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Pronunciamiento desde el Portal Libertario OACA

Al hablar de la violencia en Latinoamérica y en otras partes del mundo, se piensa que esta sólo implica las problemáticas de una sociedad inestable que se conflictúa y golpea a sí misma, de un sinfín de patrones que condenan a nuestros barrios, pueblos y comunidades, reproducida en las calles, en las relaciones sociales y dentro de uno mismo. Hay más elementos al interior de este esquema, existe una violencia otra en los medios de comunicación, desinformando lo que acontece diariamente; después, nos encontramos con una violencia selectiva que se respalda en la criminalización por instituciones y los malos gobiernos, condenando a través de sus leyes a personas inocentes, imputándoles delitos fabricados e inculpándolos como personas violentas, precisamente, porque esos malos gobiernos –en su mito propio- se anteponen como los únicos guardianes del orden y la vida.

¿Qué pasa entonces con quienes se dan cuenta de que no es así?

Leer más: Solidaridad internacional con Mateo Gutiérrez: ¡el pensamiento crítico no es terrorismo!

Es desde esta visión que se hace pertinente salvaguardar la Memoria, volver la mirada a nuestro Territorio como un proceso de ordenamiento de las relaciones vitales, donde el individuo reconozca y se reconozca como un ser que ha relacionado su existencia en torno a esas huellas indelebles del pasado indígena que subsisten en nuestro mestizaje y que hoy se pretenden desdibujadas o convenientemente olvidadas”- Augusto Tyhuasuza, 11 de Julio de 2013.

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Hace cerca de dos años y medio la sabana de occidente se despertó con una persona menos, un luchador menos por la libertad…

En Julio de 2014, cerca de su casa en Facatativá y con escasos 42 años, fue ultimado con varios disparos por la espalda Augusto Tyhuasuza, indígena muisca y activista social de los municipios de la sabana de Bogotá, territorio ancestral y que ha sufrido los grandes estragos de un modelo metropolitano de miseria, que desplaza las oportunidades y ordena los privilegios del centro hacia afuera.

Augusto fue militante del histórico Proyecto Cultural Alas de Xue, referente libertario por obligación a la hora de hablar del anarquismo contemporáneo en Colombia, así como uno de los impulsores del llamado “anarco-indianismo”, síntesis que buscaba lo libertario dentro del indianismo y meterle indianismo a lo libertario. Además de ello, fue un organizador del proceso de recuperación de memoria muisca en cabildos como Cota o Suba, así como en municipios cómo Facatativá y Tibaitatá (hoy conocido como Madrid), donde de la mano con diferentes procesos sociales y populares venía haciendo el trabajo de reconstrucción territorial de la memoria propia, a través de procesos de formación y semilleros de investigación.

Siendo un mayor (sabio) y un gran poeta, sus intervenciones estaban cargadas de sabiduría y simbolismos, de referencias a los mitos creacionales chibchas, de la lucha de los zapatistas y los mapuches, de lo que nos enseñaban los compañeros indígenas en el Cauca y en la Sierra Nevada de Santa Marta, del recuerdo de las decenas de disturbios que tuvo que vivir en las universidades y calles de Bogotá y la Sabana, así como de su gran experiencia que nos hablaba a los más jóvenes de mirar nuestras ideas con crítica, sin adulaciones y sabiéndonos desprender de los dogmas que nos retrasan.

La muerte de Augusto pasó por lo bajo de los círculos anarquistas, quienes en ese momento sufrían otra lamentable noticia: el suicidio de Sergio Urrego en el centro comercial Titán Plaza. Para entonces, cuando se cumplían escasos días del asesinato de Augusto, se llevaba a cabo el Encuentro Anarquista de Bogotá y Pueblos de la Sabana, donde varias compañeros, amigos o simplemente conocidos de Tyhua, como le decíamos con cariño a Augusto, llamábamos la atención sobre su caso y la poca atención que estaba teniendo por parte del movimiento libertario, mientras la asociación de cabildos muiscas y la ONIC se apresuraron a sembrar su memoria.

