CEPRID

Argentina: Notas sobre la lucha de clases, los intelectuales y el conflicto entre los ruralistas y el gobierno

Viernes 15 de agosto de 2008 por CEPRID

Miguel Mazzeo Argenpress

’Pero ya basta de insignificancias lúgubres y vayamos a las cuestiones realmente lúgubres’ Francis Scott Fitzgerald

’Hasta ahora, el enemigo no ha cesado de vencer’ Walter Benjamín

I

La lucha de clases es un hecho real y la neutralidad frente a la misma es imposible. El que la niega se compromete y toma partido, aunque no lo reconozca, aunque no se de cuenta. Pero un ’análisis de clases’ simple y primordial -que en sentido estricto es un análisis de la lucha de clases- aplicado al conflicto entre los ruralistas y el gobierno, deja en claro que no tiene mucho asidero hablar en esta ocasión de ’lucha de clases’. Por lo menos no en el sentido en que muchos la han planteado, es decir, como una proposición esquemática e incorrecta que enfrenta una ’alianza de las clases reaccionarias’ (ruralistas y apoyos varios) a una ’alianza de las clases progresistas’ (gobierno y apoyos varios). Es lo mismo que catalogar cómo lucha de clases las disputas entre las empresas privatizadas y Techint o las rencillas entre la Iglesia y los punteros políticos del Partido Justicialista (PJ) por el control de la asistencia a los pobres.

Este tipo de planteo desjerarquiza al concepto, al imprescindible principio organizador general del análisis socio - político y, peor aún, a la lucha de clases concreta. No sólo deja de lado la ’objetividad situacional’ sino también la ’subjetividad trascendental’ y se asemeja al punto de vista del megalómano que no puede distinguir entre el opresor y el oprimido. Se trata de una proposición que torna invisible las contradicciones sustanciales.

Un análisis de clases bien concebido, fundado en un marxismo crítico y abierto, debe partir de la identificación de una clase dominante y una clase subalterna, luego podrá reconocer un amplio estrato intermedio e identificar un conjunto de subclases. Hay que reconocer, además, que ni las clases dominantes, ni las clases subalternas son homogéneas, menos aún en sociedades complejas como la nuestra. Pero el primer desglose es el más significativo.

Para no caer en un reduccionismo clasista y para ampliar el horizonte de la praxis, un análisis de clase, no sólo debe atender a las formas de explotación y extracción del plustrabajo, sino también al proceso de dominación y subordinación de clase. En este último aspecto, el Estado y los gobiernos en las sociedades capitalistas juegan un papel clave. Cabe aclarar que estimamos al Estado como una instancia que no es autónoma del capital, pero tampoco reductible a las determinaciones económicas del capital.

La estructura de la dominación en la sociedad de clases se asienta en la propiedad y el control de los medios de producción, en el control de los medios administrativos y coercitivos del Estado y en el control de los medios de consenso (que incluye los medios de comunicación). No hace falta ser propietario de medios de producción para extraer plustrabajo, el Estado, por ejemplo, es un gran extractor de plustrabajo; en la Argentina, no sólo en tanto patrón (que lo es cada vez menos), sino básicamente como recaudador de impuestos. La recaudación de impuestos es central en la extracción de plusvalía y no requiere de la propiedad de los medios de producción, sino de poder político.

Como dijimos, las clases no son homogéneas. Suele haber desacuerdos, incluso pronunciados, al interior de los intereses capitalistas privados y al interior del sistema estatal. El conflicto entre los ruralistas y el gobierno remite a un desacople entre algunas partes y funciones de la estructura de dominación, un conflicto que para nada pone en juego sus coincidencias de fondo. Se asemeja más a una desquiciada -y menor- disputa inter - burguesa, donde las clases subalternas juegan roles subordinados y defienden y actúan intereses ajenos.

Nicos Poulantzas decía que ’las relaciones de poder no recubren exhaustivamente las relaciones de clase y pueden desbordarlas’, pero esto no significa que las relaciones de poder carezcan de referencia de clase o que se sitúen por fuera del terreno de la dominación política, simplemente se trata de reconocer un fundamento distinto del de la división social del trabajo. Con esta alusión queremos decir que tampoco existe la posibilidad de que un accionar autónomo de las clases subalternas rebase el marco burgués del actual conflicto, o sea: no estamos frente a un proceso de acumulación de experiencia combativa de las clases subalternas en los marcos de las acciones en defensa del gobierno, puntualmente en el marco del conflicto que sostiene con los ruralistas. Por supuesto, tampoco la ’lucha’ de los ruralistas ofrece esas posibilidades (es difícil identificar ’bases campesinas’ que, en los marcos del conflicto, luchan por reivindicaciones propias). Mucho menos creemos que sectores significativos de las clases subalternas pretendan destruir el marco burgués.

