Queremos iniciar en ésta WEB de la Asociación AGE (Archivo Guerra y Exilio), un nuevo servicio a todos los que se asoman a nuestra página. Son aquellos artículos, noticias, anuncios, convocatorias, que aparecen en los diferentes medios escritos y que suponen una información muy valiosa para nuestros asociados y amigos. Les hemos llamado RECORTES DE PRENSA, y no es nuestra intención reproducir aquí enteramente el artículo o la noticia completa, sino una breve referencia indicativa, para el que se introduzca en nuestra WEB, pueda acudir a los orígenes. Sean estas reseñas, recordatorios para nuestros "lectores" internautas, de referencia a un tema tan complejo como la participación histórica en nuestro país de Brigadistas Internacionales, Exilados, Niños de la guerra, Guerrilleros o Resistentes.


5 de octubre de 2001. El País. Asamblea de Madrid.

….Por otra parte, el pleno debatió también una proposición no de ley para ampliar las ayudas a los presos políticos del franquismo y a quienes, aun no siéndolo, sufrieron persecución por sus ideas. Emotivo homenaje de Fernando Marín, de IU, y de Antonio Chazarra, del PSOE, que, si no consiguieron ver aprobada la iniciativa, sí lograron el 'reconocimiento moral' en sus palabras.

El PP se negó a establecer que las indemnizaciones a los ex presos del franquismo sean como mínimo de 700.000 pesetas por persona y a abonar con carácter inmediato las solicitudes resueltas (1.172) antes de la ampliación del plazo que el Gobierno aprobó recientemente junto con un aumento de 100 a 1.000 millones de pesetas en el presupuesto para estas ayudas.


2 de octubre de 2001. Alerta de Cantabria. Colocada la base del monumento a las víctimas de Mauthausen que se levantará en el parque de la ría del Carmen.

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24 de junio de 2001. El País. Cartas al director. Más sobre maquis

La ligereza y la impunidad con la que determinada gente escribe en este país sorprende cada día más. No obstante eso, hay veces en las que la sorpresa desaparece ante la indignación que aquéllas producen en el lector. Es el caso, por ejemplo, de Miguel García-Posada y de su artículo Memoria del maquis, publicado en este periódico el 15 de junio pasado. Decir, como en él dice el considerado primer crítico de España, tras aludir a la desmemoria en que han estado hasta ahora los guerrilleros antifranquistas, que ' dos documentos han emergido en los últimos meses referentes al maquis: la película Silencio roto, de Montxo Armendáriz, y el libro La noche de los Cuatro Caminos, de Andrés Trapiello', supone, nada más y nada menos, que ignorar todo lo escrito y filmado antes, que es más de lo que García-Posada imagina, y, sobre todo, obviar, supongo que sin malicia (para tenerla hay que haber leído), el principal 'documento emergido' en estos últimos meses, tanto por su importancia intrínseca como por orden de aparición: Maquis. Historia de la guerrilla antifranquista, de Secundino Serrano, la primera historia nacional del maquis fuera de la tristemente célebre (por burda y por tendenciosa) del coronel de la Guardia Civil José Aguado Sánchez y que, aparte de haber vendido ya varias ediciones y de llevar en las listas de ventas varias semanas -dos datos que, al fin y al cabo, tampoco quieren decir gran cosa, salvo que García-Posada debería saber de él-, ha sido considerada por todos los expertos en el tema, incluidos los propios protagonistas supervivientes, la principal aportación al conocimiento del maquis desde la guerra civil hasta nuestros días. Pese a que, para este periódico, al menos a día de hoy, no haya merecido aún ni una sola línea crítica.

¡Cuántas veces, en los últimos tiempos, uno ha recordado aquella frase del gran Antonio Machado: 'Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio'!- Julio Llamazares .Madrid


23 de junio de 2001. El Mundo. París acoge la memoria fotográfica de la Guerra Civil

La muestra reúne imágenes de Capa y Namuth, entre otros

CRISTINA FRADE. Corresponsal

PARIS.- La Guerra Civil española fue el primer gran conflicto que se benefició de una cobertura importante por parte de los periodistas de todo el mundo. Al trabajo de los fotógrafos que representaron este trágico capítulo de la Historia está dedicada la muestra, concebida y producida por el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), que ayer se inauguró en el Hotel de Sully de París y que a partir del 10 de octubre podrá verse en Barcelona.

