El cántabru y sus enemigos más simpáticos

Empezamos un nuevo curso de cántabro organizado por la asociación L’Argayu, esta vez llevado a cabo en la librería La Libre, y por aquí y por allá surge, como es de esperar, algún comentario desdeñoso. Quienes empleamos nuestro tiempo en la promoción de un patrimonio tan denostado partimos de la base de su desprestigio social. Y como algunos llevamos ya un tiempo considerable en ello, es difícil que algún tipo de desprecio más nos coja ya por sorpresa.
En una Cantabria que a la hora de sacar pecho siempre echa mano de su tenaz resistencia contra los romanos, me resulta tristemente paradójico constatar la resistencia tenaz que le opone el pueblo cántabro de hoy al cántabru, que no es otra cosa que su propia obra en materia lingüística. Lo normal es que cualquier pueblo hable a su manera. Y si tiene una manera característica de hacerlo, y no lo hace apenas así, está pasando algo anormal. En el sitio en el que vivo, la Cantabria del siglo XXI , esa anormalidad es norma (la paradoja es adrede).
Quien investiga un delito, a la hora de averiguar la identidad del culpable busca a quien se puede beneficiar con lo ocurrido. En este etnocidio, a la luz de los testimonios disponibles, es seguro que el autor del crimen viste de rojo y gualda. Ese es el color de quien se muestra indisimuladamente satisfecho por su labor de limpieza étnica (se puede comprobar de forma rápida introduciendo la palabra “cántabru” en cualquier buscador de internet). Si inducir al suicidio es constitutivo de delito, la agonía del cántabru es un etnosuicidio inducido.
Esto no tiene nada de raro. Los estados y los imperios buscan la apropiación y explotación de los recursos existentes en sus dominios, y cuando esos recursos son humanos, aquéllos procuran evitar conflictos por medio de la asimilación. Se trata de que los dominados incuben en su cabeza la ideología de los dominantes en asuntos claves como las relaciones sociales de poder, la religión, la cultura, la tradición o la propia idea de nación. El fenómeno de la asimilación es muy viejo. Ha pasado -está pasando- demasiadas veces en demasiados sitios. En realidad se conoce, y por sus formas, se reconoce, sobradamente. Esto tampoco ha de cogernos por sorpresa.
Y en este contexto quiero hablar de los enemigos del cántabru, y a través de él, probablemente –lo sepan o no- enemigos de otras cosas. No de los de tipo nacionalcatólico, que ésos son lo que parecen. Quiero hablar del compañero de manifestaciones diversas, que se implica en las luchas de liberación de los pueblos convenientemente lejanos. De quien es solidario con los pueblos oprimidos de allá y de aún más allá, todas las veces que haga falta, con más intensidad a medida que traspasa cordilleras y océanos. Hay un sólo pueblo del planeta con el que no se puede ser solidario, y es el propio. En el propio lo que hay que ser es consecuente. Si el pueblo tibetano, y el mapuche, y el palestino, y el kurdo, y el saharaui no deben ser asimilados, el de uno mismo tampoco. No puede ser más sencillo.
Quien diciéndose de izquierda está criticando el cántabru, como lo haría cualquier nacionalcatólico, es un asimilado feliz. Ser más o menos consciente de ello no cambia su papel fáctico en la contienda entre una cultura popular y la propagada por parte de un estado. Tendrá intachables ideas en otros campos, pero en lo relativo a su pueblo no es más que un asimilado feliz de serlo. Este asimilado feliz, solidario a medida que se aleja de Cantabria, si hubiera sido saharaui sería promarroquí, y de haber sido palestino sería sionista. Ése es papel de los asimilados felices de serlo, allá donde se encuentren asimilados. Hablan sobre la opresión de los pueblos y las etnias, pintando un panorama global que, casualmente, en su entorno está ausente. El asimilado feliz es en este aspecto comparable al obrero desclasado, pequeñoburgués y esquirol. A la hora de tomar partido resulta ser un quintacolumnista, un Santiago Matamoros con pañuelo palestino.
Los nuevos partidos ciudadanistas, defensores de la unidad del reino por encima de todo, abogados ciegos de las fuerzas armadas, partidarios de la mano dura, con los fondos y las formas de la derecha electoral de siempre, tienen su mejor cantera de personajes ilustres en los asimilados felices. Gente que resulta estupenda si viene de lugares con culturas minorizadas, reclamando que la hegemonía del modelo cultural del estado prevalezca. Comparecen alegremente alineados entre derechistas de manual en fundaciones y conferencias cívicas en las que lo primordial es blindar las esencias del nacionalismo español. Savater, todo un ejemplo para los asimilacionistas cántabros, empezó exhibiendo su postura progre, filosófica y cívica-de-la-ciudadanía-ciudadana, para escenificar una postura de izquierda crítica. Una postura que desde el principio parecía lo que tras varias piruetas resultó ser: Impostura. Al final, lo que le interesa a este progresista defensor del ciudadanismo crítico es invocar la naturaleza esencialmente superior del castellano, salvaguardar por las armas si hace falta la integridad territorial del estado y actualizar algunos aspectos de las corridas de toros para garantizar su supervivencia. Todo abrumadoramente progresista, filosófico, y rezumante de conciencia crítica. A éste asimilado feliz le deberían otorgar el Premio Manolo Escobar de Filosofía (Desde luego, si como izquierdista tengo que suscribir a Savater, escojo a Leticia antes que a Fernando, pero si lo cito es un por ser un personaje prototípico y sistemáticamente aludido por los asimilacionistas locales).
Es de sobra conocido el fuerte reflejo defensivo que muestran en su actitud los conversos, los asimilados, haciendo despliegues aparatosos ante la concurrencia proclive al amo. No hace falta que el amo hable, ya se adelantan gustosos a ladrar furiosamente, sabiendo que están siendo oídos por el poder. Empieza a haber ya toda una estirpe de conversos, y las palabras que el buen amo pronunció un día pasan a ser parte de una herencia mental. Pero pocas cosas desasosiegan más a los orgullosamente asimilados que la constatación de que lo son a través del ejemplo de quien no lo es. Se les cae el alcázar de naipes. Y aquí, ahora, a pesar del despliegue de recursos para nuestra asimilación, algunos nos resistimos a ser asimilados, y aun más a ser asimilados felices. Y vamos siendo más.