Sin dudas existe lucha de clases porque no hay manera de vivir fuera de las condiciones que impone la lucha de clases ’real’, pero la misma remite a otro plano, el más significativo y el más desconsiderado en estos días. En ese plano la relación de fuerzas es ampliamente desfavorable para las clases subalternas. No sólo no vemos a las clases subalternas luchando por su emancipación, por lo menos no masivamente, sino que tampoco las vemos luchando por mejorar las condiciones de su subordinación. Atrapadas en una abigarrada red de determinaciones, con intereses y conflictos definidos en términos atomísticos, con dirigentes anacrónicos que desvarían y aportan a la fragmentación, con organizaciones que reclaman y veces usufructúan una representación de la que carecen o que caen en el juego las polarizaciones falsas, se hace difícil la emergencia de un interés de clase. Sin dudas, está la bronca, el rencor y la ilusión, están los espacios de resistencia, las barricadas de silencio que nos reafirman que, a pesar del aislamiento circunstancial, el pueblo ’ocurrirá’.

II

El núcleo duro de los agro - negocios, integrado por los pools de siembra, los proveedores de insumos y las compañías exportadoras y las industrias agro - ganaderas, no participaron del conflicto, porque, en líneas generales, su estrategia de acumulación es avalada por el gobierno. No hay deterioro de las relaciones de cooperación entre el poder de los sectores más poderosos y el poder estatal. Estos sectores, por lo general no ingresan en rencillas menores, priorizan los elementos esenciales del modelo de acumulación y las condiciones de su reproducción a largo plazo.

Por su parte, los grandes terratenientes nacionales y extranjeros, representados por la Sociedad Rural Argentina (SRA), Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) y CONINAGRO, participaron en el conflicto con posiciones moderadas, porque sólo estaban en juego intereses corporativos puntuales. El rol protagónico lo jugaron los pequeños y medianos productores nucleados en la Federación Agraria Argentina (FAA), obligados a una alianza con los grandes terratenientes por tres cosas: primero por las políticas impositivas no diferenciadas implementadas por el gobierno, luego porque muchos de ellos son ’rentistas’, y finalmente porque no son un sector empobrecido, ni mucho menos. Como buena parte de la clase media, en tiempos de prosperidad relativa, tienden a identificarse con los ’de arriba’. En las zonas rurales se suele describir sintéticamente la conducta oscilante de la pequeña burguesía rural diciendo que el ’gringo’ sin plata es solidario, pero con plata se torna individualista, avaro, explotador y ostentoso. Una cosa es el gringo de a pié y otra el gringo montado en una poderosa camioneta 4x4. Lo mismo se puede decir de la pequeña burguesía urbana, que sólo sospecha que es parte de las clases subalternas en tiempos de crisis.

Es evidente que el gobierno no ha hecho nada para revertir el proceso de concentración y centralización del capital en el campo, de igual modo actúa en otros ámbitos de la actividad económica. Impulsa el monocultivo de soja y no se propone modificar el sistema impositivo regresivo que pesa sobre el conjunto del pueblo trabajador. La concentración del capital y la riqueza, es precisamente lo que erosiona la idea que sugiere que la ’patria es de todos’. La concentración del capital y la riqueza trabaja en contra de la idea de una comunidad nacional.

Con la salida del régimen de convertibilidad y el nuevo contexto mundial caracterizado por la ’agroflación’ (1), la valorización primario - exportadora, se impuso frente a la valorización financiera, característica del período anterior. La administración kirchnerista consolidó la supremacía del capital agro - industrial, alentó la oleada de extranjerización de la economía y garantizó el subsidio público a las empresas privadas. ¿Qué datos, qué variables consideran aquellos que han determinado el carácter ’nacional’ de este gobierno?