«Su legado se revela importante para comprender los hechos: los documentos son de gran valor informativo, gran calidad estética y marcan un hito en la propia historia de la fotografía», asegura David Balssells, conservador del Departamento de Fotografía del MNAC y comisario de la exposición, en el texto que ha redactado para el catálogo. «Su importante papel mediático y su proyección internacional dieron un giro a la forma de contar y de comunicar como el que supuso la televisión, unos años más tarde, en la Guerra de Vietnam».

La exposición La Guerra Civil española. Fotografías para la historia sigue un orden cronológico. Comienza el 6 de octubre de 1934 con el preludio de la guerra, y termina con el regreso en 1954 de los voluntarios de la División Azul. Entre una fecha y otra, un total de 162 fotografías narran la conspiración y el alzamiento militar, los preparativos para el combate, los frentes, las batallas más importantes, la derrota de los republicanos, el cruel exilio, la dura posguerra y la larga dictadura franquista.

Buceando en los archivos de museos, agencias y coleccionistas, el MNAC ha reunido obras de 31 fotógrafos, algunos tan conocidos como Robert Capa, del que se expone la fotografía que muestra la caída del miliciano de Alcoy Federico Borrell García en Cerro Muriano, un símbolo de la lucha republicana.

Gerda Taro, Hans Namuth, Georg Reisner, David Seymour, Luis Torrents, Alfonso, los hermanos Mayo son otros de los fotógrafos presentes en la muestra, que revela también la oposición entre las imágenes realizadas por cada uno de los bandos en conflicto: las del republicano muestran sobre todo al pueblo, su valor y sus sufrimientos, mientras que las de los nacionales prefieren retratar a sus jefes militares y eclesiásticos y a los falangistas. Periódicos, revistas y carteles completan la exposición a título de ejemplo de la utilización de las fotografías con fines informativos y propagandísticos.



22 de junio de 2001. GABRIEL JACKSON HISTORIADOR 'La transición implicó un pacto contra la memoria histórica'

MIGUEL Á. VILLENA | Madrid Estadounidense de pasaporte y español de corazón, intelectual comprometido desde su juventud con las causas progresistas, Gabriel Jackson (Nueva York, 1921) ha dedicado su vida a estudiar el siglo XX. Pero no desde la atalaya neutra del científico, sino desde la combinación de una pasión investigadora y una tarea ética para mejorar el futuro. 'La historia nunca es aséptica ni objetiva. En realidad, la objetividad pasa por ser honesto con los sentimientos y con las actitudes'. Gabriel Jackson acaba de publicar Memoria de un historiador (Temas de Hoy), donde repasa su trayectoria, desde los tiempos de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos hasta la España de las autonomías, pasando por su estancia en México en los años cuarenta. Allí nació, de la mano de exiliados republicanos, su interés por la España contemporánea que ha dado entre otros frutos un libro de referencia como es La República española y la guerra civil. 'De todos los conflictos del siglo XX en Occidente, la guerra española representa el caso más emotivo, más ideologizado de un pueblo capaz de dar la vida por sus creencias, a un lado y al otro. Podríamos decir que fue la última guerra romántica, es decir, guiada por una lucha de ideales. Estas características explican el enorme interés que el conflicto de 1936 ha suscitado entre historiadores de todo el mundo'. Residente en Barcelona desde 1983 y a la espera de un pasaporte español que no termina de llegar por problemas burocráticos, ha sido un observador en la media distancia de la transición. 'Es cierto que la transición implicó un pacto contra la memoria histórica. Me irritan esos libros que han publicado algunos estadistas que sostienen que todo lo hicieron ellos. La actitud del pueblo español fue el factor más decisivo en la transición. Ahora bien, la desmemoria histórica es un fenómeno muy extendido. Por ejemplo, los jóvenes de Estados Unidos ignoran todo sobre las guerras de Corea o de Vietnam'. Deja claro que no está dispuesto a amargarse la vida con esa 'visión dulce y sin ideología que el PP está ofreciendo de pasajes de la historia española, desde Felipe II a Federico García Lorca'. Tipo pausado y reflexivo, moderado en sus comentarios, Gabriel Jackson se declara un socialdemócrata y subraya desde sus 80 años y sus muchas horas de estudio que 'el Estado de bienestar significa la mayor conquista de la izquierda en el siglo XX'. Nunca mostró especial entusiasmo por el mito del 'nuevo hombre soviético' que la URSS utilizó como arma de propaganda y, por eso, se sintió menos defraudado por el estrepitoso derrumbamiento del comunismo. 'No obstante', aclara Jackson, 'nunca imaginé que se produjera de ese modo'. Protagonista siempre de las luchas en favor de los derechos humanos o de la defensa del medio ambiente, Jackson desvela pesimismo, pero también esperanza en unas memorias más intelectuales que vitales. 'Tengo una convicción', explica el historiador, 'muy arraigada de protección de la vida privada. Por ello, en la medida en que mucha gente que he conocido sigue viva, he preferido no contar desde un punto de vista personal las muchas aventuras que he vivido'. A pesar de este pudor, al final de Memoria de un historiador habla tanto el escritor como la persona: 'Pesimismo y vitalidad humana. Vivo como todos los demás al borde del abismo. Me he esforzado durante medio siglo por ayudar a crear un clima de opinión radicalmente distinto, sin el cual, tarde o temprano, la civilización se suicidará. Intelectualmente no puedo evitar ser muy pesimista, pero amo la vida, agradezco mucho mi vigorosa salud y nunca pensé no tener hijos aunque mi mujer y yo decidimos desde el principio que dos serían suficientes'. Toda una declaración de principios de un historiador comprometido.


