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¿Por qué una campaña contra Monsanto? (I)

Gabriela Soriano y Mariela Zunino
CIEPAC / CEPRID
15 -I -08

"Alimento, Salud, Esperanza", ese es el lema de Monsanto, una compañía que tiene más de 100 años de existencia y actualmente está presente en más de 100 países. Se presenta a sí misma como una empresa que busca satisfacer la creciente necesidad mundial de alimentos y fibras, conservar los recursos naturales y proteger el medio ambiente. Sin embargo, allí donde Monsanto se encuentra presente, sólo se vislumbra muerte, privatización de tierras, amenazas a campesinos, contaminación, enfermedad y destrucción del medio ambiente. Este boletín forma parte de una Campaña Informativa que busca mostrar por qué Monsanto representa un peligro para nuestros pueblos y naciones. Frente al vertiginoso avance de las empresas transnacionales sobre nuestros recursos, vemos una situación de desinformación generalizada que deriva en la inacción y el no saber actuar frente a estos procesos. Nuestro objetivo es sensibilizar e informar a la sociedad civil acerca de qué es lo que realmente está pasando con nuestros alimentos.


¿Quién es Monsanto?

La Compañía Monsanto nace en 1901, en San Louis Missouri en los Estados Unidos, donde aún tiene sus oficinas centrales. En sus inicios, esta compañía sólo fabricaba un endulzante artificial conocido como sacarina. Hacia los años 20, Monsanto se convirtió en una de las principales compañías fabricantes de ácido sulfúrico, y PCB's (bifenilo policlorado), entre otras sustancias químicas que se utilizan en la industria electrodoméstica e hidráulica. Durante los años 40 el negocio de Monsanto estaba enfocado principalmente en la fabricación de plásticos y fibras sintéticas. Desde aquellos años, Monsanto se ha mantenido entre las 10 compañías químicas más grandes del mundo.

A finales de los años 40, Monsanto fabricaba herbicidas que contenían dioxina, una sustancia altamente contaminante y que había enfermado a muchos trabajadores y personas que estuvieron en contacto con ella. Así hacia los años 50 los especialistas en guerra química de los Estados Unidos se interesaron en esta sustancia como una posible arma química y Monsanto hizo acuerdos con ellos.


Vietnam: Armas químicas


En los años 60 y principios de los 70, Monsanto contribuyó a la contaminación, muerte y enfermedad de millones de vietnamitas durante la guerra entre Vietnam y los Estados Unidos. En esa época se rociaron 80 millones de litros de herbicidas (químicos) sobre Vietnam, en una superficie aproximada de 1.5 millones de hectáreas para despejar los bosques y facilitar los bombardeos a la población. Entre los productos que se rociaron estaba el Agente Naranja, un poderoso defoliante, ¿quién fue el responsable de su fabricación? Monsanto. Estos químicos destruyeron bosques, campos de arroz, cosechas enteras, envenenaron las aguas y provocaron graves daños al medio ambiente, además de envenenar a la población y provocar enfermedades como cáncer y defectos de nacimiento. Treinta años después, aún hay casos de niños que nacen con deformidades provocadas por el contacto de las madres con estas sustancias.

No sólo la población de Vietnam resultó afectada por estos químicos, también los soldados Estadounidenses que estuvieron expuestos al Agente Naranja tuvieron problemas, algunos presentaron después de algunos años, cáncer en la piel y algunos tipos de tumores cancerígenos.

La privatización de la vida

En los últimos años, la compañía química Monsanto, ha dado un paso más al convertirse en una empresa agrícola. Ahora, es la principal productora de semillas y controla gran parte del sistema agroalimentario. Este consiste en una estructura de redes a nivel mundial, que implica el uso de insumos, la producción, el procesamiento y el mercadeo de bienes agroalimentarios. Todo ello deriva en una cadena de agronegocios, hoy dominada y dirigida por grandes empresas transnacionales. Lo que buscan las compañías como Monsanto es tener el control total del sistema agroalimentario en el mundo. Actualmente, este sistema es monopolizado por unas cuantas empresas, entre las que destacan Monsanto, Cargill, Nestlé, Unilever y ConAgra. Esto trae fuertes implicaciones para las economías de los países, modificando sus paisajes, sus comunidades rurales y hasta los hábitos alimenticios de sus sociedades.

No conforme con lo anterior, quiere controlar también el agua, que es un elemento esencial para la vida, pero también un recurso indispensable para la producción agrícola. Así, con el control de las semillas y del agua en el mundo, la empresa se asegura la producción completa de la cadena alimenticia.

¿Cómo operan las empresas como Monsanto?