Las retenciones aportan sólo un 10% de la recaudación mientras el IVA constituye el 42%. Estos datos, por sí solos, esclarecen el papel del Estado (y el gobierno) en la extracción del plustrabajo y la distribución de la renta como ’pago de factores’ (es decir, renta que va a parar a manos de los propietarios de los medios de producción), asimismo garantizan la base de su cooperación con los grandes grupos económicos vinculados los agronegocios, las grandes industrias, las finanzas y las empresas privatizadas, en fin, todos los que poseen y controlan los principales medios de producción. El gobierno no se propone extender las retenciones a otras áreas como la actividad petrolera, minera, financiera, etc., limitando a algunas actividades específicas el uso de instrumentos para capturar renta extraordinaria, tampoco ha creado categorías que sirvan de base para la redistribución equitativa de derechos y retribuciones.

Las retenciones no son necesariamente ’redistributivas’, en el marco de las políticas actuales todo indica que se orientarán al pago de la deuda, al mantenimiento de un tipo de cambio favorable a los sectores más concentrados y al sostenimiento de los subsidios para los mismos. Por otro lado, el uso de los recursos apropiados por el Estado y el gobierno (las ’rentas de transferencia’) ¿acaso no termina reproduciendo las prácticas políticas más repulsivas y al peronismo como el conjunto de rituales suburbanos que ocultan la operación de ’dar’ el Estado y de ’recibir’ los pobres? (repartir, de este modo, es reproducir un orden injusto).

Finalmente cabe señalar que el aumento del empleo vino acompañado de una brutal devaluación de los salarios reales, del aumento de la precarización y de una redistribución que profundiza la asimetría. ¿Qué datos, qué variables se consideran a la hora de determinar el carácter ’popular’ de este gobierno?

Paradójicamente, en el marco del conflicto con los ruralistas, el gobierno contó con el apoyo de algunos sectores campesinos, los más perjudicados por las políticas globales que el gobierno impone. Son los pequeños productores de las regiones no pampeanas, los desalojados de sus tierras por el avance del monocultivo de soja, los que sufren, en distintos grados, la violencia estatal y paraestatal. La mediación de organizaciones como Madres de Plaza de Mayo que se caracteriza por una ’representación sustitutiva’, ha sido clave para construir este y otros apoyos. La situación es doblemente penosa para el campo popular, tanto por el papel jugado por una organización entrañable como las Madres, que termina fomentando inclinaciones reformistas, como por el hecho de que los campesinos apoyen intereses que, estructuralmente, no son los propios, más allá de alguna concesión transitoria y marginal.

Finalmente, poco y nada se habla del millón y medio de trabajadores rurales que, en un 75% de los casos, está ’en negro’ y percibe salarios que rondan los $600. ¿Qué papel juegan en la lucha de clases? En general, se los ha visto acompañando a sus patrones en las rutas, ’defendiendo la fuente de trabajo’, o esperando, en soledad, hasta que ’la cosa se normalice’, buscando ’conchabo’ en otros menesteres para ’ir tirando’.

Sabemos que la lucha de clases no necesariamente asume formas directas y visibles, en realidad, estas formas suelen ser excepcionales, pero la verdad es que en el conflicto entre los ruralistas y el gobierno, el polo subalterno - oprimido de la contradicción (parte de la pequeña burguesía rural, campesinos, trabajadores del campo y la ciudad) estuvo ausente como clase ’para - sí’. Salvo honrosas excepciones, no mostró signos de ser consciente de las relaciones sociales antagónicas y no actuó ante ellas en beneficio de sus intereses como clase. En general, si aparecieron, salvo en casos muy aislados y de poca repercusión, lo hicieron como apéndices decorativos de alguna corporación o alguna burocracia. Por cierto, se los puede identificar como clase ’en - sí’, portadores de una conciencia precrítica (al decir de Paulo Freire), manipulados por terratenientes, burócratas y políticos, oficialistas u opositores..

En función de esta caracterización tampoco cabría hablar de golpe de Estado: ¿quién lo da? ¿en función de que intereses? ¿en contra de quienes? ¿la derecha reaccionaria apoyada por la SRA y por los pequeños y medianos productores que impulsan la sojización contra el núcleo duro de los agro - negocios y los campesinos que apoyan al gobierno ’progresista, nacional y popular y sojero’? No parece algo factible.