16 de junio de 2001. El País. Los costes de la desmemoria histórica. VICENÇ NAVARRO

Vicenç Navarro es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra.

 

En un artículo reciente, Felipe González escribió que consideraba acertada la decisión de no rescatar la memoria histórica durante la transición española, lo cual ha permitido la reconciliación entre vencedores y vencidos de la Guerra Civil y entre los que sostuvieron la dictadura y los que lucharon por la democracia, aun cuando tal reconciliación se realizara a costa del olvido de lo que fue el golpe militar, la Guerra Civil y el régimen dictatorial que les siguió. Comentaba Felipe González que le parecía muy bien que otros países, tales como Chile, Argentina, Suráfrica y otros, hayan intentado, a diferencia de lo que ha ocurrido en España, rescatar la memoria histórica de la tragedia de las dictaduras para encontrar 'una vía más sólida de reconciliación que pudiera alcanzarse sin olvido, a través del establecimiento de comisiones en busca de la verdad que han permitido desenterrar y dar a conocer las barbaridades ocurridas en aquellos regímenes políticos'. Felipe González terminaba el artículo concluyendo que no se arrepiente de que no se intentara una recuperación de la memoria histórica en España, puesto que ello hubiera 'significado remover los viejos rescoldos bajo los cuales seguía habiendo fuego'.

Creo que la postura que Felipe González presenta en este artículo es representativa de la sostenida por gran número de dirigentes del centro-izquierda e izquierda españoles, personas a las que aprecio, admiro y considero mis amigos, pero con las cuales estoy en profundo desacuerdo en este aspecto importante de la transición española, puesto que considero que la reconciliación basada en el olvido ha sido no sólo un gran error político de las izquierdas en nuestro país, sino también una gran injusticia para todos aquellos, los vencidos de la Guerra Civil y los luchadores antifranquistas, cuya lucha por la democracia ha sido olvidada y que hoy se están muriendo sin que el país les haya dicho gracias, dándoles el honor, agradecimiento y reconocimiento que se merecen, con lo cual tal olvido ha sido la continuación de su derrota durante la Guerra Civil y el franquismo, puesto que, mientras la dictadura significó una represión brutal, la democracia ha significado la continuación de su marginación y falta de reconocimiento, continuando así una gran injusticia sobre la cual se construyó la transición y se ha ido construyendo nuestra democracia. Pero, como me señalaba el arzobispo Tutu, premio Nobel de la Paz y promotor de la Comisión de la Verdad (que analizó lo ocurrido durante el odiado régimen del apartheid de Suráfrica), en una conversación reciente, 'la democracia no puede ser estable cuando se basa en la injusticia reproducida en el olvido'. Y el olvido de nuestro pasado ha sido una enorme injusticia.

