LISTAS NEGRAS EN LA RED
Por David Casacuberta
20 de Marzo 2000
Nodo50 es, sin duda, una de las organizaciones más comprometidas con
la
libertad de expresión en internet. Desafortunadamente ello les ha
llevado a continuos choques y problemas con gobiernos. El último que
se
acaba de desatar resulta ser uno de los más problemáticos. Entre las
organizaciones que están alojadas en nodo50 se encuentra la ACT o
Asociación Contra la Tortura. Esta asociación tiene entre sus páginas
una lista de agentes del orden de diversos cuerpos que habían sido
juzgados por tortura o malos tratos a detenidos -algunos fueron
condenados, otros absueltos- así como policías que se encontraran
actualmente en investigación por los mismos delitos.
La Agencia de Protección de Datos, amparada en la LORTAD, ha decidido
que esa lista viola diversos artículos de la nueva ley y ha emplazado
a
nodo50 a retirar esa página de internet lo más pronto posible, a menos
que quieran hacer frente a una multa de varios millones de pesetas.
Creo que este caso encierra el germen de uno de los mayores problemas
que uno pueda encontrarse en la ciberética, así que en el artículo de
esta semana me gustaría analizar el caso de una forma desapasionada,
olvidándonos de eventos concretos y formas de actuación y centrándonos
en la esencia. Este ejercicio filósofico puedo hacerlo, desde luego,
contando con que otras personas están en estos momentos en el frente
real, solucionando las injusticias concretas que se hayan cometido
contra nodo50.
De todas formas, no me parece ni mucho menos que esta reflexión sea
un
acto gratuito. No sólo tenemos que basar nuestra actuación en la red a
partir de campañas concretas. Me parece básico que los internautas
debatamos también cuestiones de principio, para sentar entre todos la
ética y la política de nuestras comunidades virtuales.
Mi planteamiento va a ser pues, exclusivamente ético. Y la pregunta
sería ésta: ¿es moralmente aceptable la existencia de listas como la
de
la ACT? Mis concepciones éticas me dicen que no y eso es lo que voy a
argumentar a lo largo de estas líneas.
Existe una posición filosófica a la hora de analizar la ética, que
podríamos llamar formalismo y que considera que los principios éticos
son innegociables y que se han de aplicar sean cualés sean las
consecuencias. Immanuel Kant en su texto "la metafísica de las
costumbres" hacía suyo este principio al afirmar que, si un día
viéramos
a una víctima inocente esconderse de un asesino loco, y luego ese
asesino loco nos preguntara dónde se ha escondido la víctima, nuestra
obligación moral sería decírselo al asesino, pues mentir viola
diversos
principios éticos.
Una buena parte de los activistas de la red -especialmente los
afincados en los Estados Unidos- han hecho suyos los principios
kantianos y creen que la libertad de expresión es un derecho absoluto,
innegociable. Así, estos activistas, cuando se enteran de que una
página
ha sido censurada, inmediatamente hacen mirrors de los web censurados,
sin importarles lo más mínimo los contenidos de esas páginas. La
mayoría
de las veces, ni siquiera lo miran. Lo mismo les da que sea un texto
religioso que una página que defienda el racismo o un texto científico
heterodoxo: la libertad de expresión ha de primar en Internet fuera de
cualquier otra consideración. Creo razonable suponer que esta es la
posición de nodo50 y de otros grupos que han realizado mirrors de las
páginas.
La posición opuesta a la que podríamos llamar pragmatismo, tiene de
adalid sin duda a Maquiavelo, con su principio "El fin justifica los
medios". No se trata de un simple arribismo ni mucho menos. Hablamos
del
concepto de que los principios éticos son infinitamente maleables y
que
han de modificarse en función de nuestros intereses políticos.
Comunistas como Lenin y Gramsci tienen textos donde se argumenta este
principio. En internet esta posición se caracteriza por defender la
libertad de expresión sólo de aquellos personajes que están a nuestro
lado a la hora de conseguir ciertas reivindicaciones. Así, siempre
según
esta posición, es fácil imaginar a un grupo feminista que defiende la
libertad de expresión de una página que ataca dogmas religiosos en una
sociedad donde se usen para reducir los derechos de la mujer, pero
estar
a favor de la desaparición de una página -desgraciadamente real- en la
que se den instrucciones detalladas de cómo llevar a acabo una
violación, porque iría en contra de los derechos de estas mujeres.