III

La calidad de las intervenciones teórico - políticas relacionadas con el conflicto, propuestas por algunos compañeros intelectuales, militantes y dirigentes populares, deja en claro la necesidad de confeccionar urgentemente un buen mapa del poder en la Argentina, un mapa que de cuenta de sus mediaciones, que identifique a sus traficantes y gestores y que ponga en evidencia las distorsiones que introducen. Un mapa que nos ayude a no caer en las trazas y emboscadas del enemigo. La calidad de dichas intervenciones demuestra también las enormes limitaciones políticas del denominado ’progresismo’.

En efecto, estas intervenciones han pecado de ingenuidad y han estado muy poco atentas, tanto a las cuestiones más estructurales como a las interferencias deformantes de elementos políticos, ideológicos, culturales y un de conjunto de representaciones sociales canibalescas. Se precipitaron en los lugares comunes y en los esquemas binarios, como siempre, tan atractivos como equivocados. No percibieron la amplia zona de acuerdos fundamentales en torno a las formas de extracción y distribución del plustrabajo y en torno a los mecanismos de explotación y dominación. En lugar de partir de la realidad se sometieron a ella e inconscientemente aportaron a la conciencia oprimida.

Así, su habitual predisposición crítica y militante, terminó siendo fagocitada por la lógica de un escenario de polarización que planteó falsas dicotomías, o si se prefiere, dicotomías de segundo orden. El gobierno, desde 2003, viene demostrando que sabe construir esos escenarios y, con la inestimable colaboración de un conjunto de trogloditas, juega invariablemente el papel ’progresista’. El kirchnerismo ha demostrado que sabe agitar banderas contingentes y ha sido eficaz en la construcción hegemónica por medio de una articulación neopopulista que excede la retórica, se da el lujo de acaparar oportunidades políticas dentro de una retórica ’nacional’ y ’popular’.

Muchos de los que concibieron, hace unos años, que el rotulo de nacional - popular era inaplicable a este y al anterior gobierno y que no se dejaron llevar por el folklore y la parafernalia; los que señalaron, con datos precisos, que la noción de gobierno en ’disputa’ era inexacta, además de narcisista; los que cuestionaron a los sostenedores de ambas posturas por su candidez o su oportunismo, por sus aspiraciones de construir un espacio ’propio’, desde arriba, al amparo del Estado, con los recursos del Estado y celebrando alianzas con lo peor de la política y el sindicalismo de la argentina; en fin los que venían mostrando alguna solidez intelectual y política, cedieron, ahora, a la atracción fatal del gobierno en el marco de su actual conflicto con los ruralistas.

Repentinamente, aunque marcando prudente distancia respecto del gobierno (distancia cada vez más simbólica en contraposición a un acercamiento de hecho), asumieron la batería de argumentos obvios pero deficientes: el gobierno intenta imponer el interés general sobre el interés sectorial, ha recuperado el empleo, son ’rescatables’ sus políticas en materia de jubilaciones y de Derechos Humanos, lo mismo que el apoyo a las modificaciones en Corte Suprema de Justicia y algunos avances en la política exterior, etc.

Debemos tener en cuenta que estas medidas, plausibles, pero bien acotadas y efectivas en un contexto muy deprimido (sobre todo en relación al tema del empleo), no atentan contra las estructuras del poder, es más, podríamos decir que las consolidan a largo plazo, ya que construyen una hegemonía más sólida y le aportan al proyecto de la clase dominante dosis moderadas de legitimidad.

Desconcierta la mala interpretación de los signos menores y la exageración de algún fermento pasajero. Tanto criticar los presupuestos políticos más paralizantes de Toni Negri para terminar coincidiendo con él: apoyando a los Kirchner.

Desconcierta el nuevo fervor en la defensa de un gobierno que ha implementando medidas poco menos que reformistas, qué, en el mejor de los casos, propicia la participación popular subordinada y controlada por formas institucionales viejas y opresivas (burocracia sindical, clientelismo político, etc.), formas que sirven para juntar ’gente’ en actos y marchas pero que son inadecuadas para cualquier confrontación significativa con el poder, dado que no construyen poder popular ni nada que se le asemeje.

Desconcierta que se sobrevaloren las ilusiones burguesas de la democracia y se asuman horizontes tan pobres y que se limiten las aspiraciones a la posibilidad de que las clases subalternas puedan negociar en términos un poco mejores las condiciones de su explotación.

Desconcierta sobre todo que frente a la versión dura del neoliberalismo, se milite en defensa de la versión blanda. Paradójicamente, como no se modificó en absoluto la estructura de poder en la Argentina, el retorno a la versión dura del neoliberalismo queda abierta, cualquier política ’positiva’, además de limitada es reversible.

