cuestionable.” («El fin del Laissez-Faire», capítulo 5, Keynes)

Keynes deseaba volver a los «buenos viejos tiempos», en los que la clase capitalista eran industriales «responsables» que invertían por el bien de sus comunidades y la sociedad en su conjunto. En otras palabras, Keynes quería hacer retroceder la rueda de la historia hacia un tiempo imaginario de “capitalismo responsable”. A este respecto, se puede ver el atractivo de las ideas de Keynes para los líderes reformistas modernos del movimiento obrero, que han aceptado completamente el capitalismo y abandonado cualquier idea de transformar la sociedad. (Keynes incluso sugirió un impuesto a las transacciones financieras, una demanda que se ha convertido en un punto clave en el programa reformista moderno). Las mismas frases se escuchan hoy con frecuencia de boca de estos líderes reformistas, que culpan de la crisis al capitalismo “neoliberal”, “no regulado”, “salvaje”. Pero esta es la naturaleza real del capitalismo tal y como existe; todos los intentos de regular el capitalismo para que sea un capitalismo «amable» o «responsable» son utópicos.

¿Qué es el keynesianismo?

Las ideas de Keynes cambiaron a lo largo de su vida en respuesta a los acontecimientos que lo rodeaban, algo de lo que se enorgullecía, respondiendo a las críticas de que sus puntos de vista eran inconsistentes al decir: “Cuando mi información cambia, altero mis conclusiones. A qué te dedicas?” En estos días, sin embargo, el keynesianismo se refiere típicamente a las ideas de Keynes en la década de 1930, y en particular a su «Teoría general del empleo, el interés y el dinero» (a menudo referida simplemente como la «Teoría general»), que es la base de gran parte de la macroeconomía burguesa moderna.

Las ideas presentadas por Keynes en su Teoría general también fueron moldeadas en gran medida por acontecimientos históricos; en particular por la Gran Depresión y el azote del desempleo masivo que se observaba en todo el mundo industrializado, con tasas de desempleo permanentemente elevadas, del orden del 10 al 25%. Keynes trató de encontrar la respuesta a este fenómeno y, lo que es más importante, encontrar una solución. Los economistas burgueses anteriores habían tratado de justificar teóricamente el capitalismo; pero esas personas eran meros apologistas del capitalismo. Keynes, sin embargo, se describió a sí mismo como un “pragmático”, que ya no estaba simplemente tratando de justificar el capitalismo teóricamente, sino que estaba tratando de salvar al capitalismo en la práctica, salvar al capitalismo de sí mismo.

Keynes consideraba que su papel como miembro de la «burguesía educada», y el papel del Estado en general, era intervenir en el funcionamiento del capitalismo y regularlo, – no en interés de los trabajadores corrientes, sino en interés del capitalismo en sí mismo – para superar la contradicción entre los intereses de varios capitalistas individuales y los intereses de la clase capitalista en su conjunto. En otras palabras, Keynes quería un capitalismo sin sus contradicciones.

Contradicciones y sobreproducción

Esta contradicción, que surge debido a la propiedad privada de los medios de producción, que a su vez significa producción con fines de lucro y competencia entre diferentes individuos privados en búsqueda de este lucro, está en el corazón mismo del capitalismo y es responsable tanto de la gran progresividad histórica del capitalismo y su gran destructividad.

Como señaló correctamente la serie de la BBC «Masters of Money», Marx (y Engels) no estaban ciegos ante los logros del capitalismo, ni idealizaron el feudalismo y la vida rural (de hecho, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels describieron al capitalismo haber “rescatado a una parte considerable de la población de la idiotez de la vida rural”). Bajo el capitalismo, la competencia entre capitalistas individuales en busca de ganancias lleva a que una gran parte de estas ganancias se reinvierta continuamente en nueva investigación y desarrollo, nueva ciencia y tecnología y nuevos medios de producción, con el fin de reducir costos, socavar a los competidores y ganar una mayor cuota de mercado. En sus primeros días, por lo tanto, el capitalismo fue inmensamente progresista en su capacidad para aumentar la productividad, desarrollar la capacidad productiva de la sociedad y crear enormes cantidades de riqueza. Como afirmaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista:

«[El capitalismo] ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, que los acueductos romanos y que las catedrales góticas”.

Pero este proceso de propiedad privada y competencia contiene las semillas de su propia destrucción. Al capitalista individual le interesa pagar a sus propios trabajadores lo menos posible para maximizar las ganancias. Sin embargo, estos salarios – y los salarios de los trabajadores empleados por otros capitalistas – también forman la demanda de las mercancías que produce el capitalismo, es decir, el mercado. A cada capitalista individual le gustaría pagar a sus trabajadores lo menos posible para maximizar las ganancias; pero al mismo tiempo, también le gustaría que sus compañeros capitalistas pagaran a sus trabajadores tanto como sea posible para que estos trabajadores puedan comprar las mercancías que se están produciendo.

Cada capitalista, sin embargo, está tratando de hacer lo mismo; por lo tanto, cuando los capitalistas individuales compiten entre sí, tratando de maximizar sus propias ganancias, recortan los salarios de la clase trabajadora en su conjunto, reduciendo así el mercado y destruyendo la base sobre la cual pueden vender sus mercancías y obtener sus ganancias. Es este proceso interactivo de competencia entre muchos capitalistas individuales, cada uno tomando decisiones que son completamente racionales desde su propia perspectiva individual, el que conduce a un proceso general que es claramente irracional para la clase capitalista en su conjunto.

Marx había reconocido y explicado hace mucho tiempo esta contradicción inherente dentro del capitalismo, la contradicción de la sobreproducción, en la que la expansión de la producción en la búsqueda de ganancias al mismo tiempo conduce a una reducción en la capacidad de realizar esta ganancia. Aquellos que vinieron después de Marx y que intentaron encontrar una solución a las crisis dentro de los límites del capitalismo se vieron obligados a ignorarlo a él y a sus ideas en la medida de lo posible y, en cambio, buscaron explicar las crisis mirando solo un lado del problema. Para Keynes, el problema principal era la cuestión de la demanda, o «demanda efectiva», como él la llamaba; para Hayek, la cuestión clave era la cuestión de la oferta, en particular de la oferta monetaria.

Ley de Say

Para intentar explicar los fenómenos de la Gran Depresión y el desempleo masivo, Keynes tuvo que romper con muchos supuestos establecidos de la economía clásica. En este sentido, se atribuye a Keynes haber provocado una “revolución” en la teoría económica. En realidad, no hay nada nuevo en lo que dijo Keynes, y la mayoría de sus ideas se habían expresado con mucha más precisión, claridad y profundidad en las obras de Marx y Engels; Keynes simplemente empaquetó sus ideas de una manera que fuera más aceptable para la burguesía.

En particular, Keynes atacó lo que se conoce como «Ley de Say», atribuida a Jean Baptiste Say (aunque no originalmente «descubierta» por él), un economista clásico francés de finales del siglo XVIII y principios del XIX. La ley de Say se conoce comúnmente en términos de la idea de que la oferta crea su propia demanda; que cada vendedor trae un comprador al mercado. Hoy en día, esta misma «ley» es la base de la «hipótesis del mercado eficiente», la teoría presentada por los más fervientes defensores del libre mercado, que sugiere que, si se deja a su libre albedrío, a largo plazo las fuerzas del mercado resolverán todos los problemas y siempre encontrará un «equilibrio» en el que la oferta satisfaga la demanda. Pero como Keynes fue agudo al señalar, «a largo plazo, todos estaremos muertos».

Marx refutó la Ley de Say hace mucho tiempo. (¡De hecho, la presencia de crisis periódicas es todo lo que se necesita para refutar la Ley de Say!) En el Volumen II de El capital, Marx explicó la acumulación y reproducción del capital que ocurre en el capitalismo mediante un conjunto de esquemas, en los que la economía se divide en dos sectores: el departamento uno, en el que se producen los medios de producción, es decir, bienes de capital o “consumo productivo”; y el departamento dos, en el que se producen bienes de consumo, para el consumo de trabajadores individuales (o capitalistas).

Marx demostró que, en un sentido teórico abstracto, la ley de Say es realmente cierta: la economía debería poder alcanzar el equilibrio. Pero Marx demostró que este equilibrio solo podría lograrse sobre la base de que la clase capitalista reinvirtiera continuamente las ganancias en nuevos bienes de capital, es decir, maquinaria, edificios e infraestructura. Por un lado, este proceso es lo que permitió al capitalismo jugar un papel históricamente progresista durante un período de tiempo: desarrollar los medios de producción, tanto cualitativamente en términos de nueva ciencia y tecnología (y así aumentar la productividad), y también cuantitativamente en términos de su capacidad para producir una mayor masa total de riqueza.

Por otro lado, este proceso también contiene contradicciones inherentes: el «equilibrio» es inherentemente inestable y temporal, ya que estos nuevos medios de producción que se crean deben ponerse a trabajar para crear una mayor masa de mercancías, que a su vez debe encontrar un mercado (es decir, la demanda) para ser vendidas y producir ganancias. En otras palabras, el capitalismo logra el equilibrio a corto plazo, pero solo a expensas de crear contradicciones aún mayores a largo plazo, y así allanar el camino para una crisis aún mayor en el futuro. El propio Keynes reconoció esto, diciendo que:

“Cada vez que logramos el equilibrio presente aumentando la inversión estamos agravando la dificultad de asegurar el equilibrio del mañana”. («La teoría general», capítulo 8; Keynes)

Sin embargo, a diferencia de Marx, Keynes no era un materialista minucioso ni un dialéctico, y por lo tanto, no extrajo plenamente las conclusiones de esta afirmación, como había hecho Marx muchas décadas antes: la conclusión de que la sobreproducción es una contradicción inherente dentro del capitalismo, resultante de la propiedad privada de los medios de producción y su afán de producir con fines de lucro.