La única razón por la cual tal olvido podría moralmente justificarse sería en caso de que los dos bandos del conflicto civil y de la dictadura tuvieran idéntica responsabilidad por lo ocurrido y hubieran realizado la misma cantidad de violaciones de los derechos humanos. Esta equidistancia en la atribución de responsabilidad de nuestro pasado es el argumento más utilizado por las derechas de nuestro país para justificar tal olvido. La realidad histórica, sin embargo, no apoya tal postura. Un bando luchó para destruir la democracia y el otro luchó para instaurarla. La gran mayoría de los perdedores de la Guerra Civil pedían el establecimiento de un sistema democrático. No así en el bando vencedor, el cual, además, llevó a cabo, no sólo durante el conflicto civil, sino incluso más tarde, en tiempos de paz, la represión más brutal existente en el siglo XX en la Europa occidental, mucho mayor, por cierto, que la represión llevada a cabo, también en tiempos de paz, por los regímenes nazi en Alemania y fascista en Italia (el número de asesinatos políticos del régimen dictatorial español fue cien veces superior a los llevados a cabo por el régimen de Mussolini). Es más, tal represión fue metódica, sistemática y llevada a cabo como política de Estado, a diferencia de la represión durante la República, que fue en su gran mayoría espontánea como respuesta popular al golpe fascista militar y sin formar parte de una política sistemática del Estado Republicano. Aceptar el olvido no es, por tanto, ni ética ni políticamente neutral. Unos -los vencedores y los que apoyaron la dictadura- se han beneficiado mucho más que los otros -los vencidos y los que sufrieron la represión franquista-. Una vez más, la reconciliación se ha impuesto a los vencidos y a los oprimidos, que son los que, con el olvido, pagaron el mayor coste en aquella supuesta reconciliación, sufriendo marginación y olvido a la vez que el otro bando continúa honrando a los vencedores y perpetradores de los abusos y atrocidades en nombres y monumentos, en procesos de beatificación de sus víctimas e incluso, últimamente, honorando a torturadores. Es, por cierto, incoherente y traduce escasa sensibilidad democrática que el reconocimiento de las víctimas del terror y asesinatos políticos, con compensación familiar, se inicie a partir del año 1968, cuando la mayoría de asesinatos políticos en tiempos de paz en nuestro país (más de 200.000) tuvieron lugar desde 1939. Apruebo y aplaudo que se reconozca y compense a las víctimas del terrorismo, pero protesto porque se discrimine a las víctimas del terror franquista (1939-1975), la mayoría de las cuales fueron luchadores por la democracia.

Se me dirá que tal olvido de la memoria histórica ocurrida desde la transición no ha sido una imposición, sino que ha sido resultado de una voluntad popular expresada a través de las decisiones de las Cortes Españolas al aprobar la Ley de Amnistía, cuya aprobación por parte de los representantes de los vencidos y luchadores antifranquistas significó una gran generosidad por su parte. Pero tal generosidad no puede extenderse para que cubra no sólo la amnistía, sino también la amnesia colectiva, la cual no fue resultado, como erróneamente indica Carlos Castresana en su interesante artículo Transición, memoria y justicia (1 de mayo de 2001), de que al ocurrir la transición 'no hubiera miles de desaparecidos víctimas de razón del Estado y porque la casi totalidad de los responsables de los crímenes sistemáticos de nuestra guerra y postguerra civil ya habían muerto'. En realidad, durante la dictadura hubo miles de desaparecidos políticos, que todavía no constan como tal y de los cuales se desconoce su paradero. Y muchas de las personas responsables de la represión franquista continúan vivas con cargos de responsabilidad, orgullosas de su historia de represión, que continuó hasta el final de la dictadura. Lo que explica aquella amnesia fue el gran dominio de la derecha durante la transición en los aparatos del Estado y en los medios de información y persuasión, que forzaron tal amnesia en la cultura mediática y política del país. Es más, tanto el Ejército como otros poderes fácticos -desde la Iglesia al empresariado- continuaban enormemente fuertes y las izquierdas estaban temerosas de antagonizarles. Es por eso por lo que coincido con Felipe González en que es un error el intentar dar lecciones de democracia a otros países; ahora bien, no porque cada país deba desarrollar su propio modelo (lo cual es obvio), sino porque nuestra transición dejó mucho que desear y no puede presentarse como ejemplar.