El miedo se apoderó de muchos de nosotros, quienes bajo la amenaza latente del peligro de morir por luchar, hicimos lo poco que se pudo para mantener viva su memoria, y sin embargo hasta ahora ha sido insuficiente. Este corto texto es un pequeño pago a la deuda con la historia, con la memoria y la dignidad, esa historia de tercos que no los cansa ni la muerte, de esos tercos que luchan contra quienes anteponen su proyecto de muerte frente a quienes reclamamos, con la mirada en el cielo y los pies en la tierra, vida digna:

Augusto era un gran estudioso, a pesar de no haber culminado ninguno de sus estudios universitarios que empezó en las universidades Distrital, Pedagógica, Nacional y Pedagógica Tecnológica de Tunja, en la mayor parte de ellas interesado por las Ciencias Sociales y la Historia. En este paso por el movimiento universitario de entonces, donde las ideas libertarias parecían tener gran influencia, pudo establecer los cimientos de su vida y la necesidad de articular el estudio, la investigación y la memoria con las luchas populares. Desde muy joven participó en el movimiento anarquista, ingresando a sus 17 años al Proyecto Alas de Xue, donde militó por varios años hasta su práctica disolución. A pesar de lo complicado que parecía para entonces, incluso con los recelos de parte de diferentes procesos anarquistas de Europa que miraban con prejuicio a diferentes movimientos indígenas que defendían concepciones propias de nación y cultura, Augusto rápidamente encontró puentes entre el pensamiento muisca y el libertario. Sin embargo, su preocupación nunca fue encasillar el proceso muisca dentro de las etiquetas anarquistas, sino por el contrario, ver que podía aportar cada mirada de manera mutua y sincera.

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A pesar de su afinidad por la academia, su trabajo siempre fue hecho desde abajo y para las de abajo: más allá de la teorización o artículos de investigación, de sus reflexiones se encuentran poemas, cartillas, murales y memorias de caminatas y rituales. Esta mirada libertaria heterodoxa lo llevó finalmente a darse de lleno a su comunidad, participando activamente desde finales de los años 90 en los procesos de recuperación de tierras por parte de comunidades mestizas muiscas en Suba, Cota y Sesquilé, así como iniciar caminos similares en Facatativá.

El anarquismo es la común-unidad”, decía Augusto cuando le preguntábamos sobre su cosmovisión de la idea libertaria. Con desazón señalaba las A circuladas y las prácticas que se alejaban de la gente, del pueblo. Admiraba esa contracultura naciente en la sabana de Bogotá que, a gritos guturales y vestimentas negras y de jean, le hablaba a la juventud sobre el ilógico servicio militar obligatorio, sobre las problemáticas de sus padres y madres en la floricultura, sobre la necesidad de rescatar el territorio de las garras del capitalismo. Para él, el anarquismo era una forma de vida y aptitud frente a las luchas, pero nunca una etiqueta que había que manifestar explicita y reiteradamente, “se vive siendo libertario, no diciéndolo”, comentaba al lado de una hoguera mientras nos hablaba de los “tropeles” en la Distrital en los 90, de la placa de Biófilo Panclasta que existió durante casi dos décadas en las paredes del restaurante de la Pedagógica, de la triste muerte de Beatriz Sandoval en la Nacional, una de sus amigas de salsas, merengues y carrangas, del proceso de exterminio al que casi fue llevado el pueblo muisca durante los 80, de los históricos paros cívicos del 98 y 2008 en la Sabana.

Cada conversación estaba cargada de rituales, donde cada cosa tenía su razón de ser. La palabra fluía con el fuego, por eso era necesario mantenerlo prendido, tarea encomendada a un “taita” del fuego. “El gran error de querer anarquizar el indianismo, es no dejar indianizar el anarquismo… dejemos de lado esas visiones eurocentricas”, apuntaba luego de jornadas de discusión cuando ya partíamos en bicicletas por la noche a nuestras casas, mientras charlábamos sobre la actualidad del movimiento anarquista del país, del cual ya hace años estaba desapegado por no encontrar en sus reuniones y encuentros soluciones y alternativas para las de abajo. “Miremos lo que hacen los zapatistas: articulémonos en base a nuestra realidades y no dogmas, que muchas veces están fuera de nuestras realidades”, decía cuando debatíamos sobre la necesidad de fortalecer los procesos autónomos y populares de la Sabana.

