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Los tentáculos del imperio. (IX)
Delitos sexuales y prostitución: Okinawa

TNI : Sarah Irving, Wilbert van der Zeijden, Oscar Reyes
TNI / CEPRID
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La peculiar mezcla de machismo y militarismo que reina en las bases militares estadounidenses entraña, por lo general, problemas en las relaciones con las mujeres locales. Las zonas cercanas a las bases suelen registrar niveles elevados de prostitución, mientras que, debido a los acuerdos gubernamentales que protegen a los soldados estadounidenses de toda acción legal, los delitos sexuales raras veces topan con la dureza penal que les corresponde.

Las autoridades militares estadounidenses parecen simpatizar con la idea de que la prostitución es una buena manera de que los soldados estacionados a miles de kilómetros de sus mujeres o novias “se desahoguen”. El bienestar de las mujeres que proporcionan estas ofertas de “descanso y recreo” no suele ser motivo de inquietud, a pesar de que la prostitución que rodea bases y puertos utilizados por los buques estadounidenses en las Filipinas y Tailandia alimenta el tráfico de mujeres por todo el Sudeste Asiático y que las condiciones de vida y los niveles de salud entre las trabajadoras sexuales suelen ser precarios.

La actitud de los médicos del ejército estadounidense con respecto a las mujeres que desean realizarse la prueba del VIH es muy reveladora: se hacen análisis para garantizar que las mujeres sean una mercancía segura, no contagiada por el VIH, para los soldados, pero no se les ofrece asesoramiento sobre cómo reducir el riesgo en las prácticas sexuales ni medidas de protección. Si bien los jefes militares pueden desentenderse del bienestar de las trabajadoras sexuales por considerarlo una cuestión que depende de la propia elección profesional de las mujeres, la realidad manifiesta una situación mucho más compleja, y muchas mujeres no eligen esta vía como profesión, sino que se consideran auténticas compañeras sentimentales y quedan conmocionadas cuando se encuentran abandonadas en el momento en que los soldados son trasladados. Se calcula que, desde 1945, sólo en Filipinas, han nacido unos 50.000 niños no reconocidos de soldados estadounidenses; niños que no reciben ninguno de los beneficios de las familias de los militares, como atención médica, vivienda y educación. Problemas parecidos se han detectado en torno a las bases estadounidenses en Alemania y Reino Unido.

Los ejemplos más extremos del uso y abuso de mujeres por parte de soldados estadounidenses se encuentran en los elevados índices de delitos sexuales, pedofilia incluida, cerca de las bases. Algunos casos muy conocidos, como el asesinato de una joven trabajadora de un bar a manos de un soldado estadounidense en Corea en 1992 y la violación de una niña de 12 años en Okinawa por tres soldados en 1995, son apenas la punta del iceberg de las dificultades cotidianas a las que deben hacer frente mujeres y niñas que viven en las ciudades donde se ubican las bases, desde Honduras a Guam, pasando por el Labrador. Estudios sobre la ocupación estadounidense de Japón en los años cincuenta revelan que los soldados entregaban a las víctimas de sus violaciones víveres racionados con el fin de convertir el delito –al menos a ojos del autor– en un trato comercial. Al aprobar el uso de esta prostitución a gran escala y negarse a asumir responsabilidades con respecto a la seguridad de las mujeres que se encuentran en torno a sus bases, la actitud del ejército estadounidense facilita y fomenta que las mujeres sean utilizadas como objetos.


