Movimiento indignado (I): ¿Qué ha pasáu?

Los libros de Historia no lo contarán así, pero en 2011 Cantabria se encontraba afectada de lleno por la coyuntura global de crisis económica, que vino a agravar su crisis estructural a todos los niveles (político, social, ambiental, cultural...). Los poderes del Estado decidieron recortar (derechos y libertades) a los pobres para mantenerse ricos; acorralando lo que quedaba de Estado del Bienestar, para inyectar(se) dinero a los bancos y al sector privado. Creyeron que con que sus partidos y sindicatos hicieran otra escenificación, y sus medios silenciaran, intoxicaran y criminalizaran el mito de Robin Hood, sería suficiente. Y los ricos se seguían haciendo cada vez más ricos. Y los pobres cada vez más pobres. Paro, precariedad, corrupción. Y se les ocurrió que si ya no quedaba litoral por asfaltar, podían asfaltar la montaña en nombre de las renovables. Y para disimular su sometimiento “reivindicarían” un atentado ambiental elitista en nombre del transporte. Y ya crearían la “opinión pública” de que es necesario tal despilfarro. Y llamarían "salvaje" a quien se opusiera. Y “salvar” a privatizar Caja Cantabria. Y los ganaderos protestaban en las grandes superficies. Y los estudiantes en la Universidad. Y los obreros en la fábrica. Y los movimientos sociales en los barrios. Pero nunca coincidían. Y llegaban otras elecciones. Y los tres tonos del mismo color que se reparten en régimen de monopolio el Parlamento, llenaban las calles de caretos y escenificaban la comedia de siempre.
Y de la sensación de hartazgo, ofensa e indignidad que provoca todo el circo que tienen montado a cualquier persona con pensamiento crítico, surgió algo. Y a partir de aquí, ya es más complicado de explicar.
El sistema (capitalista español, que parece que la postmodernidad nos va a disuadir hasta de llamar a las cosas por su nombre) ha vacilado entre ningunearlo, criminalizarlo, reprimirlo y tratar de absorberlo. De momento, sólo ha conseguido alimentarlo, pero las armas del sistema (en sentido literal y figurado) son prácticamente ilimitadas y hay que tenerlas siempre presentes.
A los movimientos sociales “tradicionales” nos ha pillado con el pie cambiado, las anteojeras puestas e inmersos en nuestras zunas. Al principio generaba recelo, ¿quién estará detrás? ¿por dónde saldrán? Algunos cayeron en el rechazo: “pfff, pequeñoburgueses”. Muchos, siguen sin comprenderlo. Y otros, nos hemos puesto a escribir sobre ello como modo de intentar hacerlo. También ha habido sus dosis de envidia: es duro llevar décadas agitando a las masas y que vengan “unos novatos a dar con la tecla".
Porque de lo que no cabe duda es de que han dado con la tecla. El otro día asistí a la concentración en la Porticada y enseguida me di cuenta de que era algo distinto a lo que he conocido hasta ahora. Con sus ventajas y sus inconvenientes, que trataré en otro escrito. Guste más o guste menos. La inmensa mayoría de los asistentes no eran militantes de los movimientos sociales, había gente de toda condición, con escasa formación teórica pero mucha ilusión, mucha rabia acumulada y escaso contagio de los males endémicos de la izquierda. Lo que está claro es que es el pueblo saliendo a la calle y queriendo decidir por unos cauces más legítimos que los que ofrece el sistema. Por lo menos, a partir de ahora, nuestros amigos y familiares dejarán de mirarnos como las vacas al tren por ir a asambleas y manifestaciones todos los fines de semana.
Hay quien lo compara con mayo del 68, con las revueltas del mundo árabe... a alguno le recordaba el clima horizontal y participativo de la autonomía obrera, pero el eje ideológico e identitario ha mutado del obrero al ciudadano.
El movimiento parece genuino, pero está aún verde. Probablemente haya tantos movimientos como personas, cada una con su idea. Pero sí que hay unos puntos comunes. El principal, y me parece importantísimo, es que “lo llaman democracia y no lo es”. Con la consciencia que implica ese punto de partida, y viendo que la dirección es hacia una ruptura democrática y una salida social de la crisis, puede merecer la pena, desde la humildad y el trabajo honesto, participar y aportar modestamente. Siempre merece la pena.
Cantabria, mayo de 2011.