Materialismo dialéctico

Los esquemas de acumulación y reproducción esbozados por Marx en el Volumen II de El Capital son precisamente eso: esquemas; abstracciones generalizadas de un proceso complejo; promedios a largo plazo, que no pueden lograrse mediante un proceso de cambio lineal lento, suave, sino únicamente mediante un proceso dinámico y caótico, es decir, un proceso dialéctico de contradicciones y crisis. En otras palabras, estos «equilibrios» son equilibrios dinámicos, que se establecen constantemente y luego se rompen, resultantes de un proceso infinitamente complejo, en lugar de los equilibrios estáticos concebidos por los defensores de la Ley de Say, que imaginan la economía como un simple sistema mecánico, funcionando como un reloj.

Stephanie Flanders, presentadora de «Masters of Money», afirma que Keynes, Hayek y Marx tenían una cosa en común: «comprendieron tanto el genio del capitalismo como su inestabilidad inherente». Pero mientras que Keynes y Hayek pensaban que se podía destilar el capitalismo o regularlo para separar los elementos «geniales» de la inestabilidad general, el marxismo – utilizando el método del materialismo dialéctico – muestra cómo los factores que dan lugar al carácter progresista inicial del capitalismo, es decir, la competencia y la reinversión de ganancias en nuevas tecnologías y medios de producción para generar ganancias aún mayores, son los mismos factores que conducen a la inestabilidad inherente al capitalismo.

La clave del análisis del capitalismo de Marx está precisamente en la forma en que este método de materialismo dialéctico se aplica al campo de la economía política. La naturaleza anárquica del capitalismo, resultante de la propiedad individual y privada de los medios de producción y la competencia por las ganancias que esto implica, significa que los cambios en la economía deben ocurrir de manera dialéctica, a través de las crisis, en lugar de la manera suave y gradual que imaginan los defensores de las fuerzas del mercado y “la oferta y la demanda».

Los desequilibrios observados bajo el capitalismo, es decir, entre producción y consumo; entre las fuerzas de producción en constante expansión y los límites del mercado para las mercancías resultantes de estas fuerzas productivas – son una parte inherente de este sistema anárquico, y se observan en todas las escalas del capitalismo, como la desproporción entre los diferentes departamentos de la economía e incluso dentro de un solo sector (lo que genera cuellos de botella en la producción). Pero la única forma de librar al sistema de estos desequilibrios es precisamente eliminar la anarquía del propio sistema capitalista, es decir, tener un plan de producción democrático y socializado bajo la voluntad consciente de la sociedad, en lugar de dejar la producción a las fuerzas ciegas del mercado, como explica Marx en El capital:

“Como la finalidad del capital no es satisfacer necesidades, sino producir ganancia, y como sólo puede lograr esta finalidad mediante métodos que ajustan la masa de lo producido a la escala de la producción, y no a la inversa, tienen que surgir constante y necesariamente disonancias entre las proporciones limitadas del consumo sobre base capitalista y una producción que tiende constantemente a rebasar este límite inmanente. Por lo demás, el capital está formado por mercancías, razón por la cual la superproducción de capital envuelve también la superproducción de mercancías. De aquí el peregrino fenómeno de que los mismos economistas que niegan la superproducción de mercancías reconozcan la de capital. Y si se dice que el fenómeno de que se trata no es precisamente un fenómeno de superproducción, sino de desproporción dentro de las distintas ramas de producción, esto significa simplemente que dentro de la producción capitalista la proporcionalidad de las distintas ramas de producción aparece como un proceso constante derivado de la desproporcionalidad, desde el momento en que la cohesión de la producción en su conjunto se impone aquí a los agentes de la producción como una ley ciega y no como una ley comprendida y, por tanto, dominada por su inteligencia colectiva, que someta a su control común el proceso de producción”. (El Capital, Vol. III, capítulo 15; Marx)

Las limitaciones de los economistas clásicos y de los defensores modernos del libre mercado – es decir, los monetaristas – residen precisamente en su tratamiento no dialéctico de la economía. Para estos teóricos económicos, la economía es un sistema simple y mecánico. Sus explicaciones se basan en el modelo de economía “Robinson Crusoe”, en el que existe un solo individuo en una isla desierta que es a la vez el único productor y el único consumidor, o son similares a las de una economía de trueque simple, que consiste en el intercambio de mercancías entre productores individuales. En cualquiera de los dos casos, al abstraer la economía a este nivel del individuo o del simple intercambio entre productores individuales, los economistas burgueses eliminan toda mención a la división de la sociedad en clases y la lucha resultante que surge de ello por el excedente producido en la sociedad.

En lugar de ver los modelos matemáticos de la economía como las abstracciones y aproximaciones generalizadas de una realidad infinitamente compleja que realmente son, los economistas burgueses modernos piensan que las ecuaciones son la realidad y que la economía debe ajustarse a sus modelos. En lugar de hacer que las teorías se ajusten a los hechos, los hechos se ven obligados a ajustarse a las teorías. Una tendencia idealista similar se observa a menudo dentro de la física moderna, según la cual las teorías se juzgan por la belleza y la simplicidad de las ecuaciones, en lugar de por lo bien que se ajustan a los hechos y explican los fenómenos de la vida real que existen.

En contraste con este enfoque idealista, la economía marxista, basada en una perspectiva dialéctica y materialista, busca llegar a conclusiones generalizadas al observar la multitud de eventos y la experiencia histórica colectiva bajo el capitalismo (y de los sistemas económicos de las sociedades de clases anteriores), para extraer las leyes y tendencias presentes dentro del complejo sistema que es la economía. Como señala Engels en su polémica contra Dühring:

“los principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no es la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que éstos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la historia. Esta es la única concepción materialista del asunto, y la opuesta concepción del señor Dühring es idealista, invierte completamente la situación y construye artificialmente el mundo real partiendo del pensamiento, de ciertos esquematismos, esquemas o categorías que existen en algún lugar antes que el mundo y desde la eternidad. Igual que… un Hegel”. (Anti-Duhring, primera sección, capítulo 3; Engels)

Sin embargo, también existe la tendencia opuesta dentro de la ideología burguesa que busca negar la existencia de cualquier ley dentro del capitalismo. Para estas personas, la historia y la economía son procesos aleatorios, más allá del ámbito de la investigación científica. Tal concepción es tan idealista como la visión mecanicista de los economistas clásicos, pero ahora se llega a ella desde la dirección opuesta.

Economía y ciencia

Stephanie Flanders en la serie «Masters of Money» destaca esta tendencia entre Keynes y Hayek de ver la economía como algo inherentemente impredecible. Ambos caballeros buscaron convertir la economía política en una ciencia seria; pero, sin embargo, según Flanders, ambos hombres vieron el capitalismo como un sistema completamente impredecible, debido a su naturaleza compleja y caótica. Tal punto de vista, que es a la vez anti dialéctico e idealista, es incompatible con un punto de vista científico – y marxista – genuino, que ve el orden surgiendo del caos; la previsibilidad surgiendo de lo impredecible.

La economía, por supuesto, no es una ciencia exacta en el mismo sentido que la mecánica, debido a la complejidad del sistema involucrado y la imposibilidad de aislar este sistema del resto del mundo. No se pueden crear experimentos de laboratorio repetibles en el mundo de la economía (aunque eso no ha impedido que economistas como Milton Friedman de la «escuela de Chicago» del monetarismo, un defensor extremo del libre mercado y del capitalismo del laissez faire, intenten crear experimentos sociales para su teorías económicas, como en Chile bajo el general Pinochet); Sin embargo, al observar la variedad de eventos y procesos que ocurren, y al comparar estos eventos entre sí en términos de sus resultados, variables y constantes, uno puede identificar las contradicciones dentro de los procesos y formular leyes que describen – y predicen – el comportamiento básico del sistema a cierta escala.

En este sentido, la economía es similar a la medicina, la meteorología o la geología. Un médico no siempre puede decirle exactamente qué enfermedad tiene o en qué momento ocurrirá la muerte; tampoco los meteorólogos ni los sismólogos pueden decirle exactamente qué tiempo hará el próximo mes o cuándo se producirá el próximo terremoto. No obstante, los médicos, meteorólogos y sismólogos pueden hacer predicciones, a menudo muy precisas, a cierta escala, y la precisión de estas predicciones aumenta continuamente a medida que los conocimientos científicos mejoran sobre la base de la experiencia y la investigación.

Se puede establecer una analogía con la termodinámica. El comportamiento de una molécula de gas aislada e individual puede describirse utilizando la mecánica newtoniana; sin embargo, el comportamiento de esta partícula individual se vuelve impredecible tan pronto como examinamos un contenedor de muchos cientos o miles de moléculas de gas, todas interactuando entre sí. Sin embargo, de este sistema increíblemente complejo, todavía se pueden extraer leyes simples y generalizadas que describen el comportamiento del volumen de gas en su conjunto, incluidas propiedades como la temperatura y la presión del gas. De la complejidad surge la sencillez; del caos surge el orden.