Creo que sería relevante ahora comparar la página de la ACT con otra
que tenía por nombre Nuremberg. En este site, dirigido por grupos
antiabortistas, se ofrecía una lista de médicos que practicaban
abortos,
y se incluían datos personales como la clínica en que trabajaban, su
casa, su número de teléfono, hasta la matrícula del coche. Aquellos
grupos que se guiaban por una visión formalista de la libertad de
expresión hicieron mirrors de la página, pues consideraban que la
libertad de expresión de estas personas no era negociable, aunque
internamente los despreciaran y estuvieran absolutamente en contra de
su
visión del mundo. Tampoco parecía importarles que la privacidad de
estos
médicos hubiera sido violada en aras de la libertad de expresión. Lo
cierto es que pocos grupos fueron consistentes con su posición ética y
realizaron mirrors de Nuremberg. Tengo que felicitar desde aquí a la
agrupación Derechos Human Rights por haber llevado a cabo mirrors
tanto
de Nuremberg como de la ACT. Sin embargo, otros grupos, en un claro
ejemplo de hipocresía, aunque afirmen defender de forma absoluta la
libertad de expresión, decidieron mirar para otro lado al pensar que
Nuremberg era un grupo demasiado políticamente incorrecto como para
darles su apoyo.
La mayoría de las ONGs -Fronteras Electrónicas entre ellas- decidimos
no apoyar a la gente de Nuremberg. La crítica que se nos hizo desde el
formalismo, y que encuentro correcta en esencia, es que posiciones
maquiavélicas así abarataban la libertad de expresión y hacía que no
fueran creibles las organizaciones que luchan por ella, pues al final
parecería que la cuestión a discutir sería "sólo defiendo la libertad
de
expresión de los que piensan como yo", con lo que las ONGs y las
dictaduras vendrían a defender lo mismo.
Sin embargo, creo que existe una forma de defender la posibilidad de,
en algunos momentos, poner entre paréntesis la libertad de expresión
de
algunos individuos y grupos sin caer en la hipocresía. El principio
sería el del conflicto de derechos básicos. En nuestras vidas muchas
veces nos encontramos ante conflictos éticos: diversos derechos,
igualmente importantes, se enfrentan entre sí y tenemos que decidir
cuál
es más importante. A la hora de decidir, no hay recetas mágicas ni un
"top ten" de los derechos más básicos, sino que en función del
contexto
y de nuestros principios personales tendremos que decidir qué derecho
es
el que debemos proteger.
En el caso de Nuremberg creo que el problema resultaba sencillo: la
existencia de la lista de médicos era una violación clara y tangible
de
la privacidad de esas personas, por no mencionar agresiones
potenciales
a derechos más básicos como el derecho a la vida (no olvidemos que
grupos fanáticos antiabortistas, con una concepción de lo más peculiar
del derecho a la vida, han asesinado en Estados Unidos a médicos que
habían practicado abortos). Sin embargo, argumentar sobre violaciones
potenciales es, en mi opinión, un recurso muy peligroso. El siguiente
paso podría ser prohibir "Lolita" de Nabokov porque podría dar ideas a
potenciales pederastas. Si uno se esfuerza lo suficiente, puede
convertir en un peligro potencial cualquier cosa. Así pues, en este
caso
prefiero argumentar a partir de violaciones reales de derechos.
Tenemos por un lado que se están violando derechos básicos de los
médicos, su derecho a la intimidad, y por otro tenemos que, a la hora
de
la verdad, la causa de los antiabortistas puede sobrevivir
perfectamente
sin necesidad de esa lista negra: no parece que sea ni mucho menos una
piedra angular de su argumentación, de forma que lo más razonable es
considerar que la privacidad de los médicos es más importante que la
libertad de expresarse del grupo Nuremberg, así que su retirada de
Internet en realidad debería hacer feliz a todas aquellas ONGs que
luchamos a favor de los ciberderechos en la red.
Intentemos aplicar estos conceptos al caso de la ACT. En primer lugar
vemos que el caso es mucho más complejo que el de Nuremberg, pues la
información que se da es pública: Nombre del agente, cuerpo policial
al
que pertenece, estatus judicial (culpable, absuelto o en
investigación)
y número de la sentencia. Podría argumentarse perfectamente que estos
datos son claramente públicos, que podrían haber salido -quizás
salieron- en los diarios sin que nadie se escandalizara. ¿Por qué
resultaría problemática su inclusión en la web?
En mi opinión, hay toda una serie de datos que aunque no son
problemáticos en soporte de papel, pues su posterior recuperación
resulta compleja, sí lo son cuando pasan a estar en formato digital,
al
ser absurdamente fácil cruzar datos. Esta misma idea está en la
directiva europea de protección de datos y en la LORTAD. Consideremos
los números de teléfono. A mí no me importa que estén en un formato
papel, accesible a todo el mundo, la guía telefónica, pues si alguien
sabe mi nombre podrá encontrar mi número de teléfono, lo que resulta
hasta cierto punto razonable. Pero si esa misma información está en
formato digital, es fácil hacer búsquedas cruzadas y saber quién soy a
partir de mi número de teléfono o, cruzando datos con alguna otra base
de datos, saber donde vivo y ser víctima del agobiante telemarketing.