Existe una concentración vertical en el sistema agroalimentario que consiste en la formación de bloques construidos por empresas e instituciones que se ubican en una misma zona geográfica y que intervienen a lo largo de todas las fases del proceso agroalimentario. Por ejemplo, Cargill, el gigante de los granos, fertilizantes y alimentos de ganado, se une con Monsanto, el dueño de los transgénicos, y con Krohger para la distribución al menudeo. Las empresas se unen para acaparar todo el proceso de los alimentos, desde su producción hasta su distribución.

La fuerte integración vertical de este sistema genera relaciones monopólicas que afectan la autonomía del agricultor. La creciente dependencia a la provisión de semillas, insumos y paquetes tecnológicos se ve acompañada por una disminución en la capacidad de negociación del agricultor. Como contrapartida, los grandes capitales agroindustriales incrementan su rentabilidad imponiendo condiciones a lo largo de toda la cadena agroalimentaria, desde el tipo de semilla, los precios, la calidad del producto, su traslado y hasta su presentación.

El control corporativo es una de las estrategias y objetivos principales de las transnacionales. Existen solo un puñado de empresas que producen transgénicos y Monsanto es la más grande de ellas, ya que es responsable del mayor porcentaje de cultivos transgénicos en el mundo. Por primera vez en la historia existe tal concentración, en términos de una empresa que domina de esa forma un mercado tan fundamental para la sociedad como es el rubro de los alimentos. En 1980 existían en el mundo alrededor de 7 mil empresas semilleras para uso comercial; desde hace una década, las empresas de punta en la producción de agroquímicos, como Monsanto, Dupont y Bayer, comenzaron un proceso acelerado de compra de compañías semilleras. De este modo comenzaron a promover la venta de semillas transgénicas y sus agrotóxicos en forma de paquete, ya que más de los dos tercios de transgénicos en el mercado son resistentes a sus agrotóxicos. Actualmente, las 10 empresas semilleras más grandes acaparan el 55% de la venta de semillas de uso comercial. Monsanto es la tercera empresa semillera más grande del mundo, a la vez que ocupa el cuarto lugar en agroquímicos, pero es la primera en cuanto a transgénicos.

La aceleración en la producción de transgénicos es alarmante. En tan solo 20 años, desde el año 1982 en que se creó la primera planta transgénica, hasta el 2003, ya se había cultivado un área de 67,7 millones de hectáreas sin conocer (a la fecha) las posibles consecuencias sobre la salud y el medio ambiente.

Sólo 5 empresas controlan el mercado de transgénicos en el mundo y de estas, la Compañía Monsanto tiene más del 90% del mercado de las plantas transgénicas; las otras cuatro empresas son Aventis, Syngenta (antes Novartis), BASF, DuPont y Dow. Estas empresas también producen el 60% de los plaguicidas y el 23% de las semillas comerciales que se venden en el mundo.

La mayoría de los transgénicos están diseñados para que tengan que utilizar los agroquímicos de la misma empresa que los produce. Así venden transgénicos y agroquímicos, todo en el mismo paquete. Esto es un negocio redondo.

Todo ello deriva en un modelo de dependencia: las empresas transnacionales de los agronegocios como Monsanto buscan generar lazos de dependencia con agricultores y campesinos. La idea es que la venta de la semilla, para que obtenga el mejor resultado, venga acompañada de todo un paquete tecnológico, que, claro está, lo vende la misma empresa. El objetivo es obligar a la gente a consumir lo que ellos producen.

De este modo, en una era donde la agricultura ha devenido en agronegocio, cabe preguntarnos: ¿Por qué estamos permitiendo que las decisiones fundamentales acerca de nuestra tierra y alimentos no sean tomadas por los agricultores, ni siquiera por los propios gobiernos, sino por transnacionales como Monsanto? ¿Por qué dejamos la decisión acerca de qué sembrar, cómo, y a quién venderlo en manos de las empresas?

La Soberanía Alimentaria, derecho fundamental de nuestros pueblos

El argumento principal de la Compañía Monsanto para inundarnos de transgénicos es que logrando una mayor producción de alimentos se va a acabar el hambre en el mundo. Sin embargo, el problema de hambre no se debe a la falta de producción de alimentos sino a la distribución inequitativa y la falta de acceso a ellos. A pesar de que en el mundo hay suficientes alimentos para todos y todas, la cifra total de personas que sufren hambre es de aproximadamente 852 millones, de estos, 815 millones viven en los países en desarrollo. La Soberanía Alimentaria es el derecho de todos los pueblos, a controlar y decidir soberanamente sobre toda la red alimenticia, desde la producción hasta el consumo, para poder lograr la autosuficiencia alimentaria. Es el derecho a decidir sobre los propios alimentos, de modo que sean apropiados a las circunstancias exclusivas de un pueblo, en el sentido ecológico, social, económico y cultural.