No solo desconcierta, sino que desmoraliza. Porque al opacarse lo que podría ser energía creativa, la imaginación y la percepción, si aparecen, no devienen fuerzas transformadoras.

IV

Decíamos que a estos compañeros se los fagocitó el escenario. El bloque político, ideológico y cultural que se articuló en torno a los ruralistas presentó un cariz reaccionario y decididamente antipopular: la derecha política, la que se asume como tal y la que, por elementales cálculos electorales, se considera ’centro’, la Iglesia (2), etc., se dedicaron a ultrajar el sentido de lo justo y lo popular. Emergieron además todos los prejuicios de las capas medias y las clases acomodadas inmisericordes cuyo horizonte de identificación es el de usuarios, contribuyentes y consumidores. También se hizo perceptible una terrible ingenuidad masiva frente a los condicionamientos económicos, sociales y culturales, expresada, por ejemplo, en el rechazo a la legítima apropiación de la renta diferencial (de la tierra, el petróleo, en fin de todo lo que preexiste al trabajo y es patrimonio de los pueblos) por parte del Estado, medida que, en líneas generales, ni siquiera fue cuestionada por los propios ruralistas. Los grandes medios mostraron una capacidad inagotable para captar y sintetizar el sentido común reaccionario y propietario y para expresarlo en fórmulas masivas y ’aceptables’.

Este escenario de fuerte polarización generó una ’ilusión dialéctica’, hizo que se pusieran entre paréntesis los componentes retardatarios y antipopulares del gobierno y que se colocara en segundo plano su verdadera naturaleza de clase, el papel domesticador que el peronismo viene jugando en las últimas décadas, su condición de maquinaria de poder donde lo ideológico es secundario. Juzgar al gobierno partiendo de los posicionamientos de cierta derecha reaccionaria, liberaloide y gorila, confunde, algo que venía ocurriendo desde 2003, pero ahora con mucha más intensidad. La ’simpatía por inversión’ puede conducir al error. La presidenta no es una revolucionaria montonera filo - marxista porque lo diga La Nueva Provincia o Cabildo. Tampoco el gobierno es nacionalista, estatista, etc.. porque lo afirme un articulista prericardiano de La Nación.

Cabe destacar que, de alguna manera, las respuestas impiadosas de la pequeña burguesía son alimentadas por el propio sistema de dominación que se encarga de escindir a la sociedad entre los que dan y reciben, entre los pagan impuestos y los que son ’mantenidos’ por el Estado, etc. El Estado, además del plustrabajo, se apropia de la plusvalía política y cultural del pueblo. El peronismo, en los últimos años, ha hecho una contribución fundamental a este tipo de mecanismo. Con la política monopolizada por el Estado y sus funcionarios y concebida como una actividad de especialistas (y no como autodefensa de la clases subalternas), la ’redistribución’, más que a justicia, remite a control y a la capitalización política de la miseria.

La actitud de estos compañeros, cuya conciencia crítica terminó siendo engullida por el escenario polarizado, en algunos casos, puede ser considerada representativa de cierta ’intelectualidad progresista’. De hecho circularon infinidad de documentos firmados por ’intelectuales y artistas’. Reacios a asumir un lugar modesto en la historia, insisten en ejercer alguna función directora y externa sobre las clases subalternas al tiempo que son parte (o quieren serlo) de instituciones y circuitos de legitimación del poder. Por cierto, sólo los intelectuales pueden autoasignarse funciones tan desmesuradas. En el fondo, los ’progresistas’, no son más que personas menesterosas de orden y sosiego. No asumen compromisos orgánicos porque carecen de la fe suficiente, pretenden formular alguna verdad y no se preocupan por alcanzar la estatura de una hipótesis humana. El proceso de conversión al mundo de las clases subalternas no tiene compensaciones y en los tiempos que corren, carece de épica. En muchos casos es absolutamente lógica su adhesión al ’progresismo realmente existente’.

