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Los tentáculos del imperio. (VII)
Peligros para la salud: Guam

TNI
TNI / CEPRID
3 - IX - 07

Las bases militares estadounidenses no son precisamente un ejemplo de buena vecindad. No sólo albergan tropas y actúan como un eslabón vital de las operaciones militares, sino que muchas de ellas funcionan también como terreno de pruebas para el amplio abanico de armas –químicas, biológicas y nucleares– con que sueñan los militares de alto rango. E incluso cuando simplemente se dedican a sus actividades cotidianas, pocas veces se acuerdan de limpiar tras su paso. Como consecuencia de lo mencionado, las bases militares estadounidenses van acompañadas de toda una serie de riesgos para la salud. Agentes contaminantes peligrosos, como uranio empobrecido y gases neurotóxicos, además de minas y proyectiles sin detonar, siguen plagando terrenos de pruebas como Vieques y varias bases panameñas. Esto impide que la población vuelva a terrenos ya abandonados y, en el caso de Panamá, ha provocado la muerte de numerosas personas que entraron en la zona de casi 15.000 hectáreas que ocupaban antiguos polígonos de tiro y que, durante mucho tiempo, no estuvieron valladas ni debidamente señalizadas. En lugares como la base aérea de Clark, en Panamá, no se han almacenado de forma adecuada agentes químicos muy peligrosos, que se han filtrado en tierras y aguas subterráneas y, de este modo, se han convertido en origen de multitud de enfermedades entre la población local.

Incluso en aquellos casos en que los experimentos con armas químicas y nucleares no liberan toxinas en la atmósfera, los efectos de las bases militares sobre la salud pueden ser graves. Pruebas realizadas en la antigua base naval estadounidense de la bahía de Subic, en Filipinas, han revelado la presencia de agentes químicos tóxicos, como bifenilos policlorados (BPC), plomo y carburantes en las aguas subterráneas, donde contaminan las fuentes de agua de uso doméstico y provocan un elevado índice de afecciones. Según comentarios de ex empleados militares, en la bahía de Subic se vertieron “toneladas de productos químicos tóxicos”. Además, los desplazamientos de población, así como la degradación cultural y económica, que imponen las autoridades de las bases estadounidenses y los gobiernos que las acogen y las respaldan también pueden generar altas tasas de trastornos mentales y emocionales, y suicidios, sobre todo entre las poblaciones más marginadas, como las expulsadas de Diego García y Thule (Groenlandia).


Guam

La colonia estadounidense de Guam (Guåhan en el idioma autóctono) ha padecido una intensa y amplia contaminación a causa de las bases militares estadounidenses. El impacto sobre la salud de estas bases es precisamente uno de los puntos principales de las campañas organizadas en su contra por los habitantes de Guam, tal como explica la activista Fanai Castro:

La colonización estadounidense de nuestras islas desde 1898 hasta la fecha ha provocado una tremenda contaminación procedente de fuentes militares. Entre las sustancias peligrosas que se han arrojado en la zona cabría mencionar, por citar sólo algunos ejemplos, BPC; agentes naranja, azul y púrpura; y DDT. También hemos estado expuestos al vertido de metales pesados y municiones.

Tampoco se ha dado cuenta de los casi 450.000 kg de botes de gas mostaza que se almacenaron en Guåhan hace décadas, y que aún se pueden encontrar en la selva o al cavar en la tierra. La aldea de Tanåpag, en Sa’ipan, fue contaminada con los BPC transportados hasta allí por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, y causaron un elevado índice de casos de cáncer. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército y la Agencia de Protección Medioambiental de los Estados Unidos ‘remediaron’ este problema construyendo una incineradora en la zona y quemando las tierras contaminadas.

Durante la carrera armamentística de la Guerra Fría, los Estados Unidos hicieron detonar más de 168 bombas nucleares en el Pacífico noroccidental, que propagaron sus radiaciones a toda la región a través de las corrientes marinas y los vientos alisios. Nuestro archipiélago, situado a casi 2.000 km de las Islas Marshall, fue contaminado por lluvias radiactivas entre 1946 y 1958. En noviembre de 1952, un oficial registró niveles tan extremos de radiactividad con su detector Geiger que informó inmediatamente de ello a sus superiores, que le ordenaron que ‘ignorara la radiactividad y mantuviera el pico cerrado’. Esto se ha traducido en un alto índice de cánceres relacionados con la exposición a radiaciones.

Según un cálculo muy conservador, una tercera parte de nuestra isla de 550 km2 está dominada por el ejército estadounidense. No obstante, esta cifra está aumentando rápidamente porque la ‘guerra global contra el terrorismo’ ha encontrado en nuestras tierras y aguas un excelente parque de recreo para la actividad bélica. La zona se utiliza, entre otras cosas, para formación militar y ‘juegos’ de guerra, y alberga además un puerto base de portaaviones, submarinos nucleares y una Fuerza de Ataque Global compuesta por aviones de reconocimiento no tripulados y aviones cisterna, cazas F/A-22 y bombarderos. Se calcula que, de aquí a 2014, trasladarán a la isla más de 55.000 empleados del ejército, sus familiares y trabajadores temporales, que se añadirán a una población ya importante, de unos 170.000 habitantes. La Marina ya ha iniciado el dragado del puerto de Apra para dar cabida a seis submarinos nucleares. De nuevo, hay que dejar claro que no se ha dado a la población la suficiente información sobre cómo afectará todo esto a nuestro entorno y nuestra salud.

Para todos los que vivimos en zonas de fuerte concentración militar, lo que está en juego es nuestra salud física, mental y espiritual. Involucrarse en el movimiento de protesta es lo más natural. Es algo que surge por el simple hecho de sobrevivir como pueblo indígena chamorro en una patria colonizada. Estamos interconectados con nuestro entorno: los residuos tóxicos que se vierten en el océano o se entierran en nuestro suelo diezman y acaban matando la vida que florece a nuestro alrededor. Para los que somos conscientes de lo que está pasando en el mundo hoy día, se trata de una pesada responsabilidad. Frente a tales adversidades, la principal lucha es con nosotros mismos, es la lucha por seguir siendo humanos. Este aumento de la concentración militar se vive con tal pesimismo que muchos sienten que no pueden hacer nada para cambiar lo que está pasando. Pero debemos concebir un futuro mejor y tener el valor de actuar sobre ello, plantando las semillas de la diversidad

 

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