Su partida nos dejó un profundo vacío que todavía no hemos podido llenar, no solo por las experiencias que se pudieron haber vivido, sino por la deuda que parece quedar en el aire con todos sus conocimientos y saberes. Augusto se nos fue bajo un halo de desasosiego, de creer que también su partida nos ha dejado sin varias palabras que se pueden decir en los debates que nos corresponde como movimiento libertario en Colombia, pero también como procesos populares y autónomos. Su visión de lo libertario inserto en las comunidades y desprendido de escalas, estéticas y etiquetas morales absolutas (que muchas negamos), nos deja la enseñanza de ser pueblo y actuar como tal, de leer nuestro entorno, nuestras realidades, de a veces dejar de lado la ilustrada y bien escrita historia e ideología occidental y voltear a mirar al lado, a la montaña, la laguna y los ríos, a las abuelas y los niños.

Uno de sus mejores amigos y compañero de lucha por largos años en la Sabana nos señalaba días después de su muerte el gran hueco que nos deja con su partida: “Creo que con Augusto se fueron una cantidad de cosas frente al pensamiento ancestral de origen muisca, tanto así que en el rito de su funeral la única persona que sabía cómo se hacia era él, entonces tocó casi que reinventarlo todo”.

Steven Crux
Febrero 2017

Es desde esta visión que se hace pertinente salvaguardar la Memoria, volver la mirada a nuestro Territorio como un proceso de ordenamiento de las relaciones vitales, donde el individuo reconozca y se reconozca como un ser que ha relacionado su existencia en torno a esas huellas indelebles del pasado indígena que subsisten en nuestro mestizaje y que hoy se pretenden desdibujadas o convenientemente olvidadas”- Augusto Tyhuasuza, 11 de Julio de 2013.

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Hace cerca de dos años y medio la sabana de occidente se despertó con una persona menos, un luchador menos por la libertad…

En Julio de 2014, cerca de su casa en Facatativá y con escasos 42 años, fue ultimado con varios disparos por la espalda Augusto Tyhuasuza, indígena muisca y activista social de los municipios de la sabana de Bogotá, territorio ancestral y que ha sufrido los grandes estragos de un modelo metropolitano de miseria, que desplaza las oportunidades y ordena los privilegios del centro hacia afuera.

Augusto fue militante del histórico Proyecto Cultural Alas de Xue, referente libertario por obligación a la hora de hablar del anarquismo contemporáneo en Colombia, así como uno de los impulsores del llamado “anarco-indianismo”, síntesis que buscaba lo libertario dentro del indianismo y meterle indianismo a lo libertario. Además de ello, fue un organizador del proceso de recuperación de memoria muisca en cabildos como Cota o Suba, así como en municipios cómo Facatativá y Tibaitatá (hoy conocido como Madrid), donde de la mano con diferentes procesos sociales y populares venía haciendo el trabajo de reconstrucción territorial de la memoria propia, a través de procesos de formación y semilleros de investigación.

Siendo un mayor (sabio) y un gran poeta, sus intervenciones estaban cargadas de sabiduría y simbolismos, de referencias a los mitos creacionales chibchas, de la lucha de los zapatistas y los mapuches, de lo que nos enseñaban los compañeros indígenas en el Cauca y en la Sierra Nevada de Santa Marta, del recuerdo de las decenas de disturbios que tuvo que vivir en las universidades y calles de Bogotá y la Sabana, así como de su gran experiencia que nos hablaba a los más jóvenes de mirar nuestras ideas con crítica, sin adulaciones y sabiéndonos desprender de los dogmas que nos retrasan.