El olvido ha sido no sólo una gran injusticia, sino también un gran error político, con costes muy elevados, incluyendo el desconocimiento por parte de nuestros jóvenes de nuestra propia historia. Una de las sorpresas mayores que me he encontrado a la vuelta a mi país (del que tuve que irme por razones políticas en 1962) fue el desconocimiento por parte de nuestra juventud de lo que fue la Guerra Civil y la pesadilla y horror del régimen franquista. La juventud española no sabe la historia de su país en los últimos cincuenta años. Y los datos lo muestran. En una encuesta reciente de conocimiento por parte de los jóvenes europeos de su pasado reciente, España y Austria (los dos países que han silenciado su pasado reciente) eran los países donde la juventud tenía menos conocimiento de lo ocurrido en su país durante sus regímenes dictatoriales. En otros países que sufrieron regímenes semejantes, como Alemania e Italia, la juventud fue educada sobre lo que fue el nazismo y el fascismo, y son conscientes de los horrores impuestos por aquellos regímenes. No así España. Un ejemplo de ello ocurrió recientemente a raíz de las declaraciones del Rey, escritas por el Gobierno conservador actual, en las que se olvidaba que a Cataluña se le prohibió durante el franquismo hablar su lengua, el catalán. Y cuando hubo una protesta en Cataluña sobre tal olvido, el presidente del Gobierno español acusó a los que protestaron de ser hipersensibles, mientras que portavoces y líderes del mayor partido de la oposición de las Cortes Españolas definieron tal protesta como mera expresión de un 'nacionalismo oportunista', insultando así a todos los catalanes y a todos los demócratas españoles que nunca debieran olvidar lo que pasó en nuestro país. Y por si fuera poco, nada menos que la ministra de Educación del Gobierno conservador actual, en una entrevista concedida a este diario (6 de mayo de 2001), ponía en duda que en Cataluña se hubiera prohibido hablar en catalán durante el franquismo. La primera vez que tuve problemas con la Policía Nacional franquista fue cuando, a la temprana edad de siete años, un agente de tal cuerpo me abofeteó en las calles de Barcelona por hablar en catalán, gritándome que no hablara como un perro y que tenía que hablar como un cristiano. Y durante años, el franquismo prohibió la utilización de mi lengua materna en las instituciones, incluyendo escuelas y universidades de Cataluña. Y lo mismo ocurrió en el País Vasco. ¿Cómo puede una ministra de Educación española olvidar tal realidad? Por muchas matizaciones que la propia ministra o el Gobierno hayan hecho, lo cierto es que el partido que gobierna España no ha condenado de una manera contundente el régimen franquista, favoreciendo este olvido que están manteniendo vivos los viejos rescoldos bajo los cuales sigue habiendo fuego, dificultando la auténtica reconciliación, la cual exige -como bien me decía el arzobispo Tutu- el reconocimiento de los errores cometidos con expresión de desagravio hacia sus víctimas. Es más, no puede haber en España una cultura auténticamente democrática hasta que no haya una cultura antifranquista, para la que se requiere una viva memoria histórica.

Las fuerzas políticas que han intentado mantener viva tal memoria histórica han sido las nacionalistas demócratas, las cuales han rentabilizado con éxito -como lo demuestran las últimas elecciones vascas- este recuerdo histórico. Como demócrata, les agradezco tal esfuerzo, aun cuando estoy en profundo desacuerdo con su interpretación de nuestra historia reciente. No es cierto, por ejemplo, que la victoria del golpe del Ejército y régimen dictatorial que le siguió fuese la victoria de España contra Cataluña, como amplios sectores nacionalistas catalanes indican. En realidad, la gran mayoría de la burguesía catalana y la Iglesia catalana apoyó el golpe militar y el franquismo, mientras que los sectores más activos de la lucha antifranquista en Cataluña fueron sectores de la clase trabajadora catalana -tanto la de habla catalana como la de habla castellana- que lucharon por la libertad y, con ella, la identidad catalana oprimida. No fue España (cuya República facilitó la personalidad institucional catalana y su cultura), sino la odiada dictadura franquista la que nos prohibió a los catalanes utilizar nuestra lengua materna. Ha sido un gran error histórico de las izquierdas el permitir a los nacionalistas que monopolizaran la memoria histórica. Hoy, la juventud no identifica a las izquierdas con la lucha por la libertad, la democracia y la pluralidad, lo cual no hubiera ocurrido si las izquierdas hubieran mantenido vivo el recuerdo de la experiencia de la República (con su visión plural de España, en lugar del uniformismo opresivo del franquismo) y de la resistencia antifranquista, presentándose como su heredera. Éste es el gran coste político de su olvido.


