CEPRID

Basta de miedos: sólo un único Estado secular y democrático es posible en Israel-Palestina

Lunes 16 de enero de 2017 por CEPRID

Ramzy Baroud

MEMO

Mucho antes del 28 de diciembre, cuando el Secretario de Estado de EE.UU. John Kerry se subió al estrado en el Auditorio Dean Acheson de Washington DC para disertar sobre el incierto futuro de la solución de dos Estados y la necesidad de salvar a Israel de sí mismo, la cuestión del Estado palestino ya venía siendo fundamental.

De hecho, a pesar de lo que comúnmente se cree, la lucha por establecer un Estado palestino y otro Estado judío el uno al lado del otro se remonta bastantes años antes de la aprobación de la resolución 181 de Noviembre de 1947. Esta infame resolución propugnaba la división de Palestina en tres entidades: un Estado judío, un Estado árabe palestino y un Protectorado internacional sobre la ciudad de Jerusalén.

Una lectura más profunda de la historia nos muestra múltiples referencias a la creación de un Estado palestino (o un Estado árabe multirreligioso) entre el río Jordán y el mar Mediterráneo.

La idea de los “dos Estados” es occidental por excelencia. Ningún líder o partido político palestino había pensado nunca que la partición de la tierra sagrada fuera una opción. En aquel entonces, tal idea parecía absurda, en parte porque, como muestra el historiador israelí Ilan Pappe en su libro La limpieza étnica de Palestina, “casi toda la tierra cultivable de Palestina estaba en manos de la población indígena (mientras que sólo el 5,8% estaba en posesión de inmigrantes judíos en 1947)”.

Una referencia más temprana al Estado palestino, pero de igual importancia, fue la ofrecida por la llamada “Comisión Peel”, una brigada de investigación británica liderada por el oficial Lord Peel, que fue enviado a Palestina a investigar las razones que había detrás de la huelga, el alzamiento popular y la posterior rebelión armada que empezó en 1936 y que se extendió durante tres años más en la región.

Las “causas subyacentes de los disturbios” fueron dos, según resolvió esta comisión: el anhelo palestino de la independencia, y el “rechazo y miedo al establecimiento del hogar nacional judío en sus tierras”. Esto último había sido prometido por el Mandato Británico en Palestina a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda en 1917, en lo que posteriormente sería conocido como la “Declaración Balfour”.

La Comisión Peel recomendaba la partición de Palestina en un Estado judío y otro árabe-palestino, que podría ser incorporado a Transjordania, con ciertos enclaves reservados para permanecer bajo control del Mandato Británico.

En el tiempo transcurrido entre esa recomendación de hace ochenta años y la advertencia de Kerry de que la solución de dos Estados está “en serio peligro”, poco se ha hecho en términos de medidas prácticas para establecer un Estado palestino. Peor aún, Estados Unidos ha usado repetidamente su poder de veto en la ONU para impedir el establecimiento de un Estado palestino, así como ha utilizado su poder político y económico para intimidar a otros para que no reconocieran (ni siquiera simbólicamente) al Estado palestino. También ha desempeñado un papel clave en la financiación y soporte internacional de los asentamientos ilegales de Cisjordania y Jerusalén, lo que está convirtiendo en territorialmente imposible el establecimiento de un Estado palestino.

La cuestión entonces es: ¿por qué continúa Occidente (entendiendo por tal a EEUU y la Unión Europea) empleando la solución de los dos Estados como su paradigma político para resolver el conflicto palestino-israelí, mientras, al mismo tiempo, practica políticas que hacen que su propia receta para la solución del conflicto nunca se pueda implementar?

La respuesta, parcialmente, reside en el hecho de que la solución de los dos Estados nunca fue planteada para su aplicación real. Como se pretende con el “proceso de paz” y cosas similares, sólo busca promover la idea entre los palestinos y los árabes de que hay un objetivo a perseguir, por inalcanzable que éste sea.