La muerte de Augusto pasó por lo bajo de los círculos anarquistas, quienes en ese momento sufrían otra lamentable noticia: el suicidio de Sergio Urrego en el centro comercial Titán Plaza. Para entonces, cuando se cumplían escasos días del asesinato de Augusto, se llevaba a cabo el Encuentro Anarquista de Bogotá y Pueblos de la Sabana, donde varias compañeros, amigos o simplemente conocidos de Tyhua, como le decíamos con cariño a Augusto, llamábamos la atención sobre su caso y la poca atención que estaba teniendo por parte del movimiento libertario, mientras la asociación de cabildos muiscas y la ONIC se apresuraron a sembrar su memoria.

El miedo se apoderó de muchos de nosotros, quienes bajo la amenaza latente del peligro de morir por luchar, hicimos lo poco que se pudo para mantener viva su memoria, y sin embargo hasta ahora ha sido insuficiente. Este corto texto es un pequeño pago a la deuda con la historia, con la memoria y la dignidad, esa historia de tercos que no los cansa ni la muerte, de esos tercos que luchan contra quienes anteponen su proyecto de muerte frente a quienes reclamamos, con la mirada en el cielo y los pies en la tierra, vida digna:

Augusto era un gran estudioso, a pesar de no haber culminado ninguno de sus estudios universitarios que empezó en las universidades Distrital, Pedagógica, Nacional y Pedagógica Tecnológica de Tunja, en la mayor parte de ellas interesado por las Ciencias Sociales y la Historia. En este paso por el movimiento universitario de entonces, donde las ideas libertarias parecían tener gran influencia, pudo establecer los cimientos de su vida y la necesidad de articular el estudio, la investigación y la memoria con las luchas populares. Desde muy joven participó en el movimiento anarquista, ingresando a sus 17 años al Proyecto Alas de Xue, donde militó por varios años hasta su práctica disolución. A pesar de lo complicado que parecía para entonces, incluso con los recelos de parte de diferentes procesos anarquistas de Europa que miraban con prejuicio a diferentes movimientos indígenas que defendían concepciones propias de nación y cultura, Augusto rápidamente encontró puentes entre el pensamiento muisca y el libertario. Sin embargo, su preocupación nunca fue encasillar el proceso muisca dentro de las etiquetas anarquistas, sino por el contrario, ver que podía aportar cada mirada de manera mutua y sincera.

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A pesar de su afinidad por la academia, su trabajo siempre fue hecho desde abajo y para las de abajo: más allá de la teorización o artículos de investigación, de sus reflexiones se encuentran poemas, cartillas, murales y memorias de caminatas y rituales. Esta mirada libertaria heterodoxa lo llevó finalmente a darse de lleno a su comunidad, participando activamente desde finales de los años 90 en los procesos de recuperación de tierras por parte de comunidades mestizas muiscas en Suba, Cota y Sesquilé, así como iniciar caminos similares en Facatativá.

El anarquismo es la común-unidad”, decía Augusto cuando le preguntábamos sobre su cosmovisión de la idea libertaria. Con desazón señalaba las A circuladas y las prácticas que se alejaban de la gente, del pueblo. Admiraba esa contracultura naciente en la sabana de Bogotá que, a gritos guturales y vestimentas negras y de jean, le hablaba a la juventud sobre el ilógico servicio militar obligatorio, sobre las problemáticas de sus padres y madres en la floricultura, sobre la necesidad de rescatar el territorio de las garras del capitalismo. Para él, el anarquismo era una forma de vida y aptitud frente a las luchas, pero nunca una etiqueta que había que manifestar explicita y reiteradamente, “se vive siendo libertario, no diciéndolo”, comentaba al lado de una hoguera mientras nos hablaba de los “tropeles” en la Distrital en los 90, de la placa de Biófilo Panclasta que existió durante casi dos décadas en las paredes del restaurante de la Pedagógica, de la triste muerte de Beatriz Sandoval en la Nacional, una de sus amigas de salsas, merengues y carrangas, del proceso de exterminio al que casi fue llevado el pueblo muisca durante los 80, de los históricos paros cívicos del 98 y 2008 en la Sabana.

