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Medio Oriente
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Líbano, una guerra fría cada vez más caliente
“Líbano, un pequeño país que tal vez esté llamado a jugar un gran papel en el futuro no ya de Oriente Medio, sino de todo el mundo árabe”. Con esta frase me despedían amigos en el aeropuerto de Beirut hace algo más de un año. La capital comenzaba a reponerse de los bombardeos israelíes contra los barrios shiíes y había sido testigo de una de las escenas que mejor pueden ayudar a comprender qué está pasando en la actualidad. En Madrid, capital del Estado español, hay dos localidades –Alcobendas y San Sebastián de los Reyes- separadas por una calle. Supongo que algo parecido ocurrirá en otras megaciudades que, como consecuencia del desarrollo y especulación urbanística, han ido expandiéndose hasta hacer obsoletos los límites municipales. En Beirut ocurre algo similar, sólo que allí una calle es la frontera que separa los barrios cristianos de los musulmanes. Es el caso del barrio cristiano-maronita de Ain Al-Rumaneh y del barrio shií de Shayyah. Aquí se escribieron unas de las más sangrientas líneas de la guerra civil libanesa. Son barrios donde predomina la clase media-baja, en el caso cristiano, y la clase baja, rozando la pobreza, en el shíi. Según los datos de la Central General de Trabajadores de Líbano el 54% de la población libanesa roza el umbral de la pobreza. El gobierno, como es lógico, rebaja sensiblemente esta cifra y habla de un 31%. Una cifra impresionante, en cualquier caso. Sin embargo, lo que no puede negar el gobierno es que el poder adquisitivo de los libaneses se redujo el 15% durante el año 2007 (1). Y es esta situación, con una clase media empobreciéndose progresivamente y una clase baja que no sale de la miseria donde se ha producido el acercamiento, incluso la comprensión mutua prescindiendo del tan manido enfrentamiento religioso. A primeros de 2006 se produjo un hecho inimaginable en la situación política libanesa: el acuerdo entre el Movimiento Patriótico Libre (cristiano) y Hizbulá (shií). Simbólicamente, el acuerdo se firmó en la calle que separa Ain Al-Rumaneh y Shayaah. Dos años después, el 6 de febrero de 2008, sus protagonistas, Michel Aoun y Hassan Nasralá, respectivamente, han vuelto a escenificar el acuerdo en el mismo sitio y refrendando la vigencia de lo firmado hace dos años. Un acuerdo que va más allá del ámbito político entre dos formaciones que están en muchos aspectos casi en las antípodas pero que se han puesto de acuerdo en un programa de mínimos y que, también, se puso de manifiesto durante la guerra contra Israel del verano de 2006. Muchos vecinos cristianos de Ain Al-Rumaneh, militantes del Movimiento Patriótico Libre, abrieron sus casas a las familias vinculadas a Hizbulá del barrio de Shayyah para que pudiesen huir de los bombardeos israelíes de las zonas shiíes. Este vínculo se mantiene hoy. La alianza entre el MPL y Hizbulá es mucho más fuerte de lo que algunos creen y es lo que hace que la situación política libanesa adquiera una relevancia que trasciende el ámbito local para convertirse en un referente para la zona, incluso para todo el mundo árabe. La decadencia económica En Líbano hay que comenzar a hablar de un conflicto de clase. Tal vez pueda pensarse que es un concepto arriesgado, pero la revuelta popular que se produjo en enero de 2007 en contra de la política económica del gobierno neoliberal y fondomonetarista de Fouad Siniora (2) puso sobre la mesa un nuevo elemento que no suele aparecer en los análisis que se publican sobre la situación libanesa: el progresivo empobrecimiento de la enorme mayoría de la población a mayor gloria de la élite cristiana y suní. Como en otras partes del mundo, la brecha entre ricos y pobres en Líbano se agranda cada día. Según datos de la revista Euromoney Líbano ocupa en estos momentos el puesto 127 (de un total de 185) en la categoría de riesgo-país. A posición más baja, mayor riesgo para el capital internacional. Además, otra calificación negativa sobre el país ha venido de firmas como Moody’s y Standard & Poor’s, lo que complica los intentos del gobierno de Siniora de obtener préstamos en los mercados internacionales a bajo interés. Y, por si todo ello fuese poco, Líbano ocupa el puesto 16 de entre los 19 países árabes (3). Estas cifras ponen de manifiesto el fracaso de cumbres megalómanas como las de la famosa Conferencia de Donantes celebrada en enero de 2007 en París (que se conoce como París III) y en la que supuestamente se ofrecieron 5.850 millones de dólares para revitalizar la economía del país. Los datos anteriores expresan lo que es la cotidianeidad del ciudadano