De manera similar, aunque no se puede predecir el resultado exacto de la vida de un individuo, a la escala de la sociedad en su conjunto, se pueden extraer leyes generalizadas y se pueden hacer predicciones, como las leyes económicas de la crisis capitalista y las leyes históricas del desarrollo de los medios de producción, la lucha de clases y la revolución.

Sin embargo, en última instancia, estas leyes y teorías económicas generalizadas, que se abstraen de esta experiencia e investigación histórica, deben aplicarse a las condiciones concretas a las que nos enfrentamos para obtener una comprensión adecuada de cualquier situación dada; estas condiciones incluyen toda una serie de factores políticos. No debe olvidarse nunca que la economía no es un simple sistema mecánico que pueda representarse mediante abstracciones y ecuaciones; es una batalla de fuerzas vivas que respiran y, en última instancia, es el equilibrio de fuerzas de clase lo que determina el resultado dado de cualquier situación económica.

Es mérito de Keynes y Hayek que, al igual que Marx, intentaran tratar la economía como una ciencia, buscando las leyes que gobernaban la economía mediante un estudio cuidadoso de los hechos. Sin embargo, a diferencia de Marx, ni Keynes ni Hayek eran materialistas rigurosos ni tampoco dialécticos. Como resultado, sus explicaciones teóricas caen con frecuencia en las trampas delineadas anteriormente: o bien del idealismo, mirando solo un lado de un problema complejo y polifacético y, por lo tanto, sin proporcionar una explicación material de los fenómenos; o bien del materialismo mecánico, que busca explicar la economía como un simple sistema de relojería donde causa y efecto son lineales y actúan en una sola dirección.

II

 

La segunda parte de una serie de tres artículos comparando las teorías económicas de Keynes y Hayek a la economía marxista. Por la primera parte haz clic aquí.

Keynes despreció igualmente la naturaleza idealista y dogmática de  los  economistas burgueses contemporáneos, quienes, ante la crisis de la Gran Depresión y el claro fracaso del libre mercado, se negaron a abandonar sus supuestos, incluidos los de la Ley de Say, y su fe en la mano invisible. En su crítica a los economistas clásicos, Keynes dijo que:

“Los escritores que siguen la tradición clásica, pasado por alto el supuesto especial que cimienta su teoría, han llegado inevitablemente a la conclusión, perfectamente lógica de acuerdo con su hipótesis, de que la desocupación visible (salvo las excepciones admitidas) tiene que ser consecuencia, a fin de cuentas, de que los factores no empleados se nieguen a aceptar una remuneración que corresponda a su productividad marginal…

Los teóricos clásicos se asemejan a los geómetras euclidianos en un mundo no euclidiano que, quienes al descubrir que en la realidad las líneas aparentemente paralelas se encuentran con frecuencia, las critican por no conservarse derechas —como único remedio para los desafortunados tropiezos que ocurren—. No obstante, en verdad, no hay más remedio que tirar por la borda el axioma de las paralelas y elaborar una geometría no euclidiana. Hoy la economía exige algo semejante”. (“La teoría general”, capítulo 2; Keynes)

En respuesta a sus pares de la comunidad política y económica que buscaban soluciones del «lado de la oferta» a los problemas del desempleo masivo y la recesión, es decir, eliminar las barreras al libre mercado, como los sindicatos, que en opinión de estos economistas restringen la capacidad del mercado para encontrar el «equilibrio natural» para los salarios – Keynes inclinó la vara en la dirección opuesta y simplemente se centró en la cuestión de la demanda, o «demanda efectiva», como él se refirió a ella, es decir, la capacidad de los productores de productos básicos para encontrar un comprador dispuesto que pueda pagar (a diferencia de la demanda en el sentido de las «necesidades» o «deseos» de la sociedad).

Como hemos explicado en otra parte, Keynes vio la crisis de la Gran Depresión como un círculo vicioso en el que el alto desempleo dio como resultado una reducción de la demanda efectiva de productos básicos, lo que a su vez llevó a las empresas a reducir la producción  o cerrar, aumentando  aún más el desempleo. En tal situación, Keynes creía que el estímulo del gobierno era necesario para proporcionar un impulso a la demanda efectiva y así convertir el círculo vicioso en uno virtuoso, con una creciente demanda del gobierno que conducía a una expansión de la producción y el empleo y, por lo tanto, a mayores salarios y mayores demandas de bienes de consumo, etc., etc.

Para Keynes, cualquier estímulo sería suficiente, como comenta irónicamente en la Teoría General: 

“La construcción de pirámides, los terremotos e incluso las guerras pueden servir para aumentar la riqueza, si la educación de nuestros estadistas sobre los principios de la economía clásica se interpone en el camino de algo mejor…

Si el Tesoro llenase botellas viejas con billetes de banco, y las enterrasen  a profundidades adecuadas en minas de carbón en desuso que luego se llenarán  hasta la superficie con basura de la ciudad, y las dejas en manos de la empresa privada sobre principios bien probados de laissez-faire para volver a desenterrar los billetes (el derecho a hacerlo se obtiene, por supuesto, mediante la licitación de arrendamientos del territorio portador de billetes), haría innecesario el aumento del  paro y, con la ayuda de estos efectos, los ingresos reales de la comunidad, y también su riqueza de capital, probablemente llegaría a ser mucho mayor de lo que realmente es. De hecho, sería más sensato construir casas y cosas por el estilo; incluso  si hubiese  dificultades políticas y prácticas en el camino de esto, lo anterior sería mejor que nada”. («La teoría general», capítulo 10; Keynes)

El New Deal en la década de 1930 en EE. UU. se cita a menudo como la historia de éxito de las políticas keynesianas, pero como destacó el episodio de «Amos del dinero» sobre Keynes, fue solo la militarización de la economía durante la Segunda Guerra Mundial lo que puso fin a la Gran Depresión, un proceso que terminó en millones de muertes, la destrucción colosal  de la capacidad de producción de la sociedad y que dejó una deuda pública de más del 200% del PIB en países como Gran Bretaña, ¡difícilmente un éxito!

Subconsumo y sobreproducción

En esencia, la explicación keynesiana de la crisis es una teoría del «subconsumo», es decir, de la falta de demanda de los consumidores por los productos básicos que se producen. Como hemos explicado en otra parte, el marxismo, por el contrario, ve la crisis capitalista como una crisis de «sobreproducción», es decir, que el capitalismo es inherentemente incapaz de encontrar un mercado para todas las mercancías que se producen. Esto surge del hecho de que el capitalismo es producción con fines de lucro, y este beneficio es simplemente el trabajo no remunerado de la clase trabajadora. En otras palabras, la clase trabajadora siempre recibe menos salario que el valor que crea en el proceso de trabajo; por lo tanto, su capacidad para comprar las mercancías que produce es siempre menor que el valor total de estas mercancías. Se producen mercancías pero no se pueden vender; el beneficio no se puede realizar; cesa la producción y el sistema entra en crisis.

La idea keynesiana de crear demanda a través del estímulo gubernamental es, en última instancia, idealista y no dialéctica. Debe hacerse una pregunta simple: ¿de dónde obtiene el gobierno el dinero para este estímulo? Si el dinero debe provenir de los impuestos, entonces esto significa: gravar a la clase capitalista, lo que significa reducir  sus ganancias, crear una huelga de capital y reducir así la inversión; o gravar a la clase trabajadora, lo que reducirá su poder de consumo y, por lo tanto, reducirá la demanda, ¡lo contrario de lo que se pretende hacer con los estímulos gubernamentales!

En los tiempos modernos, el gobierno ha recurrido cada vez más a pedir dinero prestado a los mercados financieros mediante la venta de bonos del gobierno. Pero con el rescate de los bancos y el colapso de los ingresos fiscales, los países se han quedado con grandes deudas y déficits públicos, y los mercados financieros mundiales, en lugar de financiar más préstamos gubernamentales, insisten en que los gobiernos reduzcan el gasto público.

Para los keynesianos y los líderes reformistas del movimiento obrero que se inspiran en las ideas keynesianas, la respuesta es simple: ¡debemos  incrementar los  impuestos a los ricos y aumentar los salarios! Pero bajo el capitalismo, como hemos explicado anteriormente, la producción es para obtener  beneficios, y la clase trabajadora nunca puede recibir en salarios el valor total de las mercancías que produce, como explicó Marx en El Capital en respuesta a las teorías subconsumistas de su época:

Es pura tautología decir que las crisis son causadas por la escasez de consumo efectivo, o de consumidores efectivos. El sistema capitalista no conoce otros modos de consumo que los efectivos, salvo el de sub forma pauperis (indigente ) o del estafador. El hecho de que las mercancías no se puedan vender significa solo que no se han encontrado compradores efectivos para ellas, es decir, consumidores (dado que las mercancías se compran en el análisis final para el consumo productivo o individual). Pero si uno intentara dar a esta tautología la apariencia de una justificación más profunda diciendo que la clase trabajadora recibe una porción demasiado pequeña de su propio producto y que el mal se remediaria tan pronto como reciba una porción mayor de él y su En consecuencia, los salarios aumentan, sólo se puede observar que las crisis siempre se preparan precisamente en un período en el que los salarios aumentan en general y la clase obrera obtiene realmente una parte mayor de la parte del producto anual que se destina al consumo. Desde el punto de vista de estos defensores del sentido común sólido y “simple” (!), un período así debería eliminar la crisis. Parece, entonces, que la producción capitalista comprende condiciones independientes de la buena o mala voluntad, condiciones que permiten a la clase trabajadora disfrutar de esa relativa prosperidad sólo momentáneamente, y por lo tanto siempre solo como el presagio de una crisis venidera «. (El Capital, Volumen II, capítulo 20; Marx)