Cada conversación estaba cargada de rituales, donde cada cosa tenía su razón de ser. La palabra fluía con el fuego, por eso era necesario mantenerlo prendido, tarea encomendada a un “taita” del fuego. “El gran error de querer anarquizar el indianismo, es no dejar indianizar el anarquismo… dejemos de lado esas visiones eurocentricas”, apuntaba luego de jornadas de discusión cuando ya partíamos en bicicletas por la noche a nuestras casas, mientras charlábamos sobre la actualidad del movimiento anarquista del país, del cual ya hace años estaba desapegado por no encontrar en sus reuniones y encuentros soluciones y alternativas para las de abajo. “Miremos lo que hacen los zapatistas: articulémonos en base a nuestra realidades y no dogmas, que muchas veces están fuera de nuestras realidades”, decía cuando debatíamos sobre la necesidad de fortalecer los procesos autónomos y populares de la Sabana.

Su partida nos dejó un profundo vacío que todavía no hemos podido llenar, no solo por las experiencias que se pudieron haber vivido, sino por la deuda que parece quedar en el aire con todos sus conocimientos y saberes. Augusto se nos fue bajo un halo de desasosiego, de creer que también su partida nos ha dejado sin varias palabras que se pueden decir en los debates que nos corresponde como movimiento libertario en Colombia, pero también como procesos populares y autónomos. Su visión de lo libertario inserto en las comunidades y desprendido de escalas, estéticas y etiquetas morales absolutas (que muchas negamos), nos deja la enseñanza de ser pueblo y actuar como tal, de leer nuestro entorno, nuestras realidades, de a veces dejar de lado la ilustrada y bien escrita historia e ideología occidental y voltear a mirar al lado, a la montaña, la laguna y los ríos, a las abuelas y los niños.

Uno de sus mejores amigos y compañero de lucha por largos años en la Sabana nos señalaba días después de su muerte el gran hueco que nos deja con su partida: “Creo que con Augusto se fueron una cantidad de cosas frente al pensamiento ancestral de origen muisca, tanto así que en el rito de su funeral la única persona que sabía cómo se hacia era él, entonces tocó casi que reinventarlo todo”.

Steven Crux
Febrero 2017

(A los 46 años de su fundación, el 24 de febrero del 1971, ofrecemos una breve historia del origen de la organización que fortaleció la lucha indígena del Cauca en los 70s y 80s)

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La extensión de la propiedad terrateniente en los 60, como la dominación del terraje, fueron los detonantes de las procesos de resistencia que desembocaron en la creación del CRIC en 1971.

En el Norte del Cauca el proceso de reforma agraria impulsado desde el INCORA abrió espacios de discusión y reflexión colectiva de campesinos e indígenas, articulados en la ANUC, sobre el derecho a la tierra y la reforma agraria. Además, militantes importantes no indígenas, como el sacerdote Pedro León Rodríguez y Gustavo Mejía, impulsaron procesos de lucha por la tierra entre campesinos e indígenas que permitió alcanzar un cúmulo de experiencias de organización popular que poco tiempo después serían importantes para la conformación del CRIC . Gustavo Mejía fundó para 1970 el Frente Social Agrario, FRESAGRO e impulsó las dos primeras asambleas del CRIC, su compromiso con la lucha por la tierra llegó a su fin cuando fue asesinado en Corinto el primero de marzo de 1974 . Por su parte Pedro León Rodríguez, conocido como el “cura rojo”, participó en procesos de lucha por la vivienda en Corinto, estuvo activo en los procesos de ocupación de tierra en Santa Elena y fundó el movimiento Unidad Popular que posteriormente se articuló a FRESAGRO luego, tras la formación del CRIC, convocó a los sacerdotes del Cauca a dar apoyo a la nueva organización. (1)

