Nucleares para el derroche, o el falso dilema nuclear

por Alfonso Ribote

   

últimamente, ciertos medios de comunicación nos bombardean con artículos sobre la necesidad de reabrir el debate sobre la conveniencia de la energía nuclear. Esta ofensiva mediática pronuclear pretende justificarse con argumentos como el incremento del precio del petróleo y la grave amenaza del cambio climático. Sorprende que los pronucleares se hayan convertido ahora en los mayores defensores de un problema medioambiental, como es el cambio climático, hasta el punto de rayar el alarmismo, una actitud tan criticada con anterioridad a los ecologistas.

Para zanjar estos argumentos es preciso comentar que las centrales nucleares no pueden sustituir al petróleo, ya que sólo producen electricidad mientras el petróleo se usa mayoritariamente para el transporte. También que la energía nuclear está excluida de los mecanismos de actuación por el Panel Intergubernamental contra el Cambio Climático del Protocolo de Kyoto. Para situar el consumo de energía en parámetros globales, ha de tenerse en cuenta que aproximadamente el 20% de la población consume el 80% de los recursos energéticos del planeta, donde nos encontramos la minoría de países llamados desarrollados.

Además de ser tremendamente injusta esta situación, también es tremendamente insostenible, ya que según nuestra huella ecológica necesitaríamos dos planetas y medio para cubrir nuestro actual ritmo de consumo de energía.

Estos dos datos, omitidos en muchas ocasiones, debieran de ser el punto de partida para un debate serio y responsable sobre el futuro energético de nuestra sociedad. De hecho hemos llegado a una situación de adormecimiento social en materia energética que aparecen desvergonzados que justifican nuevas centrales nucleares augurando un gran incremento del consumo de energía en el Estado español (como el presidente del Foro Nuclear) y se quedan tan anchos, como si fuese algo inevitable.

Resulta que en vez de ser consciente de los graves daños de ese incremento de consumo de energía que predicen, inquietarse y exigir poner medios para que no llegue a producirse, existe una manifiesta complicidad con el aumento de algunos problemas sociales. Detrás de todas estas apariciones está la relación que mantiene la sociedad con la energía, donde en la actualidad somos meros consumidores pasivos, no sólo sin poder participar en la toma de decisiones en materia energética, sino que ni tan siquiera estamos informados de cómo se produce, transforma y transporta la energía que consumimos, ni de los impactos ambientales que estos procesos acarrean. Esta situación de dictadura energética ha sido lograda por las empresas energéticas con la complicidad de la clase política, muy preocupadas ellas de crear consumidores pasivos.

Otro factor clave en este debate energético es la intensidad energética (el cociente de nuestro consumo energético y el PIB), que desvela que en el Estado español cada vez necesitamos más energía para hacer lo mismo, mientras en Europa esa proporción se reduce. Concretamente, el consumo de energía eléctrica se ha duplicado en España en dos décadas, creciendo a un ritmo medio del 4% anual, y parece que a nadie le importe que vayamos a la deriva. Todos estos datos revelan que el sistema energético español es gravemente ineficiente y derrochador, además de lo anteriormente citado de injusto e insostenible.

Para ilustrarlo con ejemplos comprensibles: en la actualidad podemos encontrar en las tiendas bombillas que consumen 5 veces más que otras (incandescentes frente a fluorescentes compactas), electrodomésticos que consumen el doble que otros con idénticas prestaciones (modelo energético 'G' frente a modelo 'A'), podemos usar la electricidad para procesos térmicos -cocinar, calentar agua, calefacción…- consumiendo más del doble de energía que usando directamente gas para conseguir ese calor (la eficiencia de las centrales termoeléctricas es del 50% en las más modernas), se sigue ignorando la arquitectura bioclimática en la construcción de edificios (que consigue ahorros superiores al 50%), los precios benefician a los más derrochadores (la energía es más barata cuanto más se consume) y así un largo etcétera.

Y sorprendentemente, a pesar de este panorama de ineficiencia y derroche, sigue habiendo quienes lo primero que se les ocurre ante la llamada crisis energética es proponer nucleares. Son los que no quieren bajar la vista y ver que esa gran torre llamada desarrollo que ha levantado la economía capitalista se asienta en unos cimientos de barro como es la dependencia de un recurso finito como es el petróleo.

Parece que no han aprendido la lección del abuso del petróleo y pretenden de nuevo hacernos caer en el mismo error con el uranio: otro recurso limitado con también un grave impacto medioambiental y social. Si ahora se apostara por lo nuclear ¿qué nos dirán cuando se acabe el uranio (previsto para dentro de 60 años)?

A estas alturas de la historia, cuando está más que cuestionada la teoría del crecimiento ilimitado, todavía hay quienes pretenden huir hacia delante para caer en una crisis aún más grave en el futuro defendiendo la opción nuclear: un sector inmaduro que no ha sabido resolver en su más de medio siglo de vida el grave problema de sus residuos radiactivos, ni los problemas de seguridad, ni los de proliferación nuclear, ni ha internalizado sus costes reales a pesar de ser la energía más subvencionada.

Mientras todo esto ocurre, Ecologista en Acción presenta un estudio donde demuestra que es posible ahorrar hasta el 35% de la electricidad que consumimos sin reducir nuestra calidad de vida, y a su vez Greenpeace presenta el informe Renovables 2050 que revela que el potencial de las energías renovables en el Estado español podrían cubrir la demanda más de 50 veces para el año 2050.

Por supuesto que la sociedad necesita un debate energético, pero un profundo debate desde la sensatez, la cordura, la equidad, y la responsabilidad. Partiendo desde el reconocimiento de los límites de la naturaleza y reconduciendo nuestra actual situación de derroche energético hacia una sociedad sostenible, que satisfaga las necesidades de las generaciones presentes sin hipotecar las necesidades de las generaciones futuras.

Necesitamos una nueva cultura energética donde la sociedad consuma energía de manera consciente sin agotar los recursos ni generar peligrosos residuos. Un sistema energético basado en el ahorro, la eficiencia, y las energías renovables: las únicas fuentes de energías limpias, autóctonas e inagotables. Porque tenemos delante un momento histórico y porque no podemos continuar viviendo irresponsablemente durante más tiempo.

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