En realidad, la explicación keynesiana de la crisis no es en absoluto una explicación de la causa de la crisis capitalista. En el mejor de los casos, es una explicación de la continuación o profundización de una crisis en la economía que ya existe, o una sugerencia de cómo los gobiernos pueden tratar de escapar de una crisis dentro de los confines del capitalismo. Si se debe culpar de la crisis a la falta de demanda efectiva, es decir, el subconsumo, entonces uno seguramente debe preguntarse: ¿qué conduce a este subconsumo en primer lugar? Como señala Engels en su polémica contra Duhring:

[El subconsumo de las masas, la restricción del consumo de las masas a lo necesario para su mantenimiento y reproducción, no es un fenómeno nuevo. Ha existido desde que ha habido clases explotadoras y explotadas…

“… El subconsumo de las masas es una condición necesaria de todas las formas de sociedad basadas en la explotación, consecuentemente también de la forma capitalista; pero es la forma de producción capitalista la que primero da lugar a las crisis. El subconsumo de las masas es, por tanto, también una condición previa a las crisis y desempeña en ellas un papel reconocido desde hace mucho tiempo. Pero nos dice tan poco por qué las crisis existen hoy como por qué no existían antes «. (Anti-Duhring, Parte III, capítulo 3; Engels)

En otras palabras, dado que la clase trabajadora nunca puede recomprar todas las mercancías que produce, ¿por qué el capitalismo no siempre está en crisis?

Históricamente, esta contradicción de la sobreproducción se ha superado mediante el papel de la inversión, mediante la cual los capitalistas gastan y reinvierten continuamente una gran proporción de sus ganancias en nuevos medios de producción, en investigación y nueva maquinaria, con el fin de mejorar la productividad, reducir los costos, ganar una mayor cuota de mercado y aumentar aún más los beneficios. Como se explicó anteriormente, es esta inversión, que surge de la competencia y la búsqueda de ganancias, la que permitió al capitalismo jugar un papel históricamente progresista en el desarrollo de los medios de producción. Pero, como también se explicó anteriormente, esta reinversión de beneficios, en lugar de resolver la contradicción de la sobreproducción y restablecer el equilibrio económico, solo crea fuerzas productivas aún mayores, produciendo mayores cantidades de mercancías y valores, que aún deben venderse  constantemente en un  mercado restringido, exacerbando así las contradicciones y preparando el camino para una crisis mayor en el futuro.

La inversión improductiva, como el ejemplo anterior dado por Keynes de enterrar botellas viejas llenas de billetes, también se ha utilizado en el pasado para proporcionar demanda y crear empleos. Por ejemplo, hubo varios supuestos marxistas durante el auge de la posguerra que creían que el gasto militar de los gobiernos podría utilizarse para evitar una crisis de forma permanente. Pero como se ha señalado, los gobiernos no pueden simplemente «crear» demanda; en realidad, deben sacar su dinero obteniendo una porción de la riqueza de la clase capitalista o de la clase trabajadora. Esta inversión improductiva se gasta sin producir ningún valor real y sirve como capital ficticio, que finalmente genera inflación, es decir, aumenta la circulación de dinero en la economía sin generar un valor equivalente que también esté en circulación. Esto es exactamente lo que se vio al final del boom de la posguerra, en el que las políticas keynesianas condujeron a la crisis de la década de 1970, en la que el estancamiento económico se vio acompañado de un aumento de la inflación, un fenómeno nunca antes visto conocido como “estanflación”.

Todo esto muestra de nuevo la naturaleza no dialéctica y mecánica del keynesianismo y otras soluciones reformistas a las crisis, que no siguen las implicaciones de sus sugerencias hasta su conclusión lógica. Si la inversión se utiliza para evitar una crisis, esto significa invertir en algo material, es decir, en medios de producción, que luego deben producir más mercancías, lo que se suma a la crisis de sobreproducción. Si los salarios deben incrementarse para incrementar la demanda, esto significa  reducir  las ganancias de los capitalistas; pero esto, a su vez, reduce la inversión, que bajo el capitalismo sólo se realiza para obtener ganancias. Si la demanda debe ser «creada» a través del estímulo del gobierno, esto, en realidad, significa o tomar dinero de los capitalistas y  reducir  sus ganancias, o tomar dinero de la clase trabajadora y mermar  la demanda del consumidor.

En contraste con la economía burguesa, el marxismo busca examinar la economía dialécticamente, es decir, el marxismo busca explorar todas las implicaciones de cualquier acción; ver la interconectividad y la retroalimentación entre diferentes procesos y fenómenos; examinar el sistema en su movimiento y en toda su complejidad. La economía marxista trata de ver las contradicciones dentro de los procesos en juego y de mostrar cómo estas contradicciones siempre pueden resolverse, pero solo creando nuevas contradicciones en el proceso. Este es el caso del capitalismo: una crisis siempre se puede evitar temporalmente, pero esto solo sirve para aumentar las contradicciones y allanar el camino para una crisis mayor en el futuro.

Además, a diferencia de los economistas burgueses, los marxistas no separan el  análisis económico del  análisis general de la sociedad. La economía está compuesta por seres humanos que viven y respiran; como dijo Lenin, “la política es economía concentrada”. La clase dominante siempre puede restaurar la estabilidad en la economía, pero solo a expensas de crear inestabilidad política y lucha de clases en la sociedad.

En última instancia, la crisis del capitalismo no es simplemente el resultado de tal o cual proceso; esta o aquella contradicción. Las crisis son el resultado de muchos procesos interactivos y contradicciones dentro del propio capitalismo. Como dice Marx en El capital:

“La producción capitalista busca continuamente superar estas barreras inmanentes, pero las supera sólo por medios que nuevamente colocan estas barreras en su camino y en una escala  aún más formidable.

El verdadero límite de la producción capitalista lo es el propio capital; es éste: que el capital y su autovalorización aparece como punto de partida y punto terminal, con motivo y objetivo de la producción, que la producción sólo es producción para el capital, y no a la inversa, que los medios de producción son meros medios para un desenvolvimiento constantemente ampliado del proceso vital, en beneficio de la sociedad de los productores. Los límite dentro de los cuales únicamente puede moverse la conservación y valorización del valor de capital, las que se basan en la expropiación y empobrecimiento de la gran masa de los productores, esos límites entran, por ello, constantemente en contradicción con los métodos de producción que debe emplear el capital para su objetivo, y que apuntan hacia un aumento ilimitado de la producción, hacia la producción como fin en sí mismo, hacia un desarrollo incondicional de las fuerzas productivas sociales del trabajo. El medio desarrollo incondicional de las fuerzas productivas sociales entra en constante conflicto con el objetivo limitado, el de la valorización del capital existente. Por ello, si el modo capitalista de producción es un medio histórico para desarrollar la fuerza productiva material y crear el mercado mundial que le corresponde, es al mismo tiempo la constante contradicción entre esta su misión histórica y las relaciones sociales de producción correspondientes a dicho modo de producción.(El Capital, Volumen III, capítulo 15; Marx)

Keynes, beneficio e inversión

Como señaló el episodio de «Masters of Money» sobre Keynes, Keynes pudo reconocer la interconectividad del sistema capitalista, por el cual los costos salariales de un capitalista son el mercado de otro capitalista y, por lo tanto, lo que puede ser racional y necesario para un capitalista: recortar los salarios. costos – no es necesariamente racional para los capitalistas en su conjunto. Esencialmente , sin embargo, Keynes no veía la relación interconectada entre salarios y ganancias – que eran dos caras de la misma moneda, ambas simplemente representaban una proporción dividida del valor total creado por la clase trabajadora a través de la aplicación del trabajo – y que cada vez más uno necesitaba cortar el otro, y viceversa. De ahí la incapacidad de los keynesianos para  entender  la manera de   superar el «subconsumo» – es decir, superar la falta de demanda efectiva – mediante el aumento de los salarios o el estímulo del gobierno que  solo puede crear nuevas contradicciones al reducir las ganancias para los capitalistas y llevar a una huelga de capital, es decir, una reducción de la inversión.

Keynes definió la demanda total en la sociedad, también conocida como la “demanda agregada” en macroeconomía, como igual al ingreso total, que también es igual al producto total. Esta demanda agregada se compone principalmente de dos fuentes según Keynes: el consumo de los hogares y la inversión de las empresas. Esta definición es similar a los dos departamentos de Marx, definidos en el Volumen de capital II, de producción de bienes de capital (departamento uno) y producción de bienes de consumo (departamento dos). Sin embargo, a diferencia de Marx, Keynes no subdividió estos dos departamentos en sus diversos componentes de valor: constante, variable y excedente.

En todo El Capital, Marx destaca con frecuencia la necesidad de examinar la economía en su totalidad, en lugar de simplemente aislar aspectos específicos del sistema o concentrarse en el comportamiento de individuos y transacciones individuales. Sin embargo, Marx también demostró que era la interacción dialéctica entre los opuestos dentro de esta totalidad, entre trabajo y capital; entre salarios y ganancias; entre el departamento uno y el departamento dos, junto con los patrones que surgieron de las acciones anárquicas y caóticas (pero racionales) de muchos capitalistas individuales diferentes, que fue clave para comprender la naturaleza dinámica y  de continuas  crisis del capitalismo.