Okinawa

El 75% de las bases estadounidenses en Japón se concentra en Okinawa, una diminuta isla que representa apenas el 0,6 por ciento de territorio del país. Éstas ocupan gran parte de los mejores terrenos agrícolas y espacios pesqueros de la isla, además de provocar una grave contaminación medioambiental y acústica. Por si fuera poco, las bases también han dado lugar a un elevado índice de delincuencia y un nivel inquietante de violencia sexual, tal como explica Suzuyo Takasato, de Mujeres de Okinawa contra la Violencia Militar:


Okinawa es un lugar en el que las fuerzas armadas han aprendido a hacer daño y matar, durante más de 60 años, a muy corta distancia de la población local. Esta situación alimenta una violencia estructural, es decir, que va más allá de los delitos perpetrados por determinados soldados.
Cuando tres soldados estadounidenses violaron a una niña de 12 años en septiembre de 1995, un caso tristemente conocido, la conmoción fue tal que la sociedad no pudo permanecer en silencio. Pero en Okinawa hay también una larga historia de violencia y hostigamientos a raíz de la presencia de las bases. Durante la posguerra, incluso después de la Batalla de Okinawa y durante la Guerra de Corea, todo Okinawa se convirtió en un territorio sin ley. Los soldados estadounidenses violaban a las mujeres, amenazándolas a punta de pistola, en los campos y en las calles, e incluso secuestrándolas delante de sus familias. De ahí surgieron muchos embarazos no deseados; todas las mujeres de Okinawa eran posibles víctimas de la violencia sexual, independientemente de su edad. Se dio, por ejemplo, un caso con un bebé de nueve meses en 1949 y con una niña de seis años, violada y asesinada, en 1955.
Durante la Guerra de Vietnam, la terrible violencia practicada por los soldados estadounidenses, que actuaban en un estado psicológico extremadamente inestable y frenético, se dirigió también hacia la mujeres que vivían en las zonas cercanas a las bases. En aquella época, morían entre dos y cuatro personas estranguladas cada año, y muchas mujeres vivían con temor ante este posible destino.
Okinawa volvió a estar bajo administración japonesa en 1972, pero la violencia no se detuvo e incluso se hizo más crónica. Hubo una serie de violaciones e intentos de violación, así como abusos sexuales en lugares públicos e incluso un caso en que se allanó un domicilio privado. Entre las víctimas, había una niña de 10 años y otra de 14.
Cuando se produjo la violación de aquella niña en 1995, yo estaba organizando un taller con otras mujeres de Okinawa en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, sobre el tema de la violencia militar contra las mujeres en nuestra isla. Cuando volvimos a casa y supimos más detalles del caso, decidimos romper el silencio que acompañaba a aquella violencia. Así que fundamos Mujeres de Okinawa contra la Violencia Militar, una asociación que pretende acabar con el poder y la violencia militares. Al mismo tiempo, abrimos un centro de asesoramiento para intervenciones de emergencia en caso de violaciones, que presta apoyo a las víctimas de la violencia sexual. Elaboramos una cronología de delitos sexuales cometidos por soldados estadounidenses durante la posguerra que sirvió para desvelar unos niveles de violencia antes desconocidos.
También organizamos una Caravana de la Paz a los Estados Unidos en 1996 y 1998 para concienciar a los ciudadanos estadounidenses sobre la realidad de las actividades de sus soldados y debatir con ellos. En 1997 formamos la Red de Mujeres contra el Militarismo de Asia Oriental-Estados Unidos-Puerto Rico, junto con mujeres de Filipinas, Corea, los Estados Unidos y Puerto Rico, con la idea de compartir nuestras experiencias sobre los efectos negativos de las bases sobre las mujeres, los niños y el medio ambiente, aprender de forma colectiva de nuestras propias actividades y ayudarnos mutuamente. En Okinawa, 34 organizaciones se unieron en 1999 para poner en marcha la Red Ciudadana de Okinawa, de la que soy una de las coordinadoras.
Sin embargo, las bases siguen aquí, y se están construyendo unas nuevas instalaciones ‘flotantes’ en la bahía de Henoko, también en la provincia de Okinawa, para sustituir a la peligrosa base de Futenma. En un referéndum ciudadano se emitió un ‘no’ categórico a esta nueva base, mientras varios grupos ciudadanos iniciaban acciones de resistencia en el mar durante más de 600 días, obligando a que se detuvieran los planes de construcción. Fue la victoria del poder de la esperanza que cree en la vida, la paz y la coexistencia, y niega toda forma de poder militar y violencia.

 

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