Pero incluso este objetivo está a su vez condicionado por una serie de demandas que son imposibles de aplicar. Históricamente, los palestinos han renunciado a la violencia (es decir, a ofrecer resistencia armada a la ocupación militar israelí), mientras han aceptado la aplicación de las resoluciones de la ONU (incluso cuando Israel ha rechazado estas resoluciones), el reconocimiento del derecho a existir de Israel como “Estado judío”, etc. El Estado palestino “listo para establecerse” también ha de ser desmilitarizado, dividido entre Cisjordania y Gaza y sin albergar gran parte del Jerusalén Este ocupado.

Muchas de las nuevas “soluciones creativas” que se están presentando lo que en realidad hacen es ofrecer un alivio a los temores israelíes, garantizando que el inexistente Estado palestino, de establecerse, nunca supondría una amenaza para Israel. A veces, las conversaciones han girado en torno a una posible “confederación” de Palestina y Jordania, y en otras, como en la reciente propuesta del líder del partido “Hogar Judío”, el ministro israelí Naftalí Bennett, sobre la posibilidad hacer de Gaza un Estado en sí mismo y anexionar a Israel el 60% de Cisjordania.

Y cuando los aliados de Israel, frustrados por el ascenso de la extrema derecha israelí y la tozudez del primer ministro Benjamín Netanyahu, insisten en que se está acabando el tiempo para la solución de los dos Estados, expresan sus quejas en forma de “amor duro”. La actividad de proliferación de asentamientos de Israel está “asentando la realidad irreversible de un solo Estado”, dijo Kerry en su discurso más político del mes pasado.

Esta realidad forzaría a Israel a ver comprometida a largo plazo su identidad de Estado judío (como si tener una identidad religiosa o étnica particular fuera una condición previa para un Estado moderno y democrático) o a tener que asumir que debe constituirse en un Estado de Apartheid (como si esta realidad no existiera ya de facto).

Kerry advirtió a Israel de que si decide mantener a los palestinos “bajo una ocupación militar permanente que les priva de sus libertades más básicas”, ello será abonar el terreno para un escenario “segregado y desigual”.

Si bien Kerry alertó de que la vía de los dos Estados se está desintegrando, pocos se han parado a tratar de entender la realidad desde la perspectiva palestina. Para los palestinos, la democracia israelí se aplica totalmente para sus ciudadanos judíos y para nadie más, mientras los palestinos llevan décadas sobreviviendo entre muros, vallas, cárceles y enclaves bajo bloqueo, como la Franja de Gaza.

Así, con dos tipos de leyes, normas y realidades diferentes que se aplican a dos grupos humanos separados en la misma tierra, el escenario de Apartheid “separado y desigual” del que hablaba Kerry pasó a aplicarse prácticamente desde que se estableció el Estado de Israel en 1948.

Hartos de las ilusiones fallidas que les han vendido sus propios líderes, según una reciente encuesta, dos tercios de los palestinos están ya de acuerdo con que la solución de dos Estados ya no es posible. Y ese margen crece a medida que los masivos asentamientos ilegales israelíes se expanden en Cisjordania y Jerusalén Este.

Esto no es un argumento contra la solución de dos Estados, ya que éste último parece apenas existir para pacificar a los palestinos, ganar tiempo y enmarcar el conflicto con un horizonte de espejismo político. Si Estados Unidos hubiera estado de verdad comprometido con una solución de dos Estados, habría luchado por ello hasta convertirla en una realidad hace décadas.

Decir ahora que la solución biestatal ha muerto es estar de acuerdo con que alguna vez estuvo viva o fue posible. Corresponde a cada uno entender que la coexistencia pacífica en un único Estado democrático no es un escenario temible que vaya a sumir en un destino aciago a la región.

Es tiempo de abandonar las soluciones inalcanzables y centrarse y poner todas las energías en una mejor y mayor coexistencia pacífica, basada en la igualdad y la justicia para todos y todas.

Así, puede haber un Estado entre el río y el mar, y éste es un Estado democrático para todas su gentes y sus pueblos, sin importar su origen étnico o sus creencias religiosas.


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