Como se mencionó anteriormente, los economistas clásicos que precedieron a Marx fueron incapaces de comprender el origen de la ganancia, debido a que trataron la economía como un sistema de islas desiertas, “Robinson Crusoe”, en el que un hombre era tanto productor como consumidor, o como una simple transacción entre un comprador y un vendedor, mediante la cual los beneficios se creaban simplemente en el proceso de circulación comprando barato y vendiendo caro. En ambos casos, al reducir la economía a un individuo o par de individuos, se pierde la división de la sociedad en clases.

Por el contrario, el keynesianismo, en el que se basa la macroeconomía moderna, llega a un resultado similar al de los economistas clásicos premarxistas, pero en la dirección opuesta: simplemente agregando la economía en una sola ecuación o esquema de demanda total, el keynesianismo pierde de vista la lucha de clases y la interconectividad entre salarios y beneficios, y de hecho, a menudo termina ignorando por completo el papel de los beneficios. Uno puede ver la naturaleza mecánica del esquema keynesiano en el ejemplo de la «máquina de Phillips» o «MONIAC», un modelo físico de la economía basado en principios macroeconómicos keynesianos que utiliza el almacenamiento y los flujos de agua para representar las reservas y el flujo de capital y dinero, y que se supone que puede predecir el comportamiento de la economía real sobre esta base.

Como resultado de esta visión mecánica agregada, no dialéctica, el keynesianismo y la macroeconomía moderna no pueden explicar la base material detrás de la inversión bajo el capitalismo. En el mejor de los casos, la macroeconomía burguesa describe la inversión como una función de la tasa de interés, con tasas de interés más bajas que proporcionan un incentivo para que los inversores gasten en lugar de ahorrar. Pero en el momento actual, las tasas de interés están casi al cero por ciento y, sin embargo, no se ve  casi ninguna inversión. En el peor de los casos, mientras que el consumo de los hogares se explica materialistamente como una función de la renta disponible, la inversión de las empresas se explica idealmente como simplemente debida a  “el espíritu animal”. En estos días, se ofrece una explicación idealista similar para la inversión en términos de la necesidad de «confianza empresarial».

Recurrir al «espíritu animal» y la «confianza» claramente no explica nada. Uno debe preguntarse: ¿qué causa entonces la confianza? El argumento dado en respuesta es típicamente de naturaleza circular: las empresas invierten si hay confianza; hay confianza si la economía está creciendo; hay crecimiento económico si hay inversión; Y así sucesivamente y así sucesivamente. Si bien es cierto que la confianza, la incertidumbre y el riesgo juegan un papel en la determinación de las decisiones de los inversores, esta confianza e incertidumbre deben tener una base material. Bajo el capitalismo, la inversión se realiza en busca de  beneficios; si los productos básicos no se pueden vender con beneficio —o de hecho no se pueden vender, como es el caso de la actual crisis de sobreproducción—, la producción y la inversión en nueva producción no se producirán.

No es una falta de confianza subjetiva la que provoca la crisis, sino la crisis objetiva del capitalismo la que provoca la falta de confianza. Como se ha visto en numerosas ocasiones en el último período, se han producido frecuentes repuntes de la bolsa en respuesta al último “plan” de los políticos para “solucionar” la crisis; pero estos auges  son de corta duración, subiendo como un cohete y hundiéndose como un meteorito, ya que las contradicciones reaparecen y la siguiente fase de la crisis emerge en el horizonte.

Las cifras de la crisis actual ponen de relieve la contradicción de la sobreproducción en relación con la inversión: en 1990, la inversión empresarial en el Reino Unido era aproximadamente el 14% del PIB anual, pero ha caído a menos del 8% en la actualidad; pero mientras tanto, las empresas británicas ahora cuentan con más de £ 700 mil millones de libras  en ahorros en efectivo. Al mismo tiempo, las empresas que han sobrevivido a la crisis están registrando ganancias récord, como explica The Economist (31 de marzo de 2012):

“Los últimos cuatro años han sido malos para los trabajadores y los ahorradores, pero buenos para el sector empresarial. Los márgenes de beneficio en Estados Unidos son más altos que en cualquier momento de los últimos 65 años…

“… Los márgenes se han visto impulsados ​​por el estricto control de los costos laborales por parte de las empresas y por una reducción en los gastos por intereses causada por las políticas de los bancos centrales en todo el mundo rico…

“… Sin embargo, el alto nivel actual de beneficios no está provocando un aumento de la inversión. Como proporción del PIB, la inversión empresarial estadounidense está cerca de los mínimos de 30 años…

“… la alta participación en las ganancias del PIB es simplemente un corolario de la baja participación del trabajo…

«… Las empresas estadounidenses y europeas están optando por gastar su efectivo en fusiones y recompras de acciones en lugar de gastos de capital».

En otras palabras, en lugar de invertir en nuevos medios de producción, que deben producir nuevos productos básicos que deben encontrar un mercado y venderse, las empresas están reconociendo que existe una sobrecapacidad crónica en el sistema y, en cambio, optan por gastar su dinero. en la compra de empresas existentes, es decir, los medios de producción existentes. Este proceso conduce a la concentración de capital, pero sin crear ningún valor nuevo. En lugar de utilizarse para desarrollar los medios de producción y proporcionar bienes y servicios socialmente necesarios, se despilfarra el botín  de riqueza que ha acumulado la clase capitalista.

The Economist (21 de julio de 2012) continúa destacando la crisis de la sobreproducción como causante del bajo nivel de inversión:

“La gran brecha en este momento es entre trabajadores y corporaciones. Aunque el desempleo sigue siendo obstinadamente alto y los aumentos salariales son difíciles de conseguir, las ganancias corporativas están acumulando  una proporción mayor del PIB estadounidense que antes de la crisis financiera…

“… Un alto rendimiento del capital debería fomentar una ola de inversión. La expansión de capacidad resultante debería incrementar la competencia y reducir los retornos. Pero eso aún no ha sucedido: las empresas están guardando efectivo…

“… las empresas se resisten a invertir ante una demanda débil. Los consumidores nacionales se han visto presionados por la austeridad y el aumento de los precios de las materias primas; La crisis de la zona euro y la desaceleración de las economías en desarrollo están afectando las perspectivas de exportación. Es posible que las empresas hayan aprovechado al máximo la mejora de la productividad.  La ironía aquí es que una alta proporción del PIB  de  los beneficios empresariales  da como resultado automáticamente una baja proporción de los salarios y, por lo tanto, puede eventualmente ser autolimitante, un resultado positivamente marxista «.

III

 

La tercera parte de una serie de tres artículos comparando las teorías económicas de Keynes y Hayek a la economía marxista. Por la primera parte haz clic aquí.

A diferencia de Keynes, que consideraba que el problema era la demanda efectiva durante la crisis, Hayek consideraba que el problema era la política monetaria relajada en el periodo anterior a la crisis En particular, Hayek argumentó que fue la interferencia del gobierno en la oferta monetaria, por ejemplo, mediante el establecimiento de tasas de interés bajas, la impresión de demasiado dinero y el fomento de la expansión del crédito, lo que creó burbujas y distorsionó el mercado, lo que llevó a una crisis cuando las burbujas estallaron y se consideró que el auge se basaba en gran medida en capital ficticio.

Al igual que Keynes, Hayek solo ve un lado del problema, es decir, el de la oferta, a diferencia de Keynes y el problema de la demanda. Y también como Keynes, Hayek no sigue su análisis hasta su conclusión lógica y plantea la pregunta obvia: ¿Qué pasaría si los gobiernos no hubieran intervenido fijando tasas de interés bajas y fomentando la expansión del crédito? Sin embargo, primero hay que plantearse la pregunta aún más sencilla de: ¿Qué es el crédito?

Marx explica el papel del crédito bajo el capitalismo en El Capital, explicando que el crédito realiza una doble función. Por un lado, el crédito a relativamente corto plazo es necesario para sobrellevar los cuellos de botella en la producción y mantener el flujo y la circulación de capital. Por ejemplo, las empresas necesitan pedir dinero prestado para pagar los salarios y las materias primas mientras esperan que los bienes producidos anteriormente lleguen al mercado y se vendan. Alternativamente, el crédito puede usarse para permitir que las empresas expandan la producción cuando no tienen el capital inicial para pagarlo.

Por otro lado, el crédito también juega el papel de expandir artificialmente el mercado, es decir, la demanda efectiva, y así ayudar a retrasar una crisis. Como se explicó anteriormente, bajo el capitalismo, la clase trabajadora nunca puede recomprar el valor total de las mercancías que crea, debido a la naturaleza fundamental del capitalismo como producción con fines de lucro. Como también se explicó anteriormente, el capitalismo tradicionalmente supera esta contradicción de la sobreproducción reinvirtiendo la plusvalía creada en nuevos medios de producción en la búsqueda de mayores ganancias. Esto, sin embargo, solo sirve para crear fuerzas productivas aún mayores y, por lo tanto, una masa aún mayor de mercancías que deben encontrar un mercado y, por lo tanto, en lugar de resolver la contradicción, solo impulsa la sobreproducción.

El crédito, formado por los ahorros y depósitos concentrados de individuos y empresas en los bancos, se utiliza para incrementar artificialmente la capacidad de consumo de las masas y así superar temporalmente la sobreproducción, permitiendo que las fuerzas productivas sigan expandiéndose. La expansión del crédito durante los últimos veinte años, y en particular desde el cambio de siglo, creó la burbuja crediticia más grande de la historia y fue el factor principal para retrasar el inicio de la crisis.

