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Los tentáculos del imperio: Sumidero económico (IV)

Wilbert van der Zeijden
CEPRID
1 - VII - 07


Escuchando los argumentos que esgrimen los defensores de las bases estadounidenses en el extranjero, uno podría llegar a pensar que la llegada de una gran base augura prosperidad para la comunidad de acogida: ingresos extra gracias al gasto que realizarán miles de soldados y sus familias, buenas relaciones comerciales con los Estados Unidos gracias a la posición de aliado... ¿Qué podría salir mal?

Pues parece ser que muchas cosas. Las economías de las zonas situadas en torno a las bases no confirman tanto optimismo. Las familias de los militares estadounidenses, vivan en Gran Bretaña o en Okinawa, tienden a replicar la vida en su país de origen. Esto significa que, lejos de comprar lo que necesitan de los proveedores locales, desde frigoríficos a chocolatinas, lo que sucede es que las empresas estadounidenses o el propio ejército importan bienes en gran volumen. Las empresas estadounidenses, como Home Depot en Guam, instalan establecimientos para suministrar a este mercado tan nostálgico y, en lugar de generar oportunidades para que los comercios locales se expandan, sólo proporcionan empleos poco cualificados para los habitantes de la zona.

La situación en Guam también es un buen ejemplo de cómo los elevados subsidios de que gozan las familias del ejército destinadas en el extranjero pueden distorsionar las economías locales, haciendo subir los precios de propiedades y bienes por encima de las posibilidades de los habitantes locales. Una gran población militar con grandes expectativas en lo que se refiere al estilo de vida supone también un gran sumidero para el agua, las infraestructuras y las tierras de la isla, elevando el coste básico de la vida y los impuestos de todos los habitantes.

Las bases también pueden entrañar la destrucción directa de empleos y medios de vida. En Okinawa, por ejemplo, la expansión de las bases ha acabado con aldeas que llevaban un modo de vida sostenible basado en la pesca, mientras que en Groenlandia las economías cimentadas sobre la explotación de recursos naturales se han visto destrozadas después de que se prohibiera a las comunidades acceder a sus terrenos tradicionales de caza y pesca. Cuando las bases se van, los gobiernos nacionales se encuentran con los costes de grandes operaciones de limpieza medioambiental que, como en el caso de Panamá (véase la página 30), imposibilitan la regeneración de los antiguos espacios militares.

Además de las repercusiones económicas de las bases sobre las propias comunidades, la llegada del ejército estadounidense puede generar alteraciones económicas más amplias. Los acuerdos de las bases suelen ir acompañados de endulzantes para los gobiernos nacionales, en forma, por ejemplo, de tratados comerciales y de inversión. Sin embargo, estos acuerdos pueden encadenar a estos países al modelo estadounidense de relaciones comerciales, liberalización y privatización, de dudoso beneficio para las naciones de acogida. En Filipinas, por ejemplo, los acuerdos militares estaban ligados a tratados económicos que concedían a los inversores estadounidenses y filipinos idénticos derechos en los respetivos mercados. ¿Pero cuántos inversores filipinos se beneficiaron del acceso a los Estados Unidos cuando las empresas estadounidenses fueron de compras, al estallar la burbuja asiática a fines de los noventa, e hicieron el negocio del siglo adquiriendo empresas filipinas a precios de saldo?

Hawai

La actual situación del ejército estadounidense en Hawai supone una continuidad del colonialismo y tiene sus raíces en intereses económicos externos. Kathy Ferguson y Phyllis Turnbull, que investigan el militarismo en Hawai explican:

Los Estados Unidos se hicieron con Hawai en 1893, año en que un grupo de empresarios estadounidenses y europeos, con el apoyo del ejército estadounidense, derrocaron a su Gobierno legítimo y reconocido internacionalmente. Desde entonces, el ejército estadounidense ha mantenido y ampliado su presencia en el archipiélago.

El ejército representa la segunda mayor industria del estado, muy por detrás del turismo y por delante de la construcción. De hecho, es difícil separar estos tres sectores económicos, ya que gran parte del turismo está militarizado (el Arizona Memorial en Pearl Harbor y el Cementerio Nacional del Pacífico son dos de los lugares más visitados de la isla) y una parte importante de las actividades de construcción se desarrolla en las bases militares, en forma, por ejemplo, de viviendas para las familias de los militares.

Aunque no es fácil establecer cifras exactas, el ejército posee o controla entre el 5 y el 10% del estado, y en torno a un tercio de la isla de O`ahu, la más poblada de todas. Algunos activistas hawaianos reivindican que más de la mitad de las tierras vendidas o arrendadas al ejército por parte del estado pertenece, por legítimo derecho, a los hawaianos, que nunca han cedido en sus demandas. La expansión militar prevista para dar cabida a una brigada Stryker [una unidad militar de vehículos de combate blindados], a pesar de estar impugnada en los tribunales y contravenir el proceso de Declaración de Impacto Medioambiental, se comerá probablemente casi 10.000 hectáreas más de terreno, lo que supondrá la mayor expansión desde la Segunda Guerra Mundial.

Una publicación del Banco de Hawai de 1984 llegó a la conclusión de que el ejército presentaba el patrón de crecimiento más coherente de entre los principales sectores económicos de la isla, y calculó que cada dólar gastado por el ejército daba tres vueltas en la economía local. Sin embargo, los informes del estado y los bancos suelen subestimar los verdaderos costes económicos, entre los que cabe mencionar:

Degradación medioambiental: el ejército es el principal contaminante del estado. Los fuegos incontrolados originados por los ejercicios con fuego real, la degradación del océano y el agua potable, los agentes tóxicos en las tierras, el agua y el aire, y las municiones sin detonar ponen en peligro la vida de los residentes, sobre todo de los hawaianos nativos, que viven en contacto más directo con la tierra y el océano.

Destrucción cultural: si bien no existe un inventario completo de los lugares culturales y los yacimientos arqueológicos hawaianos, las actividades de construcción, desarrollo y entrenamiento del ejército destruyen todo rastro cultural. El impacto medioambiental y cultural del ejército también puede influir en otros sectores económicos, como la agricultura y el turismo.

Educación: la Ayuda de Impacto federal, supuestamente concebida para compensar a los estados por los costes que entraña educar a los hijos del personal militar es totalmente inadecuada, y cubre menos del 11% de los costes estatales.

Vivienda: la presión que ejercen las familias del ejército sobre el mercado local de la vivienda hace que suban los precios para todos los residentes.

Economías alternativas: el desarrollo militar ha destruido o hecho inaccesibles zonas tradicionales de pesca. Se han destruido lagunas de peces milenarias. La ocupación militar de las tierras priva a los agricultores de su uso.

Algunos grupos hawaianos y ecologistas siguen protestando contra el ejército, haciendo frente a la expansión de la base Stryker a través de los tribunales, trabajando en la educación por la paz y luchando contra el daño medioambiental y cultural provocado por el ejército.

 
 

 

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