Para garantizar la soberanía alimentaria, es necesario que haya una promoción y recuperación de las prácticas y tecnologías tradicionales, que aseguren la conservación de la biodiversidad y la protección de la producción local y nacional.

Monsanto contra los campesinos

Monsanto es la principal productora de semillas transgénicas en el mundo. Estas semillas tienen genes patentados, esto quiere decir que los campesinos tienen que pagar a la empresa cada vez que las siembran; en caso de que no le paguen, Monsanto puede demandarlos por utilizar ilegalmente sus productos. Esto impide que los campesinos puedan guardar las semillas para la siguiente cosecha como se hace tradicionalmente en el campo mexicano, y en diversas partes del mundo.

De este modo, Monsanto patenta la vida, modifica genéticamente plantas y animales, fabrica virus y bacterias y luego vende paquetes tecnológicos que tienen como objetivo obligar a los campesinos de los países pobres a comprar todos los años las semillas, y todo lo que se necesita para cuidarlas y mantenerlas, principalmente los agroquímicos producidos por la misma empresa. Así vemos que a la compañía Monsanto no le interesa acabar con el hambre en el mundo, tampoco la salud humana o el medio ambiente. A Monsanto el único beneficio que le interesa es el suyo.

Maquinaria legal contra campesinos

Algunos números nos ayudan a entender el modus operandis de Monsanto en su arremetida contra los campesinos:
- 500: número de campesinos estadounidenses investigados anualmente por Monsanto.
- 10 millones de dólares: El presupuesto anual de Monsanto destinado a investigar y procesar granjeros en Estados Unidos
- 3,052,800 dólares: la ganancia más grande registrado a favor de Monsanto como resultado del juicio por la demanda a un granjero.
- 12 millones de dólares: la cantidad que obtuvo Monsanto hasta el año 2005 por demandas a granjeros.
- 8 meses: La sentencia de prisión más larga, dada a un granjero de Tennessee, condenado por violar un acuerdo con Monsanto.

El caso de Percy Schmeiser

En 1998, Percy Schmiser, un agricultor canadiense de 71 años de edad, recibió una demanda por parte de la compañía Monsanto por "utilizar ilegalmente" semillas de canola de la empresa. El agricultor alegó que su cultivo de canola tradicional fue contaminado por canola transgénica que sembraron sus vecinos, él nunca compró ni sembró semillas transgénicas de la empresa, pero esto no sirvió para que la corte fallara en favor de la compañía y el agricultor tuviera que pagar 153 mil dólares (un millón 600 mil pesos, aproximadamente) por daños a la empresa. Así, muchos otros campesinos, principalmente en Estados Unidos, han recibido demandas por parte de la empresa, con pocas posibilidades de ganar aunque la razón esté de su lado.

Acerca de los organismos genéticamente modificados

Los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), mejor conocidos como transgénicos, son seres vivos creados artificialmente en laboratorios científicos, a los que se le ha modificado la estructura genética. Los genes son los que le dan a cada organismo ciertas características. En las personas los genes nos dan el color de los ojos, de la piel, ser altos o chaparros, etc. Lo que hace la ingeniería genética es modificar estas características poniendo genes de un organismo en otro para darle características que no podría tener naturalmente. Así, por ejemplo, una planta de maíz transgénico resistente a herbicidas fue modificada en su estructura para agregarle el gen de una bacteria. A una planta común se le modifica para que tenga características especiales que naturalmente no podría tener.

Uno de los transgénicos mayormente comercializados es el Maíz BT, que resulta de la unión de un tipo de maíz con el gen de una bacteria llamada Bacillus Thuringiensis (BT), un insecticida natural que se encuentra en la tierra. Lo que resulta de esta unión es un maíz resistente a ciertos insectos. Esa bacteria que había sido utilizada como insecticida natural desde los años 20 ahora ha sido apropiada y patentada por estas empresas. En los Estados Unidos, alrededor de 30% del maíz es genéticamente modificado con el pesticida Bt y México importa millones de toneladas de maíz de los Estados Unidos. Empresas como Maseca usan este maíz para sus productos industriales.

¿Quién quiere transgénicos y quien no?

La discusión sobre la creación y uso de transgénicos está dividida en dos posturas opuestas:

La primera, de las corporaciones y algunos investigadores promotores de los OGM, defienden la producción y uso de transgénicos. Estos argumentan que la ingeniería genética tiene beneficios como: mayor productividad, mejor calidad de los productos, resistencia de las plantas a ataques de insectos, disminución del uso de plaguicidas, y disminución de efectos dañinos al medio ambiente así como el combate a la necesidad mundial de alimentos.