Esta expansión del crédito fue necesaria para superar la creciente proporción de riqueza destinada al capital en lugar de al trabajo, que se hizo cada vez más desigual con ataques a la clase trabajadora que siguieron a la crisis de la década de 1970 y continuó en la de 1980 con las políticas de Reagan, Thatcher y los demás representantes políticos del capitalismo. Esta explotación cada vez mayor de la clase trabajadora continuó en la década de 1990 y el siglo XXI a través de la intensificación de la semana laboral y el aumento de las horas extraordinarias, ataques a los salarios y las condiciones, y con muchos trabajadores que se vieron obligados a aceptar dos trabajos para simplemente seguir viviendo. Paralelamente a esta explotación creciente, el crédito se expandió masivamente mediante el uso de hipotecas, tarjetas de crédito, préstamos estudiantiles, etc.

Las ideas de Hayek contienen un elemento de verdad al decir que la expansión del crédito provoca una crisis. En realidad, sin embargo, la expansión del crédito no causa la crisis; más bien retrasa la crisis al expandir artificialmente el mercado a corto plazo, a expensas de exacerbar el problema de la sobreproducción, lo que lleva a una crisis aún mayor en el futuro. De manera similar, se utilizaron tasas de interés bajas para impulsar el auge más allá de sus límites al fomentar la inversión y el gasto de los consumidores, un consumo que, nuevamente, dependía del crédito.

La expansión del crédito, sin embargo, es un proceso dialéctico: la expansión del crédito permite que crezcan las fuerzas productivas; el crecimiento de las fuerzas productivas alimenta la expansión del crédito. Como explica Marx:

“En estos casos es, pues, inexcusable recurrir al crédito; crédito cuya extensión crece al crecer el volumen de valor de la producción y cuya duración se prolonga al aumentar el alejamiento de los mercados. Es un juego de acciones y reacciones. El desarrollo del proceso de producción hace que se extienda el crédito, y el crédito se traduce en la extensión de las operaciones industriales y mercantiles.” (El Capital, Vol. III, capítulo 30; Marx)

Durante el boom, nadie cuestiona este círculo aparentemente virtuoso. La burguesía está llena de optimismo. Todo es para lo mejor en el mejor de los mundos posibles. Pero como ocurre con todos los procesos dialécticos, en cierto punto debe haber una transformación de cantidad en calidad: el vasto préstamo de crédito por un lado aparece ahora como una enorme pila de deudas por el otro; el consumo restringido de las masas vuelve a ser evidente y los límites de las fuerzas productivas para expandirse se reafirman; la sobreproducción es evidente y estalla la crisis. Como explica Marx, esta sobreproducción es, en última instancia, la causa de la crisis:

“La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad.” (El Capital, Vol. III, capítulo 30; Marx)

Marx también respondió hace mucho tiempo a quienes afirman que es el agotamiento del crédito, conocido hoy familiarmente como la «crisis crediticia», lo que causa la crisis, señalando que, de hecho, no es la falta de crédito la responsable de la crisis, sino que es la crisis la que conduce a la falta de crédito:

“Mientras el proceso de reproducción se mantiene en marcha y, por tanto, se halla asegurado el reflujo del capital, este crédito dura y se extiende, y su extensión se basa en la extensión del mismo proceso de reproducción. Tan pronto como se produce una paralización porque se dilate el reflujo del capital, se abarroten los mercados o bajen los precios, se producirá una plétora de capital industrial, pero bajo una forma que le impedirá cumplir sus funciones. Habrá una masa de capital–mercancías, pero invendible. Una masa de capital fijo, pero ociosa en gran parte por el estancamiento de la reproducción. El crédito se restringirá 1º porque este capital permanecerá inactivo, es decir, paralizado en sus fases de reproducción, ya que no podrá consumar su metamorfosis; 2º porque se quebrantará la confianza en la fluidez del proceso de reproducción; 3º porque disminuirá la demanda de este crédito comercial. 

“…Por consiguiente, al verse entorpecida esta expansión o, simplemente, la tensión normal del proceso de reproducción, se produce también una escasez de crédito; resulta difícil obtener a crédito mercancías. La exigencia del pago al contado y las precauciones en las ventas a crédito son, especialmente, características de aquella fase del ciclo industrial que sigue a los cracks.

“… Las fábricas dejan de funcionar, las materias primas se acumulan, los productos terminados se amontonan como mercancías en el mercado.” (El Capital, Vol. III, capítulo 30; Marx)

Por lo tanto, no es la expansión del crédito durante el boom ni la contracción del crédito lo que es responsable de la crisis. La expansión del crédito simplemente retrasa la crisis de sobreproducción; la contracción del crédito es simplemente una manifestación cualitativa de esta misma superproducción.

Volviendo a Hayek y la pregunta original que los hayekianos no consideran: ¿qué pasaría si los gobiernos no intervinieran en la economía y el crédito no se expandiera? ¿Se evitarían las crisis con la mano mágica invisible del mercado? Los hayekianos de hoy en día imaginan que, sin la interferencia del gobierno, las fuerzas del mercado de oferta y demanda, con las señales de precios que las acompañan, habrían resuelto todos los problemas; que aún puede haber ocurrido una crisis, pero hubiera sido un pequeño bache en comparación con la profunda recesión que estamos experimentando ahora debido a una burbuja crediticia enormemente inflada.

Pero como hemos explicado anteriormente, el crédito no crea una crisis, sino que simplemente la retrasa. En ausencia de la expansión del crédito, la crisis de la década de 1970 simplemente habría continuado y se habría desarrollado en un nuevo plano. La expansión del crédito era necesaria para mantener la capacidad de consumo de la clase trabajadora frente a los ataques a los salarios – es decir, al poder adquisitivo – de estos mismos trabajadores, todo bajo la bandera de mantener las ganancias para los capitalistas. Sin la expansión del crédito, la expansión de las fuerzas productivas se habría enfrentado con un mercado limitado, es decir, una falta de demanda efectiva, en una fecha mucho más temprana. Las empresas habrían dejado de expandir la producción ante la caída de la demanda de bienes de consumo; el desempleo habría aumentado; se habría iniciado el círculo vicioso de la recesión.

En lugar de encontrar un equilibrio estable, la solución de los hayekianos – eliminar cualquier interferencia en el mercado y permitir que la oferta monetaria se regule – simplemente conduciría a un sistema cada vez más volátil y turbulento; a una economía que se sale de control; es decir, a una situación que se asemeja a la del período actual.

Una vez más, vemos que el fallo de los hayekianos, como de los keynesianos, es su enfoque en un solo lado de un problema con muchos lados. Al tratar de resolver una contradicción, los capitalistas simplemente crean nuevas contradicciones en otros lugares a mayor escala.

En realidad, a pesar de su fe ciega en el libre mercado, Hayek nunca fue realmente aceptado por los representantes políticos del capitalismo, quienes no podían tragarse su credo de que no debería haber ninguna interferencia del gobierno en la economía. Frente a la crisis, los políticos burgueses siempre se han doblegado, desechando todo discurso sobre el «libre mercado» y haciendo, en cambio, lo que sea necesario para salvar al capitalismo de sus propias contradicciones. De ahí la preferencia de políticos burgueses como Thatcher y Reagan por Milton Friedman, un hombre que predicaba las virtudes del libre mercado, pero que no temía defender el brazo fuerte del Estado para guiar la mano invisible. De ahí también la aceptación de las ideas keynesianas en períodos de crisis, como ahora, por parte de ciertos elementos de la burguesía, quienes, como Keynes, ven la necesidad de que el estado intervenga en el funcionamiento y regulación del capitalismo.

Keynesianismo hoy

La macroeconomía moderna, basada en las ideas de Keynes en la Teoría General, cita cuatro fuentes principales de producción, demanda y crecimiento para una economía nacional: consumo, inversión, el gasto público y las exportaciones. En tiempos “normales”, se espera que una contracción de una sección sea compensada, con suerte, por otra. Pero hoy estos cuatro sectores están retenidos.

El consumo está restringido por las enormes cantidades de deuda privada, e incluso los llamados países «ricos» del norte de Europa experimentan enormes deudas domésticas; por ejemplo, como porcentaje de los ingresos, la deuda de los hogares en Dinamarca y los Países Bajos es del 268% y 249% respectivamente, mientras que el Reino Unido tiene una cifra del 143%. Un artículo del Wall Street Journal titulado «Private debt will likely weigh on growth for years» (La deuda privada probablemente pesará sobre el crecimiento durante años) [13-15 de abril de 2012] afirma que:

“La deuda pública ha recibido la mayor parte del protagonismo desde que estalló la crisis de la deuda europea hace más de dos años. Pero la deuda del sector privado es, sin duda, un problema más difícil de resolver.”

“..El origen del problema de la deuda privada son las hipotecas: los precios de los inmuebles se dispararon en varios países europeos y los bancos estaban dispuestos a prestar sumas cada vez mayores para la compra de viviendas. Desde entonces, el boom inmobiliario se ha ido al garete en gran parte de Europa, pero la deuda hipotecaria perdura como un albatros que se cierne sobre el cuello de los consumidores europeos.”

“Los economistas han encontrado un fuerte vínculo entre el consumo, los auges crediticios y la caída de los precios inmobiliarios: los países que experimentaron un fuerte aumento de la deuda de los hogares experimentarán una caída más pronunciada del consumo que las naciones donde la deuda no ha aumentado tan rápido. Si pidió prestado una gran cantidad de dinero para comprar su casa (y el terreno en el que descansa) y luego los precios bajan poco después, es más probable que desee pagar la deuda que salir a cenar, comprar un automóvil nuevo o renovar su casa.»