Lamentablemente la movilización en defensa del gobierno redunda en la ratificación de sus compromisos con el núcleo duro de las clases dominantes. Una relativa base de masas hace que esos compromisos no lo extenúen. Se reedita, en un contexto diferente, lo más sustancial de la alianza menemista, pero ahora la impronta política y estética la dan los sectores más ’progresistas’ de las capas medias (de ahí las dificultades para un ’progresismo’ no gubernamental) y no los más retrógados, antiestéticos o los más liberales. La movilización en defensa del gobierno otorga sustentabilidad política al proceso de especialización productiva y al modelo social que se viene implementando desde 2002. La democracia se consolida como sistema de dominación y no como situación que hace posible la lucha por más democracia.

V

La (falsa) polarización pone en evidencia el aislamiento de los sectores que apuestan a un proyecto verdaderamente popular (y por ende nacional), y aquí planteamos un elemento determinante de las actitudes que criticamos y que nos involucra: la ausencia de alternativas populares y la debilidad de los sujetos populares, diluidos, sin espacios de legitimación. Esta ausencia explica, por lo menos en parte, el hecho de que la pequeña burguesía rural en su conjunto (representada por la FAA) se haya alineado (y alienado) detrás de la SRA, también explica, en parte, el apoyo al gobierno de un sector del movimiento campesino y la pasividad de otros sectores.

La pregunta que se nos impone es: ¿Cómo hacer para que las clases subalternas tomen conciencia de las relaciones sociales y se identifiquen con ideologías, culturas y valores que les sirvan para asumir sus condiciones reales de existencia reconociendo la aberrante contradicción de éstas condiciones con sus intereses como clase? ¿Cómo hacer para que estas ideologías, culturas y valores se traduzcan en medios, caminos e instrumentos para transformar la realidad? ¿Cómo modificar un sistema que para autoreproducirse y expandirse utiliza el mercado, la ciencia, la tecnología, el desarrollo, el atraso, la democracia, la dictadura, la cultura de masas, el sentido común, la geopolítica, la diplomacia, la vanidad, los intelectuales, la guerra y el consumo? Parafraseando a Walter Benajmín ¿sólo estamos en condiciones de tener fe en nuestro propio escepticismo y en nuestra propia desesperación? No. Debemos tener confianza en nuestro pueblo, en nosotros, en nuestros sueños.

Evidentemente, es imperiosa la necesidad de que las clases subalternas se organicen en forma independiente de las clases dominantes y construyan poder popular para que aflore una conciencia colectiva y para comenzar a cumplir el futuro. Es imperiosa la necesidad de que se realice la continuidad dialéctica de autoconciencia - organización - movilización y conducción política en el marco de un proyecto revolucionario, claramente percibido y asumido por amplias masas.

Las magras bases estadísticas de los proyectos emancipadores nos dicen que una propuesta revolucionaria no tiene otra posibilidad que colocarse en el medio del proceso histórico como elemento utópico y hasta excéntrico. Sin dudas, en este contexto, toda propuesta que asuma los verdaderos intereses de las clases subalternas es utópica y excéntrica: porque se opone al modelo sojero y al comando del capital agro - industrial, porque reivindica la soberanía alimentaria, porque pretende cambiar radicalmente el sistema impositivo y el régimen de tenencia de la tierra, porque convoca a una lucha por la nacionalización del aparato productivo, por un plan ferroviario nacional, etc.., porque se opone a las mediaciones burocráticas, clientelares y asistencialistas, porque asume, sin sonrojarse, el anticapitalismo y antiimperialismo.

La fe inquebrantable en nuestro proyecto, cimentada en el trabajo de base, es el único camino para asumir el mundo con libertad, para recuperar la plusvalía política y cultural del pueblo y para no dejarnos llevar por los contrastes que nos hacen perder tiempo en la infructuosa búsqueda de la dignidad de lo indigno.

Notas:

1) Las causas del aumento de los precios internacionales de los alimentos básicos son diversas, entre otras, podemos mencionar: a) el incremento del consumo a nivel mundial. El crecimiento del consumo de carne, por ejemplo, impulsa la demanda y los precios de los cereales, b) la relación que existe entre los precios del petróleo y de los alimentos (el aumento de los precios del petróleo se traslada a fertilizantes, transportes, etc..) c) El aumento de la demanda de granos para producir agro - combustibles y otro tipo de bienes que no son alimentos d) La contaminación y el cambio climático, que produce sequías, inundaciones, etc.

2) La Iglesia debería tener presente el siguiente pasaje del evangelio de San Lucas y, aunque más no sea, atemperar un poco sus fervores descaradamente patronales: ’No había entre ellos ningún necesitado porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según sus necesidades’ (Lc, 4,34).


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