El segundo grupo (organizaciones ambientalistas, ecologistas, sociales, ONG's, agricultores, indígenas, campesinos, etc) se oponen a la producción y uso de transgénicos, entre sus argumentos destacan que:

- El control de la producción y distribución de productos agrícolas queda en manos de unas cuantas empresas rompiéndose el equilibrio en el desarrollo y procesamiento de nuestros alimentos y pone en riesgo la soberanía alimentaria de los pueblos.

- Rompe con tradiciones milenarias como guardar las semillas para el siguiente ciclo agrícola. Debido a leyes impuestas por la Organización Mundial del Comercio, que favorecen a estas empresas, las semillas transgénicas no pueden guardarse, tienen que ser compradas nuevas semillas para el siguiente ciclo. Para esto están promoviendo la tecnología "terminator" (de la que hablaremos más adelante).

- Nada comprueba que los OGM sean seguros para la salud humana y para el medio ambiente, hay casos en los que se ha demostrado que los OGM son dañinos para algunas especies. La biodiversidad se pone en riesgo.

- En muchos países no existen regulaciones que impidan a las empresas experimentar e incluso producir OGM's, en muchos casos las empresas lo hacen sin siquiera informar qué están haciendo y cuáles podrían ser las consecuencias.

- La sobreproducción de alimentos no acabará con el hambre del mundo, sino su justa distribución.

- Las siembras de transgénicos contaminan las tradicionales sin que se pueda evitar.


México transgénico

En México, como en muchos otros países del mundo, los productos transgénicos también nos invaden. Desde 1982 hasta el año 2000, nuestro gobierno había otorgado 151 permisos a empresas e instituciones para el cultivo de transgénicos. De esto, la población no ha sido consultada en ningún momento.

Los transgénicos están en nuestro campo y en nuestros platos, y muchas veces ni siquiera lo sabemos. La superficie aproximada en la que se ha dado autorización de sembrar o experimentar con transgénicos es de 153,000 hectáreas. Sin embargo, tenemos que tomar en cuenta que la mayor parte de los campos de México todavía están libres de transgénicos y eso hay que seguirlo defendiendo, no permitiendo la entrada de más transgénicos que contaminen nuestras tierras y cultivos y eliminando los que ya existen.

De los 32 estados de la República, en 21 se ha encontrado presencia de transgénicos, Los cultivos encontrados hasta ahora son: soya, papaya, plátano, piña, tabaco, algodón, calabacita, papa, alfalfa, trigo, clavel, maíz, chile, tomate, jitomate, canola, melón, cártamo, arroz, entre otros...

El maíz mexicano

México es centro y origen del maíz. En este país se albergan más de 40 complejos raciales y miles de variedades de maíces criollos. Por otro lado, el maíz es la base de la alimentación de la mayoría de los mexicanos.

Después de miles de años, por medio de la agricultura tradicional, el maíz en México ha logrado adaptarse frente a plagas, temperaturas y suelos muy diversos. Gracias al trabajo de campesinos, indígenas principalmente, el maíz no sólo se ha conservado sino que ha sido mejorado con métodos tradicionales que van pasando de generación en generación a partir de los conocimientos ancestrales de los agricultores. Esta herencia está en riesgo de desaparecer si el maíz transgénico sigue contaminando los cultivos tradicionales. Esto ya está ocurriendo en algunas regiones del país como Chihuahua, Morelos, Durango, Estado de México, San Luis Potosí, Puebla, Oaxaca, Tlaxcala y Veracruz y de no frenarse esta contaminación podría extenderse a otras regiones de México.

Desde principios de los años 90 se ha implementado una política de importación que favorece a las grandes empresas como Monsanto en vez de los campesinos y agricultores que buscan beneficios de la producción local.

Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en México se ha dado un proceso de desmantelamiento de la producción nacional y abandono del campo. De este modo, el mercado interno fue dejado en manos de empresas privadas: las transnacionales de los alimentos irrumpieron en México para actuar en conjunto con semilleras, distribuidoras y procesadoras y así tener todo el control corporativo. Los 2 grupos corporativos principales que fueron formados son: Cargill-Monsanto y ADM-Novartis-Maseca.

Hoy en día en México se importan 6 millones de toneladas de maíz al año. Desde la entrada en vigor del TLCAN, las importaciones de maíz provenientes de Estados Unidos se multiplicaron 15 veces. El 25% del maíz consumido en México es de procedencia estadounidense.