Mientras tanto, los bancos, que tienen deudas igualmente grandes en sus libros, están intentando «desapalancarse», es decir, reducir sus deudas. De ahí el aparente misterio de por qué ha habido tan poca inflación en los últimos tiempos, a pesar de las enormes cantidades de dinero que se han inyectado en la economía mundial a través de la flexibilización cuantitativa y otras políticas similares; en lugar de ingresar a la economía real y gastarse, los bancos simplemente usan este dinero para reducir sus deudas.

Por razones similares a las de los hogares, los gobiernos de los países capitalistas avanzados están restringidos en su capacidad para aumentar el gasto, dadas sus ya enormes deudas públicas. Lejos de aumentar el gasto público, la economía de EE. UU., la más grande del mundo, se enfrenta a un «precipicio fiscal», con recortes en el gasto público y aumentos en los impuestos por un valor total de aproximadamente el 5% del PIB que entrará en vigor a finales de 2012.

Dados los tiempos desesperados, se han propuesto medidas igualmente desesperadas. Olvidando todas las lecciones de la historia, varios analistas han sugerido que los gobiernos con una política monetaria independiente pueden simplemente imprimir dinero para pagar sus deudas, y la flexibilización cuantitativa es el primer paso en una pendiente resbaladiza hacia esto. En el mejor de los casos, estas políticas no contribuyen a resolver la crisis; en el peor de los casos, pueden conducir a la hiperinflación.

La inversión, como señalamos anteriormente, se encuentra en un mínimo histórico, ya que los capitalistas no están dispuestos a invertir en nueva producción cuando ya existe un exceso de capacidad, es decir, sobreproducción, en todo el sector. Finalmente, por tanto, nos quedamos con las exportaciones. Pero es una obviedad básica que no todos los países pueden ser exportadores netos. Por cada exportación debe haber un valor equivalente de importaciones; o, como en el caso de la eurozona en el momento actual, habrá un flujo de exportaciones de un país y una acumulación de deuda en otros.

Exportaciones, importaciones y desequilibrios comerciales

Los políticos de cada nación prometen exportar para salir de la crisis. En un mundo ideal, les gustaría hacer esto haciendo que las exportaciones de su país sean más competitivas manteniendo bajos los salarios mientras esperan que todos los demás países aumenten sus importaciones pagando más a sus trabajadores. Pero los capitalistas y representantes políticos de todos los países están intentando hacer lo mismo. Así llegamos al patrón general de sobreproducción, pero ahora visto a escala internacional, con la competencia entre los capitalistas de diferentes naciones que lleva a recortes de salarios en todos los ámbitos, caída de la demanda y contracción del mercado.

Esto lo vemos hoy reflejado en los llamamientos de los analistas keynesianos de varios países, quienes exclaman que “¡debemos ser más como Alemania y China!”; «¡Debemos invertir, ser más competitivos y exportar!» Pero no todo el mundo puede ser como Alemania y China. Basta con hacerse la simple pregunta de: ¿exportar a quién? En un momento en que los gobiernos de todo el mundo están aplicando medidas de austeridad, ¿dónde está la demanda de mayores importaciones? De ahí los llamamientos de políticos y comentaristas políticos para que Alemania y China “reequilibren” sus economías, es decir, que aumenten los salarios, reduciendo así la competitividad de las exportaciones y proporcionando los medios para un mayor consumo de importaciones. Pero, ¿por qué querría la burguesía en Alemania y China hacer algo así cuando se están beneficiando bastante de la situación actual?

En realidad, los intentos de superar las crisis mediante las exportaciones sólo conducen a una espiral descendente; a guerras comerciales, proteccionismo cada vez mayor y un empeoramiento de la crisis para todos en última instancia. Keynes, de hecho, entendía los peligros de los grandes desequilibrios comerciales en una economía global y estaba deseoso de llegar a un acuerdo en el marco del sistema de Bretton Woods de la posguerra, que limitara los desequilibrios entre países. En un mundo donde todas las economías están unidas entre sí por mil hilos, la crisis en un país afecta a todos. Por tanto, nos encontramos hoy en la situación en la que la crisis de los países periféricos de la eurozona ha provocado una ralentización de las economías de Alemania y China, cuyo crecimiento dependía de las exportaciones a Europa. A su vez, países como Australia, Brasil y Sudáfrica, que dependen de la exportación de materias primas a China, también han experimentado una desaceleración.

El crecimiento impulsado por las exportaciones de China ya no es una realidad. En su lugar, el gobierno chino se ha visto obligado a emprender uno de los experimentos keynesianos más grandes de la historia, invirtiendo en vivienda, infraestructuras y nuevos medios de producción. Pero como todos los experimentos keynesianos, esto solo está preparando el camino para una crisis de sobreproducción aún mayor en el futuro.

En el fondo, los desequilibrios comerciales, con déficits en un extremo y superávits en el otro, no son la causa de la crisis, sino una manifestación de ésta. Los enormes déficits comerciales de los países periféricos de Europa – Grecia, España, Portugal, etc. – son la otra cara de la moneda de los superávits comerciales en Alemania. Los salarios se han mantenido bajos en Alemania y China, mientras que las fuerzas productivas se han expandido. Las mercancías no tienen cabida en el mercado interno, sino que han encontrado un mercado en el extranjero. La vasta riqueza de las exportaciones alemanas y chinas es, por tanto, simplemente una expresión de la enorme sobreproducción que existe dentro de estos países.

Marx entendió y lo explicó en El capital:

 “En lo que se refiere a las importaciones y exportaciones, hay que observar que todos los países se ven arrastrados unos tras otros a la crisis y que luego se pone de manifiesto que todos ellos, con muy pocas excepciones, han importado y exportado más de lo debido. El problema no reside, por tanto, en realidad, en la balanza de pagos misma…

 “Luego, le llega la vez a otro país. La balanza de pagos era, momentáneamente, favorable a él; pero ahora desaparece o se acorta a causa de la crisis el plazo que en tiempos normales existía entre la balanza de pagos y la balanza de comercio y todos los pagos deben ser hechos efectivos inmediatamente. Y vuelve a repetirse aquí la misma historia de antes… Lo que en un país aparece como exceso de importaciones aparece en el otro país como exceso de exportaciones y viceversa. Pero la realidad es que en todos los países se produce un exceso de importaciones y de exportaciones… es decir, superproducción, estimulada por el crédito y la inflación general de precios que lo acompaña…

«La balanza de pagos, en tiempos de crisis, es contraria a todo país, por lo menos a todo país comercialmente desarrollado, pero siempre a uno tras otro, como en los incendios de gavillas, tan pronto como les va llegando el turno del pago; y la crisis, una vez que ha estallado… Entonces se revela que todos los países se han excedido al mismo tiempo en las exportaciones (es decir, en la producción) y en las importaciones (es decir, en el comercio), que en todos ellos se han exagerado los precios y se ha forzado el crédito. Y en todos sobreviene la misma bancarrota. El fenómeno del reflujo del oro va presentándose en todos, uno tras otro, y demuestra precisamente por su carácter general: 1º que el reflujo del oro es, simplemente, una manifestación de la crisis, y no su causa; 2º que el orden por el que se presenta en los diversos países sólo indica cuando le llega a cada uno de ellos el turno de ajustar sus cuentas con el ciclo, cuando vence en él el plazo de las crisis y se ponen en acción los elementos latentes de ésta.» (Capital, Volumen III, capítulo 30; Marx – énfasis en el original)

Las elevadas deudas públicas en las economías más débiles de la eurozona, como Grecia y Portugal, son igualmente un síntoma de este mismo proceso. La creación del euro fue más beneficiosa para los capitalistas alemanes, que utilizaron la moneda única como medio de dominación económica sobre el resto de Europa. El capitalismo alemán, que era (y sigue siendo) de mayor competitividad, debido a una combinación de bajos salarios y alta productividad, supo utilizar el euro para incrementar el flujo de exportaciones hacia los países periféricos más débiles de la eurozona. Pero estos países no tenían nada que ofrecer a cambio, y sólo podían pagar estas importaciones a través del crédito –principalmente provisto por bancos alemanes– que se había vuelto mucho más barato gracias a las bajas tasas de interés que ofrecía la pertenencia al euro. El resultado fue un aumento de los beneficios en Alemania y un aumento de las deudas en Grecia, Portugal y otros lugares.

La deuda pública, por tanto, no es una causa de la crisis, sino un síntoma más de la crisis de sobreproducción. Esto se pone de relieve con el ejemplo de España, un país que antes de la crisis tenía una deuda pública de solo el 36% del PIB y tenía un superávit presupuestario estable, y que todavía hoy tiene una deuda pública de sólo el 69%. Pero, sin embargo, España se encuentra en una profunda crisis económica. Su auge anterior a la crisis se basó en una enorme burbuja inmobiliaria, que a su vez fue alimentada con crédito barato, y ahora estas burbujas han estallado dejando la contradicción de casas vacías junto a miles de personas sin hogar.