Otra vertiente de experiencias de lucha y organización que alimentó la creación del CRIC fue la lucha guámbiana por la liberación del Gran Chiman, en Silvia. En 1962 los Guámbianos fundaron el Sindicato Gremial Agrario de las Delicias, afiliado a la Federación Agraria Nacional luego, para acceder a un crédito agropecuario que les permitiera comprar la finca San Fernando, se trasformaron en la Cooperativa Agraria las Delicias. Desde la casa central de la finca empezaron un proceso de educación popular de los terrajeros del Chiman, poco a poco organizaron a la comunidad indígena e impulsaron la liberación de las tierras en Silvia . La experiencia de lucha por la tierra se expandió a Jámbalo y otros municipios del Cauca y, para 1970, conformaron el Sindicato de Trabajadores Agrícolas del Oriente Caucano cuya plataforma de lucha fue recuperar las tierras indígenas, respeto a las costumbres culturales, exigir el reconocimiento de sus autoridades, no al terraje y a toda forma de explotación del trabajo, participación política del movimiento, elevar el nivel social de las comunidades, ser escuchados por el gobierno nacional y respeto. (2).

Para los años 60 muchos cabildos del Cauca eran instituciones subordinadas a los intereses de terratenientes, políticos y la iglesia, de manera que, en ese momento, no existía un medio adecuado para adelantar la lucha por la tierra de los terrajeros. Era necesaria la construcción de una organización independiente a los cabildos para enfrentar el dominio terrateniente. La creación del CRIC en febrero de 1971 ofreció respuesta a esta necesidad de organización y lucha (3) .

Tanto las experiencias de organización de los indígenas Nasa articulados con el movimiento campesino en el norte, como el proceso de Guámbiano en Silvia en el oriente, desembocaron en la conformación del CRIC. Gustavo Mejía convocó a una reunión en San Fernando Silvia, con el fin de articular las experiencias de lucha, que hasta entonces se encontraban dispersas, en una nueva organización independiente de campesinos e indígenas, allí confluyó el Sindicato de Trabajadores Agrícolas del Oriente Caucano, las organizaciones indígenas y campesinas del Norte del Cauca aglutinadas en FRESAGRO y la ANUC, como autoridades de cabildo y comuneros de los resguardos de Tacueyó, Toribió, San Francisco y Jambaló. En la reunión Gustavó Mejia propuso el nombre del CRIC para la nueva organización y la asamblea acogió, como plataforma de lucha, los 7 puntos de la plataforma del sindicato. Por su parte los cabildos de Caldono, Pioya y Pueblo Nuevo se negaron a participar en una organización en la que confluían procesos campesinos . Después de esta reunión la tarea fue recorrer todos los territorios y resguardos indígenas del Cauca para convocar a la reunión fundacional de la nueva organización. (4)

La asamblea constituyente del CRIC se realizó en Toribio el 24 de febrero de 1971, en ella participaron más de 2000 indígenas, confluyeron los cabildos de Toribío, Tacueyó, San Francisco, Jambaló, Pitayó, Quichaya, Quizgó y Guambía, de igual forma existió acompañamiento de organizaciones campesinas. La asamblea estableció allí los cuatro puntos centrales de lucha que se mantienen vigentes desde entonces unidad, cultura, tierra y autonomía. Como plan de acción se estableció la exigencia de expropiación de las tierras que eran de los resguardos y entrega de los títulos a las comunidades, ampliación de los resguardos a través del INCORA, modificación y rechazó de la ley 89 de 1890 que trataba a los indígenas como menores de edad, participación de los indígenas en la modificación de las leyes, eliminación de la División de Asuntos Indígenas, no al terraje y creación del CRIC.
En la primera asamblea del CRIC se presentó un fuerte rechazo a la ley 89 pero, para el mismo año, se encontraron manuscritos dejados por Manuel Quintín Lame en un rancho al sur del Tolima, que fueron recogidos en el documento conocido como “En defensa de mi raza,” de él se llevaron 100 ejemplares a la segunda asamblea del CRIC, realizada en la Susana Tacueyó, el 6 de septiembre de 1971. La influencia de los manuscritos de Quintín hizo que la asamblea transformara su posición frente a la ley 89, ya que esta, pese a tener elementos racistas, sin embargo garantizaba el carácter inalienable de las tierras de los resguardos y reconocía la jurisdicción de las autoridades indígenas en sus territorios. De allí en adelante se introdujo, dentro de la plataforma de lucha del CRIC, “hacer conocer las leyes indígenas” y utilizarlas a favor del movimiento en lucha por la tierra .(5)