Lo mismo sucede con las sentencias judiciales. En un principio son
públicas, pero convertirlas en bases de datos de acceso público las
convierte en instrumentos muy peligrosos que atentan contra nuestra
privacidad. Haga el lector el siguiente experimento mental. Un
hipotético grupo de "Empresarios Defensores de España" decide poner en
la red una lista de todos aquellos ciudadanos españoles que han estado
en la cárcel por haber participado en acciones criminales que tuvieran
el independentismo como motivación. En la lista tendríamos desde
terroristas convictos a jóvenes que han tirado piedras en
manifestaciones. Para evitarse problemas, este imaginario grupo no
expondría sus opiniones en la lista, aunque la intención sería muy
clara, no dar trabajo a ninguna persona que hubiera hecho
manifestación
pública de independentismo. El experimento lo podríamos llevar más
allá
incluso e imaginarse una base de datos pública en la que estuvieran
todas las personas que en un momento dado han estado en al cárcel para
que un empresario decidiera, si así le pareciera conveniente, no dar
trabajo a esas personas.
¿Qué deberíamos decir las ONG en ese caso? En mi opinión, lo mismo
que
deberíamos estar diciendo ahora: que una persona que ha pasado por la
prisión merece la confidencialidad. Tanto si ha sido absuelto como
condenado, esa persona ha pagado su deuda con la sociedad y merece
todo
nuestro respeto y que la dejen en paz, especialmente si ha sido
absuelto, para no entrar en acciones tipo Charles "yo soy la justicia"
Bronson. El color ideológico no debería ser óbice para actuar en un
caso
y no en el otro: si pensamos que los independistas tienen derechos
pero
los guardias civiles no, estamos entrando en el abaratamiento de la
libertad de expresión al que conduce el pragmatismo extremo y ya no
estamos actuando defendiendo principios éticos, sino simples
posiciones
políticas.
Por otro lado, no parece que esa lista negra ayude en ningún sentido
interesante a la causa de eliminar la tortura. Podría decirse que
gracias a esa lista podemos cuantificar el grado de brutalidad
policial
que se da actualmente en las comisarías, pero yo replicaría entonces
diciendo que una simple estadística mostrando los policías acusados y
condenados por tortura o malos tratos sería más que suficiente para
ello, sin necesidad de dar nombres. De hecho, el número pelado sería
mucho más útil que la lista de nombres para cuantificar. Tampoco
parece
que esa lista proteja a potenciales víctimas de policías que
practiquen
malos tratos y tortura y se encuentren actualmente en ejercicio. Una
cosa muy diferente sería que esa lista fuera de policías que practican
malos tratos en las comisarías y que gozan de impunidad. En ese caso
se
trataría de una lista de denuncia que podría ayudar a movilizar a
diversas ONGs contra la tortura. Pero tampoco parece que la lista
sirva
para eso. Desconozco cuáles son las intenciones de la Asociación
Contra
la Tortura para ofrecer esa lista, pero al final las listas negras
solo
sirven para una cosa: para tomarse la justicia por su mano cuando
alguien se cruza con los integrantes de la lista. Y tomarse la
justicia
por su mano es algo que no debería formar nunca parte de un defensor
de
los derechos humanos, ya sea en el mundo virtual o el real.
Me falta pronunciarme sobre el más que probable cierre de la página
de
la ACT. En primer lugar, recomendaría a nodo50 que se eviten problemas
innecesarios y retiren la página. Como ya dije en su momento en el
artículo "El Efecto Gilmore", la censura en internet es básicamente
imposible: a la hora de la verdad lo único que hace es centuplicar el
efecto original del documento, al iniciarse una red mundial de mirrors
de éste. En estos momentos ya hay varios mirrors de la página e
imagino
que habrá muchos más si la página se retira del sitio original. A la
hora de la verdad, la Agencia de Protección de Datos ha hecho un flaco
servicio a las personas que se encuentran en la lista negra, pues
conseguirá que sea muchísimo más popular.
De todas formas, estoy en contra de las acciones censoras sobre la
red.
Creo que los internautas deberíamos ser considerados personas adultas
y
se nos debiera permitir gestionar autónomamente lo que decimos. Mi
Internet ideal es aquella en que los internautas no sienten el menor
interés por visitar la lista negra de la ACT y que no tienen ninguna
necesidad de hacer mirrors, pues esa información no interesa a nadie.
En un espacio tan sobresaturado de información como Internet, el
menosprecio de los internautas es -a la corta y a la larga- mucho más
efectiva que acciones gubernamentales de censura, que recuerdan mucho
al
proverbial elefante en una cacharrería.
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