Los analistas burgueses se refieren a menudo a la crisis del euro simplemente como un problema de competitividad. Pero como hemos explicado anteriormente con respecto a las importaciones, las exportaciones y los desequilibrios comerciales, la competitividad internacional no es fundamentalmente diferente de la competencia entre diferentes empresas capitalistas: bajo el capitalismo siempre habrá ganadores y perdedores. No todos pueden situarse en la cima de la pirámide de la competitividad. La competencia siempre es relativa. La principal diferencia es que cuando se trata de la competencia entre empresas, las compañías más débiles se hundirán y serán avasalladas por las más fuertes. En el plano internacional, las economías nacionales menos competitivas no pueden asimilarse simple y llanamente, aunque esa es, en esencia, la propuesta de una unión fiscal dentro de la eurozona: de una zona económica única en la que las economías más débiles estén bajo el control directo de las más fuertes, es decir, del capitalismo alemán.

Pero al igual que con la competencia entre empresas capitalistas, la competencia entre naciones capitalistas es en última instancia una espiral descendente en la que los capitalistas están cortando la rama en la que están sentados: para tratar de ganar competitividad, deben recortar los salarios de la clase obrera, y así recortar el mercado de las mercancías que producen; o deben invertir en productividad y así expandir las fuerzas productivas. En cualquier caso, la crisis de sobreproducción se agrava. Una vez más, lo que tiene sentido desde la perspectiva de un capitalismo nacional particular – recortar salarios, aumentar la productividad, ganar competitividad y exportar al exterior – es, en última instancia, destructivo para la economía internacional en su conjunto.

Esto, una vez más, demuestra las barreras fundamentales para el crecimiento de las fuerzas productivas: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nación, los cuales se han convertido en los más monstruosos grilletes para el desarrollo de la ciencia, la tecnología, la cultura, y de la sociedad en general.

«El hada del crecimiento no existe»

Hoy está claro que ni los keynesianos ni los monetaristas tienen una propuesta real. A diferencia del optimismo que sentía la burguesía en los años del boom, ahora no hay más que pesimismo entre la clase dominante. Tanto los monetaristas como los keynesianos están equivocados y tienen razón; pero ambos sólo ven un aspecto del problema. Está claro que la austeridad no está funcionando, pero a su vez no queda dinero para que los gobiernos estimulen la economía y por otro lado los mercados financieros exigen recortes. La verdadera respuesta es que no hay solución posible bajo el capitalismo.

Pero la dicotomía de «austeridad contra crecimiento» es, en última instancia, falsa. Como destacó The Economist (5 de mayo de 2012), «Pedir crecimiento es como defender la paz mundial: todo el mundo está de acuerdo en que es algo bueno, pero nadie está de acuerdo en cómo hacerlo.» En pocas palabras: los partidarios de la austeridad creen que el sector privado saldrá al paso con inversiones que generarán crecimiento económico, pero que primero deben reducirse las deudas y los déficits y que deben llevarse a cabo «reformas» estructurales para eliminar cualquier «barrera» a la flexibilidad del mercado laboral, por ejemplo, sindicatos, derechos de los trabajadores, normas de salud y seguridad, etc. Los keynesianos creen que es el gobierno el que debe intervenir para estimular la economía con inversiones en nuevas infraestructuras y vivienda.

Los keynesianos tienen bastante razón cuando señalan que la austeridad no es la respuesta y que los recortes simplemente agravan las recesiones en toda Europa. Sin embargo, las promesas keynesianas de «crecimiento» en lugar de recortes son igualmente utópicas. Bajo el capitalismo el crecimiento no puede surgir de la nada. Como dijo acertadamente The Economist (12 de mayo de 2012), “el hada del crecimiento no existe”.

François Hollande, el presidente de Francia recién electo, se ha postulado como el vocero de la “alternativa a la austeridad”, en contraste con Merkel, quien es vista como la insensible representante de los recortes. Los partidos de oposición de toda Europa se han alineado para apoyar los llamamientos de Hollande a un “pacto de crecimiento”: Tsipras, el líder de SYRIZA en Grecia, insta a una renegociación del memorando de austeridad; Izquierda Unida en el Estado español reivindica igualmente la “inversión” y el “crecimiento”; Ed Miliband y los demás dirigentes laboristas en Gran Bretaña han aplaudido la elección de Hollande y su oposición a la austeridad «excesiva».

Pero detrás de los tópicos y la retórica grandilocuente, estos mismos dirigentes entienden la verdadera gravedad de la crisis y, de hecho, aceptan la necesidad de la austeridad. Por ejemplo, mientras de boquilla clama contra los recortes, Hollande ha prometido reducir el déficit presupuestario francés al 3% para finales de 2013 y eliminarlo por completo para 2017. Curiosamente, estos son los mismos objetivos que se ha puesto el Partido Conservador en Gran Bretaña, que defiende orgullosamente la austeridad. Mientras tanto, Miliband ha admitido que el Partido Laborista no se puede comprometer a revertir ninguno de los recortes de los conservadores si ganan las próximas elecciones en 2015.

Estos dirigentes están atrapados entre la espada y la pared; entre las presiones colosales de los mercados financieros y las masas radicalizadas de trabajadores y jóvenes. Por un lado, deben ofrecer alguna esperanza a las masas a las que dicen representar y que se han dirigido a estos dirigentes en búsqueda de una alternativa. Pero, por otro lado, estos mismos líderes hacen todo lo posible por asegurar a los mercados que son estadistas «responsables». En el fondo, entienden que los recortes no son una cuestión ideológica y que bajo el capitalismo no hay alternativa. No se cuestiona la necesidad de la austeridad, simplemente el alcance y la velocidad de estos recortes.

El resultado es la política económica denominada de «Ricitos de Oro», que defienden el FMI y otras instituciones burguesas: algunos recortes a corto plazo (¡pero no demasiados!), acompañados de políticas públicas de estímulo al crecimiento, de la mano de planes a largo plazo para la reducción del déficit y de la deuda. Como afirma The Economist:

“El mito de una contracción fiscal expansiva, la idea de que la reducción del déficit impulsaría el crecimiento, se ha desvanecido en gran medida. La última evidencia muestra que, en una recesión, el efecto multiplicador del ajuste fiscal puede conducir a una recesión más profunda, lo que hace que sea aún más difícil reducir el déficit. En la zona euro, además, los países no pueden mitigar fácilmente el impacto de la crisis mediante una política monetaria más flexible o una devaluación monetaria. Las reformas estructurales pueden impulsar el crecimiento, pero sobre todo a medio plazo.

“Sin embargo, si los altos déficits fueran la respuesta, Grecia y España deberían estar en auge. Muchos países de la zona euro no tuvieron más remedio que la austeridad para intentar calmar los mercados de bonos que los estaban empujando a la quiebra. Otros recortaron por miedo a sufrir la misma suerte. La deuda en las economías avanzadas ha alcanzado niveles sólo superados durante la Segunda Guerra Mundial, y la evidencia es que una deuda elevada puede ahogar el crecimiento a largo plazo. Tarde o temprano, la mayoría de los países europeos tienen que empezar a reducir su deuda. Por tanto, el dilema no es realmente entre la austeridad y el crecimiento, sino el momento y la velocidad de la reducción del déficit y la combinación adecuada de reformas estructurales.

«La política Ricitos de Oro, como la llama el FMI, insta a los países a emprender un ajuste fiscal gradual en el corto plazo, si los mercados lo permiten, junto con un plan creíble de reducción de la deuda a medio plazo.»

Tal «plan» es completamente utópico y sencillamente pone de manifiesto la total confusión y pesimismo de la burguesía que, en ausencia de un análisis adecuado de la crisis y del capitalismo, se ve obligada a reaccionar empíricamente a los acontecimientos, tropezando de un desastre a otro a lo largo del camino.

La necesidad del socialismo

A los dirigentes sindicales también les encanta hablar de “empleo, inversión y crecimiento”. Se proponen políticas keynesianas, pero se disfrazan y se endulzan con el lenguaje del socialismo. Len McCluskey, el secretario general de Unite, el sindicato más grande de Gran Bretaña, habla sobre el «socialismo del siglo XXI», pero es intencionadamente vago sobre lo que significa. Son frases huecas sin contenido real, que actúan como una botella vacía, que se pueden rellenar con cualquier cosa.

McCluskey tiene razón cuando plantea la necesidad del socialismo. El movimiento obrero en todos los países necesita un programa socialista. Pero este socialismo debe definirse claramente: la nacionalización de los bancos y demás palancas de la economía como parte de un plan democrático de producción. En resumen: la abolición del capitalismo y la transformación de la sociedad.

El potencial de tal plan de producción queda claro ante la enorme cantidad de fábricas ociosas, casas vacías y trabajadores desempleados que se sientan de brazos cruzados debido a la crisis de sobreproducción y las fallas de un sistema en el que el lucro rige la producción. Si se pusieran en movimiento estos recursos humanos y materiales, no se hablaría de escasez ni de pobreza. Los niveles de vida podrían mejorarse drásticamente, la jornada laboral podría reducirse a unas pocas horas, se sentarían la bases materiales para que todo el mundo participe plenamente en la gestión democrática de la sociedad.

Las inspiradoras luchas sociales en Grecia, España y Portugal muestran la voluntad que existe de luchar por una alternativa. Sin embargo, en cada ocasión, los dirigentes del movimiento no han estado a la altura del desafío. La situación se asemeja a la que se da antes de que estalle un incendio forestal: el suelo está seco y una simple chispa podría desatar un enorme fuego. Los trabajadores y los jóvenes de todos los países se miran unos a otros. Todo lo que se necesita es un ejemplo que marque el camino a seguir para los demás. La consigna debe ser: ni austeridad ni keynesianismo, sino la transformación socialista de la sociedad.

Fuente: americasocialista