15 de junio de 2001. El País. MIGUEL GARCÍA-POSADA. Memoria del maquis

Todas las dictaduras persiguen el falseamiento y la aniquilación de la memoria histórica. La que imperó en España durante muchos años falsificó la historia y en muchos casos incluso la borró. Es ejemplar al respecto lo sucedido con los maquis, con los guerrilleros que trataron de mantener viva la resistencia a la dictadura a la espera de que el curso de los acontecimientos en Europa obligara a un cambio político en España, que haría cenizas del régimen autoritario. No fue así, y Europa, la democrática, la liberal Europa, traicionó a los demócratas españoles y apuntaló al inicuo régimen salido de la guerra civil. Después, durante años, una conjura de silencios y falsedades se ha tejido sobre la suerte de esos hombres, de modo que para la mayoría de los españoles no son, cuando son algo, sino brumosos fantasmas de una guerra lejana.

Aquí y allí, sin embargo, empiezan a brotar testimonios de esa lucha olvidada. Dos documentos han emergido en los últimos meses referentes al maquis: la película Silencio roto, de Montxo Armendáriz, y el libro La noche de los Cuatro Caminos, de Andrés Trapiello. Dos documentos y, además, dos discursos artísticos, basado el uno en la imagen y el otro en la palabra, que imaginan y recrean con veracidad -la veracidad del arte- sendos episodios de la lucha guerrillera.

Silencio roto sitúa su acción en un pueblo del norte de España; Andrés Trapiello reconstruye un episodio ocurrido en Madrid, en febrero de 1945. La película evoca con crudeza, con fidelidad, pero sin abdicar de la poesía de las imágenes, la lucha guerrillera en una España abatida y desolada y sometida al poder ciego de la fuerza y la arbitrariedad. Lejos de la idealización, excelente pero idealización al fin, de José Luis Garci en You're the one, Armendáriz da con contundencia la realidad de aquella España y la fe en sus valores de un puñado de hombres que pusieron su vida al tablero en un combate iluminado sólo por el resplandor de las convicciones. Uno sale del cine con la cabeza habitada por la tragedia de España, porque lo que a esos hombres les ocurre no es nada terrorista, como alguien ha tenido la ignorancia -al menos- de escribir, sino que lo que les sucede en carne y alma propias es la tragedia de España, que cae todopoderosa y fatal sobre sus frágiles hombros de creyentes en la libertad y la democracia. Más de cincuenta años después, su historia es capaz de conmovernos y sacudirnos con la fuerza de la verdad y la inocencia.

Por su parte, Andrés Trapiello exhuma un episodio del maquis en Madrid en 1945. Un lance afortunado llevó al autor al conocimiento del expediente, que concluyó con la ejecución de siete miembros del maquis tras el arbitrario juicio sumarísimo que era de rigor, y sobre esta base asentó su libro. Construida según los módulos de cierta literatura norteamericana -Mailer, por ejemplo-, la obra de Trapiello es, en primer lugar, crónica, aproximación documental pero también novelesca a un momento sórdido pero sobre todo trágico del maquis madrileño. Trapiello ha investigado tanto como ha novelado para darnos un reportaje que oscila entre la crónica y la ficción, y que posee una dosis de altísima verdad poética, más allá de los datos documentales y el peso de las circunstancias históricas. Lo que inventa el autor es siempre verdadero, es el olor que brota de los hilos de la reconstruida trama, como es verdadero cuanto narra, coincida o no con la estricta sucesión de los hechos, que supongo que coincide, pero da lo mismo. Por eso, y pese a la vasta tarea de campo llevada a cabo, omite el escritor la precisa explicitud de sus fuentes. Cuando uno concluye la lectura de este libro, como cuando uno se levanta del asiento tras contemplar Silencio roto, sabe que ha asistido a la revelación de la verdad. La verdad de unos hombres destruidos por la iniquidad de un poder infame y abandonados después en las tenaces aguas del olvido.