Contaminación transgénica

Con la firma del TLCAN en 1994, el mercado mexicano se ha visto invadido por maíz estadounidense, en su mayoría transgénico. El maíz transgénico entra a México mezclado con maíz criollo sin que pueda notarse la diferencia a simple vista. Muchas veces los campesinos, sin saberlo, siembran los granos transgénicos que les llegan desde Estados Unidos a través de programas de abastecimiento de alimentos básicos como Diconsa, provocando la propagación desmesurada de transgénicos. Con la importación legal y autorizada de granos de Estados Unidos, la introducción de maíz transgénico a México se ha dado en total ausencia de procesos formales de información a la sociedad civil y consentimiento al interior de las comunidades rurales. La transnacional Monsanto es propietaria de la mayoría de las variedades transgénicas de maíz que entran a nuestro país desde Estados Unidos sin ninguna vigilancia. Es decir que Monsanto es responsable mayoritario de la contaminación genética de nuestro maíz.

Esta contaminación es intencional ya que se busca preparar el terreno para la futura siembra comercial del maíz transgénico que las transnacionales tanto persiguen. Este fenómeno no es nuevo: Monsanto está involucrada en escándalos de contaminación transgénica antes que el caso mexicano: por ejemplo, en Grecia, con la contaminación de semillas de algodón en 2000, y en Canadá con la canola en 1998.

Para frenar la contaminación transgénica es necesario exigir que:

- Se notifique directamente a los campesinos la probabilidad de que el maíz distribuido sea transgénico y que NO debe ser sembrado

- Se etiquete claramente aquellos contenedores y silos con maíz importado de Estados Unidos o Canadá donde pueda haber maíz transgénico.

- Los granos de maíz importados deban dirigirse obligatoriamente a molinos para su procesamiento, como una forma de evitar la posible siembra del grano.

Frente a la masiva importación de maíz estadounidense, es necesario que tomemos medidas que aseguren la protección de nuestros maíces. Europa y Japón, quienes son los principales importadores de maíz en el mundo, tienen prohibida la importación de maíz transgénico y a diferencia de México, realizan estrictos controles para impedir su entrada.


Maíz transgénico, ¿quién lo necesita?

Existe evidencia científica de que los cultivos transgénicos comercializados en el mundo hasta hoy no han aumentado el rendimiento en el maíz. No está suficientemente demostrado que el consumo humano de maíz genéticamente modificado no sea perjudicial para la salud. Estados Unidos y Europa no autorizan la presencia de transgénicos en el trigo que es su cereal básico. Sin embargo lo permiten en el maíz, que ellos no consumen directamente y lo consideran alimento para animales, pero que es base de la alimentación de los mexicanos.

Los estudios tomados por México para autorizar el consumo humano de maíz transgénico fueron elaborados en base al consumo estadounidense, totalmente diferente al mexicano. Ellos comen maíz indirectamente (en carne de animales alimentados con este grano) o con una alta industrialización (harinas, aceites y derivados). En cambio los mexicanos comemos maíz de forma directa todos los días.

Además, con la llegada de los transgénicos, para el agricultor al principio todo parece prometedor, pero luego, cuando se retiran los subsidios y apoyos, los regalos de las compañías y la fertilidad del suelo, comienzan los cobros de las compañías, los problemas con el suelo, la difícil comercialización, la contaminación de las variedades propias, y la dependencia de las semillas y los agroquímicos, cada vez más caros.

Los transgénicos no son la solución para producir más maíz en México ni son opción para la mayoría de los productores y campesinos mexicanos. Están diseñados para las estructuras productivas norteamericanas, condiciones con las que México no cuenta. Existen diferencias abismales en cuanto a la mecanización, el tipo de suelos, los sistemas de riego, los subsidios, el acceso a créditos, los sistemas de comercialización, etc. Además, existe una gran diferencia, pues para los mexicanos el maíz no es sólo un cultivo, sino que forma parte de su cultura esencial, lo cual no ocurre en Estados.

Los campesinos y organizaciones comunitarias ven al maíz genéticamente modificado como una amenaza directa para la autonomía política, la identidad cultural, la biodiversidad y la soberanía. Existen múltiples alternativas tecnológicas a nivel nacional para mejorar y aumentar la productividad del maíz sin recurrir a la riesgosa tecnología transgénica. ¿Tiene sentido arriesgar nuestra enorme diversidad y riqueza económica y cultural en beneficio de unas pocas transnacionales?

 Gabriela Soriano y Mariela Zunino son investigadoras del Centro de Investigaciones Económicas y Políticas de Acción Comunitaria de San Cristóbal de las Casas (México).