Con el impulso del CRIC, la década de los 70 se caracterizó por movilizaciones indígenas constantes y multitudinarias en lucha por la recuperación de las tierras de los resguardos y, hasta 1977, estas luchas las realizó el movimiento indígena en alianza con la ANUC. El alcance nacional de la lucha por la tierra en los 70 puede ser considerado como un proceso de radicalización indígena y campesino generado después del desencanto que significo el retroceso dado por el gobierno de Misael Pastrana (1970-1974) a los procesos de concertación con el Estado para el logro de la reforma agraria (6) . El punto más alto en las acciones de recuperación de tierra contra el gran latifundio fue en 1971, en donde se registraron 645 recuperaciones de tierra a nivel nacional (7) .
Sin embargo también fue una década en la cual los terratenientes y el Estado reaccionaron de manera violenta contra las organizaciones del movimiento indígena y campesino. Primero se decretaron zonas de orden público y el nombramiento de alcaldes militares durante el gobierno de López Michelsen (1974-1978), esta estrategia se extendió y se fortaleció con el Estatuto de seguridad que criminalizó toda forma de protesta popular durante en el gobierno de Turbay Ayala (1978-1982). Los efectos de la represión contra el movimiento indígena y campesino se dejaron ver en el decaimiento de su dinámica de lucha durante la segunda mitad de los años 70 . (8)

Sobre la alianza entre la ANUC y el CRIC en estos años, después de que en el congreso de la ANUC, realizado en Sincelejo en julio de 1972, esta organización declara su independencia frente al Estado y avanzara en la transformación de la estructura agraria de manera directa, comienzan a realizarse los esfuerzos de articulación con el CRIC, que llegan a buen término en el congreso de la ANUC realizado en Popayán en enero de 1974, en el cual se creó la Secretaria Indígena al interior de la ANUC .(9) Sin embargo, los intentos de subordinación y vanguardismo de la ANUC sobre el CRIC, dieron al traste con el proceso, ya que desde la fundación del CRIC la autonomía y la articulación horizontal con otras organizaciones sociales ha marcado su camino de lucha hasta hoy. Así, los intentos de articulación desembocaron en la ruptura definitiva entre ambas organizaciones en el Congreso de Tomala en 1977 . (10)

1. Peñaranda Daniel Ricardo. La organización como expresión de resistencia. En Nuestra vida es nuestra lucha. Centro de Memoria Histórica. Ed Taurus. 2012. Pg29.
2. Ibid. Pg38.
3. Tattay Pablo. Construcción de poder propio en el movimiento indígena del Cauca. En Nuestra vida es nuestra lucha. Centro de Memoria Histórica. Ed Taurus. 2012. Pgpg53.
4. Peñaranda Daniel Ricardo. La organización como expresión de resistencia. En Nuestra vida es nuestra lucha. Centro de Memoria Histórica. Ed Taurus. 2012. Pg44.
5. Findji María Teresa. Movimiento indígena y recuperación de la historia. Buenos Aires, Alianza Editorial/FLACSO, 1991.pg130.
6. Zamosc León. La cuestión agraria y el movimiento campesino en Colombia. pg 118.
7. Sánchez Enrique. Movimientos campesinos e indígenas (1960-1982). Historia de Colombia. Tomo 8. Salvat Editores. Bogotá 1987.pg 1785
8. Esmeralda Prada M. Luchas Campesinas e indígenas. En 25 Años de Luchas Sociales en Colombia. Ed. Cinep. Bogotá. 2002. Pg 127.
9. Tattay Pablo. Construcción de poder propio en el movimiento indígena del Cauca. En Nuestra vida es nuestra lucha. Centro de Memoria Histórica. Ed Taurus. 2012. Pg69.
10. Findji María Teresa. Movimiento indígena y recuperación de la historia. Buenos Aires, Alianza Editorial/FLACSO, 1991.pg127.

Foto: Liberación de la tierra en el Norte del Cauca. Octubre del 2016.