libanés: el costo de la vida ha llegado a su máximo histórico con las subidas de los productos básicos (pan, leche, arroz, azúcar, carne). El país se derrumba en medio de una deuda externa de 42.000 millones de dólares y por la situación de debilidad del dólar y la alarmante subida de los precios del petróleo, lo que hace que la proletarización de la mayoría de los habitantes de Líbano esté a la vuelta de la esquina. Por lo tanto, no es descartable a medio plazo una nueva revuelta popular por la situación económica. Y si esa revuelta se produce, ya no será sólo una revuelta, más o menos pacífica, más o menos violenta, sino una guerra civil que ya no será sólo entre los pro-occidentales de la coalición “14 de Marzo” y la oposición representada en la coalición “8 de Marzo”, sino entre clases. De hecho, la CGT ha comenzado a exigir un incremento del salario mínimo hasta las 950.000 libras libanesas (en la actualidad es de 300.000 libras libanesas, unos 192 euros), lo que implica una petición de subida que triplica el salario mínimo actual, que se mantiene inalterable desde 1996. Y la CGT, que cuenta con 350.000 afiliados y suma el apoyo de las fuerzas del “8 de Marzo”, ha amenazado con una nueva etapa de protestas y huelgas si sus demandas no son atendidas (4) no sólo en el aspecto económico, sino social. La CGT se opone a la privatización de los servicios públicos que pretende Siniora (entre las que están la compañía nacional de electricidad, Electricite du Liban; la compañía aérea MEA, la gerencia del aeropuerto internacional Rafiq Hariri de Beirut, y los sistemas de agua y depuración de aguas residuales, entre otras cuestiones) y reclama la inmediata mejora de las prestaciones médicas y sociales. Mientras el gobierno se enroca, amparado por sus aliados occidentales y árabes, los empresarios, conscientes de la gravedad de la situación, han dado el primer paso y ofrecen aumentar el salario mínimo hasta 375.000 libras libanesas (243 euros), muy lejos de lo que piden los sindicatos pero lo que supone un movimiento significativo que parece marcar el camino a un gobierno paralizado. Los empresarios ven las orejas al lobo y quieren si no parar, al menos retardar la explosión social que se avecina. Y es que, efectivamente, la situación es explosiva. Hay barrios concretos de Beirut que sólo tienen energía eléctrica 6 horas al día. Aunque casi todos los barrios, con independencia de si son cristianos, suníes o shiíes sufren cortes de electricidad, son los barrios shiíes los más afectados y es aquí donde las familias más humildes no pueden correr el lujo de pagarse un generador diesel para tener luz eléctrica. Por el contrario, los barrios lujosos del centro de Beirut cuentan con electricidad 20 horas al día. Y la situación en el resto del país no es diferente. Por ejemplo, en el valle de la Bekaa –feudo tradicional de Hizbulá- el corte de electricidad se produce sistemáticamente a partir de las 6 de la tarde. Esto ya ha provocado una pequeña revuelta el 27 de enero que fue reprimida por el ejército, causando varios muertos, en un incidente que está siendo investigado y por el que están detenidos varios soldados y oficiales del ejército libanés. Ya colectivos de trabajadores concretos, como los taxistas, han realizado acciones de bloqueo de carreteras en protesta por el aumento del precio del combustible. No obstante, esta protesta de taxistas no fue seguida en el barrio suní de Hamra, lo que indica una posible división dentro de los trabajadores en función de su adscripción político-religiosa. Y más recientemente, el día 17 de marzo, los trabajadores de la compañía aérea MEA realizaron una sentada en el aeropuerto internacional de Beirut en protesta por los planes de privatización (5). La flota de EEUU, la OTAN y la FINUL Es en este marco en el que hay que ver la presencia de la flota estadounidense que, encabezada por el portaaviones USS Cole, se ha posicionado en aguas internacionales pero enfrente de Beirut. No es sólo un aviso a Siria, como han interpretado algunos, ni un intento de desviar la atención de la represión israelí sobre Gaza, como han dicho otros, sino un claro intento de intervenir en los asuntos internos libaneses, un claro reforzamiento por las armas del gobierno neoliberal de Siniora y un amedrentamiento evidente, con amenaza de intervención militar, de las fuerzas populares y patrióticas que se oponen a las políticas del gobierno. En especial, es una amenaza directa contra Hizbulá después que el secretario general de este movimiento político-militar declarase en los funerales por el asesinado Imad Mughniye que si Israel quería una guerra abierta, la habría. --------------
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